Portada » Historia » España ante el Desastre de 1898: Causas y Consecuencias
La crisis de la Restauración comenzó en la última década del siglo XIX, pero el verdadero punto de inflexión fue la crisis de 1898, cuando España perdió sus últimas colonias. Este hecho marcó el fin del periodo de esplendor de la Restauración y el inicio de su crisis, diferenciando la España del siglo XIX de la del XX.
A finales del siglo XIX, la crisis de la Restauración se agravó por problemas como el caciquismo, el regionalismo y el anarquismo, además de la cuestión cubana. La falta de autonomía para Cuba generó insurrecciones en la isla (1895) y en Filipinas (1896).
Las últimas colonias de España (Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam) eran económicamente valiosas por las altas tarifas arancelarias que imponía la metrópoli. Sin embargo, Cuba llevaba años reclamando más derechos. Desde la primera insurrección en 1868 (Grito de Yara), los criollos pedían representación política, participación en el gobierno y libertad de comercio. La Paz de Zanjón (1878) no resolvió el conflicto, y la falta de reformas llevó a la Guerra Chiquita (1879), liderada por Calixto García, que fue derrotada.
El bipartidismo español se reflejaba en Cuba con el Partido Autonomista, que pedía una amplia autonomía, y la Unión Constitucional, formada por latifundistas españoles que rechazaban reformas. La abolición de la esclavitud en 1888 fue una medida destacada, pero insuficiente. Surgieron nuevos líderes independentistas como José Martí en Cuba y José Rizal en Filipinas.
En 1891, el “Arancel Cánovas” perjudicó a Estados Unidos, principal comprador de azúcar y tabaco cubanos, dificultando sus exportaciones a la isla. En 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, promoviendo la independencia con apoyo estadounidense. En 1895, con el “Grito de Baire”, estalló la tercera guerra cubana. El general Martínez Campos intentó una solución pacífica, pero fue sustituido por Valeriano Weyler, quien aplicó una política represiva con campamentos de concentración.
El ejército español, mal preparado y afectado por enfermedades tropicales, sufría grandes bajas. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, el nuevo gobierno liberal destituyó a Weyler y nombró a Blanco, decretando la autonomía de Cuba, pero era demasiado tarde: los independentistas rechazaron la paz y Estados Unidos respaldó su causa.
A finales del siglo XIX, EE.UU. buscaba expandirse en el Caribe y el Pacífico. En abril de 1898, la explosión del acorazado Maine en La Habana, que la prensa estadounidense atribuyó a España, sirvió de excusa para la guerra. EE.UU. exigió la retirada española de Cuba, pero el gobierno español rechazó el ultimátum, iniciando la guerra hispano-estadounidense.
España sufrió rápidas derrotas en Cavite, Manila y Santiago de Cuba. En Filipinas, el independentismo se organizó en la Liga Filipina de José Rizal, ejecutado en 1896. En 1897, el gobierno español intentó negociar, pero la intervención estadounidense inclinó la balanza hacia los independentistas.
España tuvo que enviar 300.000 soldados a la guerra, pero en agosto de 1898 firmó un armisticio que llevó a la Paz de París (diciembre de 1898). España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, y vendió sus pequeñas islas del Pacífico. Cuba se convirtió en un estado independiente, mientras que EE.UU. adquirió los demás territorios.
Tras la guerra, un grupo de soldados españoles resistió once meses en la iglesia de San Luis de Baler, sin creer que la guerra había terminado. Estos fueron conocidos como “los últimos de Filipinas”.
La derrota ante Estados Unidos, vista como una cuestión de honor, simbolizó el declive definitivo de España. Sin embargo, desde el punto de vista económico, la derrota no fue un desastre: España recibió indemnizaciones, repatrió capitales y no perdió sus mercados de inmediato.
Las repercusiones sociales y políticas fueron importantes pero pasajeras. Murieron 50.000 soldados, todos de clases humildes que no podían pagar la redención del servicio militar. Las clases medias, afectadas económicamente, mostraron su descontento.
A nivel político, hubo destituciones en el ejército y desprestigio de los partidos dinásticos, en especial del Partido Liberal en el gobierno. Mientras tanto, las fuerzas opositoras (republicanismo, socialismo y catalanismo) ganaban protagonismo. Sin embargo, no hubo una crisis política profunda tras la derrota.
Entre 1902 y 1912, Maura y Canalejas intentaron aplicar ideas regeneracionistas. Se denunciaba la corrupción del régimen y la falta de reformas, fomentando una política renovadora y descentralizadora.
El desastre de 1898 marcó el inicio de un cambio cultural. El pensamiento regeneracionista defendía acabar con el caciquismo, mejorar la educación y la situación del campo, como promovía Joaquín Costa con su lema “escuela y despensa”.
Los jóvenes intelectuales de la Generación del 98 (Unamuno, Azorín, Maeztu, Baroja, Machado y Valle-Inclán) iniciaron una fuerte crítica al Estado y a la sociedad, tratando de despertar a España de su letargo.
En conclusión, más que una crisis política, el desastre de 1898 fue una crisis moral e ideológica, provocando desencanto y frustración. España dejó de verse como una gran potencia y se asumió como un país secundario.
Las consecuencias inmediatas esenciales fueron:
Los intelectuales de la Generación del 98 vieron la crisis como el final de un largo sueño imperial. España entró en el siglo XX con una visión pesimista y cinco grandes problemas:
El primer problema fue el social, marcado por la desigualdad, la pobreza y el analfabetismo en el campo, lo que unido a la expansión del marxismo y el anarquismo provocó huelgas en Barcelona, Bilbao y Andalucía a partir de 1902.
El segundo problema fue la cuestión religiosa, ya que la Iglesia era vista como un obstáculo para el progreso, lo que llevó a enfrentamientos entre clericales y anticlericales, siendo la Semana Trágica de Barcelona en 1909 un punto álgido y promoviendo reformas como la regulación del matrimonio civil y la limitación de congregaciones religiosas.
El tercer problema fue la crisis política, reflejada en el deterioro del sistema de la Restauración. Entre 1913 y 1923, los partidos dinásticos fracasaron en sus intentos de democratización, lo que favoreció el crecimiento de republicanos, obreristas y nacionalistas.
El cuarto problema fue el militar-colonial. Tras el Desastre del 98, el ejército culpó a los políticos de la derrota, mientras que sectores antimilitaristas lo atacaban. En Cataluña, la Ley de Jurisdicciones de 1906 reforzó el poder militar, y la penetración española en Marruecos desató el desastre del Barranco del Lobo en 1909 y la Semana Trágica. Con el tiempo, la guerra en Marruecos avivó un nacionalismo españolista dentro del ejército.
El quinto problema fue el auge de los nacionalismos, en especial el catalán. Solidaridad Catalana logró en 1907 una gran victoria electoral, debilitando a los partidos dinásticos y promoviendo una alternativa al centralismo estatal.
En definitiva, la crisis del 98 simbolizó la pérdida de identidad nacional y sentó las bases de los conflictos políticos y sociales que desembocarían en la Guerra Civil tras la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República.