Portada » Filosofía » Filosofía Presocrática y el Legado de los Sofistas en la Democracia Ateniense
Heráclito de Éfeso concibe el mundo como un proceso continuo de cambios. Su tesis fundamental radica en la afirmación del perpetuo fluir de todas las cosas: todo pasa, todo corre. Los humanos nos realizamos como un proceso que consiste en ser recién nacido, niño, adolescente, joven, adulto, viejo; igualmente ocurre en el mundo vegetal y en todo el mundo físico. Por ello, Heráclito afirma el dinamismo o la movilidad universal.
El Fuego es la metáfora que expresa su pensamiento: todas las cosas son llamas de un gran fuego. Las llamas, siempre en movimiento, son procesos o momentos; pero el fuego, el arkhé o principio de todo, perdura. De la misma forma, bajo los elementos contrarios en lucha constante se esconde una ley, un logos, que es justicia. Si no hay lucha de opuestos, hay injusticia, porque un elemento se ha impuesto sobre otro. Por ello, la justicia es enfrentamiento, guerra, polémica.
Parménides de Elea escribió una obra filosófica en forma de poema, «Sobre la naturaleza», en la que proclama la inmutabilidad radical de la realidad. Es decir, según Parménides, los cambios que afirma Heráclito son solo apariencias sensoriales; la razón nos lleva a negarlos.
Los pitagóricos afirmaban que para descubrir teoremas matemáticos no se necesita observar el mundo, solo hace falta especular o razonar lógicamente. Parménides dice: si los sentidos nos dicen una cosa y la razón otra, debemos fiarnos de la razón, pues un razonamiento lógico nunca engaña. Por ello, aquello que pienso con rigor lógico debe ser real.
Parménides afirma que una diosa le ha revelado una verdad incuestionable: «El ser es y el no ser no es». Es decir, el ser existe y la nada no existe. Por ello, siguiendo esta afirmación, el cambio sería el paso de ser una determinada cosa a dejar de ser esa cosa.
Los pluralistas aceptan de Heráclito que la physis es un proceso de cambios constantes y de Parménides que lo que es no puede venir de lo que no es. Lo existente no ha surgido de un solo y único principio, sino de diferentes elementos primigenios, de una pluralidad de elementos originales. Los cambios que observamos son combinaciones y recombinaciones de los elementos primigenios, no transformaciones.
Empédocles (494-432 a.C., Sicilia) establece la teoría de los cuatro principios no reducibles unos a otros: esta sería la realidad que nunca cambia. Las cosas naturales son combinaciones de estos elementos, que se separan o se unen por dos fuerzas.
Anaxágoras (500-428 a.C.) nació en Clazómenas. (Consideraba el sol una piedra incandescente). Para él, existen tantos elementos primigenios como tipos de cosas; en cada cosa está la semilla de lo que puede llegar a ser. El hecho de que predomine un elemento u otro depende de un Nous (Mente).
Los atomistas, Leucipo de Mileto y Demócrito de Abdera (c. 460-370 a.C.), consideran que la realidad básica está integrada por una infinidad de pequeños objetos duros, invisibles, eternos e inalterables: los átomos, que se mueven libremente por la acción del azar. Todas las cosas del mundo son un conglomerado de átomos. Los cambios no serían más que reconfiguraciones de este conglomerado. Esto es posible gracias al vacío, al espacio entre átomo y átomo.
Desde la época arcaica, las polis que configuraban la Hélade evolucionaron hacia regímenes democráticos, otros aristocráticos y otros a sistemas más militaristas. Emergió una polis que fue el punto de referencia y admiración: Atenas, especialmente su democracia. El primer paso hacia la democracia consistió en poner las leyes por escrito (Dracón, siglo VII a.C.), lo que comenzó a poner límites a la aristocracia. La Constitución de Solón (siglo VI a.C.) atendía a los intereses tanto del pueblo como de los aristócratas. Después de algún retorno a la tiranía, la democracia ateniense se inicia con las reformas de Clístenes (510 a.C.) y se hace efectiva por obra de Pericles (siglo V a.C.). Con Pericles, todo ciudadano libre tenía los mismos derechos y podía formar parte en cualquiera de los órganos de poder. Así, Atenas proclamaba la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
Los sofistas se ocupan de cuestiones que giran directamente en torno al ser humano, su educación para vivir en democracia y su organización social. Los sofistas enseñaban lo que todo hombre libre anhelaba: la habilidad retórica. Ellos se ganaban la vida enseñando la excelencia o areté, que capacitaba en el dominio del lenguaje y la habilidad retórica y política, permitiendo argumentar, persuadir y mostrar las dos caras de toda cuestión.
Cuestionaban la capacidad humana de alcanzar un conocimiento seguro y universal. Protágoras de Abdera (c. 490-420 a.C.) mantenía una postura relativista: «existe una verdad para ti y otra para mí». Su famosa frase es: «El hombre es la medida de todas las cosas«. Gorgias de Leontini (c. 485-380 a.C.) afirmaba que no podemos estar seguros de nada (escepticismo). Decía que si algo existe no podemos conocerlo y, si llegamos a conocerlo, no podemos comunicarlo; por lo que lo más sensato sería la duda permanente. Los sofistas creían que la excelencia o areté se puede adquirir.