Portada » Educación Artística » Las Etapas del Dibujo Infantil: Desarrollo Gráfico y Composición Visual (Luquet y Lowenfeld)
Esta etapa debe sus variaciones progresivas a la progresiva modificación de los anclajes que determinan el movimiento de la mano. El niño inicia sus dibujos anclando sus movimientos en el hombro, con la absoluta falta de control que esto implica. Un poco más adelante, es el codo el que asume este papel.
Este movimiento puede derivar en varias realizaciones:
Aproximadamente seis meses después de iniciar el garabateo, el niño descubre la relación entre sus movimientos y los trazos resultantes, iniciando así el control visual sobre sus movimientos. Estos comienzan a utilizar la articulación de la muñeca y ya van adquiriendo trazos horizontales, no solo verticales.
En estas horizontales ondulantes, descubre un parecido con la escritura que no entiende, pero que ve representada por sus mayores, lo que le lleva a imitarla. En cierto modo, podemos considerar este como el primer intento de figuración. Todo esto ocurre poco después de los dos años.
Este comienzo de control sobre sus movimientos y, sobre todo, el descubrimiento de las relaciones entre el gesto y el trazo, son muy importantes para el niño. Su descubrimiento provoca en él *entusiasmo*, lo que le lleva a variar sus movimientos, repetir líneas, dibujar de forma vigorosa, trabajando líneas verticales, horizontales o en círculos. Es frecuente que, una vez terminado el dibujo, descubra alguna relación o parecido de este con algún elemento real, momento en el que le pondrá nombre.
Sobre los tres años y medio, el niño comienza a dar nombre a sus dibujos antes de iniciarlos. Sin embargo, este hecho es la primera manifestación de *intencionalidad* en la plástica infantil.
Esa intención inicial puede modificarse durante el desarrollo del dibujo por distintas causas: encuentro de parecido de las formas realizadas con elementos distintos de los propuestos inicialmente, intento de satisfacción de algún adulto…
A pesar de haber pasado del pensamiento kinestésico al imaginativo (de la inteligencia sensomotora a la interiorizada), aún mantiene el disfrute motor y el gusto por la experimentación como elementos incentivadores de su actividad plástica.
El niño, entre los 3 y 4 años, modifica sustancialmente sus garabatos, pasando estos de esquemas gráfico-gestuales a formas representativas. Se convertirá en manifestación de sentimientos y sensaciones (prisa, velocidad, enfado, alegría…), y por tanto, en un medio de comunicación. Para Luquet, esta subetapa es la que llama de *transición a la figuración*.
Podríamos señalar como características de este período la pérdida del disfrute motor, el control visual del movimiento y la intencionalidad formal. Podría decirse por ello que lo que el niño dibuja no es lo que ve, sino lo que sabe.
Poco a poco, el niño irá adquiriendo esquemas cromáticos. El color no se corresponde con el del objeto representado. La elección pertenece al gusto, la casualidad o la psicología del niño.
El color se aplica por partes y sin intención de crear volumen. No se entiende en su totalidad (ej. el tejado rojo, las nubes azules sobre fondo blanco, las copas de los árboles verdes y sus troncos marrones…).
Entre los cuatro y los siete años, el niño es capaz de percibir e interpretar las relaciones geométricas de las partes que integran las formas, como el paralelismo, perpendicularidad, relaciones angulares aproximadas, igualdad y semejanza de formas, etc. La proporción y su relación con las distancias es aún un logro por conseguir.
El niño organiza el espacio según su percepción y su relación afectiva con el entorno. La composición corresponde a la relación de elementos y circunstancias que lo rodean. Los temas más dibujados son el sol, la casa, los animales, las plantas y los medios de transporte (coches).
En relación con este mismo criterio emocional está el *egocentrismo* manifiesto de este periodo, que hace del niño objeto central de la mayoría de sus representaciones. En esta lógica, su representación queda frecuentemente destacada por un aumento del tamaño relativo, intensidad cromática, introducción del grafismo del nombre (que ya es capaz de dibujar antes de saber escribir), y sobre todo por la situación central de la figura.
A los siete años, el niño entra en un periodo de transición del realismo intelectual al realismo visual, que acabará cuando entre definitivamente en esta última fase a los 12 años. En esta etapa, el niño pasa del realismo intelectual y conceptual a un realismo visual basado en la experiencia perceptiva, pero no abandona de forma definitiva aquella relación emocional establecida con la realidad que le rodea en el periodo anterior.
Percepción y experiencia hacen que el niño alcance en sus representaciones esquemas definidos de los elementos que le rodean, integrados por formas características e independientes, entendiendo como *esquema* el concepto gráfico de un objeto al que el niño ha llegado y que representa su conocimiento sobre el mismo.
El niño realiza, ya al final de la etapa anterior, una representación gráfica relativamente estable del ser humano que, como hemos comentado, durante esta etapa irá variando y enriqueciéndose. Suelen usar figuras geométricas, sobre todo en los primeros momentos de este periodo, teniendo cada parte del cuerpo su forma específica (cabeza-círculo, brazos-rectángulos…). Con frecuencia, esas formas geométricas van asociadas a diferencias sexuales (triángulo para chicas, rectángulo para chicos…).
Durante esta etapa será frecuente encontrar representaciones del rostro de perfil sin que esto deba suponer un avance respecto a la representación frontal.
La representación espacial en esta etapa se caracteriza por el establecimiento de relaciones objetivas entre los distintos elementos, y la primera de estas relaciones es la de arriba-abajo. Estas relaciones se articulan en torno a un elemento fundamental: la *línea de base*. Esta representa el suelo y puede aparecer o no, y estar implícita al representarse los distintos objetos del dibujo a una misma altura o simplemente apoyarlos en la base del folio.
Aparece también otra línea que llamaremos de *cielo*, en la parte superior y considerablemente más gruesa que la anterior. A veces se intenta representar la profundidad del espacio mediante la inclusión de una segunda línea de base. Sin embargo, los objetos que aparecen sobre esta no reducen su tamaño. La reducción de tamaño según la lejanía es un logro que no suele darse hasta los ocho años aproximadamente.
Otra representación característica de esta etapa es el llamado *doblado*. Consiste en representar, cuando en el dibujo aparece un elemento plano central como una carretera, camino o río, los elementos situados a un lado y a otro en oposición, como reflejados en un espejo.
En esta etapa, en ocasiones el niño realiza representaciones espacio-temporales con el fin de contar hechos sucesivos acaecidos en un periodo determinado de tiempo. Esto pueden hacerlo de varias maneras:
Según Villafañe y Mínguez (2002, 112), “no resulta necesaria la presencia gráfica de un punto para que este actúe”. En este sentido, podemos apuntar a tres tipos de puntos, los que Domínguez (1993, 172) denomina *implícitos*:
El punto puede ejercer de manera gráfica, explícita o implícita.
