Portada » Religión » Identidad Cristiana y la Misión de los Discípulos de Jesús
Es fundamental apreciar que el ser humano es un ser vivo más que comparte con otros un puesto en la naturaleza y un hogar común. Sin embargo, la información biológica sobre el ser humano no es suficiente para comprender la verdadera naturaleza de las personas. Conocerse y comprenderse es una necesidad vital para poder aceptarse como uno es, con sus cualidades y sus defectos.
Lo primero que una persona averigua es dónde nació, quién es su familia, dónde vive, etc. A medida que se consigue entender algo sobre sí mismo, se vuelven a plantear nuevos interrogantes. En esta sucesión de interrogantes, para los creyentes, la naturaleza del ser humano es un misterio que solamente en la persona de Jesús encuentra la verdadera luz.
La Biblia describe al ser humano como un ser relacional; fue creado por Dios, y es precisamente la relación con Él lo que le concede la vida en plenitud. La Biblia presenta al ser humano siempre en relación con los demás, formando parte de un pueblo o una comunidad. Esto es así porque la esencia del ser humano es relacionarse con sus semejantes.
La relación con el entorno también forma parte de su ser. Así, según las Escrituras, la relación con Dios, con los demás y con la creación configuran la identidad del ser humano.
En primer lugar, la vida de Jesús estaba íntimamente unida a Dios; Jesús buscaba constantemente a Dios. Su misión era cumplir la voluntad del Padre. Para Jesús, la verdadera libertad consiste en amar a todos como hermanos, y ese amor nace del amor primero a Dios. Jesús enseñó a vivir en plenitud la relación con Dios, con las personas y con la creación.
Tras la muerte de su maestro, sus discípulos se sintieron tristes y frustrados. No obstante, Dios iba a cumplir la promesa que Jesús les había hecho: resucitar y enviar el Espíritu Santo. Experimentaron a Jesús vivo en medio de ellos, ofreciéndoles la paz de Dios. La paz que ofrece Jesús resucitado nace del sentimiento de profunda unión con Dios, el Padre de todos.
La experiencia del amor de Dios que viven los discípulos los hace completamente libres. Quien se siente hijo de Dios tiene un suelo firme sobre el que construir su identidad.
Los discípulos de Jesús imitan la vida en plenitud de su maestro al sentirse hijos de Dios. Del amor de Dios nace en el discípulo el amor fraternal por todas las personas. El discípulo sabe que el camino de la felicidad consiste en una vida al servicio de los demás, buscando por encima de todo el bien común.
El discípulo de Jesús lucha contra la injusticia que provoca infelicidad y dolor, buscando siempre tener los mismos sentimientos que Cristo.
Existía un grupo de discípulos que acompañaba a Jesús, convencidos de su mensaje. Eran humildes pescadores y artesanos, y también mujeres. Jesús quiso elegir a doce para que vivieran junto a Él, representando el germen del nuevo pueblo de Dios:
El objetivo de Jesús era instaurar el Reino de Dios entre las personas. No se trataba de una restauración política del antiguo reino de Israel. Su llamada fue radical e implicaba que debían dejarlo todo para seguirle, poniendo como absoluta prioridad el trabajo por el Reino. Jesús enseñó a sus discípulos a acoger en su vida el Reino de Dios que irrumpe en la realidad, compartiendo la vida con Él.
Jesús pretendía formar una comunidad de discípulos para que fueran germen del Reino de Dios. En primer lugar, era consciente de que sus discípulos tenían una misión: ser pescadores de hombres. Los llamados recibieron la misión de incorporar a todas las personas a la experiencia del amor de Dios.
Los envió a curar a los enfermos y a anunciar que el Reino de Dios ya había llegado; los discípulos debían comenzar la misión con total confianza en Dios. Sus discípulos eran gente sencilla, y Jesús agradeció al Padre por haber revelado estas cosas a los humildes y haberlas ocultado a los sabios y poderosos del mundo.
Jesús pidió a su Padre Dios que cuidara de sus discípulos tras su muerte y les enviaría al Espíritu Santo. Jesús quiso que sus discípulos hicieran presente el amor hasta el límite que Él sentía hacia la humanidad, lo cual demostraría con su muerte en la cruz.
Al morir Jesús, sus discípulos no se dispersaron; permanecieron unidos pero escondidos en el Cenáculo, lugar donde Jesús había celebrado la Última Cena. Estaban muy tristes. Esta comunidad, reunida en torno a María en el Cenáculo, fue el germen de la Iglesia. Eran testigos de Jesús, conocían sus palabras y sus obras, y experimentaron la resurrección de Jesús.
La comunidad de los discípulos recibió el gran regalo que Jesús les prometió: el don del Espíritu Santo. La comunidad en torno a María tras Pentecostés es el modelo para las comunidades cristianas de todos los tiempos:
Esa es la misión actual de la Iglesia.
