Portada » Arte » Iconografía y Arquitectura: Del Arte Paleocristiano de las Catacumbas a los Mosaicos Bizantinos de Rávena
Las catacumbas son el icono que identifica a los primeros cristianos perseguidos en el Imperio Romano. Será el primer arte paleocristiano, el perseguido. Se usa como nombre genérico para todas las necrópolis que albergó Roma, aprovechando las canteras romanas de arena. Una vez abandonadas, las reutilizaban para establecer una laberíntica red de galerías (**criptas**) que tienen nichos en las paredes, ya sean:
Cuando la cripta desemboca en cámaras que entierran a familias enteras, se conocen como cubículos (**cubiculum**), que gozan del mayor número de pinturas murales.
Las pinturas murales que se conservan en las catacumbas son al fresco, muy planas y perfiladas con tonos oscuros. La temática está relacionada con Jesucristo. Al principio con marcado simbolismo:
A partir del siglo III, encontramos escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, con un Cristo imberbe de influencia pagana. El Buen Pastor, como el de la Catacumba de San Calixto, recrea mediante la iconografía del *moscóforo* griego, al pastor que guía a sus ovejas. Dentro de la misma catacumba, encontramos el cubículo de los Sacramentos. Otra pintura destacable es la Orante en la Catacumba de Priscila, donde aparece Jesús como maestro, la alegoría de la Iglesia en forma de orante y la Virgen con el Niño. En la Catacumba de Domitila, encontramos el cubículo del León, donde aparece Cristo barbado con el Alfa y Omega.
La libertas religiosa que decretó Constantino multiplicó el número de fieles. Los templos paganos no cumplían las condiciones para albergar a la nueva congregación, por lo que el edificio más acorde era la basílica. Su uso tradicional como lonja y tribunal de justicia la hacía espaciosa e ideal para la liturgia y la congregación de fieles; es decir, se va a convertir en iglesia.
Respecto a sus características, se va a respetar la estructura:
Una o dos torres campanario llamaban a misa a los fieles. Los techos eran adintelados con la parte exterior a dos aguas. Con el paso del tiempo se vuelven más complejas las construcciones. A partir del siglo IV surgen las primeras basílicas cristianas en Roma: San Juan de Letrán, Santa María la Maggiore o San Pablo Extramuros.
No se comprende el Arte Bizantino sin los mosaicos. La técnica viene heredada de la Antigüedad Clásica, pasando por la tradición paleocristiana que introduce los temas cristianos y enlaza con Bizancio. Se van a alcanzar altas cotas de belleza usando teselas vidriadas con incrustaciones de oro, plata y nácar.
Durante la Primera Edad de Oro, se cultiva la temática cristiana jerarquizada. El Cristo en Majestad reside en las zonas cruciales como el ábside (**Cosmocrátor**). La Virgen aparece sedente con el Niño, como Virgen *Theotokos*, y también son habituales los apóstoles y santos en general. Debemos reconocer su papel didáctico, ya que nos muestra pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, así como del Apocalipsis.
Los mosaicos de San Vital en Rávena gozan de un gran valor. En el ábside, un Cristo efebo entrega la corona a San Vital flanqueado por ángeles. En el arco triunfal de acceso, aparecen los mosaicos de Justiniano y Teodora acompañados de su séquito, en los que destaca la frontalidad y el hieratismo de los personajes.
En San Apolinar Nuevo destacan dos mosaicos: la Procesión de los Santos, donde Cristo recibe ofrendas de estos con vestimentas clásicas y marcada frontalidad, y la Procesión de las Vírgenes, muy repetitiva en cuanto a motivos. A partir del siglo VIII se frena el esplendor musivario en Bizancio al prohibirse las imágenes (Iconoclasia).
Tras el año 1000 surge una Segunda Edad de Oro. El Pantocrátor preside los ábsides. La Virgen cobra protagonismo. Algunas obras son el mosaico del emperador Miguel VI ante el Pantocrátor en el luneto de la puerta de Santa Sofía, y el Cristo Pantocrátor de la iglesia de Monreale en Palermo.
El mosaico que representa a Justiniano y su séquito se localiza en la iglesia de San Vital de Rávena, para conmemorar la victoria del Imperio Romano de Oriente sobre los ostrogodos, o mejor dicho, la victoria del cristianismo sobre la doctrina herética arriana profesada por los invasores. El mosaico está situado en el lienzo izquierdo del presbiterio. Forma parte de un programa iconográfico donde constan escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento y signos litúrgicos.
El mosaico de Justiniano nos muestra al emperador el día de la consagración de la iglesia de San Vital, en actitud de oferente, acompañado de su corte. A la derecha tiene a sus generales y soldados (uno de ellos lleva un escudo donde se ve el Crismón del Salvador, emblema del emperador Constantino), y a la izquierda los representantes de la iglesia triunfante, con el arzobispo Maximiano a su lado, a quien se identifica por una inscripción latina colocada encima suyo y por estar mostrando la cruz. Otro personaje sostiene un libro (puede ser la Biblia o el *Codex Iustinianus*) y el tercero una corona conmemorativa. Los sacerdotes que le acompañan llevan el evangeliario y el incensario litúrgicos. Es decir, es el emperador con los representantes de los poderes fácticos.
A izquierda y derecha del mosaico, para delimitarlo, hay dos columnas corintias adornadas con materiales preciosos. Ni el emperador ni su esposa estuvieron nunca en Rávena e incluso no participaban en ese tipo de liturgias, limitándose la emperatriz a contemplar la ceremonia desde su galería reservada en Santa Sofía. El mosaico queda encuadrado por una cenefa que simula la corona del basileus hecha de piedras preciosas. Dándole la réplica, en el muro derecho de la capilla se encuentra el mosaico complementario de la emperatriz Teodora en un programa iconográfico similar.
