Portada » Filosofía » Pilares del Pensamiento Occidental: Un Recorrido por la Filosofía Antigua
El origen de la filosofía griega se localiza en las colonias Jónicas y en las italianas. Se les denomina así por haber desarrollado su pensamiento con anterioridad a Sócrates. La filosofía presocrática tiene como objeto principal la naturaleza; los primeros filósofos buscaban determinar cuál es el principio último y eterno del que todo procede y se compone (el arjé).
En esta época, destacan dos grandes filósofos, Heráclito y Parménides, quienes debatieron sobre la naturaleza de la realidad (el ser, el devenir y la permanencia). Sus posturas al respecto son francamente opuestas.
Se buscaba, ante todo, una interpretación del universo que explicara la verdad de la realidad, es decir, un principio real del que provinieran el mundo y todas las cosas. Esta búsqueda del principio de las cosas dio como resultado una gran diversidad de teorías.
Después de la filosofía presocrática, el centro de interés de la filosofía sufrió un cambio radical: la preocupación por la naturaleza pasó a ser la preocupación por el ser humano y su convivencia en la vida social, cambio protagonizado por los sofistas.
No constituyen una escuela o corriente de pensamiento homogéneo, pero podemos destacar algunos rasgos comunes en sus diversas manifestaciones:
Los sofistas no pretendían formar hombres justos y buenos ciudadanos, sino que más bien buscaban formar especialistas eficaces en política y derecho. Destacan Protágoras y Gorgias.
Nació en Atenas y vivió aproximadamente 70 años. Fue uno de los más grandes filósofos de la historia y su postura se enfrentó al convencionalismo de los sofistas. Varias características lo definen:
Para Sócrates, la filosofía debía ser un aporte práctico para la vida de los seres humanos.
Respecto a la información que poseemos sobre Sócrates, existe un gran problema, conocido como el problema socrático. Este se basa en que todo lo que sabemos sobre el filósofo nos es transmitido principalmente a través de los escritos de Platón, su discípulo, lo que nos lleva a plantearnos las siguientes cuestiones:
Existen otras fuentes que nos muestran una figura diferente del filósofo, como las de Jenofonte y Aristófanes.
En este diálogo, Platón presenta sus tesis principales en áreas filosóficas tan importantes como la ontología, la metafísica, la antropología, la teoría del conocimiento y la ética.
Sin duda, la tesis más importante es la de la preexistencia e inmortalidad del alma, que constituye la cuestión fundamental del Fedón. El alma es inmortal en el sentido de que existe antes de su unión al cuerpo y persiste después de la muerte de este.
Platón lo demuestra en el Fedón argumentando que la preexistencia del alma está ligada al proceso del conocimiento. Cuando conocemos de un modo absoluto, captamos la verdad en su totalidad. Cuando conocemos, lo que hacemos es relacionar un objeto sensible con su Idea correspondiente, que se encuentra en el mundo inteligible. Si somos capaces de establecer esta relación, es porque nuestra alma ha estado allí previamente. Así, el acto de conocer implica que el alma preexiste al cuerpo.
El alma también post-existe al cuerpo porque, mientras el cuerpo, al ser un compuesto, se descompone y muere, el alma es simple. Lo simple, a diferencia de lo compuesto, no tiene partes, es idéntico a sí mismo y, por tanto, no puede descomponerse, lo que la hace eterna.
El pensamiento platónico se desenvuelve en torno a tres dualismos principales: el ontológico, el epistemológico y el antropológico.
¿Qué es la realidad y qué tipos de realidad existen? Platón plantea la solución a través de su Teoría de las Ideas, que constituye el centro de sus consideraciones acerca del mundo, del ser humano y del conocimiento. Esta teoría la desarrolla fundamentalmente en los diálogos de su etapa de madurez, como el Fedón y La República.
Así pues, Platón concibe dos «mundos» (el «dualismo platónico»):
Jerarquía de las Ideas: Según Platón, hay infinidad de Ideas, pero no todas tienen el mismo valor. En la cumbre está la Idea de Bien, de la que dependen todas las demás. Es el Ser por excelencia. Platón la compara con el sol: es como la luz que nos permite ver y comprender todo. A continuación, Platón sitúa las Ideas de Belleza y de Justicia. En la posesión de estas tres Ideas reside la Sabiduría.
Relación entre ambos mundos: La relación entre ambos mundos es descrita por Platón con el término de participación o imitación (recordar el Mito de la Caverna). Las cosas sensibles son como son porque imitan o participan de las Ideas.
¿Qué relación existe entre las Ideas y nuestro conocimiento? La pregunta tiene dos aspectos distintos:
a) La Teoría del Conocimiento de Platón no es expresada de forma sistemática, sino que se refleja en varios de sus diálogos, entremezclada con otras discusiones, excepto en el Teeteto, que plantea únicamente el tema del conocimiento. En un primer momento, Platón afirma que conocer no es más que recordar, lo que se conoce con el nombre de Teoría de la Reminiscencia. Esto es así porque el alma habitó el mundo de las Ideas antes de caer en el mundo físico y quedar encerrada en un cuerpo y, por lo tanto, las conoce. Posteriormente, defiende una concepción dialéctica del conocimiento, al que se accedería desde el grado más bajo (la ignorancia) y culminaría en el conocimiento de la verdad o la Idea de Bien.
b) El Símil de la Línea: Platón considera que, al igual que existen dos grados de realidad, existen dos grados de conocimiento que garantizan distintos niveles de certeza.
En concordancia con su dualismo ontológico, Platón defenderá un dualismo respecto al ser humano: un ser compuesto de dos realidades, cuerpo y alma. Para Platón, el ser humano es un alma espiritual y eterna, encerrada o «encarcelada» en un cuerpo.
Platón lo demuestra en el Fedón al vincular la preexistencia del alma con el conocimiento. Argumenta que, al conocer de forma absoluta y captar la verdad, el alma relaciona objetos sensibles con sus Ideas inteligibles. Esta capacidad de relación implica que el alma ha estado previamente en el mundo de las Ideas. Así, el conocimiento conlleva la preexistencia del alma. Además, el alma post-existe al cuerpo porque, a diferencia del cuerpo (que es compuesto y se descompone), el alma es simple, carece de partes, es idéntica a sí misma y, por tanto, eterna e indestructible.
En el Mito del Carro Alado, Platón presenta su visión del alma a través del símil de un carro alado tirado por dos caballos: el blanco representa las pasiones nobles y el negro las bajas pasiones. No está claro si Platón habla de varias almas o de una sola que tiene tres partes o funciones:
La inmortalidad del alma queda reservada para la parte racional; las otras dos son mortales. Entre el cuerpo y el alma existe una unión accidental, es decir, la única que se puede dar entre dos realidades plenamente constituidas y de naturaleza totalmente distinta.
Inmortalidad del alma: El alma no es solo la parte más importante del ser humano, su auténtico y genuino yo, sino que, además, es inmortal. Es inmortal porque seguirá existiendo cuando el cuerpo haya muerto.
La ética de Aristóteles se deriva de su visión de la realidad y de la sustancia. Según él, todas las sustancias tienden al cumplimiento de un fin (telos). Por ejemplo, el fin de una semilla es convertirse en planta. Este fin es distinto para cada especie y depende de la forma que tenga la sustancia. El fin de cada sustancia es su bien; pues alcanzar dicho fin y cumplir con el orden natural es adquirir cierta perfección.
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, lleva a cabo una investigación sobre cuál es, en primer lugar, la finalidad del ser humano (es decir, el bien que le es propio) y, en segundo lugar, el modo en que puede alcanzarse dicho bien.
Podemos caracterizar la ética de Aristóteles como:
Aristóteles sostiene que es fundamental que el ser humano practique la virtud, entendida como la excelencia, no como una pasión, sino como una acción. De esta forma, la virtud es la acción más apropiada a la naturaleza de cada ser; el acto más conforme con su esencia.
Existen varios tipos de virtud:
Explicación de las ideas clave:
Aristóteles, aunque no lo formula explícitamente como tal, encarna el paso del Mythos (narración mítica) al Logos (razón). Este concepto, «el paso del mito al logos», se emplea comúnmente como sinónimo del nacimiento de la ciencia o la filosofía, representando la transición del pensamiento mítico al pensamiento racional, siendo la ciencia la expresión racional por excelencia.
Aristóteles relaciona el desarrollo de la razón (logos) con la evolución del ser humano de vivir en pequeños poblados a organizarse en ciudades (polis). El ser humano no puede ser feliz al margen de la comunidad. Necesita de sus semejantes para lograr su tendencia natural hacia la perfección. Esto se debe a que el ser humano es social por naturaleza (physis), es decir, nace social, a diferencia de otras propuestas que consideran que el hombre se hace social.
Aristóteles lo expresa con el concepto de Zoon Politikón (animal político), que significa que el ser humano, a diferencia de otros animales, posee la capacidad de relacionarse políticamente, es decir, de crear sociedades y organizar la vida en ciudades.
Aristóteles demuestra este hecho mediante los siguientes argumentos:
A diferencia de Platón, Aristóteles no expone una teoría ideal del Estado y de la organización social, sino que lleva a cabo un análisis empírico del Estado real (concretamente de la polis, o ciudad-estado) y su mejor organización posible. Introdujo el concepto de naturalismo político. Según él, los seres humanos primero se unieron para reproducirse; luego, crearon aldeas con «maestros naturales», capaces de gobernar, y «esclavos naturales», utilizados por su fuerza de trabajo. Finalmente, varias aldeas se unieron para formar una ciudad-estado.
Para este filósofo, la finalidad del Estado es la consecución del bien común. Para ello, se debe garantizar:
Únicamente los hombres libres podrán aspirar a la felicidad que anhelan mediante su agrupación en la comunidad política de la ciudad. Quedan, pues, excluidos los esclavos, las mujeres, los artesanos, agricultores, extranjeros, etc.
Negará la posibilidad de un Estado perfecto, al contrario de lo que había defendido Platón. Las formas aceptables de gobierno serán aquellas que garanticen el bien común. En función del número de gobernantes, dichas formas de gobierno aceptables serán: la monarquía, la aristocracia y la politeia (o democracia moderada). Las formas degeneradas o desviadas son la tiranía, la oligarquía y la democracia (en su sentido extremo o demagogia).
La obra de San Agustín está marcada por una constante y apasionada búsqueda de la verdad. Como incansable buscador de la verdad, Agustín sufrió desengaño con los maniqueos y una fuerte sacudida con los escépticos. El problema de la verdad es para él un tema muy serio que domina todos sus escritos.
El pensamiento agustiniano arranca desde un principio con la pretensión de conciliar fe y razón. Según Agustín, ambos son perfectamente compatibles y tienen como misión llegar a la verdad, que es necesariamente la verdad cristiana. En primer lugar, la inteligencia prepara el camino para la fe: «Intellige ut credas» (entiende para creer). Después, es la fe la que dirige e ilumina la inteligencia: «Crede ut intelligas» (cree para comprender). Finalmente, juntas crecen y alcanzan la Verdad (Dios). Sin la fe, la razón nunca alcanzaría la verdad, ya que no tiene capacidad para desvelar todos los misterios.
Una vez que ha demostrado que es posible conocer la verdad, San Agustín distinguirá varios tipos de conocimiento: el conocimiento sensible y el conocimiento racional. El conocimiento racional, a su vez, podrá ser inferior y superior.
La creación del mundo es el resultado de un acto libre de Dios. San Agustín sostiene la doctrina del ejemplarismo, según la cual Dios crea el mundo a partir de modelos eternos (las Ideas divinas). Los seres materiales se componen de materia y forma, pero no todos han sido creados en acto desde el principio del mundo.
En el momento de la creación, Dios depositó en la materia una especie de semillas, las razones seminales (rationes seminales), que, dadas las circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a la aparición de nuevos seres que se irían desarrollando con posterioridad al momento de la creación. Agustín considera las razones seminales como propiedades de todas las cosas que tienen vida, es decir, todas aquellas cosas que tienen movimiento y pueden desplazarse o razonar, como los seres humanos. La evolución del mundo es solo la actualización de esa potencialidad, y no la acumulación de actos distintos de creación por parte de Dios.
Algunos de los pensamientos más geniales de San Agustín giran en torno al problema del tiempo, que aborda con un agudo análisis psicológico. ¿Qué es lo verdaderamente real en el tiempo? Solo el presente, el ahora inmediato. El pasado consiste solo en nuestro recuerdo. El futuro es solo nuestras expectativas. Nuestra conciencia limitada, por medio de la memoria, mantiene lo que ya ha sucedido, y por medio de las expectativas y esperanzas introduce en el presente lo que será; así, percibe el pasado, presente y futuro como una sucesión y crea el concepto de tiempo. Pero esto es algo subjetivo, que no afecta al Creador (Dios), sino a lo creado. En realidad, es absurdo preguntar qué hacía Dios antes de la creación, ya que esta pregunta presupone el tiempo, y Dios está fuera del tiempo.
San Agustín distingue entre:
La antropología agustiniana tiene influencias platónicas. El ser humano es el resultado de dos sustancias distintas: el alma, que es la parte sustancial del ser humano y predomina sobre el cuerpo. El cuerpo es el instrumento del alma y de sus operaciones. Sin embargo, como todo es fruto de la creación de Dios, el cuerpo en sí mismo es bueno.
Agustín introduce el concepto de «yo psicológico», planteándose preguntas como «¿Qué es el ser humano?» o «¿Quién soy yo?». Busca que su respuesta sea válida para todos los seres humanos —y es por esto que toda cultura y sistema social tiene en su base una concepción determinada del hombre. En sus Confesiones, nos explica sobre la interioridad del ser humano y sobre el alma.
El alma es de naturaleza espiritual y, como hemos dicho, principio de conocimiento. Es inmortal, pero no eterna. Si fuera eterna, no podría haber sido creada por Dios. Recurre a argumentos platónicos para defender su inmortalidad: al ser espiritual, es simple, pues no tiene partes ni divisiones. Lo que no tiene partes no puede descomponerse y, por tanto, no puede perecer.
La explicación del origen del alma plantea un problema: Dios es su creador, pero ¿cómo se produce su creación?
Agustín también aborda la metafísica, definida como «la ciencia de la esencia de los entes y de los primeros principios del ser». Asimismo, discute sobre el macrocosmos y el microcosmos. La unión de estos dos términos hace referencia a una supuesta relación de semejanza entre ambos. El macrocosmos sería el modelo imitado por el microcosmos (el ser humano): un cosmos en miniatura, reflejo del universo entero o macrocosmos concebido como un gran organismo.
Mientras que la libertad de acción es la capacidad de actuar, el libre albedrío es, primariamente, una capacidad de decidir o elegir que, eventualmente, se traduce en la acción correspondiente. El libre albedrío es una capacidad más compleja que la libertad de movimiento o acción.
¿Por qué Dios no es causa del pecado, al igual que lo es del libre albedrío? La respuesta es que Dios crea el libre albedrío para que elijamos el bien y seamos premiados. No obstante, elegir bien significa poder elegir mal, y quien elige mal es castigado, dado que Dios es justo y premia o castiga en función del merecimiento de cada uno.
La doctrina fundamental de Agustín respecto al problema del mal es la famosa idea de este como privación (privatio boni). Al concebirse el mal en estos términos, se le despoja de toda entidad o sustancialidad propia y, simultáneamente, se excluye la responsabilidad de Dios, creador de todo, de su existencia.
Para Agustín, hay dos tipos de males:
Todos los seres humanos buscan la felicidad, pero este fin no es posible en esta vida, pues solo es alcanzable con la visión beatífica de Dios. El ser humano desea el bien y la felicidad, pero los bienes de este mundo son todos limitados y, por tanto, no satisfacen el ansia de bien y felicidad absoluta que tiene el ser humano. Así, este se ve obligado a autotrascenderse y buscar el Bien absoluto que le pueda proporcionar la felicidad absoluta. Ese Bien absoluto es Dios.
El orden moral consiste en vivir conforme a la ley de Dios, que Agustín define como «la razón o voluntad divina que ordena respetar el orden natural y prohíbe transgredirlo». Los mandatos de la ley eterna que atañen al ser humano constituyen la ley natural. El orden humano requiere el conocimiento de Dios y su ley y, sobre todo, quererlo. La recta voluntad es la que se mueve por un amor bueno, que es la caridad, que conduce al ser humano hacia Dios, su bien supremo. La vida humana debe estar guiada por la virtud para conseguir esa meta final, pero no es suficiente; necesita de la gracia divina, pues su alma está dañada por el pecado original. La fe cristiana presenta a un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, pero para que la Justicia divina sea posible, es necesario que el ser humano pueda elegir entre el bien y el mal. San Agustín distingue entre libre albedrío y libertad. El libre albedrío es la capacidad de elección entre el bien y el mal. Por el pecado original, el ser humano siente la debilidad de las pasiones y es capaz del mal; por la gracia, es capaz del bien. La libertad es la elección del bien con la ayuda de la gracia, que es la ayuda que proporciona Dios para que el obrar del ser humano se adecúe a la ley divina.
La lucha entre el bien y el mal, que tiene ante todo un carácter moral, se realiza en el transcurso histórico de la humanidad bajo el símbolo de «las dos ciudades» (el agustinismo político: la Ciudad Terrenal y la Ciudad Celestial).
Agustín también aborda la relación entre el trono y el altar, y la unión entre el poder político y el pontificio, es decir, entre el poder político y el religioso. Según él, el poder religioso debe primar sobre el temporal.
La sociedad debe guiarse por principios cristianos y buscar la salvación. Los seres humanos que aman a Dios (fundamento del bien y la felicidad) hasta el desprecio de sí mismos constituyen la Ciudad de Dios, la del bien. Los seres humanos que se aman a sí mismos y a los bienes de la naturaleza hasta el desprecio de Dios constituyen la Ciudad Terrenal, la del mal.
Al igual que Platón, San Agustín comienza con un análisis de la naturaleza humana: el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en el ser humano unas tendencias e intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo; y unos intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma. La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha estado dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la metáfora de las dos ciudades.
Agustín también nos habla sobre el voluntarismo moral, una doctrina importante en su enseñanza ética: es necesario amar para conocer, y lo bueno no es cuestión de conocerlo, sino de elegirlo.