Portada » Latín » El Legado de Roma: Desde el Mito Fundacional hasta la Expansión Republicana
Según el mito fundacional, cuando los griegos se apoderaron de Troya, el príncipe troyano Eneas (hijo de la diosa Venus y del mortal Anquises) consiguió salvarse de la destrucción con su padre e hijo. Huyó hacia Italia y desembarcó en la región del Lacio. Allí se alió con el rey aborigen Latino, se casó con su hija Lavinia y fundaron la ciudad de Lavinia. Su hijo Ascanio fundó Alba Longa, cuyo decimotercer rey, Numitor, fue destronado por su hermano Amulio.
Amulio convirtió a su sobrina Rea Silvia en una virgen vestal consagrada a la castidad para que sus hijos no le pudiesen quitar el poder. Sin embargo, Rea concibió del dios Marte a los gemelos Rómulo y Remo. Para protegerlos de Amulio, los abandonó cerca del Tíber; el río los arrastró y los dejó en el Palatino. Allí los alimentó una loba y fueron recogidos por un pastor.
Ya adultos, Rómulo y Remo reunieron un ejército que consiguió acabar con Amulio y devolver a su abuelo Numitor el reino de Alba Longa. El abuelo les animó a que se establecieran en otro lugar y los gemelos escogieron Roma. Para saber cuál de los dos sería el fundador de la ciudad consultaron el vuelo de las aves (los auspicios): parece que los auspicios designaron a Rómulo como fundador. Sin embargo, los dos hermanos no estaban de acuerdo con la interpretación de los auspicios, se pelearon y Rómulo mató a su hermano Remo, convirtiéndose en el primer rey de Roma.
Una vez fundada la ciudad de Roma, se dieron cuenta de que no había mujeres. Entonces Rómulo invitó a una fiesta al pueblo de los sabinos con la intención de que cada romano raptase a una de las mujeres sabinas y se la llevase a Roma. Rómulo tomó a Hersilia, la mujer del rey sabino. Enfrentados Rómulo y el rey sabino, este último fue muerto. Esto hubiese podido desencadenar una guerra, pero las mujeres sabinas lo impidieron porque no querían ver morir a sus madres, hijos y maridos. Con su actitud lograron que romanos y sabinos firmasen la paz. A partir de entonces se dispuso que Roma sería gobernada alternativamente por un romano y un sabino. A finales del siglo VIII a.C., los latinos y sabinos, preocupados por el avance de los etruscos, formaron una unidad política y religiosa, la confederación del *Septimonium*.
Desde Rómulo hasta el año 509 a.C., la forma de gobierno en Roma fue la monarquía. Hubo siete reyes en total, que se dividen en dos grupos: tres romanos (los tres primeros) y cuatro sabinos (los siguientes).
Los reyes tenían el derecho de *auspicium*, que consistía en interpretar los designios de los dioses en nombre de Roma. Este poder era muy importante porque en Roma no se podía llevar a cabo ninguna actividad sin la voluntad de los dioses, que se manifestaba a través de los auspicios. Además del poder religioso, el rey ostentaba la autoridad militar y judicial suprema. A esto se le llamaba *imperium*.
Durante la Monarquía existieron dos tipos de instituciones, que se ponían de acuerdo por mayoría de sus miembros. Bajo el gobierno de los reyes, estas instituciones tuvieron poco poder:
Los honores de los reyes de Roma consistían en:
Después de la caída de la monarquía, con la expulsión del último rey, Roma inició el período republicano que duró hasta el 27 a.C. Se instauró un sistema de gobierno representado por:
Desde el siglo V a.C., los ciudadanos estaban divididos en dos clases sociales: los patricios, que se consideraban descendientes de los fundadores de Roma, y los plebeyos, que eran mayoritariamente comerciantes y artesanos.
En el 494 a.C., los plebeyos se amotinaron en el Aventino. Este hecho obligó a darles una institución, los Tribunos de la Plebe, elegidos anualmente como representantes de los plebeyos para defender sus intereses. Dispondrían, para ello, del derecho de veto sobre cualquier resolución senatorial. Más adelante se estableció que uno de los dos cónsules tenía que ser plebeyo.
Estos cambios políticos dieron paso a una nueva aristocracia compuesta por patricios y plebeyos enriquecidos, y propiciaron que el ingreso en el Senado fuese casi un privilegio hereditario de estas familias.
El período republicano se caracterizó por una intensa expansión territorial.
En sus conquistas fueron determinantes:
Una vez dominada Italia, Roma se propuso expandirse por el Mediterráneo. El episodio más conocido son las Guerras Púnicas, que enfrentaron a Roma con la poderosísima Cartago. Las Guerras Púnicas comprenden tres etapas:
La derrota de Cartago convirtió a Roma en la dueña del Mediterráneo occidental, dando paso a la época de las grandes conquistas. Comenzó también la colonización de los territorios ya dominados: la Península Ibérica, el sur de la Galia y el Norte de África. Después de las Guerras Púnicas, aún quedaban grandes reyes que se atrevieron a hacer frente al poderío de Roma en Grecia, en Turquía y en Siria, pero fueron derrotados por la marea de sus legiones.
Sin embargo, en otro terreno, los propios conquistadores fueron los conquistados. La sociedad romana, acostumbrada a combatir a los itálicos e hispanos, no estaba preparada para enfrentarse a Grecia y Oriente. Cuando entraron victoriosos en Atenas, los romanos quedaron fascinados por su arte, el refinamiento de su filosofía y la dulce musicalidad. Los nobles romanos comenzaron a copiar las esculturas griegas, enviar a sus hijos a aprender su idioma, asistir a sus representaciones teatrales y deleitarse con la música y la poesía llegadas de Oriente.
Los principales beneficiarios de la expansión territorial romana fueron los comerciantes plebeyos ricos y las grandes familias patricias, que recibieron enormes latifundios trabajados por esclavos. En cambio, la guerra arruinó a los campesinos pobres, que se vieron obligados a emigrar a Roma. Esta se convirtió en una gran *urbs* con una numerosa plebe empobrecida que sobrevivía gracias a los repartos públicos de grano o a su actividad como clientes (es decir, como plebeyos al servicio de los patricios). En este contexto tuvieron lugar, desde el siglo II a. C., las guerras sociales, con tres momentos significativos:
Los Gracos eran dos hermanos de ideas avanzadas que, como Tribunos de la Plebe y en defensa de sus intereses, reclamaban una reforma agraria: la distribución gratuita de tierras entre los ciudadanos más pobres de Roma, en perjuicio de los todopoderosos terratenientes. Los dos fueron asesinados. El mayor, el mismo día en que acababa su mandato de Tribuno, pues los Tribunos de la Plebe eran sagrados e inviolables. Con el hermano menor, sin embargo, ni siquiera esperaron a que expirara su mandato.
El levantamiento se produjo para reclamar el derecho de plena ciudadanía (91-89 a.C.). El tribuno Marco Livio Druso había prometido el derecho de ciudadanía a los pueblos itálicos. Esto no gustó a los senadores y Druso fue asesinado. Entonces los aliados itálicos se rebelaron e iniciaron la guerra social. Aunque estos pueblos fueron derrotados, finalmente consiguieron la plena ciudadanía romana.
La revuelta de Espartaco (73-71 a.C.) al frente de los esclavos se extendió por toda Italia y derrotó varias veces a los ejércitos romanos. Finalmente, Craso y Pompeyo los sometieron. Espartaco y muchos de sus hombres fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia.
