Portada » Lengua y literatura » La Novela Española del Siglo XX: De la Generación del 98 a la Renovación Narrativa
Formada por un grupo de escritores españoles de finales del siglo XIX y principios del XX, marcados por un hecho en común: el desastre del 98.
Estilo sobrio, sencillo y natural. Es común el uso de palabras tradicionales, la técnica impresionista y los diálogos densos que invitan a la reflexión. No obstante, cada autor posee su individualidad, cuidando la expresión para alcanzar la belleza.
Evoluciona desde el modernismo de sus Sonatas, llenas de melancolía y evasión espacio-temporal, hasta el expresionismo degradante de sus esperpentos, que deforman la realidad para retratar una sociedad sin las virtudes de la nobleza, el valor, la justicia, la generosidad y la solidaridad. Publica su trilogía La guerra carlista, atraído por el heroísmo romántico de los carlistas.
En La voluntad, defiende la nueva novela. Presta especial atención al paisaje y a los clásicos como Cervantes. Sus temas preferidos son la angustia por el paso del tiempo, el hastío y la angustia vital.
Dará a sus novelas un nombre nuevo: nivola. Es el autor más intelectual. Busca la esencia de la angustia vital, y sus conflictos religiosos provienen de su imposibilidad de encontrar sentido a su existencia y a la de Dios. Él quiere creer, pero no puede, al igual que su personaje San Manuel Bueno, mártir, cura que sin tener fe sigue ejerciendo como tal para que sus feligreses crean y vivan felices.
Agrupa sus novelas en trilogías y, otras veces, en muchos volúmenes, como los de Memorias de un hombre de acción. La novela abarca lo filosófico, lo psicológico, lo épico, etc. Sus personajes buscarán una felicidad que no encuentran, bien por su apatía o por las circunstancias.
Intelectuales situados entre el noventayochismo y las vanguardias. Son más vitales que los del 98, más europeístas y liberales. Aparte de sus ensayos y cuentos, también destacan en dos tendencias narrativas: la lírica y la intelectual.
Resalta Gabriel Miró. La melancolía y lo sensorial recuerdan la prosa modernista, pero su búsqueda de perfección es novecentista. Destaca por la musicalidad y el lirismo, siendo la acción algo secundario.
Destaca Ramón Pérez de Ayala. Escribe novelas generacionales, muy críticas con los colegios de jesuitas, y también novelas de temas universales o intelectuales. Trata el problema de la incomunicación de los seres humanos, el amor y la evolución sexual de los adolescentes, y el del honor del hombre vinculado a la felicidad o no de la mujer. Hay perspectivismo intelectual incluso en la forma o en los personajes.
También hay novelas humorísticas como la de Wenceslao Fernández Flórez en Las siete columnas. La novela corta decae tras los novecentistas. A finales de los años 30, la novela se politiza, y encontramos precursores de los novelistas sociales de posguerra.
En conclusión, la novela del siglo XX hasta 1939 se opone a la copia de la realidad y al barroquismo del realismo decimonónico. Los noventayochistas pretenden mejorarla y usan un estilo más natural y selectivo; los modernistas cuidan más las formas; los novecentistas son europeístas, más racionalistas y objetivos, y anuncian las vanguardias con su preocupación estética y formal.
Estas décadas están marcadas por una tendencia dominante, influenciada por las circunstancias histórico-políticas y socioculturales: en los años 40 destaca la novela existencial; en los 50, el realismo social; y en los 60, la novela experimental o estructural.
Años difíciles de posguerra y dictadura, de aislamiento internacional, pobreza, hambre, represión y férrea censura. Se publica una novela de los vencedores con una visión maniquea de la sociedad, hasta que algunos escritores encuentran en el enfoque existencial su forma de expresión del desconcierto, el desequilibrio de fuerzas y la angustia vital. En 1942, Camilo José Cela escribe La familia de Pascual Duarte, que inaugura el tremendismo, caracterizado por la descripción truculenta de lo más desagradable de la sociedad; los personajes cuentan hechos violentos con un lenguaje duro. En 1945, Carmen Laforet publica Nada, que retrata sin tremendismo, pero sin tapujos y con tristeza, una ciudad y unas gentes gobernadas por la nada, por el vacío, el desencanto, la mezquindad y la hipocresía social.
En la novela existencial, los temas predominantes son la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte… Los personajes son seres marginados, violentos u oprimidos. Los espacios son limitados y se observa una preferencia por la primera persona y el monólogo.
En los años 50 empieza una tímida apertura al exterior que coincide con una cierta relajación de la censura, con el éxodo rural y las protestas de universitarios y obreros contra el régimen. Los autores encuentran en la novela social su instrumento para la denuncia.
Los antecedentes están en el realismo español decimonónico con cierto costumbrismo, la Generación del 98 con su denuncia del estancamiento nacional, y en la literatura extranjera del neorrealismo italiano o la Generación Perdida americana, que resaltan los rasgos desagradables o goyescos.
Hay dos tendencias de realismo social: el objetivismo y el realismo crítico. En ambas hay compromiso social, pero en el objetivismo se refleja fielmente la realidad, las conductas y diálogos del personaje, sin mediar comentarios o interpretaciones del autor, y la crítica está implícita; mientras que en el realismo crítico, esta es explícita. Ejemplo del objetivismo es El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, novela que retrata fielmente la conducta y diálogos triviales de unos jóvenes obreros del momento. Los diálogos reflejan sus vidas huecas y vulgares. Representativas del realismo crítico son La zanja de Alfonso Grosso, sobre las desigualdades sociales en el campo andaluz.
En las novelas de realismo social prima el personaje colectivo. El lenguaje es claro y sencillo, con diálogos en estilo directo llenos de coloquialismos; el narrador suele ser en tercera persona omnisciente. La estructura es sencilla: hay narración lineal con cuadros de situaciones cotidianas, y los espacios y tiempos son reducidos.
La colmena de Cela: trescientos personajes, la mayoría de clase media empobrecida por la guerra, se retratan con trazos caricaturescos y muestran la dureza de la vida española en el Madrid de 1943. Miguel Delibes con El camino (1950). La crítica dura contra la burguesía de provincias está en novelas como Mi idolatrado hijo Sisí de Delibes.
En el exilio, destacan Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender (1953), Max Aub con temática de la Guerra Civil, y Arturo Barea con la trilogía La forja de un rebelde.
Los años 60 son los del desarrollo económico, el crecimiento del turismo y el cambio de mentalidad. Aumenta la emigración y la oposición al régimen franquista. En literatura interesa más la renovación (lingüística y formal), aunque no se pierda la intención crítica.
En 1962 aparece la novela de Luis Martín-Santos, Tiempo de silencio. Esta obra introduce las novedades características de la novela experimental de esta década: el enfoque existencial extendido también a las clases sociales desfavorecidas; la estructura en secuencias en vez de en capítulos, con algunas rupturas temporales para el punto de vista múltiple; el lenguaje experimental y culto: denso, recargado, salpicado de cultismos. Juan Benet, que publica Volverás a Región. Juan Marsé, autor de Últimas tardes con Teresa. Miguel Delibes, Cinco horas con Mario (1966), monólogo interior de una viuda velando el cadáver de su marido.
En los años 70 continúa la novela experimental como en la década anterior. Pero a partir de 1975, con la muerte de Franco, la llegada de la democracia y el fin del aislamiento, se abre un nuevo periodo para la narrativa. Ahora hay un auge de los medios de comunicación de masas y una generalización de la cultura.