Portada » Español » Comentario Literario de La Cándida Eréndira: Símbolos y Temas de García Márquez
Este pasaje pertenece a la obra *La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada*, publicada en 1972 por Gabriel García Márquez. Se trata de un conjunto de textos narrativos breves, clasificados como cuento largo. La narración cuenta la historia de Eréndira, una joven sometida por su abuela avara y despiadada. Tras provocar accidentalmente un incendio que destruye su casa, la abuela la obliga a prostituirse para recuperar lo perdido. A través de su sufrimiento, se reflejan temas como la explotación, la pérdida de la inocencia y la búsqueda de libertad. La obra se encuentra dividida en siete secciones separadas por blancos de texto.
En cuanto a su estructura, Márquez utiliza el modelo del cuento tradicional, donde aparecen personajes típicos: el villano (representado por la abuela), la joven inocente (Eréndira) y el supuesto salvador o «príncipe». Sin embargo, el autor cambia este esquema al mostrar un final diferente, ya que Eréndira no logra su esperado final feliz. De esta manera, Márquez conserva la base del cuento clásico, pero la enriquece y complejiza, mostrando que los personajes no son completamente buenos ni completamente malos, sino profundamente humanos.
El título de la obra es extenso, al estilo de las novelas barrocas como *El Quijote* y de las novelas de caballería. García Márquez adopta este modelo porque será la tradición literaria que parodiará a lo largo del texto. Está formado por un grupo sintáctico nominal que gira en torno al sustantivo «historia», acompañado por dos adjetivos: «increíble», que alude a los elementos del realismo mágico, y «triste», que anticipa el desenlace de la narración y los temas que aborda, como la violencia, la violación, el abuso y la prostitución infantil. Esta parte del título cumple una función emblemática, ya que resume las características esenciales de la historia.
Además, el título puede considerarse epónimo, porque introduce a los personajes principales mediante dos frases adjetivas: «de la cándida Eréndira» y «su abuela desalmada». Ambas expresiones aportan una descripción inicial de los personajes. «Cándida» es un adjetivo *etopéyico* y directo que refleja la inocencia y pureza de Eréndira, mientras que «desalmada», referido a la abuela, señala su crueldad y falta de humanidad al prostituir a su nieta. El hecho de que Eréndira sea nombrada por su propio nombre destaca su individualidad y esencia, mientras que la abuela solo es mencionada por su relación de parentesco, lo que crea una clara antítesis entre ambas.
Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia. La enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto, se estremeció hasta los estribos con la primera embestida. Pero Eréndira y la abuela estaban hechas a los riesgos de aquella naturaleza desatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el baño adornado de pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de termas romanas.
Comienzo *in media res*: la narración inicia en medio de los hechos, sin una introducción de personajes. Es un comienzo abrupto, porque arranca directamente con la acción. La historia comienza con el sustantivo propio «Eréndira», lo que introduce de inmediato a la protagonista. El significado de su nombre, «la que sonríe y la que sueña», tiene un sentido irónico, ya que sonreír es precisamente lo que ella no hace a lo largo de la obra. En cuanto a «la que sueña», puede aludir tanto al acto de imaginar o proyectar su deseo de escapar de la abuela, como al sueño literal, pues más adelante se revela que realiza sus tareas domésticas incluso dormida.
El relato continúa con una acción que evidencia la relación de subordinación entre ambas: la nieta cuida de su abuela, quien no tiene las condiciones físicas para hacerlo por sí misma, y lo hace desde un gesto de cariño rutinario. La escena tiene un carácter íntimo y cotidiano, representado en el uso del pretérito imperfecto, que marca una acción habitual. Sin embargo, esta rutina se interrumpe con la frase «el viento de su desgracia», *metáfora* que anticipa el destino trágico de los personajes. Este recurso, además de cortar con la aparente normalidad, demuestra el carácter omnisciente del narrador, ya que conoce los hechos futuros y anticipa el *leitmotiv* de la obra. Esta técnica, propia del cuento tradicional, contribuye a mantener la intriga del lector.
Luego, se describe el espacio con la expresión «mansión enorme», que sugiere la posición social acomodada de la abuela. La palabra «enorme» es una *hipérbole* que exagera una cualidad natural del sustantivo para enfatizar la magnitud del lugar. Que solo dos personas habiten una casa tan grande refuerza una sensación de soledad y vacío. La mansión es descrita como de «argamasa lunar», donde «argamasa» alude a un tipo de piedra y «lunar» hace referencia al color blanco. No obstante, se elige esta palabra en lugar de «blanco» porque en la literatura «lunar» suele tener una connotación negativa, asociada con lo cambiante, la muerte o la frialdad. De este modo, se le otorga al espacio un carácter sombrío y amenazante, en sintonía con el tono trágico de la historia.
El texto continúa con una descripción del lugar, que resulta pesada y extraña, al igual que el personaje. La expresión «extraviada en la soledad del desierto» utiliza el adjetivo «extraviada» como *personificación*, atribuyéndole características propias de un ser humano. El desierto hace referencia al origen de las riquezas y al contrabando de los Amadises, quienes deben permanecer ocultos porque operan al margen de la ley. Más adelante, se menciona «se estremeció hasta los estribos con la primera embestida», una *metáfora* que describe la fuerza del viento.
La abuela, desnuda y grande, parecía una hermosa ballena blanca en la alberca de mármol. La nieta había cumplido apenas los catorce años, y era lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad. Con una parsimonia que tenía algo de rigor sagrado le hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de buen olor, y éstas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos metálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros.
En este párrafo se observa una descripción *grafopéyica* junto con la presentación de los personajes. La narración comienza describiendo a la antagonista como «desnuda y grande»: «desnuda» alude a la circunstancia de Eréndira bañándola, mientras que «grande» forma parte de una comparación posterior que introduce una degradación de la abuela al compararla con una ballena blanca, destacando la similitud de tamaño entre ambas. En esta comparación, la abuela es el comparado y la ballena el comparante, y se emplea un *oxímoron*, «hermosa ballena blanca», que crea una contradicción conceptual. Además, la comparación sirve para presentar el carácter cruel y desalmado de la abuela, ya que la ballena blanca remite simbólicamente a *Moby Dick* de Herman Melville, en la que la figura representa el mar, anticipando imágenes que se desarrollarán a lo largo del texto.
Luego se introduce a la protagonista, sin nombrarla por su propio nombre, sino a través del parentesco. Se inicia con su edad, destacando el abismo generacional entre ambos personajes y señalando que se encuentra en la preadolescencia. La descripción *grafopéyica* y antitética con la abuela la caracteriza como «lánguida» y «de huesos tiernos», indicando su fragilidad y pequeñez. Posteriormente se describe *etopéyicamente* como «mansa para su edad», sumisa, que no se rebela y actúa conforme a su realidad; el texto subraya esto con «demasiado mansa para su edad», pues a esa etapa se esperaría un intento de rebelión.
La narración continúa con la frase «con una parsimonia», donde parsimonia indica lentitud para hablar o actuar. Esto se refiere a la forma en que baña a la abuela, de manera pausada y con un «rigor sagrado», como un ritual cuidadosamente ejecutado. Desde la perspectiva de Eréndira, la abuela es un ser superior, centro de su vida, y por ello realiza abluciones, intentando purificarla con plantas depurativas y hojas de buen olor. Sin embargo, al quedarse pegadas en su espalda, se evidencia que no se logra la purificación. La descripción *grafopéyica* continúa con «cabellos metálicos», que alude a las canas y la edad de la abuela, y «hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros», que sugiere la presencia de figuras obscenas tatuadas por marineros. Este detalle remite al pasado de la abuela en el bajo mundo, indicando que estuvo vinculada a un entorno de prostitución y que los marineros consumían sus servicios, reforzando su carácter oscuro dentro de la historia.
Cuando acabó de bañarla, llevó a la abuela a su dormitorio. Era tan gorda que sólo podía caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un báculo que parecía de obispo, pero aún en sus diligencias más difíciles se notaba el dominio de una grandeza anticuada. En la alcoba compuesta con un criterio excesivo y un poco demente, como toda la casa, Eréndira necesitó dos horas más para arreglar a la abuela. Le desenredó el cabello hebra por hebra, se lo perfumó y se lo peinó, le puso un vestido de flores ecuatoriales, le empolvó la cara con harina de talco, le pintó los labios con carmín, las mejillas con colorete, los párpados con almizcle y las uñas con esmalte de nácar, y cuando la tuvo emperifollada como una muñeca más grande que el tamaño humano la llevó a un jardín artificial de flores sofocantes como las del vestido, la sentó en una poltrona que tenía fundamento y la alcurnia de un trono, y la dejó escuchando los discos fugaces del gramófono de bocina.
El pasaje comienza con el fin del baño de la abuela, enfatizando el tema central de la obra: la rutina de Eréndira centrada en el emperifollamiento de su abuela. Esta escena contribuye a reforzar las características de los personajes, insistiendo en el gran tamaño de la abuela, que no podía caminar sin apoyarse en el hombro de la nieta o en un báculo. Desde esta posición de aparente victimización, la abuela ejerce un poder absoluto sobre Eréndira, quien, «demasiado mansa para su edad», nunca se rebela ni cuestiona, lo que refuerza la figura de la abuela como quien ordena y dirige, convirtiéndose en el centro de la vida de los demás.
A continuación, se utiliza una enumeración para resaltar lo extenuante de las tareas que realiza la protagonista, tareas que la abuela también podría hacer pero decide no ejecutar, situándose ella misma en el centro de atención. García Márquez la describe como un ser narcisista, cuya existencia impone que la vida de los demás gire a su alrededor. Estas acciones están narradas con verbos en pretérito perfecto simple, lo que indica que son realizadas y concluidas antes de pasar a la siguiente. Se inicia mostrando una imagen visual: se le pintan los labios con «carmín», recurso de *metonimia* que nombra el color para referirse al pintalabios. Luego se enumeran otros elementos del maquillaje: mejillas con colorete, párpados con almizcle y uñas con nácar. Todo este maquillaje es recargado y alude al pasado de la abuela como prostituta.
El pasaje continúa con dos comparaciones seguidas: «la tuvo emperifollada como una muñeca más grande que el tamaño humano», resaltando de manera grotesca y mediante *hipérbole* del realismo mágico lo mucho que la embelleció. Después se ofrece una breve descripción del jardín, mencionando «flores sofocantes», un ejemplo de *hipálage*, donde el adjetivo describe el ambiente recargado más que a las flores, reforzando la atmósfera opresiva. Finalmente, el personaje de la abuela se sitúa en un mundo imaginario, escuchando «discos fugaces», *metonimia* que alude a las canciones, y se acomoda en la «alcurnia de un trono», usando una mesa larga, reforzando su imagen narcisista y centrada en sí misma, donde todo gira en torno a su persona.
Mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se ocupó de barrer la casa, que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro, y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles. Tenía en el patio una cisterna para almacenar durante muchos años el agua llevada a lomo de indio desde manantiales remotos, y en una argolla de la cisterna había un avestruz raquítico, el único animal de plumas que pudo sobrevivir al tormento de aquel clima malvado. Estaba lejos de todo, en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y ardientes, donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia.
El fragmento comienza con la frase «Mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado», *metáfora* que muestra cómo la abuela está atrapada en sus recuerdos y en su propia historia. El verbo «navegaba», conjugado en pretérito imperfecto, indica la continuidad de esta acción, caracterizándose *etopéyicamente* como un personaje obsesionado con el pasado y desconectado del presente. Desde el punto de vista psicológico, esta actitud puede relacionarse con la personalidad narcisista, según Jorge Bafico, ya que la abuela centra toda su atención en sí misma, en sus recuerdos de grandeza y poder, sin mostrar empatía por la nieta. En contraste, Eréndira «se ocupó de barrer la casa», reflejando su sumisión y obediencia. Esta conducta se relaciona con el concepto de *oblatividad*, también mencionado por Bafico, que consiste en renunciar a los propios deseos para cumplir los de otro. Aunque barrer parece una acción simple, su rutina se amplía en tareas más específicas, mostrando cómo la vida de Eréndira se consume en el servicio a la abuela.
La descripción de la casa refuerza la atmósfera opresiva. Es «oscura y abigarrada», es decir, sobrecargada con numerosos muebles. Algunos se describen como «muebles frenéticos», un ejemplo de *hipálage*, recurso de estilo que, según Borges, se define como «epíteto que describe por el entorno», donde el adjetivo sugiere desorden y caos, reflejando también la personalidad de la abuela. El carácter abigarrado se enfatiza formalmente mediante el uso de *polisíndeton*, que refuerza la sensación de acumulación y saturación del espacio. Esto refleja la psicología narcisista de la abuela y la densidad de su mundo interior, característica del realismo mágico.
A continuación, la descripción del patio y de la cisterna, junto con el avestruz raquítico, muestra una sensación de soledad extrema y aislamiento, reforzada por la ubicación «en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y ardientes». El avestruz, que sobrevive al «tormento de aquel clima malvado», puede verse como una *metáfora* de resistencia en un lugar difícil, igual que Eréndira, que sobrevive bajo el control de su abuela. La mención de los chivos que «se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia» introduce el *leitmotiv*, la fatalidad inevitable en la historia. Esta imagen además es una *personificación* al decir que se «suicidaban» y aumenta la sensación de tristeza, mostrando cómo el lugar y los animales reflejan el sufrimiento de los personajes.
Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con quien ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de Eréndira. Nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia. La versión más conocida en lengua de indios era que Amadís, el padre, había rescatado a su hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas, donde mató a un hombre a cuchilladas, y la traspuso para siempre en la impunidad del desierto. Cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas, y siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento.
Comienza con una *analepsis*, es decir, un retroceso temporal que interrumpe la narración principal para explicar el origen de los personajes. Este recurso permite comprender mejor las raíces de la historia y el presente de la abuela y de Eréndira. En este pasaje se observa además un cambio en el tipo de narrador: de la omnisciencia inicial pasa a un narrador *equisciente*, que sabe lo mismo que los personajes. Esto se nota en expresiones como «nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia» o «la versión más conocida en lengua de indios», donde el narrador transmite la historia como una voz popular o colectiva, rasgo propio de la nueva narrativa latinoamericana del siglo XX, que presenta versiones parciales de la verdad.
El texto presenta la historia familiar de los Amadises. El marido de la abuela, descrito como «un contrabandista legendario que se llamaba Amadís», introduce una clara relación *intertextual* con la obra *Amadís de Gaula*, una novela de caballería del siglo XVI. En ella, el héroe vive aventuras nobles y románticas para conquistar a su amada Oriana. García Márquez transforma este modelo ideal en una parodia: su Amadís no es un caballero heroico sino un contrabandista, vinculado al delito y a lo prohibido. Esta inversión paródica convierte la historia en una versión degradada del ideal caballeresco, típica del realismo mágico, donde lo mítico y lo marginal conviven.
Más adelante, cuando se menciona que la mujer «enterró los cadáveres en el patio (…) siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva», el texto refuerza el carácter narcisista de la abuela. Siguiendo los conceptos de Jorge Bafico, inspirados en el DSM V, este comportamiento puede vincularse al trastorno de la personalidad narcisista. Este se caracteriza por fantasías de poder, necesidad de admiración y falta de empatía. La abuela, al ser «rescatada de un prostíbulo» y llevada «a la impunidad del desierto», este puede simbolizar tanto el aislamiento físico como la impunidad moral, un espacio donde puede dominar sin límites. Finalmente, la frase «gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento» introduce el contraste entre ambas figuras. Mientras la abuela vive para alimentar su ego, Eréndira representa la *oblatividad*, concepto que Bafico define como la renuncia de los deseos propios para satisfacer los ajenos.
Empezó a pagárselo ese mismo día, bajo el estruendo de la lluvia, cuando la llevó con el tendero del pueblo, un viudo escuálido y prematuro que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad. Ante la expectativa impávida de la abuela el viudo examinó a Eréndira con una austeridad científica: consideró la fuerza de sus muslos, el tamaño de sus senos, el diámetro de sus caderas. No dijo una palabra mientras no tuvo un cálculo de su valor. —Todavía está muy biche —dijo entonces—, tiene teticas de perra. Después la hizo subir en una balanza para probar con cifras su dictamen. Eréndira pesaba 42 kilos. —No vale más de cien pesos —dijo el viudo. —¡Cien pesos por una criatura completamente nueva! No, hombre, eso es mucho faltarle el respeto a la virtud. —Hasta ciento cincuenta —dijo el viudo. (…) La tormenta amenazaba con desquiciar la casa, y había tantas goteras en el techo que casi llovía adentro como afuera. La abuela se sintió sola en un mundo de desastre. (…) Al final se pusieron de acuerdo por doscientos veinte pesos en efectivo y algunas cosas de comer. La abuela le indicó entonces a Eréndira que se fuera con el viudo, y éste la condujo de la mano hasta la trastienda, como si la llevara para la escuela. —Aquí te espero —dijo la abuela. —Sí, abuela —dijo Eréndira.
Este pasaje narra cómo la abuela lleva a Eréndira con un hombre para vender su virginidad con el objetivo de pagar las pérdidas causadas. El viudo la examina, negocian un precio y finalmente se la entrega, mostrando la total deshumanización de la joven. La presentación inicial de los personajes se realiza con «el tendero», utilizando un artículo determinado que singulariza al personaje. Esto puede interpretarse de dos maneras: que sea el único tendero en el pueblo o que sea el único que «pagaba a buen precio la virginidad». Se trata de un personaje *episódico*, que cumple una función puntual en la historia y luego desaparece. Como comerciante, su mirada y perspectiva corresponden a su rol específico.
A continuación, se describe al viudo como «viudo escuálido y prematuro». Escuálido se refiere a sus características físicas extremas, indicando que era muy flaco, lo que lo equipara en cierta medida a Eréndira y sugiere igualdad de condiciones para el conflicto que se desarrollará. Prematuro puede interpretarse como que enviudó antes de tiempo o de manera temprana para su edad. Además, se dice que «era muy conocido en el desierto porque pagaba bien la virginidad», utilizando el pretérito imperfecto para denotar una conducta reiterada. Esto no solo caracteriza al personaje, sino que también constituye una crítica explícita de la sociedad: en un entorno desprovisto de control estatal, los hechos se normalizan y nadie interviene, reflejando la indiferencia social ante el abuso y la explotación, algo que García Márquez denuncia buscando que el lector no sea cómplice.
La narrativa continúa con la descripción del examen que el viudo realiza sobre Eréndira, enumerando sus características físicas: «fuerza de sus muslos», «tamaño de los senos», «diámetro de sus caderas». La focalización en rasgos eróticos resalta la cercanía de Eréndira con la niñez y la explotación sexual por parte del pedófilo. Posteriormente se introduce el estilo directo mediante el diálogo del viudo: «Todavía está muy biche, tiene teticas de perra». Aquí se muestra el habla coloquial y la variante colombiana, incorporando elementos del lenguaje local característicos de la nueva narrativa del siglo XX, sin impedir el entendimiento. La palabra «biche» simboliza inmadurez, mientras que «teticas de perra» es una *metáfora* que degrada y cosifica a la niña comparándola con un animal, evidenciando la brutalidad de la situación. El sufijo «-ico» refuerza el contexto caribeño y ayuda a ubicar al lector en el entorno cultural del personaje.
La negociación del precio continúa esta deshumanización, destacando la cosificación de Eréndira: «cien pesos por una criatura completamente nueva», donde «nueva» reemplaza a términos como joven o niña, transformándola en un objeto de mercado. El comportamiento pasivo de Eréndira, que observa sin reaccionar, junto con la indiferencia de los demás, refuerza la normalización de la situación y la ausencia de empatía. Asimismo, se describe brevemente la casa del tendero mediante una *hipérbole*: «había tantas goteras en el techo que casi llovía adentro como afuera». La lluvia se repite en la obra como símbolo de purificación, agregando un matiz simbólico al entorno. Posteriormente, se pone de manifiesto la brutalidad de la situación mediante una comparación: «la llevó de la mano hasta la trastienda como si la llevara para la escuela», de forma de mostrar una *antítesis* entre la situación inocente de una niña siendo llevada a la escuela con una violación. Finalmente, el estilo directo aparece nuevamente cuando la abuela le indica a Eréndira que la esperaría allí y ella responde: «Sí, abuela». Esta respuesta refuerza la *oblatividad*, según Jorge Bafico, la renuncia a sus propios deseos para cumplir los de la abuela, y muestra cómo la normalización de la violencia ha permeado la vida cotidiana de la joven.
