Portada » Religión » Eclesiología Fundamental: Doctrina y Características Esenciales de la Iglesia Católica
En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando.
En esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el Apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia Católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes» (UR 3). Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el cisma [cf. CIC can. 751]) no se producen sin el pecado de los hombres.
«La fe confiesa que la Iglesia […] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama «el solo santo», amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios» (LG 39). La Iglesia es, pues, «el Pueblo santo de Dios» (LG 12), y sus miembros son llamados «santos».
La palabra «católica» significa «universal» en el sentido de «según la totalidad» o «según la integridad». La Iglesia es católica en un doble sentido:
Están plenamente incorporados a la sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los obispos, mediante los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva, en cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el «cuerpo», pero no con el «corazón».
El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es en primer lugar el del origen y el del fin comunes del género humano. La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda «todavía en sombras y bajo imágenes», del Dios desconocido pero próximo, ya que es Él quien da a todos vida, aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que puede encontrarse en las diversas religiones, «como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida».
La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres» (AG 1): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: «porque el amor de Cristo nos apremia…» (2 Co 5, 14; Cf. AA 6; RM 11). En efecto, «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
La jerarquía le da estructura a la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. La Iglesia, de la cual hablamos, queda estructurada jerárquicamente, fundamentalmente en el ministerio apostólico. La jerarquía de los Apóstoles necesitaba un principio de verdad estable, necesitaba una cabeza para regir, para gobernar y para mantener esa unidad del Pueblo de Dios. De aquí que veremos la preeminencia de Pedro; podemos decir que se da como un imperativo de la voluntad de Jesús.
Porque fue instituida sobre los Apóstoles y se ha dado a través de la misión de los Apóstoles, que es continuación de la de Cristo. Esta misión no es circunstancial, sino permanente y perpetua, mientras exista un hombre que quiera escuchar el mensaje de salvación. En un triple sentido:
El Papa es falible en cuanto a su persona, pero no en cuanto a su ministerio, porque su ministerio papal fue instituido por el mismo Señor Jesucristo sobre Pedro, cabeza de la Iglesia.
El Magisterio Solemne o Extraordinario es el constituido por las verdades que pertenecen a la Revelación y están consignadas en la Escritura y atestiguadas en la Tradición. Por ejemplo, la síntesis que tenemos del Credo, ya sea breve o en su forma completa, y a esta se añaden las grandes definiciones dogmáticas formuladas en los concilios o por los Papas.
Este Magisterio está constituido por las verdades que la Iglesia propone de manera definitiva. Es decir, agrupa las verdades que conciernen a la Fe y a la norma moral, pero no pertenecen directamente a la Revelación. Son verdades calificadas de objeto secundario o indirecto de la Revelación, aquellas que están intrínseca y necesariamente unidas con las verdades reveladas de contenido salvífico.
Este presenta la doctrina católica o verdades católicas no definitivas a través de la enseñanza auténtica del Papa y los obispos. Su valor se discierne por el tipo de documento, por su repetición y por la forma de expresarse. Son las tres formas de Magisterio que el Papa puede ejercer.