Portada » Historia » Conceptos Fundamentales de la Historia Económica: De las Burbujas Especulativas a la Empresa Moderna
Durante los siglos XVII y XVIII, en el contexto del capitalismo mercantil y el surgimiento de las compañías por acciones, se produjeron las primeras grandes burbujas financieras o bubbles.
Una bubble es un fenómeno económico caracterizado por el aumento desmesurado y artificial del valor de las acciones o bienes, motivado por la especulación y la confianza excesiva de los inversores. Este crecimiento irreal termina por colapsar cuando los precios dejan de corresponderse con el valor real de los activos, provocando la ruina de los inversores y crisis financieras.
Un ejemplo emblemático fue la Burbuja de los Mares del Sur (1711-1720) en Inglaterra, cuando la South Sea Company prometió enormes beneficios del comercio colonial, generando una euforia especulativa que acabó en quiebra generalizada.
En resumen, las bubbles reflejan los primeros riesgos del capitalismo financiero moderno y el paso de una economía comercial a una economía basada en la inversión y la especulación bursátil.
La carta de aprendizaje fue un elemento clave del sistema gremial preindustrial, vigente entre los siglos XVI y XVIII, antes del surgimiento de la fábrica moderna.
Se trataba de un contrato formal entre un maestro artesano y un aprendiz, mediante el cual el joven se comprometía a trabajar durante un periodo determinado (normalmente varios años) a cambio de recibir formación profesional, manutención y alojamiento.
El aprendiz vivía con el maestro, seguía una estricta disciplina y aprendía progresivamente todas las fases del oficio hasta convertirse en oficial o maestro. Estas cartas reflejan la organización jerárquica y cerrada de los gremios, donde el conocimiento se transmitía de forma personalizada y controlada.
Su importancia radica en que representaban la forma tradicional de transmisión del saber técnico antes de la educación industrial moderna y del trabajo asalariado en fábricas.
Las Trade Associations surgieron durante el siglo XIX, especialmente con la Primera Revolución Industrial, como respuesta a la competencia creciente y a la expansión de los mercados nacionales e internacionales.
Son organizaciones formadas por empresarios o comerciantes de un mismo sector con el objetivo de coordinar esfuerzos, defender intereses comunes, regular precios, fijar estándares de calidad y representar al sector ante el Estado o la opinión pública.
Estas asociaciones, junto con las trade unions (sindicatos obreros), reflejan la nueva estructura social de la industrialización, donde tanto empresarios como trabajadores comienzan a organizarse colectivamente.
En términos históricos, las Trade Associations simbolizan la maduración del capitalismo industrial y la aparición de una conciencia de grupo empresarial frente a la intervención estatal o la competencia extranjera.
La empresa de venta por correo fue una innovación comercial característica de la Segunda Revolución Industrial (finales del siglo XIX y primeras décadas del XX), especialmente desarrollada en Estados Unidos.
Aprovechando la expansión del ferrocarril, el servicio postal y los catálogos ilustrados, estas empresas permitían que los consumidores de zonas rurales o alejadas compraran productos sin desplazarse a las ciudades.
El cliente elegía los artículos de un catálogo, enviaba su pedido por carta y recibía los productos directamente en su domicilio. Modelos pioneros fueron las compañías Sears, Roebuck & Co. o Montgomery Ward, que ofrecían desde ropa hasta maquinaria agrícola.
Este sistema representa el inicio del consumo de masas, la integración del mercado nacional y la modernización del comercio minorista, anticipando formas actuales de venta a distancia como el comercio electrónico.
Henry Ford fue uno de los principales representantes de la empresa moderna de la Segunda Revolución Industrial, y su compañía, la Ford Motor Company, es el ejemplo más famoso del sistema de producción en masa o fordismo.
Ford utilizó una estructura multifuncional, organizada en grandes departamentos (producción, ventas, finanzas, etc.) para aprovechar las economías de escala. Esta estructura estaba centrada en la producción en masa de un único producto (el Modelo T), organizada por funciones (producción, ventas, contabilidad…). Su objetivo era aprovechar las economías de escala y de rapidez, reduciendo costes y aumentando la productividad.
La estructura multidivisional, en cambio, se desarrolló después, hacia los años 1920-30, por empresas más diversificadas (como General Motors o DuPont), que producían distintos productos y necesitaban dividirse en divisiones autónomas.
Por tanto, Ford simboliza el origen de la empresa moderna estandarizada y centralizada, mientras que la estructura multidivisional representa su evolución posterior hacia una gestión más compleja y diversificada. Ford impulsó el paso del taller artesanal a la fábrica moderna, siendo un antecedente directo de las grandes corporaciones que más tarde adoptaron estructuras multidivisionales.
Durante la época preindustrial —desde finales del siglo XV hasta el siglo XVIII— el poder político desempeñó un papel decisivo en el desarrollo y limitación de la actividad empresarial, porque el sistema económico aún estaba profundamente ligado al Antiguo Régimen, donde predominaba el feudalismo y la monarquía absoluta.
Los reyes gobernaban “por derecho divino” y controlaban los recursos, los impuestos y los privilegios económicos. El poder político se ejercía de forma piramidal, delegando privilegios a nobles, clérigos o corporaciones a cambio de lealtad.
Esto significaba que la actividad empresarial no era libre, sino que dependía de la concesión o autorización del monarca. Por ejemplo, los reyes otorgaban monopolios comerciales o cartas de privilegio a ciertas compañías, como la Compañía Inglesa de las Indias Orientales (1600) o la Compañía Holandesa (1602). Estas empresas tenían permiso exclusivo para comerciar con determinadas zonas del mundo y actuaban casi como instrumentos de expansión política y militar de sus respectivos estados.
El pensamiento económico dominante era el mercantilismo, que consideraba que la riqueza de un país dependía de la cantidad de metales preciosos (oro y plata) que acumulaba.
Por ello, el Estado intervenía activamente en la economía para favorecer las exportaciones, limitar las importaciones y fortalecer las manufacturas nacionales. Esto llevó a la creación de Fábricas Reales, talleres impulsados por el gobierno para producir bienes de lujo o estratégicos (armas, tejidos, porcelanas), y al fomento del comercio marítimo mediante flotas protegidas.
El mercantilismo, en definitiva, unió los intereses del Estado y del capital mercantil: los monarcas financiaban expediciones, construían puertos y concedían privilegios a empresarios a cambio de tributos y apoyo político.
La falta de un mercado libre significaba que muchos empresarios dependían directamente de los privilegios reales o de la protección política para prosperar. Esto frenaba la competencia y favorecía los monopolios, las concesiones y las redes clientelares.
La movilidad social era muy limitada: solo los grupos con apoyo político o capital podían acceder a los grandes negocios. En este contexto, el empresario era visto como un “aventurero” o “hombre fuerte”, alguien que asumía riesgos en nombre del rey (por ejemplo, corsarios o arrendadores de impuestos).
A medida que avanzan los siglos XVI y XVII, las monarquías absolutas fortalecen los Estados nacionales y promueven cierta seguridad jurídica, lo que reduce la violencia y la arbitrariedad feudal.
Esto favorece lentamente la actividad comercial: se crean bancos públicos, se amplía el uso del crédito y la letra de cambio, y se promueven infraestructuras como puertos y caminos. El poder político, aunque autoritario, contribuye indirectamente al nacimiento del capitalismo mercantil, base de la futura industrialización.
En la época preindustrial, el poder político controlaba, condicionaba y al mismo tiempo impulsaba la actividad empresarial. Bajo el mercantilismo, el Estado fue protector y protagonista de la economía: fomentó el comercio, las manufacturas y las compañías coloniales, pero limitó la libertad económica mediante privilegios, monopolios y control directo. Solo tras la crisis del Antiguo Régimen y las reformas liberales del siglo XIX se consolidará la libertad de empresa y el capitalismo moderno.
