Portada » Ciencias sociales » Dimensiones Clave de la Formación y la Práctica Educativa
Para que una acción sea considerada educativa, debe cumplir con los siguientes requisitos:
Los cuatro criterios fundamentales para garantizar la calidad y equidad en la educación son:
La competencia digital en el ámbito docente abarca diversas áreas esenciales:
Un docente eficaz y ejemplar posee un conjunto de cualidades personales y profesionales:
Aunque a menudo se confunden, autoridad y poder son conceptos distintos:
La formación docente es un proceso multifacético que abarca diversas dimensiones:
La reflexión es una herramienta esencial para el desarrollo profesional docente, manifestándose en diferentes momentos:
John Dewey propuso un enfoque metodológico basado en la experiencia y la resolución de problemas:
Estos términos, aunque relacionados, poseen significados específicos:
Un acto libre es considerado bueno cuando facilita y contribuye a que el sujeto pueda alcanzar la auténtica felicidad, entendida no como un sentimiento pasajero, sino como un estado de plenitud. Por el contrario, es malo aquello que constituye un obstáculo para alcanzar esa excelencia, incluso si supone una ventaja material. Por ello, se crean los principios y sistemas éticos, así como los códigos deontológicos, para ayudar a decidir qué es bueno y conveniente.
El quehacer educativo es el conjunto de actividades o procesos planificados e intencionales que transmiten los elementos más valiosos que se han ido cultivando en el seno de una determinada comunidad. Educar implica las actuaciones mediante las cuales una persona hace posible el aprendizaje de otra. No todos los aprendizajes son educativos; son educativos aquellos que facilitan el acceso a otros aprendizajes de cara a la mejora personal del individuo. La educación es una actividad de carácter ético que emplea un lenguaje evaluativo, haciendo referencia a lo que se considera mejor para ayudar a vivir una existencia humana digna.
Un código deontológico para la investigación se rige por principios esenciales para asegurar la ética y la integridad:
El derecho a la educación se refiere no solo al cuidado físico, la nutrición adecuada y la debida atención emocional, sino también al derecho al descanso, al ocio y al juego. No es posible dejar al margen el derecho al juego como vehículo de aprendizaje, ya que promueve la creatividad, la imaginación y la confianza en uno mismo y en la propia capacidad, así como la fuerza y aptitudes físicas, sociales, cognitivas y emocionales. Además, el juego es un impulso espontáneo hacia el desarrollo, por lo que es esencial para la salud y el bienestar; es un vehículo y un recurso fundamental para la educación que permite experimentar y aprender desde la práctica.
Una comunidad moral existe cuando sus miembros se comprometen en un proyecto común, edificando los elementos materiales, los vínculos y los compromisos asumidos libremente. La idea de la escuela como comunidad moral plantea dos cuestiones clave para conducir con éxito el proceso educativo. En primer lugar, la inmaterialidad, ya que la comunidad se funda en un proyecto educativo con convicciones y valores compartidos, que pueden aparecer recogidos de forma clara y sintética, y con los que todos los miembros se comprometen. En segundo lugar, la comunidad representa seguridad; son espacios seguros que protegen a quienes desarrollan allí sus labores, sirviendo como un intermedio entre la familia, la sociedad y el Estado. La escuela es una comunidad organizada para que pueda lograr ser el bien interno de la educación. Es necesario que los centros, tanto públicos como privados, estén presididos por un proyecto o ideario educativo para generar el ethos particular que da cohesión y genera el clima y la cultura escolar en el centro.
El siglo XX es considerado el siglo del niño. El primer antecedente de la Convención sobre los Derechos del Niño lo constituye la conocida Declaración de Ginebra, formulada tras la Primera Guerra Mundial, aunque no se hizo efectiva hasta que fue aprobada por la Sociedad de Naciones en 1924. Eglantyne Jebb, fundadora de Save the Children, fue quien escribió el texto original para proteger a los niños afectados por la guerra. La declaración recogía las mayores preocupaciones de la sociedad en relación con la infancia. En 1959, se proclamó una nueva Declaración de los Derechos del Niño, y la comunidad internacional proclamó el año 1970 como Año Internacional del Niño. El momento culminante de este proceso a favor de la infancia lo constituye la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño por la Asamblea General de Naciones Unidas en el año 1989; este es el tratado más completo que jamás haya existido en la materia. Para su supervisión, se creó el Comité de los Derechos del Niño, formado por 18 expertos independientes, elegidos por un período de cuatro años.