Portada » Educación Artística » El Postimpresionismo: De Cézanne a Van Gogh y la obra ‘Los jugadores de cartas’
Es un término histórico-artístico que se aplica a los estilos pictóricos de finales del siglo XIX y principios del XX posteriores al Impresionismo. Lo acuñó el crítico británico Roger Fry con motivo de una exposición de pinturas de Paul Cézanne, Paul Gauguin y Vincent van Gogh en Londres en 1910. Este término engloba diversos estilos personales, planteándolos como una extensión del Impresionismo y, a la vez, como un rechazo a las limitaciones de este.
Los postimpresionistas continuaron utilizando colores vivos, una aplicación compacta de la pintura, pinceladas distinguibles y temas de la vida real, pero intentaron llevar más emoción y expresión a su pintura. La obra de Paul Cézanne, Gauguin y Van Gogh se caracterizó por un uso expresivo del color y una mayor libertad formal.
Cézanne se interesó por resaltar las cualidades materiales de la pintura, representando seres vivos y paisajes, volúmenes y relaciones entre superficies. Su interés por las formas geométricas y la luz prismática, inherente en la percepción de la naturaleza, anticipó los experimentos del Cubismo.
La experimentación subjetiva de Van Gogh se manifestó en su aproximación a la naturaleza con vigorosas pinceladas coloristas, evocadoras de sus emociones internas.
Hijo de un pastor protestante holandés, ya había trabajado en una galería de arte y como evangelizador en Bélgica. Sus experiencias como predicador se pueden observar en Los comedores de papas. Oscuras y sombrías, a veces descarnadas, sus primeras composiciones ponen en evidencia el deseo de expresar la miseria y los sufrimientos de la humanidad entre los mineros de Bélgica. Empezó a utilizar pinceladas ondulantes y los amarillos, verdes y azules intensos con obras como Dormitorio en Arlés y Noche estrellada. Para él, todos los fenómenos visibles, los pintara o los dibujara, parecían estar dotados de una vitalidad física y espiritual.
La siguiente etapa, en París, es la que lo pone en contacto con los impresionistas, que pretendían romper con el academicismo de la época, con el traslado a la pintura de las impresiones de sus sentidos mediante la observación de la naturaleza. Allí descubrió una nueva percepción de la luz y el color, aprendió de la división de las gamas claras y los tonos, y mostró una simplificación a la vez que una mayor intensidad en el tratamiento de los colores. Empezó a copiar láminas japonesas.
Gauguin fue un pintor posimpresionista. El uso experimental del color y su estilo sintetista fueron elementos clave. Su trabajo fue gran influencia para los vanguardistas franceses. En un intento por conseguir la capacidad comunicadora del arte popular, se centró en la representación a base de superficies planas y decorativas y la utilización de significados simbólicos. Se volcó en paisajes y desnudos muy audaces por su rusticidad y colorido rotundo, opuesto a la pintura burguesa y esteticista.
La obra de este artista se caracteriza por su estilo fotográfico, al que corresponden la espontaneidad y la capacidad de captar el movimiento en sus escenas y sus personajes. A esto hay que añadir la originalidad de sus encuadres, influencia del arte japonés, que se manifiesta en las líneas compositivas diagonales y el corte repentino de las figuras por los bordes. Poseía una memoria fotográfica y pintaba de forma muy rápida. Sin embargo, su primera influencia fue la pintura impresionista y la figura de Degas, de quien siguió la temática urbana. Fue la vanguardia del Modernismo y del Art Nouveau.
Lautrec fue fundamentalmente un dibujante e ilustrador. Sus pinturas al óleo son escasas. Al contrario que Van Gogh, su malditismo o fama de persona marginal no implicó que fuese un artista fracasado, y fue muy popular por sus ilustraciones y carteles publicitarios. Aportó diseños al semanario Le Rire y también ilustró el programa de mano del estreno teatral de Salomé de Oscar Wilde.
Óleo sobre lienzo. Representa figuras masculinas jugando a las cartas, alrededor de una mesa sobre la que apoyan los codos. La escena ha sido abordada de un modo distinto del habitual. Situados frente a frente, están concentrados observando sus propias cartas en actitud sosegada.
Se presentan tocados con sendos sombreros típicos de las clases sociales humildes de la Provenza (región francesa de donde procede el autor). El hombre de la derecha viste una chaqueta de tonalidad de grises amarillentas que tiene su continuidad en el pantalón de su compañero, vestido con una chaqueta de tonalidades malvas que se mezclan con diversos colores. La gran masa cilíndrica del jugador de la pipa se ve entera y detrás tiene vacío; la masa más suelta y luminosa del otro jugador está cortada por el borde del cuadro.
El espectador se convierte en uno de los frecuentes observadores que contemplan estas partidas, al situarnos en un plano cercano a la escena y no hacer apenas referencias espaciales. Una alta botella nos da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje.
El reflejo blanco de la botella es el eje del cuadro, que no coincide con la mitad exacta, de tal manera que la composición es ligeramente asimétrica. El ambiente de taberna casi ha desaparecido, reduciéndose a la mesa en la que apoyan sus brazos los jugadores.
La escena está iluminada por luz artificial, cuyos reflejos se aprecian en el mantel de la mesa, la botella y la pipa. Es el color el que la produce. «La luz no es una cosa que puede reproducirse, sino algo que puede representarse con colores».
El protagonista del lienzo es el color, que inunda todos los rincones de la tela. El fondo se sostiene gracias a una mezcla de tonos, aunque abunden los rojizos, en sintonía con la mesa y el mantel. El color azul tiene para él la propiedad de dar al espacio profundidad y altura, de hacer sentir el aire, como el mismo pintor dice. Con el color intenta destacar el relieve, modelando no con claroscuros, sino mediante los contrastes de tonos cálidos y fríos. Realiza los contornos con trazos violetas, rechazando el negro.
La aplicación del color se realiza a base de una fluida pincelada que expresa volumen.
Se trata de Los jugadores de cartas, realizado por el pintor francés Paul Cézanne. La comenzó estando en Suiza y la acabó en Aix-en-Provence. Esta obra pertenece a la época de madurez en la que Cézanne produce sus principales lienzos. Sobre el mismo tema de la partida de cartas, pintó cinco cuadros diferentes, entre 1890 y 1896, de los cuales este es el más sobrio.
En un período en el que Cézanne fue invitado a exponer con el grupo Les XX en Bruselas y, más tarde, celebró su primera exposición en París. La obra corresponde con el estilo postimpresionista, que se extiende entre 1880 y 1905 aproximadamente, coincidiendo con la última exposición impresionista y la exposición de Las señoritas de Avignon, que marca el camino al Cubismo.
Actualmente, la obra se encuentra en el Museo de Orsay en París.
Puede decirse que Cézanne crea el puente entre el Impresionismo del siglo XIX y el nuevo estilo de principios del siglo XX, el Cubismo.
Se desconocen las razones por las que Cézanne pintó la serie de los jugadores de cartas, aunque no busca mostrar una imagen de la vida cotidiana, sino experimentar sobre cuestiones relacionadas con la forma y el color, sus obsesiones pictóricas que se volverán vitales.
Durante la década de 1890 pintó una serie de cuadros con la temática de los jugadores de cartas, siendo este lienzo que contemplamos el más famoso de la serie.
Cuando el artista mostró este trabajo en una sociedad local de pintores aficionados, fue recibida con incomprensión por parte de todos, excepto el joven poeta Joachim Gasquet. Paul Cézanne firmó la pintura y se la regaló en agradecimiento. Dos años después de la muerte de Cézanne en 1906, Gasquet lo vendió por la sorprendente suma de 12.000 francos.
