Portada » Historia » La Guerra de la Independencia Española: De la Crisis del Antiguo Régimen al Liberalismo (1808-1833)
El rey Carlos IV accedió al trono español en 1788, e inmediatamente se vio desbordado por la compleja situación creada por la Revolución Francesa (1789). El miedo a la expansión revolucionaria congeló todas las reformas iniciadas durante el reinado de Carlos III y apartó del gobierno a los viejos ministros ilustrados, como Jovellanos y Floridablanca. El nuevo monarca declaró la guerra a Francia en coalición con otras monarquías absolutistas europeas (1793-1795). Esta declaración de guerra se debió al protagonismo de las clases populares en la Revolución Francesa, al carácter radical de muchas de sus reformas y, especialmente, a la ejecución de Luis XVI en 1793 en la guillotina.
La guerra terminó con una derrota total de las tropas españolas. A partir de este momento, y con la llegada al poder de Napoleón Bonaparte (1799), la política española, conducida por el nuevo primer ministro, Manuel Godoy, vaciló entre el temor a Francia y el intento de pactar para evitar el enfrentamiento con el poderoso ejército napoleónico.
En 1792, Carlos IV confió el poder a un joven militar, Manuel Godoy, de origen plebeyo.
En la política exterior, Godoy se alió con Francia y firmó varios pactos con Napoleón. España se convirtió en aliada de Francia y se enfrentó a Inglaterra. En la batalla marítima de Trafalgar (1805), España perdió toda su flota después de que el almirante Nelson destrozara la armada franco-española. En 1807, Napoleón obtuvo el consentimiento del rey Carlos IV para que su ejército atravesara España para atacar Portugal, aliada de Inglaterra, a cambio de un futuro reparto de Portugal entre Francia, España y un principado para Godoy (Tratado de Fontainebleau).
El 18 de marzo de 1808 estalló un motín en Aranjuez. El motín, dirigido por nobles y clérigos, perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV para poner fin a la influencia de Godoy.
Los amotinados consiguieron sus objetivos y pusieron en evidencia una profunda crisis en la monarquía española. Carlos IV escribió a Napoleón para recuperar el trono. El emperador decidió invadir España, ocupar el trono y anexionar el país al imperio.
Carlos IV y Fernando VII fueron llamados por Napoleón a Bayona (Francia), donde renunciaron al trono y Napoleón nombró a José Bonaparte rey de España. Para ratificarlo y anunciar sus intenciones de futuro, convocó en junio las Cortes de Bayona para otorgar una constitución al país.
Con escaso apoyo y total incomprensión, José Bonaparte intentó una serie de reformas para romper con el Antiguo Régimen:
El Estatuto de Bayona reconocía la igualdad de los españoles ante la ley, los impuestos y el acceso a cargos públicos. Finalmente, se suprimió la Inquisición y se inició la reforma de la administración.
Desde el comienzo de la guerra, en el verano de 1808, las juntas locales y provinciales que dirigieron la resistencia enviaron representantes para formar la Junta Central Suprema, con el fin de que coordinaran las acciones bélicas y dirigieran el país durante la guerra. La Junta reconocía a Fernando VII como rey de España. Ante el avance francés, la Junta se trasladó a Sevilla y, desde allí (1810), a Cádiz, la única ciudad que, ayudada por los ingleses, resistía el asedio francés.
La Junta Central se mostró incapaz de dirigir la guerra y decidió convocar unas Cortes en las que los representantes de la nación decidirían su organización y su destino. En enero de 1810, se disolvió para dar paso a una Regencia de cinco miembros.
Las Cortes se abrieron el 24 de septiembre de 1810, y el sector liberal consiguió la formación de una cámara única. Aprobaron el principio de la soberanía nacional, es decir, el reconocimiento de que el poder reside en el pueblo y que se expresa a través de las Cortes, formadas por representantes de la nación.
La Constitución fue promulgada el 19 de marzo de 1812 (conocida como «La Pepa»). Contenía una declaración de los derechos de los ciudadanos: la libertad de imprenta, la igualdad de los españoles ante la ley, etc. La nación se definía como el conjunto de todos los ciudadanos.
La estructura del Estado se correspondía con la de una monarquía limitada, basada en la división de poderes. El poder legislativo, representado por las Cortes, tenía amplios poderes, como la elaboración de leyes. El sistema electoral quedaba fijado en la Constitución: el sufragio universal masculino e indirecto.
Otros decretos importantes de las Cortes de Cádiz fueron:
El monarca era el jefe del poder ejecutivo, tenía la dirección del gobierno e intervenía en la elaboración de leyes.
Fernando VII regresó a España y fue recibido con gran entusiasmo. Los absolutistas confiaban en que restauraría el absolutismo, mientras que los liberales esperaban que jurara la Constitución. Fernando VII firmó un decreto por el que se anulaba la Constitución de 1812 y se restauraba la monarquía absoluta. Se inició la persecución y represión de los liberales, muchos de los cuales tuvieron que exiliarse.
¿Quiénes apoyaban a Fernando VII? La nobleza, el clero y parte del ejército.
¿Quiénes se oponían? Intelectuales y sectores militares liberales.
La crisis económica, debido a la quiebra de muchas industrias, la falta de impuestos y los estragos de la guerra, hicieron que Fernando VII se arruinara, lo que provocó numerosos pronunciamientos (intentos de derrocar el gobierno por la fuerza) pero sin éxito. Solo un pronunciamiento tuvo éxito: el del coronel Rafael Riego, quien, con el apoyo de los liberales y el consentimiento forzado de Fernando VII, restauró la Constitución.
Fueron tres años de liberalismo. El triunfo de Riego fue recibido con entusiasmo. Incluso los absolutistas tuvieron que esconderse, aunque planeaban derrocar al gobierno liberal. Dentro de los liberales se crearon dos bandos: los moderados, que buscaban un compromiso con la monarquía, y los exaltados, que defendían reformas más radicales y rápidas.
Los países absolutistas europeos veían con temor a los liberales españoles. Así pues, con la colaboración de estos países, Fernando VII solicitó la intervención de un ejército francés que se encargaría de restaurar el absolutismo en España.
Fue una década de terror. Los liberales fueron reprimidos y perseguidos de forma brutal. Se ejecutó a muchos, lo que fue criticado por las monarquías europeas, que consideraban que se estaba excediendo. A partir de 1826, esta represión se moderó, lo que fue mal visto por los «Agraviados» o «Apostólicos», quienes consideraban que no se debía aflojar y defendían al hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, creyendo que él impondría una mano dura. Los descontentos se sublevaron en 1827.
Los descontentos comenzaron a sublevarse en varias ciudades del Estado. Esto culminó con una fuerte represión por parte del conde de España, que acabó con los descontentos. La guerra terminó, pero los problemas persistieron.