Portada » Psicología y Sociología » El Conflicto Inevitable: Ser Humano, Cultura y la Búsqueda de Felicidad
La insatisfacción del ser humano en la cultura: Esta controla sus impulsos eróticos y agresivos, especialmente estos últimos, dado que el ser humano posee una agresividad innata capaz de desintegrar la sociedad.
El ser humano busca el placer y evita el displacer, aspiraciones irrealizables en su plenitud. Por ello, rebaja sus pretensiones de felicidad. Otras posibilidades exploradas incluyen el hedonismo y el estoicismo.
La cultura se define como la suma de producciones que nos diferencian de los animales. Sus funciones principales son:
Restringe la sexualidad y anula su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo. Busca sustraer la energía del amor entre dos individuos, derivándola hacia lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla (‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’).
En la regulación de las relaciones sociales, el ser humano transita del poderío de una sola voluntad tirana al poder de la comunidad. Para ello, todos deben sacrificar parte de sus instintos, los cuales son restringidos por la cultura.
Existe una analogía entre el proceso cultural y la evolución libidinal: Los instintos pueden sublimarse (ej. el arte), consumirse para procurar placer (ej. el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o frustrarse (lo que provoca hostilidad hacia la cultura).
La cultura controla la agresividad internalizándola bajo la forma del Superyó y dirigiéndola contra el Yo, el cual puede tornarse masoquista o autodestructivo.
En el ser humano existe un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo. Por este solo hecho, el ser humano es un ser religioso, más allá de si cree o no en un credo específico.
Captamos nuestro Yo como algo definido y demarcado del exterior; su límite interno se continúa con el Ello. El lactante no posee tal demarcación.
El Yo empieza a demarcarse del exterior como ‘Yo-placiente’, diferenciándose del objeto displacentero que quedará ‘fuera’ de él.
El Yo: Originalmente lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el Yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de unidad con el universo antes mencionado.
La religión: Busca responder al sentido de la vida, basándose en aquel sentimiento oceánico de eternidad. Impone un camino único para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Sin embargo, reduce el valor de la vida, deforma el mundo real, reduce la inteligencia, infantiliza al sujeto y produce delirios colectivos. Además, tampoco logra eliminar totalmente el sufrimiento.
La vida, percibida como una carga, ofrece tres posibles soluciones para el sufrimiento:
La sublimación: Consiste en reorientar los fines instintivos para eludir las frustraciones del mundo exterior, a través de actividades artísticas o científicas que alejan al sujeto de la realidad inmediata.
Procedimientos para conquistar la felicidad o alejar el sufrimiento: Ninguno resulta 100% efectivo.
Las fuentes del sufrimiento humano son:
La hostilidad en el sentimiento humano: Surge porque las relaciones sociales (la sociedad) no procuran satisfacción o bienestar plenos.
Factores que originan la cultura:
El ser humano primitivo: Para sobrevivir, debe organizarse con otros. La familia primitiva evoluciona hacia una alianza fraternal, estableciendo un orden social impuesto por restricciones (tabúes).
La restricción social: Desvía el impulso sexual hacia otro fin (un impulso coartado en su objetivo), generando una especie de amor hacia toda la humanidad, lo cual, sin embargo, no anula totalmente la satisfacción sexual directa.
El conflicto entre el amor y la cultura: El amor se opone a los intereses de la cultura, y esta lo amenaza con restricciones.
La familia: Defiende el amor. La mujer entra en conflicto con el hombre, ya que este, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre.
Las tendencias agresivas y el amor sexual: Son restringidas por la cultura, lo que explica la dificultad para encontrar la felicidad en las relaciones sociales.
Los instintos: Se distinguen los de vida (Eros) y los de agresión o muerte. No están aislados, sino que pueden complementarse: la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, preservando así su vida.
La libido: Es la energía del Eros. Sin embargo, más que la libido, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura.
Las agresiones mutuas: Ponen en peligro a la sociedad, unida por necesidades de supervivencia y lazos libidinales.
La agresividad: La sociedad la canaliza contra el propio sujeto, generando en él un Superyó o conciencia moral, que es la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo.
La autoridad internalizada: El Superyó tortura al Yo ‘pecaminoso’, generándole angustia. La conciencia moral actúa de forma especialmente severa cuando algo sale mal (momento en el que se realiza un examen de conciencia).
Los orígenes del sentimiento de culpabilidad: El miedo a la autoridad y el miedo al Superyó. Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, con la diferencia de que al segundo no es posible eludirlo.
La conciencia moral se crea mediante el sentimiento de culpa, exigiendo nuevas renuncias instintivas.
La cultura negativa: La pérdida de felicidad se debe al aumento del sentimiento de culpabilidad.
El sentimiento de culpabilidad: Se caracteriza por la severidad del Superyó, la percepción de esta severidad por parte del Yo y la vigilancia constante.
La necesidad de castigo: Se manifiesta como masoquismo sobre el Yo bajo la influencia del Superyó.
La génesis del sentimiento culposo: Surge de las tendencias agresivas generadas al impedir la satisfacción erótica; la agresión se manifiesta hacia quien prohíbe.
El destino de la civilización: Depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.