Portada » Psicología y Sociología » Comportamiento Infantil: Estrategias y Trastornos del Desarrollo para Padres y Educadores
Este documento aborda diversas conductas infantiles y trastornos del desarrollo, ofreciendo pautas de actuación para padres y educadores.
Los celos y la rivalidad surgen por la dificultad que tiene el niño o niña para compartir las figuras de apego, manifestándose como una reacción emocional de inseguridad.
Se manifiestan mostrando abiertamente hostilidad hacia el rival o a través de llamadas de atención. Muchas veces se dan regresiones, como la pérdida de control de esfínteres. Ante los celos infantiles, es fundamental hacer ver al niño o niña que la afectividad es ilimitada y que todas las personas necesitan los mismos cuidados.
Se manifiesta a través de sentimientos de ansiedad, angustia y aprensión. Es una manifestación de problemas afectivos y falta de confianza en su entorno. Es bastante común en niños o niñas en situación de riesgo social.
Son una respuesta emocional ante amenazas reales o imaginarias, generalmente transmitidas por los adultos y personas de su entorno. La mejor forma de actuar ante estos miedos consiste en tranquilizar al niño o niña y darle herramientas para vencerlos.
El negativismo se refiere a una serie de conductas del niño o niña caracterizadas por su negación a hacer caso al adulto. Hablamos de negativismo cuando el niño o niña no es que no pueda o no sepa hacer lo que se le pide, sino que no quiere hacerlo, o al menos, no lo quiere hacer en el momento en que se le pide. Este negativismo está originado porque el niño o niña «ha aprendido a comportarse así», ya que la conducta esperada no ha sido reforzada y la de no obedecer ha resultado gratificante porque el pequeño ha pasado a ser «el centro» de atención del adulto. Es común entre los 2 y 3 años.
En estos casos, se llevan a cabo adaptaciones curriculares en las que es preciso priorizar las capacidades de comunicación, autonomía y conocimiento del medio. Es necesario adecuar los objetivos, modificar los ritmos y secuencias de aprendizaje y, en ocasiones, eliminar algunos contenidos o desplazar a otros ciclos o a la etapa siguiente los objetivos que no hayan sido suficientemente trabajados. Así, conseguimos una programación individualizada que facilite el proceso educativo del niño o niña.
El comportamiento agresivo es una de las alteraciones conductuales infantiles que más preocupa a familias y educadores. Según Bandura, se aprende a través de la observación.
Los comportamientos agresivos no son patológicos en sí mismos; las explosiones de rabia (llantos, gritos) no están dirigidas a otros, sino que son expresiones de frustración por la insatisfacción de sus deseos. Las conductas agresivas no aparecen hasta los 18 meses, y las primeras tienen una finalidad exploratoria.
La manifestación de conductas agresivas se encuentra relacionada con estilos de interacción paternos en los que aparecen:
Educativamente, nuestra intervención debe ir en la línea de:
Hasta hace poco, el mismo grupo de trastornos recibía dos denominaciones distintas según el manual de referencia. La OMS, en su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), defendía el concepto TGD, dentro del cual se definían varios trastornos cualitativamente distintos. La APA, en su DSM-V, defendía el término TEA, que no admite diferentes tipos de trastorno al considerarlo un espectro o continuo.
La OMS ha publicado recientemente la CIE-11, asumiendo el concepto TEA, por lo que ambos manuales de referencia se han armonizado. A nivel explicativo, el concepto TGD y el concepto TEA se complementan.
Se denomina TEA o TGD a un grupo de síndromes o trastornos del desarrollo –que empiezan a manifestarse en la primera infancia pero se mantienen durante toda la vida– que se caracterizan por la presencia de tres grandes áreas de alteraciones:
Representada por los intereses restrictivos en sus actividades y juegos, rituales y resistencia al cambio. Todo esto se manifiesta en:
Aparecen en torno a los 18 meses, siendo más patentes a los 3 años. Lo primero que se observa es que el niño o niña es muy pasivo y se muestra poco sensible a las personas. No reaccionan ante los ruidos, a veces se confunde con sordera. Tampoco alzan los brazos para ser cogidos por su madre.
No adquieren las pautas de juego, imitación y gestos, y además presentan problemas de alimentación y falta de sueño. Tampoco desarrollan el lenguaje en el momento normal. En ocasiones, aparecen autoagresiones. Se suele acompañar de bajo CI.
Es un síndrome similar al autismo, pero se diferencia de este en que las personas que lo padecen no sufren retraso en el lenguaje durante la infancia. Se acompaña de un cociente intelectual normal o incluso con habilidades especiales.
Se dan dificultades en las tres grandes áreas, mostrando intereses y preocupaciones muy marcadas e incluso excéntricas. Su percepción y retención memorística no es global, sino selectiva.
El diagnóstico suele hacerse mucho más tarde que el del autismo, ya que pasa inadvertido a pesar de que sus efectos no son leves. La detección temprana y la aplicación de los apoyos específicos generan un mejor pronóstico.
Se caracteriza por una normalidad aparente en los primeros 5 meses de vida y un perímetro cefálico normal en el momento del parto. Entre los 5 meses y los 4 años se produce una desaceleración del crecimiento cefálico y una pérdida de los logros motrices, quedando una marcha inestable. Además de manifestar alteraciones en las tres grandes áreas, se acompaña siempre de un nivel severo de discapacidad intelectual.
Se manifiesta tras al menos dos años de desarrollo normal y puede aparecer entre los 36 meses y los 10 años. Se caracteriza por una regresión rápida y significativa en las habilidades ya adquiridas, quedando alteradas las tres grandes áreas.
En esta categoría se incluyen aquellos casos que:
La manifestación de alteraciones conlleva una importante variabilidad de un niño o niña a otro en función de:
No todos los niños o niñas presentan el trastorno con el mismo grado de intensidad. Educativamente, esto implica grandes diferencias, y los educadores debemos estar preparados para hacer frente a esta heterogeneidad.
Cuando se destaca fundamentalmente el cociente intelectual, se habla de TEA de alto funcionamiento y TEA de bajo funcionamiento.
La atención temprana se define como la atención que se da al niño o niña en las primeras etapas de su vida con el fin de potenciar y desarrollar al máximo sus potencialidades físicas, intelectuales y afectivas. Esta atención se ofrece mediante programas sistemáticos y secuenciales que abarcan todas las áreas del desarrollo humano.
El proceso a seguir para garantizar una detección temprana implica tres niveles que los educadores de las escuelas infantiles deben conocer:
Educativamente, a la hora de intervenir con niños o niñas afectados de TEA, debemos tener en cuenta que: