Portada » Historia » Alfonso XIII y la Crisis de la Restauración: Reformas y Oposición en España (1902-1912)
A partir del 17 de mayo de 1902, Alfonso XIII fue proclamado rey de España al alcanzar la mayoría de edad. Su reinado puso de manifiesto que el régimen de la Restauración del siglo XIX se mostró incapaz de adaptarse al siglo XX. Este inicio de reinado estuvo caracterizado por un impulso reformador y regeneracionista. Los dos políticos más importantes, Maura y Canalejas, fueron incapaces de superar los retos que debían afrontar en ese periodo. Por lo tanto, sería una etapa muy marcada en la que Alfonso XIII ejerció un notable protagonismo político, haciendo uso de las atribuciones que, como rey, le confería la Constitución de 1876. Esta actuación, a la postre, contribuiría a la caída de la institución monárquica en la primera mitad del siglo XX.
Al inicio del reinado, se enfrentaron a un sistema con un gran descontento por parte de los intelectuales y la clase media hacia el régimen implantado por Cánovas y Sagasta. Por lo tanto, revisaron las críticas formuladas por el Regeneracionismo, donde aparecía como elemento significativo la necesidad de modernizar el país, no solo desde el punto de vista político, sino también desde el punto de vista social y económico. En este último, las ideas que seguían eran fundamentalmente las de Joaquín Costa, quien denunciaba la falta de democracia del régimen. En este contexto regeneracionista, surgieron dos políticos, el conservador Maura y el liberal Canalejas, quienes intentaron impulsar reformas desde el propio gobierno. Apoyados por la Generación del 98, un grupo de intelectuales con un espíritu crítico y pesimista, que exponían la necesidad de un cambio social. Sin embargo, en este intento de regenerar la sociedad y la política, la monarquía se mostró incapaz de establecer las bases para superar la alternancia democrática viciada, y en el espacio político urbano comenzaron a emerger otras formas de organización, como el republicanismo o el nacionalismo.
Tras la muerte de Silvela en 1905, Maura personificó la renovación del Partido Conservador, proponiendo un programa de gobierno que buscaba implementar el Regeneracionismo a través de lo que denominó la “revolución desde arriba”. Este enfoque implicaba reformar lo estrictamente necesario y mantener las bases fundamentales del sistema, sin alterar la Constitución de 1876. Esta “revolución desde arriba” buscaba evitar una revolución popular “desde abajo” mediante diversas medidas:
La crisis del proyecto regeneracionista de Maura llegó con la Semana Trágica de Barcelona en julio de 1909. La política exterior, tras el Desastre del 98, se había centrado en Marruecos (especialmente en la zona del Rif), un territorio habitado por tribus bereberes que se rebelaron contra los intentos de ocupación española. El gobierno, necesitado de más tropas, movilizó a los reservistas catalanes. Esta medida provocó un fuerte movimiento de oposición que estalló al descubrirse que los más ricos podían evitar el servicio militar pagando una redención en metálico. La huelga inicial derivó en una insurrección en Cataluña con fuertes protestas anticlericales. Ante estos hechos, el gobierno llevó a cabo una dura represión que incluyó la condena a muerte del pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Guàrdia, acusado sin pruebas de ser uno de los cabecillas de la rebelión. Como consecuencia de la Semana Trágica, Maura dimitió en octubre de 1909, al ser responsabilizado de los sucesos.
El cese de Maura elevó a Canalejas a la Presidencia del Gobierno entre 1910 y 1912. Su programa regeneracionista buscó profundizar el proyecto reformista de su antecesor, intentando integrar al catalanismo y al movimiento obrero en el sistema, y reduciendo la influencia de la Iglesia para evitar la violencia anticlerical. Sus principales medidas fueron:
Sin embargo, todas estas reformas quedaron inconclusas, ya que Canalejas fue asesinado por un anarquista en noviembre de 1912.
Como consecuencia de la incapacidad de los sucesivos gobiernos para integrar a nacionalistas, republicanos y obreristas en el sistema político de la Restauración, el proceso de descomposición del régimen (evidenciado en las crisis de 1909 y 1917) se aceleró.
Por un lado, el republicanismo, la principal fuerza de oposición, se basaba en el laicismo, la ampliación de derechos, la reforma social y la fe en el progreso a través de la educación. Tuvo gran influencia en sectores de la clase media y trabajadores cualificados desde finales del siglo XIX. Su peso político, sin embargo, fue limitado debido a la tradicional división entre centralistas y federalistas. El primer gran partido fue el Partido Republicano Radical, fundado en 1907 en Barcelona por Alejandro Lerroux, con una ideología populista, anticlerical y anticatalanista. Sin embargo, su fuerza disminuyó en 1909, tras ser acusado de promover la quema de iglesias durante la Semana Trágica. También existió el Partido Reformista, de carácter mucho más moderado.
En cuanto a los nacionalismos periféricos, estos adquirieron un mayor protagonismo político y apoyo social tras el Desastre del 98, que evidenció la debilidad del nacionalismo español.
En 1901, los grupos catalanistas se unieron en la Lliga Regionalista, un partido liberal conservador presidido por Prat de la Riba y Cambó, que buscaba la autonomía. De hecho, en 1906, estos grupos catalanistas se enfrentaron a la Ley de Jurisdicciones (1906), que establecía que los delitos contra la patria o el ejército fuesen juzgados por tribunales militares, lo que ellos consideraban una amenaza a la autonomía y a las instituciones civiles. No obstante, a partir de la huelga de 1917, el catalanismo se fragmentó. La Lliga se consolidó como el partido de la derecha catalanista, mientras que en 1931 se fundó Esquerra Republicana de Catalunya, un partido independentista y de izquierdas liderado por Macià y Companys.
Al igual que el nacionalismo catalán, el nacionalismo vasco también buscó desarrollarse en esos años como fuerza de oposición. En este caso, Sabino Arana, tras fundar el Partido Nacionalista Vasco (PNV) en 1896, propugnó la independencia de Euskadi y la creación de un estado vasco. Sin embargo, este proceso inicial no tuvo un gran arraigo. Por ello, el nacionalismo vasco observaba los avances logrados en Cataluña y, progresivamente, fue moderando sus actitudes. Tras la muerte de Sabino Arana en 1903, el PNV evolucionó desde un independentismo antiliberal hacia posturas más autonomistas.
De forma similar, el nacionalismo gallego también comenzó a gestarse, buscando la creación de un Partido Regionalista Gallego.
En cuanto al obrerismo español, este se encontraba fuertemente dividido entre socialistas y anarquistas, quienes pugnaban por liderar el movimiento.
Por un lado, los socialistas se agrupaban en torno al PSOE y la UGT. Su implantación fue limitada, excepto en zonas como Madrid, Asturias y el País Vasco. Tras la Semana Trágica, el PSOE promovió la Conjunción Republicano-Socialista, logrando así su primer diputado en el Congreso, Pablo Iglesias (su líder).
Por otro lado, el anarquismo se manifestaba a través de grupos de acción directa y del anarcosindicalismo. Los primeros eran partidarios de la violencia terrorista contra las autoridades (como el asesinato de Canalejas), mientras que el anarcosindicalismo propugnaba la huelga general como instrumento revolucionario. En 1910, se fundó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El anarcosindicalismo fue duramente perseguido por su participación en las huelgas generales de 1909 y 1917. En Cataluña (especialmente en Barcelona), sufrió la represión del pistolerismo, y en Andalucía (provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla), fue afectado por el Trienio Bolchevique.
En conclusión, este periodo estuvo marcado por los intentos fallidos de regeneración y el progresivo agotamiento del sistema de la Restauración, lo que, sumado al creciente poder de las fuerzas de oposición, sentó las bases para su posterior colapso.