Portada » Geografía » Población, Ciudades y Economía en la España Decimonónica
El siglo XIX en España fue una etapa de importantes transformaciones sociales vinculadas al paso del Antiguo Régimen al liberalismo y a los cambios económicos del siglo.
La población creció de menos de once millones en 1800 a dieciocho millones en 1897. Hasta 1833, el crecimiento fue del cuatro por ciento anual, aumentando al seis coma cinco por ciento posteriormente, debido al desarrollo económico y al fin de las guerras internas. Sin embargo, hacia 1860, España crecía un seis por ciento menos que la media europea, con características demográficas aún propias del ciclo antiguo:
Las crisis agrarias de subsistencia fueron frecuentes (1817, 1837, 1847, 1868), afectando más al interior por la falta de una reforma agraria y la escasa producción, mientras que las zonas costeras, gracias a las importaciones, mitigaban mejor las malas cosechas. A pesar de estas dificultades, la población creció de forma constante.
Los movimientos migratorios internos estuvieron vinculados al desarrollo económico. Se produjo un desplazamiento desde el norte y la Meseta central (excepto Madrid) hacia la costa mediterránea, donde había tierras más fértiles, industrias emergentes y mejores comunicaciones. Destacaron ciudades como Barcelona, el País Vasco y Madrid, que demandaban mano de obra industrial. Sin embargo, no se puede hablar de un éxodo rural masivo hasta finales del siglo, ya que la revolución agraria no se produjo en España.
En cuanto a la emigración exterior, hasta 1853 el gobierno prohibía la emigración, pero después se permitió, aunque con poca incidencia hasta 1868. Se calcula que medio millón de españoles emigraron hasta principios del siglo XX, principalmente campesinos y artesanos. Los destinos más comunes fueron:
Galicia fue la principal región de emigración, junto con Canarias, Asturias y Cantabria.
El desarrollo urbano fue notable, pero menor que en otros países industrializados europeos. Según el censo de 1860, el sesenta y dos por ciento de la población vivía en el campo y el setenta y cinco por ciento trabajaba la tierra o vivía de sus rentas. Solo Madrid (289.000 habitantes), Barcelona, Valencia y Sevilla superaban los 100.000 habitantes.
Entre 1850 y 1900, España duplicó su nivel de urbanización, aunque países como Alemania lo cuadruplicaron. El crecimiento urbano se debió a la industrialización, la división provincial de 1833 y las desamortizaciones, que favorecieron el traslado de población del campo a la ciudad.
El crecimiento urbano generó desequilibrios entre población y estructuras urbanas. Hubo que mejorar infraestructuras como el abastecimiento de agua, alcantarillado, empedrado de calles, iluminación y transporte. También se derribaron murallas para ampliar las ciudades. Destacaron los planes de ensanche urbano, como el Eixample de Ildefonso Cerdá en Barcelona y el barrio de Salamanca de Carlos M.ª de Castro en Madrid. Otras ciudades como Zaragoza, Bilbao, San Sebastián y Valencia siguieron estos modelos. Estos ensanches impulsaron el negocio inmobiliario y generaron empleo para los inmigrantes rurales.
En las zonas industriales, surgieron barrios obreros cerca de las fábricas, con edificios de dos o tres plantas que aumentaron en altura y se extendieron por los suburbios o extrarradios. Estos barrios crecieron de forma desordenada y carecían de servicios básicos como calles bien trazadas, alumbrado público, agua potable, alcantarillado y gestión de basuras.
El siglo XIX en España fue una época de transformaciones clave, impulsadas por las desamortizaciones y el inicio de la industrialización.
Las desamortizaciones fueron procesos de incautación y venta de bienes raíces, destacando las de:
El objetivo de estas reformas fue sustituir la sociedad estamental por una de clases, fortalecer el liberalismo y reducir la deuda pública. Además, la liberalización del mercado y la supresión del Mayorazgo facilitaron la libre disposición de la propiedad.
La Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias de 1829 permitió la creación de entidades financieras como el Banco de Santander (1857) y el Banco de Bilbao (1857), que fomentaron la inversión en ferrocarriles y deuda pública. En 1868, la instauración de la peseta unificó la moneda nacional.
Sin embargo, el comercio exterior fue limitado debido a la política proteccionista y el desorden monetario, hasta que en 1869, el Arancel Figuerola redujo aranceles y favoreció el librecambio.
El desarrollo ferroviario comenzó con la Ley General de Ferrocarriles de 1855, creando una red radial con Madrid como centro, aunque con un ancho de vía distinto al europeo. También se promovió la navegación a vapor y se modernizaron los correos y telégrafos, facilitando el transporte y las comunicaciones.
La industrialización fue lenta en España debido a la falta de capitales, malas comunicaciones y ausencia de una revolución agraria. A pesar de ello, sectores como el textil, la metalurgia, la siderurgia y la minería experimentaron avances.
En resumen, el siglo XIX en España estuvo marcado por la modernización económica, la liberalización de la propiedad, el impulso a la industrialización y el comercio, y el crecimiento de las infraestructuras clave como los ferrocarriles. Sin embargo, el proceso fue lento y estuvo condicionado por la falta de recursos, la falta de continuidad en las políticas económicas y los problemas sociales derivados de las condiciones de trabajo.