Portada » Lengua y literatura » La Generación del 27 y la Poesía Esencial del Siglo XX: Claves Estéticas y Evolución
La Generación del 27 fue un grupo de escritores, principalmente poetas, que surgió en España alrededor de 1927 con motivo del homenaje a Luis de Góngora. Sus miembros compartían unas características comunes que definieron su estética.
En conjunto, la Generación del 27 representa una síntesis original entre innovación y tradición que marcó profundamente la literatura española del siglo XX.
La evolución de la Generación del 27 puede dividirse en varias etapas:
En La destrucción o el amor, obra clave del surrealismo español, Aleixandre desarrolla una concepción del amor como fuerza cósmica que trasciende lo humano. La estrofa final del poema “Se querían” es fundamental para comprender esa visión expansiva.
La larga enumeración de elementos naturales, sensoriales y materiales (“día, noche, ponientes, madrugadas… mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal”) no pretende describir un escenario concreto, sino expresar que el amor vivido por la pareja lo abarca todo, que se extiende sin límite por cada rincón del mundo y del tiempo. Este procedimiento estilístico, característico del surrealismo, intensifica la sensación de totalidad mediante la acumulación ininterrumpida de sustantivos que evocan luz, movimiento, materia y silencio, de modo que el sentimiento amoroso se convierte en un espacio universal, sin fronteras. Además, la enumeración funciona como una especie de catálogo simbólico de esa unión absoluta que, según Aleixandre, implica tanto plenitud como anulación de los límites individuales. Por eso, el cierre con “Se querían, sabedlo” adquiere un valor de proclamación definitiva: todo lo enumerado no es descripción, sino prueba de que el amor, como energía esencial, lo impregna y transforma todo.
En La destrucción o el amor, Aleixandre representa el amor como una fuerza cósmica que fusiona a los amantes con el mundo, y por ello la presencia de imágenes naturales es esencial para expresar la intensidad irracional y absoluta del sentimiento. A lo largo del poema, la naturaleza no funciona como un simple decorado, sino como una prolongación simbólica del cuerpo y del deseo: las flores, la luna, los valles o el mar aparecen como realidades vivas que participan del acto amoroso, convirtiendo la experiencia en algo total y orgánico. Estas imágenes permiten que el amor trascienda lo humano y se manifieste como energía universal, capaz de abarcar tiempos y espacios (“día, noche, ponientes, madrugadas”). Además, la naturaleza se asocia tanto a la dulzura (playa, luz, agua) como al dolor (espinas, piedras duras), lo que subraya la doble dimensión del amor según Aleixandre: creador y destructivo a la vez. De esta manera, el poeta eleva una relación íntima a la categoría de fenómeno cósmico, en el que los amantes se confunden con la naturaleza misma, reafirmando así la idea central del libro: el amor como fuerza irracional.
En Poemas humanos, Vallejo profundiza en una poesía desgarrada y existencial. El uso de la tercera persona en este soneto resulta decisivo para expresar la fractura interior del yo poético. Cuando el poeta afirma “César Vallejo ha muerto”, se desdobla en observador y observado, como si pudiera contemplar su propio final desde fuera, lo que crea una distancia que intensifica la sensación de fatalidad. Este distanciamiento no es un ejercicio narcisista, sino un recurso dramático: la tercera persona transforma la vivencia íntima en una especie de escena objetiva, casi testimonial, donde el poeta aparece como víctima de un destino violento e injusto. Además, al verse desde fuera, Vallejo convierte su sufrimiento individual en símbolo universal del ser humano golpeado por la vida. La despersonalización, por tanto, acentúa el desamparo y la soledad (“le pegaban todos sin que él les haga nada”), al tiempo que refuerza la visión profética del poema: es como si su muerte ya estuviera escrita y él solo pudiera narrarla. Así, la tercera persona otorga gravedad, distancia y un tono de elegía anticipada que amplifica el dramatismo del texto.
En Poemas humanos, Vallejo utiliza la experiencia personal como punto de partida para abordar temas universales, y este poema es un ejemplo claro de cómo el yo biográfico se transforma en símbolo colectivo. Aunque el poeta habla de su propia muerte en París, la forma en que expresa su soledad, su sufrimiento y la violencia injusta que recibe (“le pegaban todos sin que él les haga nada”) convierte su biografía en un reflejo de la vulnerabilidad humana frente al destino. La reiteración de elementos como la lluvia, los jueves, los huesos o el camino no busca describir circunstancias concretas, sino proyectar estados emocionales asociados a la desamparada condición del hombre: dolor, incertidumbre, fatalidad. Por ello, el poema se abre desde lo íntimo (“me moriré en París”) hacia una lectura más amplia en la que cualquier persona puede reconocerse. Además, el contraste entre la primera y la tercera persona subraya la escisión interior propia de quien se siente expulsado del mundo, lo que refuerza su dimensión existencial. Así, Vallejo convierte su propia muerte, imaginada y anticipada, en una meditación sobre la fragilidad, la injusticia y la soledad inherentes a la vida humana.
En Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández escribe desde la cárcel y desde la experiencia directa del hambre. En “Nanas de la cebolla”, la miseria de la posguerra aparece integrada de manera natural en la voz íntima de un padre que canta a su hijo. Desde el inicio, la cebolla funciona como símbolo perfecto de la pobreza extrema: es “escarcha cerrada y pobre”, alimento insuficiente y frío, y su presencia constante revela que la carencia material condiciona cada gesto y cada emoción. El poeta incorpora la miseria no mediante denuncia directa, sino a través de imágenes sencillas y afectivas: el niño “se amamanta” de cebolla, la madre es “mujer morena resuelta en luna” porque su ternura contrasta con la desolación, y el propio yo poético afirma que la risa del niño “cárcel me arranca”, aludiendo a la represión franquista. La posguerra aparece, por tanto, como un contexto silencioso pero devastador, donde el hambre convive con la esperanza, y donde la inocencia del niño actúa como refugio frente a una realidad marcada por la pérdida, la prisión y la pobreza. Así, Hernández convierte su situación personal en símbolo de la miseria colectiva sufrida por tantos españoles tras la guerra.
En Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández recurre a imágenes extremadamente sencillas para expresar sentimientos profundos. En “Nanas de la cebolla”, el contraste entre el hambre y la risa constituye el eje simbólico del poema. El hambre, representada por la cebolla, la escarcha y la pobreza, encarna la dureza de la posguerra y la vulnerabilidad material de madre e hijo; es una presencia física, casi palpable, que introduce un tono de sufrimiento inevitable. Frente a ella, la risa del niño aparece como una fuerza luminosa capaz de transformar la realidad: “me hace libre”, “me pone alas”, “cárcel me arranca”. Esta oposición no solo intensifica el dramatismo del poema, sino que crea un movimiento ascendente, donde la risa infantil se convierte en un acto de resistencia frente a la miseria. Gracias a estas imágenes reiteradas, el poema adquiere un ritmo casi musical en el que la ternura vence momentáneamente al dolor, y la esperanza se sostiene en la inocencia. Así, hambre y risa funcionan como símbolos contrapuestos que construyen un mensaje en el que el amor paterno y la vitalidad del niño se erigen como fuerzas capaces de desafiar la adversidad.
En Donde habite el olvido, Cernuda desarrolla una poesía marcada por el desengaño amoroso y la soledad. La imagen de convertirse en “memoria de una piedra sepultada entre ortigas” refleja el deseo profundo del yo poético de liberarse de un amor que solo causa herida. El poema muestra un sujeto sobrepasado por el deseo, que vive el amor como un “ángel terrible” cuya ala, aunque hermosa, hiere como acero; por ello anhela un lugar donde el deseo no exista, un espacio en el que su identidad corporal y emocional desaparezca. La imagen de la piedra sepultada expresa esa voluntad de apagarse, de reducirse a un vestigio casi mineral, sin nombre ni voz, lejos de pasiones que lo dominan. Además, la referencia a las ortigas subraya el carácter doloroso del amor vivido, y la sepultura sugiere un reposo imposible en vida. En conjunto, la metáfora revela la necesidad de disociación entre cuerpo y deseo, fruto de la imposibilidad de vivir un amor pleno (en parte debido a su condición homosexual y a la represión social de su época), y expresa el anhelo de convertirse solo en memoria, lejos del tormento emocional.
En Donde habite el olvido, Cernuda construye un poema de ritmo lento y tono contemplativo que resulta esencial para transmitir el desengaño amoroso y la aspiración a la serenidad. La cadencia suave, marcada por frases largas y pausas frecuentes, invita a la reflexión y refleja un pensamiento que se va decantando lentamente, como si el yo poético caminara hacia un estado de disolución interior. Las imágenes naturales: piedras, ortigas, viento, jardines sin aurora, crean un ambiente silencioso y frío que sugiere distanciamiento, calma y renuncia, y que contrasta con el tormento que le causa el amor, simbolizado en el “ángel terrible”. Este ritmo reposado permite que conceptos como “nombre”, “memoria”, “recuerdo” o “ausencia” adquieran un peso emocional que va sustituyendo progresivamente la realidad física por una búsqueda de liberación espiritual. Además, la estructura circular del poema, que comienza y termina en el mismo deseo de olvido, refuerza la idea de ciclo cerrado y de conclusión inevitable. Así, el tono meditativo no solo expresa el desengaño, sino que también acompaña el camino hacia la paz que el yo poético anhela en ese espacio donde el deseo deja de existir.
