Portada » Historia » Imperialismo, Entreguerras y Revoluciones: Claves Históricas de Europa y España (1870-1939)
La expansión imperialista en África estuvo precedida por exploraciones geográficas como las de Livingston y Stanley. La Conferencia de Berlín en 1885 se creó para evitar enfrentamientos entre las potencias, y en ella se estableció el reparto de África. Desde entonces, ninguna potencia podría reclamar su autoridad sin realizar una ocupación efectiva previa. Se abolió el comercio de esclavos. Francia dominó África Occidental y Ecuatorial, y el Reino Unido trató de crear un eje desde Sudáfrica hasta Egipto. También se reconocieron las posesiones de Bélgica, Alemania, España, Portugal e Italia.
En Asia, la penetración imperialista estuvo encabezada por el Reino Unido, que ocupó Birmania y Malasia. Rusia amplió sus dominios en Asia Central y Francia ocupó Indochina. Los Países Bajos ampliaron su dominio en Indonesia. Japón se expandió por Corea y Formosa. En China, los británicos consiguieron concesiones comerciales y la cesión de enclaves. La presencia occidental animó diferentes revueltas nacionalistas, como la de los bóxeres en 1900. China tuvo que aceptar la presencia de tropas extranjeras, aunque mantuvo su independencia, ya que se hizo un reparto de zonas de influencia entre las potencias. En Oceanía, los británicos dominaron Australia y Nueva Zelanda, los franceses parte de Polinesia, y los alemanes las islas Marianas y Palaos, así como parte de Nueva Guinea.
El principal motivo de la expansión colonial fue el económico. Los europeos querían conseguir:
Ante el gran crecimiento de la población europea, una parte emigró a antiguas colonias ahora independientes, como Estados Unidos, Argentina y Brasil, y también a colonias de poblamiento, como Canadá y Australia, en el caso británico, o Argelia, en el caso francés.
En la expansión imperialista también influyeron motivos políticos:
También contribuyeron cuestiones de tipo ideológico y cultural:
El primer régimen fascista se instauró en Italia en 1922, en medio de la crisis de posguerra. Este fenómeno se reflejó en dos aspectos principales:
En este contexto, Benito Mussolini fundó el Partido Fascista. En 1922, organizó la famosa Marcha sobre Roma.
El régimen fascista adoptó características totalitarias:
La implementación del Plan Dawes resultó en una disminución inmediata de la tensión internacional, lo que dio paso a una nueva era de entendimiento y mejora en las relaciones diplomáticas, especialmente entre Alemania y las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Este ambiente favorable facilitó la firma de los Acuerdos de Locarno en 1925, en Suiza, cuyos términos contribuyeron a la estabilidad del continente. Entre las medidas acordadas destacaron la revisión del pago de las reparaciones de guerra, el reconocimiento mutuo de las fronteras entre Alemania, Bélgica y Francia, y la declaración de la región del Rin como zona neutral y desmilitarizada.
Este nuevo período en las relaciones internacionales estuvo marcado por la cooperación y la paz, hasta el punto de que el término “espíritu de Locarno” comenzó a utilizarse para describir la diplomacia que prevaleció en los años posteriores, basada en una serie de acuerdos clave.
El colapso económico de 1929 dio inicio a una de las crisis más graves de la Historia, provocando una reacción en cadena:
En 1932, el demócrata Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones y puso en marcha un programa de intervención económica conocido como el New Deal, basado en diversas medidas:
Este enfoque representó un nuevo modelo económico basado en las teorías de John Maynard Keynes, quien defendía la intervención del Estado en la economía para corregir desequilibrios y redistribuir la riqueza.
Alemania fue la principal derrotada en la Primera Guerra Mundial y sufrió una humillación aún mayor debido a los tratados de paz. La nueva República de Weimar se vio obligada a enfrentar grandes dificultades, lo que creó el caldo de cultivo para el nazismo o nacionalsocialismo.
En 1921, nació el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), conocido como el Partido Nazi, bajo el liderazgo de Adolf Hitler. Durante la década de 1920, el partido era un pequeño grupo de extrema derecha con poca influencia. Sin embargo, en la década de 1930, la Gran Depresión favoreció a los partidos más extremistas. Tanto el ejército como las grandes corporaciones vieron en los nazis la mejor opción para contrarrestar la amenaza comunista. En 1932, el Partido Nazi alcanzó su mayor apoyo electoral, aunque no logró la mayoría absoluta. A pesar de esto, el presidente Hindenburg nombró a Hitler canciller en 1933.
La Primera Guerra Mundial fue la primera guerra total, afectando a todos los sectores económicos y sociales. Los Estados intervinieron en la economía, lo que marcó el fin del liberalismo clásico. La guerra generó grandes deudas, y aunque los países vencedores esperaban superarlas con las reparaciones de guerra, los países derrotados no podían hacer frente a los pagos. Esto también provocó la pérdida del liderazgo económico de Europa, con Estados Unidos emergiendo como la principal potencia.
Alemania, severamente afectada, no pudo cumplir con las reparaciones del Tratado de Versalles, lo que llevó a la ocupación de la cuenca minera del Ruhr por tropas franco-belgas. En respuesta, Alemania suspendió los pagos y apoyó una huelga, pero emitió mucha moneda, lo que desencadenó una hiperinflación en 1923, arruinando la economía y generando descontento hacia el gobierno de la República de Weimar.
Durante este período, la condición de los trabajadores mejoró en las sociedades más avanzadas. Los partidos socialdemócratas abandonaron las ideas revolucionarias y comenzaron a participar en elecciones para impulsar reformas. Sin embargo, la situación era distinta en países más atrasados, como Rusia y China, que atravesaron largos períodos de convulsiones y que, con el tiempo, se convertirían en grandes potencias.
El zar Nicolás II gobernaba como un monarca absoluto. La mayoría de la población campesina vivía en condiciones de extrema pobreza y violencia, como lo evidencian las masacres de judíos conocidas como pogromos, mientras que las clases medias exigían reformas. La derrota de Rusia frente a Japón en 1904 generó disturbios, y una manifestación que fue brutalmente reprimida (el Domingo Sangriento) desató la Revolución de 1905, que fue sofocada con gran violencia. Como resultado, el zar tuvo que ceder y crear una asamblea consultiva con apariencia parlamentaria, la Duma.
En 1900, ocurrió la rebelión de los bóxeres, dirigida contra las concesiones a las potencias imperialistas. Esta rebelión fue aplastada por una coalición extranjera, lo que desacreditó por completo a la dinastía manchú. En 1912, se proclamó la República de China, poniendo fin a un imperio milenario. Sin embargo, la república fue inestable debido a los conflictos internos y a la posterior intervención de Japón.
Aunque los sóviets contaban con el apoyo de las tropas, la división entre los partidos obreros impidió que lograran tomar el poder. Muchos socialistas consideraban que Rusia era un país demasiado atrasado y que la revolución proletaria no tendría éxito sin un periodo previo de colaboración con la burguesía, representada por el Gobierno provisional.
Para debilitar a Rusia y respaldar al Partido Bolchevique, el Gobierno alemán permitió el paso por su territorio de su líder, Vladimir Ilich Uliánov (Lenin), quien había estado exiliado en Suiza. Al llegar a Petrogrado en la primavera de 1917, Lenin resumió el programa bolchevique en las llamadas Tesis de Abril:
En 1919 se fundó la Tercera Internacional o Komintern, con el objetivo de extender la revolución comunista a nivel global, y los partidos que se unieron pasaron a llamarse comunistas. En 1922, se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Un año antes, el Gobierno de Lenin abandonó el comunismo de guerra debido a la rebelión de los campesinos y las protestas por la escasez. En su lugar, implementaron la NEP (Nueva Política Económica), que permitió un mercado limitado y aceptó pequeños negocios privados, mejorando las condiciones de vida de la población.
La Revolución de 1868, con el grito “¡Abajo los Borbones!”, descartaba como posible heredero al trono a Alfonso (futuro Alfonso XII), hijo de Isabel II. Se pensó en el Duque de Montpensier (hijo de Luis Felipe de Orleáns y cuñado de Isabel II). Algunos propusieron al general Espartero, que rechazó esta posibilidad por su edad. El candidato más firme era Leopoldo de Hohenzollern, pero contaba con la oposición francesa, hasta el punto de ser una de las causas de la Guerra franco-prusiana de 1870. Finalmente triunfó la candidatura de Amadeo de Saboya, hijo del rey Víctor Manuel II de Saboya. A finales de 1870, cuando Amadeo se preparaba para instalarse en España, su principal valedor, el General Prim, es asesinado, quedando de este modo el nuevo monarca desasistido del que habría sido su mejor consejero. La nobleza de Madrid vuelve la espalda a Amadeo (le llaman despectivamente Macarroni I) y los republicanos anuncian que van a destronarlo. Al mismo tiempo empieza una nueva Guerra Carlista (la Tercera, entre 1872-1876), con Carlos María de los Dolores como pretendiente al trono español. Nada tiene de extraño que en estas condiciones de soledad, en febrero de 1873, Amadeo anunciara su abdicación. Tras la abdicación, las Cortes deciden que sea la Primera República el modelo elegido.
Desaparecida la I República en enero de 1874, el político malagueño Antonio Cánovas del Castillo convence a la reina exiliada para abdicar en su hijo Alfonso, que se encuentra estudiando en la academia militar inglesa de Sandhurst. A lo largo de 1874, bajo la presidencia de Serrano, Cánovas del Castillo va convenciendo a unos y otros de que la única solución viable para España pasa por el regreso de Don Alfonso y proclamarlo rey. Para ello, Cánovas prepara un manifiesto –el Manifiesto de Sandhurst– que será firmado por el aspirante Alfonso en el que se compromete a ser rey constitucional de todos los españoles. Cánovas pretendía que el regreso de Alfonso se presentara como una petición mayoritaria de los españoles; sin embargo, en diciembre de 1874 el general Martínez Campos se adelantó en los acontecimientos proclamando en Sagunto a Alfonso XII como rey de España (Pronunciamiento de Sagunto). El pronunciamiento militar triunfó y días después, en enero de 1875, el príncipe Alfonso entraba en España. Se inicia así la Restauración borbónica.
La Restauración borbónica abarca dos etapas iniciales:
Con la muerte de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo embarazada se inicia la Regencia, que duraría hasta la mayoría de edad de su futuro hijo y rey Alfonso XIII. Cánovas y Sagasta llegan a un acuerdo en la alternancia del partido conservador y liberal en el poder. Es el llamado turno de partidos o turnismo. El turno continuará durante toda la Regencia, hasta 1902 en que es declarado mayor de edad Alfonso XIII. En 1897 es asesinado el presidente del gobierno Cánovas del Castillo en el balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa) a manos del anarquista Angiolillo.
Ya desde 1868, en la Guerra de los Diez Años, las guerrillas cubanas, alentadas por Estados Unidos, luchaban por su independencia. Ahora, en 1895, estalla un nuevo conflicto entre Cuba y España: el Grito de Baire, un levantamiento cubano por la independencia, iniciándose una nueva guerra hispano-cubana conocida como la Guerra de Independencia de Cuba que se prolongaría hasta 1898. Para resolver el conflicto el gobierno español envía al general Martínez Campos primero y, más tarde al general Weyler. Cánovas ofrece una amplia autonomía a la isla pero ya es demasiado tarde. Estados Unidos reconoce a los rebeldes cubanos. La pérdida de la isla es solo cuestión de tiempo.