Portada » Historia » El Legado de Isabel y Fernando: Unificación, Expansión y Consolidación del Poder Real
En 1480, tras la victoria en la guerra civil (1475-1479), las Cortes de Castilla reunidas en Toledo pidieron a los reyes que “restauraran la justicia y la autoridad real”, de las mismas saldría el programa de gobierno de Isabel y Fernando. Ambos habían contraído matrimonio en 1469, cuando Fernando, rey de Sicilia, aún era el heredero de Juan II de Aragón, e Isabel la discutida heredera de Castilla en virtud de los acuerdos de los Toros de Guisando (1468) firmados por su hermano Enrique IV. El matrimonio abría la posibilidad, apoyada por parte de la clase dirigente de la época en Castilla y Aragón, de la unión dinástica de los dos reinos peninsulares más poderosos, lo que daría lugar a la aparición de la Monarquía Hispánica.
La muerte de Enrique IV, que había roto el acuerdo de los Toros de Guisando, abrió la guerra entre los partidarios de Isabel, proclamada reina en 1474, y los de Juana la Beltraneja, apoyados por Portugal y Francia (1475-1479). Será durante la guerra cuando se ponga de manifiesto la voluntad de transformar la futura unión dinástica en permanente. En 1475 se firmaba la Concordia de Segovia por la que Isabel concedía a Fernando prácticamente los mismos poderes que ella tenía en Castilla. Cuando Fernando heredó la Corona Aragonesa, se arbitrarían medidas similares en el Acuerdo de Calatayud (1481).
En el año 1479, cuando Fernando accedió al trono de Aragón, lo que se abrió fue una incorporación de Castilla al modelo de reinos aragoneses: un rey de varios reinos. Los reinos conservarían sus instituciones y leyes propias pero, como anota Suárez Fernández, bajo una soberanía plural ejercida mancomunadamente por los reyes que se proyectaría en su descendencia. Los reyes buscarían realzar simbólicamente esta realidad: así los documentos serían firmados por el rey y la reina; la heráldica recogería las armas de ambos, empleando un lema: “Tanto monta”. Pero el conjunto resultante distaba de ser equilibrado dado el tamaño, la riqueza y la potencialidad de Castilla, que se convertiría en la base del poder real, lo que abrió un proceso de castellanización de los territorios.
En Toledo, en 1480, se reunieron los representantes de las ciudades, la nobleza y los dignatarios eclesiásticos. Además de jurar al príncipe Juan como heredero, en el transcurso de las sesiones se planteó un auténtico programa de gobierno para Castilla que iría encaminado a reforzar la autoridad real, ya anteriormente puesta de manifiesto, por ejemplo, con la creación de la Santa Hermandad, mediante:
Un programa que supondría la puesta en marcha de un proceso de centralización política y de modernización de la administración.
Los Reyes Católicos (RR. CC.) alumbraron una monarquía autoritaria, ya que no podría ser calificada de absoluta, que prefigura lo que luego sería el modelo polisinodial desarrollado por Carlos I y Felipe II. La Monarquía quedaba situada por encima de los órganos de gobierno de los diversos reinos:
La reforma en el Consejo Real permitió sustituir a la nobleza por secretarios preparados vinculados a la Corona; este Consejo se convirtió en el instrumento del poder de la misma. Utilizaron la figura aragonesa del virrey como representante de los monarcas en los territorios. En el caso de la Justicia, los reyes reorganizaron el sistema de Chancillerías o Audiencias en Castilla, pero en Cataluña y Valencia se mantuvo el modelo propio superponiéndose las Audiencias. Al ser la política exterior algo propio de la monarquía, los reyes desarrollaron el sistema de embajadores, poniendo en pie la diplomacia moderna. En Castilla también se incrementó el poder real en los municipios mediante la figura del corregidor, representante de la autoridad real en la villa.
La idea de reforzar la autoridad real también suponía imponer su criterio a la Iglesia. De Alejandro VI, los Reyes obtuvieron el título de Católicos. Debido a la presión de Francia sobre los Estados Pontificios, el papa, para obtener su apoyo y frenar a los franceses en Italia, les otorgó numerosas regalías, como la capacidad de nombrar obispos. Isabel se había reservado en Castilla la decisión en cuestiones religiosas, lo que le llevó a impulsar la reforma religiosa propuesta por el cardenal Cisneros.
Con la nobleza, los Reyes Católicos practicaron una política de compensaciones. Los nobles aceptaron la autoridad real y una pérdida de peso en su papel político; a cambio de ello, pudieron mantener los cargos en el nuevo ejército y sus privilegios jurisdiccionales, consiguiendo que en las Leyes de Toro (1505) se reconociera el mayorazgo. Aunque conservaron su presencia en las Órdenes Militares, los RR. CC. pasaron a ser los titulares de las de Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa (Fernando fue gran maestre de ellas), lo que supuso un enriquecimiento para la Corona. También dieron privilegios a la poderosa Mesta, pero controlaron la designación de su presidente. En Cataluña también recortaron privilegios nobiliarios mediante la Sentencia Arbitral de Guadalupe que ponía fin al conflicto con los payeses de remensa (1486). Completaría este reforzamiento del poder real la creación del ejército permanente.
En su proyecto, los RR. CC. aspiraban a la incorporación a la Corona de todos los reinos peninsulares; no en vano, eran seguidores del ideal neogótico y de las aspiraciones descritas en El Vergel de Palacio. El primero de sus objetivos fue el Reino de Granada, lo que, además, tenía fundamentos religiosos y aires de cruzada gratos a la reina Isabel, permitiendo sumar a los caballeros aragoneses a la empresa y brindar una compensación a la nobleza castellana.
La Guerra de Granada (1482-1492) se desarrolló en tres fases que permitirían la reducción del reino a la capital, la cual fue asediada con epicentro en la ciudad fundada por los reyes para ello, Santa Fe. Durante la campaña militar, los RR. CC. demostraron su capacidad para usar en los conflictos la guerra y la diplomacia, en un combate en el que predominaron los asedios. Esta contienda fue el arranque de un nuevo modelo de ejército que cristalizaría más tarde en los tercios y la aparición de uno de los militares más prestigiosos de su tiempo: Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. El 2 de enero de 1492, el emir Boabdil entregaba Granada a los RR. CC.
La unidad religiosa fue el instrumento utilizado por los RR. CC. para dar cohesión ideológica a sus reinos. En aras de esa unidad, sin obviar la presión de la Iglesia en tal sentido, y pese a la colaboración que habían mostrado con la causa de los reyes, en marzo de 1492 se decretó la expulsión de los judíos que no se convirtieran al catolicismo, lo que supuso la salida de unas 80.000 personas (unas 50.000 se convirtieron). Constituyó una merma de potencial económico en sectores como el comercio o el artesanado especializado.
Una política similar se iba a seguir con los musulmanes tras la caída de Granada. Inicialmente se garantizó a los mudéjares que conservarían su religión. Siempre se temió que su presencia fuera a ser la base para una nueva invasión. Las rebeliones del Albaicín (1499-1502) y las Alpujarras (1500) pusieron fin a la política de tolerancia. En 1502 se decretó el bautismo o la expulsión. Todos los conversos quedaban así sujetos a la vigilancia de la Inquisición.
La Inquisición, reformada por Sixto IV, sería el instrumento para el mantenimiento de la unidad religiosa, evitar la herejía y la brujería, y vigilar a los conversos. En 1483 se nombraría primer Inquisidor General para ambos reinos a fray Tomás de Torquemada. Se convirtió progresivamente en un instrumento de la Corona.
La política exterior formaba parte de las decisiones exclusivas de los reyes. Además de apoyar los intereses aragoneses en el Mediterráneo, lo que implicaba el enfrentamiento con Francia, el objetivo de los RR. CC. fue crear una sólida red de alianzas afianzada mediante una trascendente política matrimonial que aislaría a Francia y atraería a Portugal. Política que se complementaría con la necesidad de afianzar la presencia en el norte de África para evitar nuevas invasiones y los ataques de los piratas berberiscos (conquista de Melilla y Mazalquivir; más tarde, Cisneros como regente ocuparía Orán, Bugía, Argel y Trípoli).
El descubrimiento de América realizado por Cristóbal Colón (el 12 de octubre de 1492 llegaban a Guanahani, una isla de las Bahamas, sus tres navíos: la Pinta, la Niña y la Santa María), cuyas tierras se incorporarían a la Corona de Castilla, abrió el camino a la creación del imperio atlántico. Esto supuso la disputa con Portugal y la renegociación del Tratado de Alcáçovas con la firma del Tratado de Tordesillas (1494). En su testamento, Isabel I consideró a los indígenas como súbditos y pidió su protección, lo que abrió la preparación de las Leyes de Burgos (1512).
El enfrentamiento militar con Francia se produjo en Italia, donde el Gran Capitán derrotó finalmente a los franceses en Ceriñola y Garellano (1503), por lo que Nápoles pasó a formar parte de la Corona de Aragón.