Portada » Latín » El Arte de la Oratoria en la Antigua Roma: Cicerón y su Legado Histórico
En Roma, la enseñanza superior tenía lugar en las escuelas de Retórica, donde se enseñaban las complicadas reglas y procedimientos heredados de la Retórica griega. Allí se preparaban los futuros políticos y abogados romanos. La oratoria es el arte de hablar bien. Es una técnica normativa que enseña a encontrar argumentos (inventio) y a distribuirlos (dispositio). La oratoria romana concede gran importancia al discurso (oratio).
Todo discurso puede dividirse en cinco partes:
Desde el punto de vista literario, había tres tendencias en el arte de la palabra:
La Roma primitiva era, por su sistema judicial y político basado en asambleas, un terreno apto para valorar la importancia de la oratoria. A ello se añadía la vieja costumbre romana de la laudatio funebris, el elogio de las virtudes y hazañas de un personaje tras su muerte. En este panorama, la oratoria era un medio de hacer prevalecer la propia opinión ante los tribunales o ante las asambleas. De ahí al hecho puramente literario de la publicación de los discursos solo había un paso. Para esto era necesaria la formación en retórica y estilística.
Marco Tulio Cicerón, proveniente de una familia de caballeros, recibió la educación más completa en Roma y en Grecia. Siguió el cursus honorum, ejerciendo los cargos de cuestor, edil, pretor, censor y Cónsul en el 63 a.C. En este último cargo tuvo que sofocar la conjuración de Catilina. Poco después, Cicerón fue desterrado, mientras en Roma se formaba el primer triunvirato. Tras la muerte de César, Cicerón apareció como jefe del partido anticesariano. La creación del segundo triunvirato exigió uno de los sacrificios más repugnantes que registra la Historia, ya que Marco Antonio envió contra Cicerón a unos sicarios que lo decapitaron el año 43 a.C.
Cicerón es el máximo exponente de la oratoria romana, tanto en lo que se refiere a la práctica como a la teoría.
Está expuesta en tres obras en forma de diálogo:
Los discursos de Cicerón pueden clasificarse en judiciales y políticos, según fueran pronunciados ante un tribunal o ante el Senado o el pueblo.
«Muerto Cicerón, el foro se silenció». Esta famosa frase hace alusión a que Cicerón es la personificación de la oratoria romana. Además, la política que siguió a su muerte fue represiva, antidemocrática y sin libertad de expresión, por lo que la oratoria pasó a ser un mero juego retórico, con discursos que aludían a los gobernantes. Al desaparecer la libertad política, la oratoria desapareció de la vida pública, se retiró a las escuelas de retórica y se convirtió en un ejercicio cada vez más artificioso. La única elocuencia pública fueron los panegíricos dedicados a los emperadores.