Portada » Economía » Dinámica y Estructura del Sistema Agroalimentario Español
El sistema agroalimentario es el conjunto de actividades que concurren en la formación y distribución de productos agroalimentarios para satisfacer la función alimenticia de una sociedad determinada. Es un concepto que nos ayuda a entender las relaciones económico-productivas en las que existen relaciones de poder, competencia y dominio, y que, en definitiva, nos permiten comprender en cada caso (producción, transformación y comercialización) el qué, quién y cómo. Una definición más completa es que es el conjunto de relaciones socioeconómicas que inciden en los procesos de producción primaria, de transformación agroindustrial, de acopio, de distribución, de comercialización y consumo de los productos agroalimentarios. Hablamos entonces de flujo de valor, de energía y de agentes que desempeñan labores determinadas.
El flujo de valor es un concepto que nos ayuda a entender la generación y aportación de valores añadidos en cada una de las actividades, así como la apropiación y reparto de los riesgos, costes y ganancias que se generan con esos bienes y, en definitiva, en esos territorios, sectores, etc. Finalmente, este concepto describe una red interdependiente de actores (empresas, instituciones financieras, etc.) que se localiza en un espacio geográfico dado y que participa directa o indirectamente en la creación del flujo de bienes y servicios orientado a satisfacer necesidades alimentarias y a la ganancia del capital. Las fases del sistema económico en las que estos agentes intervienen son:
En el sector primario encontramos grandes propietarios nacionales, internacionales (estos incluso en manos de fondos de inversión), transnacionales, pequeñas y medianas empresas y pequeños agricultores. Por tanto, es un sector muy diverso que se caracteriza por un fuerte envejecimiento de la población agraria y una creciente despoblación de los espacios rurales donde miles de agricultores abandonan la actividad agropecuaria. Sin embargo, llegan nuevas empresas como grandes inversores, a veces con capitales ajenos a la agricultura, que buscan rendimientos económicos porque encuentran formas de rentabilidad en el campo y, entre otras fórmulas, aparte de la gran extensión y producción en masa, obtienen pequeños márgenes en grandes cantidades.
Aquí se encuentran los químicos y las semillas. La agricultura española está entre las más altas de Europa en el uso de estos inputs porque tienen más necesidad de ellos. A nivel mundial existen 4 grandes empresas que venden semillas y productos químicos, es decir, un oligopolio, que controla el 60% del mercado de las semillas y el 70% del mercado de los agroquímicos (ej. Bayer). Ejercen como oligopolios de oferta hacia el propio sector primario, por lo que condicionan precios de venta e influyen en los costes que tiene que asumir el sector primario.
Es el primer sector industrial de España, la industria más importante que supone en torno al 20% de nuestro sector industrial. La industria española es el sexto exportador mundial y atrae mucha inversión/capital extranjera. Ejemplos: Nestlé, Grupo Pescanova.
Las grandes distribuidoras comerciales son los mayores protagonistas que conforman un oligopolio hacia sus proveedores de demanda y hacia los consumidores de oferta, por lo que son muy competitivos entre ellos.
Encontramos el sector de la hostelería: catering, hoteles, restauración, etc. Se caracteriza por ser muy diverso con unas características determinadas. Existen dos tipos de hostelería: las desorganizadas como los bares de barrio, bares familiares, etc.; y las organizadas como franquicias y cadenas de bares y restaurantes.
Se ha pasado del consumidor de antaño que se bastaba con cubrir sus necesidades básicas, a un consumo ahora más segmentado por renta, por edades, por nivel cultural, etc. Por tanto, hay consumidores con un alto y bajo poder adquisitivo, con poco tiempo, con conciencia ecológica, etc. Es por ello que se busca satisfacer las necesidades de estos consumidores muy variados. Para el consumidor, la proporción del agricultor en la parte final es casi residual y, sin embargo, sin agricultura no comemos.
En la década de los 50 (sobre todo a finales), España intensificó su proceso industrializador (básicamente en las ciudades), lo que llevó a un notable proceso migratorio del campo a las ciudades buscando mejores condiciones de vida y el crecimiento de las rentas, de tal forma que desde 1950 hasta 1970 los españoles que vivían en las ciudades habían aumentado un 30%. Durante este periodo se inicia la Revolución Verde, que se caracterizó por el uso de inputs químicos, la mecanización agraria y la pérdida del atributo ecológico de la producción agraria. Todo esto impulsó un incremento en la producción, de los rendimientos agrícolas, la introducción de nuevos cultivos, etc.
Por otro lado, a principios de la década, se intensificó el proceso ganadero, sobre todo avícola y porcino, donde entraron materias primas y tecnología para implantar en España el complejo pienso-ganadero estadounidense. Para ello, con la cooperación con EE. UU., se facilitó la importación de soja y maíz, asentando la industria molturadora. Esto dotaba del pienso necesario para la alimentación y, de este modo, el desarrollo del sector avícola y porcino, lo cual disminuyó la preferencia por el trigo favoreciendo los cultivos de maíz, cebada y girasol en rotaciones. Esto resultó fundamental para la producción de carne. Por tanto, todo esto llevó a un cambio en el modelo alimentario donde hay una dieta más diversa, mayor consumo calórico y mayor peso de los alimentos ricos en proteínas animales, cambios en la esfera productiva, en la oferta y demanda de productos alimentarios con nuevas posibilidades de compra, y por tanto cambios en el consumo.
En los años 60, múltiples factores incidieron en los hábitos de consumo de la población, como son:
En definitiva, en esta etapa se culminó la transición nutricional y se convergió al modelo alimentario de países desarrollados, pero se empezaron a implantar hábitos alimenticios que acabarían con el tiempo incidiendo en la salud.
A principios de los 70, se constata el final de la etapa fordista y se da paso a la crisis de los 70, donde hubo desequilibrios macroeconómicos, fuerte competencia en los mercados, obsolescencia industrial, un consumo en masa que empieza a mostrar cierta saturación, un bajo presupuesto familiar dedicado a la alimentación y un aumento de los costes de producción y transporte debido a los precios del petróleo. Esto hizo que se ralentizaran los ritmos de acumulación y crecimiento.
Debido a todo esto, en los años 80, el Estado y las empresas implementaron una serie de estrategias para recuperar los anteriores niveles de rentabilidad a través de la minoración de costes. El punto de inflexión en el modelo de acumulación capitalista hizo que el Estado adoptara un nuevo papel, poniendo fin al estado social-keynesiano y dando lugar al estado mercantilizador, con la desregulación, liberalización y apertura de mercados, favoreciendo así los movimientos de capital y la actividad de las grandes multinacionales.
Además, se da un nuevo papel de organización productiva con la flexibilización, deslocalización, externalización y la diferenciación de productos con modelos más flexibles de las cadenas de producción para responder a una demanda de productos cada vez más segmentada e individualizada. Es por ello que los segmentos de mercados se empiezan a conformar según los niveles de rentas y empiezan a aumentar las gamas de productos donde la que gana es la distribución de comercialización moderna, y ahí entra el capital transnacional porque obtiene importantes ganancias con estos modelos de venta que inciden, en definitiva, en nuestro modelo de consumo.
En la actualidad, la sociedad de consumo está marcada por un modelo alimentario que genera un conflicto entre la salud, el negocio y la sostenibilidad. Este modelo se caracteriza por una oferta desmesurada de alimentos, que muchas veces supera la demanda real, impulsando el consumo excesivo. Además, la demanda está fuertemente influenciada por la publicidad y estrategias de marketing, que incitan a los consumidores a comprar productos que, en muchas ocasiones, no necesitan o que no son saludables. Este sistema también promueve una oferta y demanda de productos poco saludables, tales como comidas ultra procesadas y bebidas azucaradas, los cuales tienen un impacto negativo en la salud pública. Los modelos de producción y consumo que refuerzan este sistema son:
Las empresas agroalimentarias transnacionales y las grandes cadenas de distribución expanden su influencia a nivel global, promoviendo productos procesados y bebidas azucaradas en cada vez más países. A través de estrategias de venta como publicidad, descuentos y promociones, estas empresas logran que los consumidores compren más de lo necesario, beneficiándose económicamente a expensas de la salud.
La cadena de valor permite analizar todas las actividades que añaden valor a un producto (diseño, producción, distribución…), con el fin de detectar eslabones donde reducir costes o aumentar el valor para ganar ventaja competitiva. Cada eslabón representa una actividad que incorpora valor al producto final que llega al consumidor. Las actividades productivas vinculadas a un producto y sus respectivos agentes definen sus propios costes, márgenes y precios, desde el origen hasta el destino final. Al interactuar estas cadenas de valor entre sí, se forma el llamado Sistema de Valor o Cadena Global de Valor Agroalimentaria.
En este sistema, el precio al que vende un eslabón se convierte en el coste del siguiente. Las empresas compiten o cooperan dentro de cada etapa para ganar eficiencia o rentabilidad. Si un eslabón busca aumentar su margen, suele presionar a la baja el precio del eslabón anterior, como ocurre frecuentemente con los productores. El sistema agroalimentario es especialmente complejo: tiene escasa transparencia, hay muchos agentes y canales intermedios, se producen abusos de posición dominante (poder de mercado), el producto es estratégico y perecedero, y existen procesos complejos, incertidumbre en las cosechas y elementos difíciles de cuantificar. La competencia no solo existe entre empresas de un mismo eslabón, sino también entre empresas de diferentes eslabones y entre cadenas alimentarias globales alternativas.
Según Porter, en este sistema de valor influyen cinco fuerzas competitivas clave:
¿Cómo y quiénes fijan los precios en cada fase de producción? Cuando hay capacidad para fijar precios, se parte del coste por litro y se añade el margen deseado. Si no la hay, el precio viene impuesto, se restan los costes y se obtiene el margen real por litro.
Las relaciones entre los operadores de la cadena se caracterizan por una fuerte asimetría en el poder de negociación, sostenida en:
Entre estas prácticas abusivas, destacan:
En conclusión, en las relaciones entre operadores aparecen prácticas comerciales desleales, que se apartan de una buena conducta comercial.
Es la puesta en valor de productos con fuerte arraigo al territorio donde existen unas características ambientales (clima, suelo, ecosistemas, etc.) que interactúan con el factor humano y su acción colectiva (técnicas locales, cultura, etc.). La construcción de la calidad radica en una combinación adecuada entre la tradición de usos, los manejos y saberes locales, y la innovación y requerimientos tecnológicos. El territorio es considerado como un recurso y no un soporte, de tal modo que el territorio es considerado como un activo, un atributo específico del producto. Por otra parte, el nombre geográfico se convierte en un instrumento que transmite la información de calidad del producto. Ejemplos: Pulpo gallego, langostino de Sanlúcar, vino de Jerez, espárrago de Navarra.
La distinción (marca) asociada al territorio es importante para los productores, impidiendo imitaciones; para los consumidores, que puedan identificarlos; y para el propio territorio, conservando el patrimonio gastronómico. La calidad asociada al territorio trae consigo una serie de estrategias: