Portada » Arte » El Legado Artístico de Leonardo da Vinci: Obras Maestras del Renacimiento
Nació a mediados del siglo XV en Vinci, cerca de Florencia. Fue pintor, arquitecto, ingeniero, biólogo, músico y escritor. Como artista, le interesó sobremanera conocer el cuerpo humano, tanto en su contextura interna, de lo que son buena muestra sus dibujos de anatomía.
Su interés por el movimiento le llevó a preocuparse por el arte de enlazar unas figuras con otras, tanto formal como espiritualmente. Paralelo a este interés por el movimiento, es el que sentía por la luz y la sombra. El tránsito suave de una a la otra fue una de sus principales preocupaciones, dando lugar al típico sfumato.
Fue un gran teórico que nos dejó expuestas sus doctrinas en su Tratado de la Pintura.
Es su primera gran obra milanesa. En ella, las figuras de la Virgen, Jesús, San Juan y el ángel se inscriben en un triángulo, conformando una composición piramidal.
Utiliza como recurso la técnica del sfumato, es decir, la sustitución del dibujo lineal de los pintores del siglo XV por el modelado vaporoso. En este cuadro nos habla de la belleza ideal. El tema es San Juan niño, adorando a Jesús, que está situado en el centro.
Fue pintada entre 1495 y 1498 en el Refectorio del Convento dominico de Santa María de las Gracias, en Milán. La técnica utilizada es óleo y temple. Leonardo trató de inventar un sistema que le permitiera pintar al temple en la pared. El resultado fue poco afortunado, y la majestad y belleza del tiempo en que la realizó se ha desvanecido casi por completo.
Leonardo, siguiendo las leyes de la perspectiva lineal, agranda ópticamente el muro frontal del refectorio con un cenáculo (comedor) fingido. El recurso utilizado consiste en hacer converger las líneas de fuga hacia las tres ventanas abiertas a las espaldas de Cristo, lo que confiere profundidad y luz natural a la estancia. La posición de los discípulos detrás de la mesa, agrupándose en tríos, es novedosa. Hasta entonces, solía situarse a Judas aislado frente al resto de los comensales.
La escena recoge el momento en que Jesús comunica a sus discípulos que uno de ellos le va a traicionar y entregar. El artista tiene que plasmar dos aspectos: el hombre físico y los movimientos del alma. Solo uno comprenderá las palabras de Cristo: Judas, que se siente descubierto y exterioriza la conciencia del peligro, estrujando con inquietud la bolsa de monedas.
Composición: Sencilla: una mujer sentada en una silla de brazos, con el cuerpo vuelto a un lado y mirando al espectador, quien dirige inevitablemente su mirada hacia el enigmático rostro de la mujer y, en segunda instancia, hacia sus manos entrelazadas.
Lo que más llama la atención es su enigmática mirada y su no menos misteriosa sonrisa, fruto de una elaboración de varias capas o veladuras casi transparentes que producen efectos de luz y sombra muy idealizados y casi mágicos. El paisaje del fondo, con dos partes que no coinciden, aumenta aún más el sentido misterioso de la obra.
Este óleo es el retrato más célebre de su carrera y, probablemente, de la pintura universal. Representa a una florentina que, tras casarse en 1495 con Francesco del Giocondo, fue conocida como La Gioconda. Otros piensan que la modelo es la española Constanza de Ávalos, y otros, que una joven florentina de la que estaba enamorado Juan de Médicis.
Leonardo se sintió tan seducido por esta imagen que siempre la llevó consigo y la cubrió con una ancha pátina protectora.
Sobre un paisaje de atmósfera vaporosa, siluetea una figura que luego difumina, otorgándole una expresión enigmática. Presenta un sfumato de gran refinamiento, que le confiere ese aire de misterio.
Generalmente se considera que fue un encargo para el retablo de la Basílica della Santissima Annunziata en Florencia. El tema es Santa Ana, la Virgen y el Niño. Realizó esta pintura en los últimos años de su vida. Quizá, por estar pintada dentro de la época en la que Da Vinci se dedicaba a La Gioconda, existe ese gran parecido entre el rostro de Mona Lisa y Santa Ana. Las exigencias que planteaban esos otros intereses hicieron que la pintura quedase incompleta, siendo la figura del cordero atribuida a otro pintor.
Composición: En la composición se delata un incipiente Manierismo. Lo que hace inusual a esta pintura es que hay dos figuras colocadas de forma oblicua, superpuestas: María y Santa Ana.
La escena se desarrolla en un paisaje atemporal rocoso, como ocurre en La Virgen de las Rocas. Los picos montañosos parecen evaporarse en una atmósfera azulada que inunda toda la composición.
La luz proviene de una fuente indeterminada. Las pinceladas son ligeras, en el típico sfumato leonardesco, mediante una técnica de veladuras sucesivas que crean un efecto neblinoso. La defectuosa conservación ha aplanado el color en los mantos de la Virgen y de Santa Ana.
Iconografía: La representación de este grupo de figuras proviene del culto a Santa Ana, nacido en la Edad Media. Las narraciones sobre Santa Ana se incluyeron en la Leyenda Dorada.