Portada » Ciencias sociales » Transformaciones en los Asentamientos Calcolíticos: Vivienda, Territorio y Jerarquía Social
Destaca también la entidad que tienen estas estructuras, mayoritariamente fondos de cabaña semiexcavados en el suelo y asociados a una serie de estructuras negativas relacionadas con actividades de almacenaje de alimentos. Los fondos de cabaña y silos, como queramos llamarlos, tienen una vigencia marcada por el corto uso que se les puede dar a las estructuras de almacenaje, lo que obliga a abandonar el uso de esos silos para excavar otros y, automáticamente, desplazar la estructura de habitación para mantenerla en relación espacial con los silos. Este fenómeno hace que con mucha frecuencia los poblados calcolíticos sumen a su estratigrafía vertical, basada en superposiciones de niveles, una horizontal en la que los usos se desplazan horizontalmente, generando finalmente yacimientos cuya extensión es habitualmente mayor que la de los poblados originales.
Estas cabañas suelen consistir en estructuras semiexcavadas en el suelo y completadas con alzados de tapial y cubiertas cónicas de ramaje, cada una de ellas asociada a silos de almacenaje de alimentos que denotan que la base de la producción y de la propiedad de esta es aún familiar. Estas cabañas, de planta circular u oval, con el paso del tiempo van incorporando algunos elementos que denotan indicios de permanencia y vocación de continuidad, lo que se refleja en la aparición de zócalos de piedra o en el aumento de los diámetros de estas viviendas, generalmente de unos 4-5 m y que llegan a tener hasta nueve metros en algunos yacimientos hacia momentos finales del Calcolítico, lo que refleja muy claramente el tránsito de la cabaña a la vivienda y todo lo que ello comporta en cuanto a la definición de la unidad doméstica y el concepto de permanencia de esta y de sus moradores. Asociado a este fenómeno está la aparición de algunos enterramientos en el interior del poblado, amortizando estructuras domésticas que han dejado de usarse. Pero, salvo excepciones, no se dan situaciones de ordenación del espacio a nivel de poblado y, cuando se detectan, no tienen mayor entidad, salvo por la aparición de estructuras de defensa, como veremos.
En algunos casos observamos la construcción de murallas defensivas, lo que, junto con la construcción de megalitos, constituye un esfuerzo claro de carácter colectivo que refuerza el concepto de la pertenencia al grupo, pero en el que subyace una estructura social compleja que ordena esos trabajos.
Las fortificaciones, minoritarias en comparación con la totalidad de poblados calcolíticos existentes, son más abundantes en fases avanzadas del Calcolítico y se relacionan con ese fenómeno por el cual los asentamientos van ganando cota respecto a su entorno.
Se trata de murallas de piedra seca (sin argamasa), de planta sinuosa o curva y jalonadas por bastiones semicirculares, a veces con varias líneas que, como en Zambujal o Los Millares, reflejan la evolución del poblado y de su sociedad, con una fase de configuración inicial, una o varias de expansión espacial del área de habitación (acompañada de un aumento de las necesidades de defensa), y finalmente una reducción del espacio fortificado paralela a un aumento de los esfuerzos defensivos. De este modo, parece reflejarse a nivel interno una distinción cada vez más clara entre un sector de población asociado a lo que se configura como acrópolis y el resto, a veces incluso sin que este último esté incluido en el seno del recinto fortificado externo, que en algunos casos incluso reduce su perímetro (Zambujal). Son murallas que suponen un esfuerzo colectivo considerable, diseñadas no solo como elemento de prestigio y de demostración de poder, sino para ser utilizadas, lo que refuerza la idea de que conforme avanzamos en el Calcolítico aumentan las situaciones de conflicto, las cuales siempre deben relacionarse con un incremento de las diferencias en el acceso a la producción (mayor jerarquización social, aumento del concepto de propiedad, mayores relaciones de dependencia entre miembros de una misma comunidad, etc.).
Desde el punto de vista de los hábitats, en lo que se refiere a su propia fisonomía y a su ubicación en el territorio, esto es, a su patrón de asentamiento, podemos decir que el Calcolítico es una acentuación clara de las tendencias que observábamos desde el Neolítico Medio avanzado y, sobre todo, desde el Neolítico Final.
Así, son frecuentes los hábitats en llano o en terrazas fluviales, si bien conforme avanzamos en el tiempo vemos cómo, sobre todo en el Calcolítico Final, la tendencia es a que se ubiquen en cotas más elevadas, ganando altura frente al entorno inmediato, un fenómeno que posiblemente refleje no tanto la necesidad de defensa, que también, sino como una cierta relación de dominio sobre el territorio circundante, denotando la exclusividad inherente a la propiedad de la tierra.
Así, tenemos poblados en llano, junto a áreas endorreicas; otros en terrazas fluviales ligeramente sobreelevados respecto a los cauces; y por último poblados en cerro, ocupando básicamente sus laderas y, en algunos casos paradigmáticos, también su cima, configurándose incluso una suerte de acrópolis o zona donde se observan fenómenos que no se dan en el resto del área de habitación y que apuntan a la emergencia de élites.
Es claro que cualquiera de estos tipos de hábitats nos revelan la generalización del concepto de poblado, sean estos de mayor o menor tamaño, aunque generalmente hablemos de pequeñas entidades constituidas por comunidades de unos 70-80 individuos, que solo en pocas excepciones son mayores (Millares, Zambujal).
Desde el punto de vista de la relación entre ellos lo que más destaca es la ausencia, salvo excepciones, de un patrón jerárquico del poblamiento, que sí veremos muy claramente en la Edad del Bronce. En el Calcolítico estamos ante comunidades que dependen básicamente de sí mismas, con unos territorios de explotación que permiten la obtención de sus medios de subsistencia y la generación de excedentes que emplean, mediante su movimiento a través de rutas de comunicación, para la adquisición de bienes de prestigio con los que sus élites demuestran poder. No parecen existir, salvo las excepciones referidas, relaciones de poder o de dependencia entre poblados, sino más bien situaciones de cierta autarquía.
No obstante, este panorama no debe llevar a decir que los diferentes poblados carecen de relación, sino más bien al contrario. Aunque no existan, como norma, relaciones de dependencia, la mayor parte de los hábitats parecen estar inmersos en una red de interconexión que facilita la circulación de bienes de prestigio, esto es, de difícil consecución y alto valor añadido, con el que algunos personajes parecen demostrar la ostentación de poder, posiblemente en el marco de una sociedad de jefaturas presidida por personajes que harían de redistribuidores, big-men, a partir de los cuales se irá complejizando la sociedad calcolítica mediante relaciones sociales de dependencia y acceso diferencial a los medios de producción, como bien refleja el mundo funerario.
Todo ello se observa también en la fisonomía propia de estos hábitats, donde la mayoría de las unidades domésticas no presentan grandes diferencias entre sí ni en sus tamaños, tipología o distribución en el interior de las áreas de habitación. Así, es un rasgo característico el hecho de que las cabañas se distribuyan de un modo aparentemente anárquico, sin que parezca existir un ordenamiento del espacio que esté por encima de las decisiones adoptadas por cada unidad familiar. Solo en algunos casos empezamos a ver diferencias entre ellas, tendentes a que algunas de estas estructuras, ubicadas en el sector más elevado del poblado, se diferencien del resto.