Portada » Historia » La Monarquía Hispánica: Unión Dinástica, Conflictos y Política Imperial (Siglo XVI)
Con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se unieron los dos reinos más importantes de la Península Ibérica, Castilla y Aragón. Ello dio lugar a la aparición de un nuevo Estado: España.
Dicho matrimonio supuso no solo una unión territorial, sino también una unión dinástica, toda vez que ambos monarcas pertenecían a la misma familia: la Casa de Trastámara. Fernando de Antequera accedió al trono aragonés tras la muerte sin descendencia de Martín I el Humano y haber sido elegido por la nobleza aragonesa en el Compromiso de Caspe (1412).
España es considerada el primer Estado moderno de Europa y, como tal, empleó tres instrumentos fundamentales para consolidar la nueva Monarquía Autoritaria:
La política exterior de Carlos I (Carlos V como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico) estuvo marcada por la defensa de sus vastos dominios y la lucha contra tres grandes enemigos:
Francisco I, rey de Francia, creía tener derechos sobre antiguas posesiones francas, mientras que Carlos V ambicionaba territorios franceses. Ello originó diversas guerras entre España y Francia:
La guerra terminó con las firmas del Tratado de Cambrai y la Paz de Crépy. Se reconocía la soberanía de Carlos V sobre Artois y Flandes, y abandonaba sus pretensiones sobre Milán y Nápoles, mientras que Francisco renunció a Borgoña.
El avance turco era un peligro constante para los dominios de los Habsburgo y las costas españolas. Los turcos de Solimán I el Magnífico llegaron a cercar la ciudad de Viena, pero Carlos V pudo contenerlos. En el Mediterráneo, la flota imperial conquistó Túnez, aunque no logró tomar Argel.
El principal problema interno del Imperio fue la expansión del Protestantismo en Alemania, que aglutinó intereses económicos y políticos de la nobleza alemana y dividió el Imperio en dos grupos: católicos y protestantes.
La piratería berberisca era un problema grave para España, ya que amenazaba las costas mediterráneas. Para combatirlos, se formó la Liga Santa (integrada por los Estados Pontificios, Venecia y Génova). La Liga Santa, al mando de don Juan de Austria, obtuvo una importante victoria naval en la Batalla de Lepanto (1571).
Felipe II tuvo que enfrentarse al monarca francés Enrique II. Tras las victorias españolas en las batallas de San Quintín y Gravelinas, España y Francia firmaron la Paz de Cateau-Cambresis (1559). No obstante, los enfrentamientos continuaron, ya que España estaba decidida a acabar con el Protestantismo en Francia (los hugonotes) y presionó a sus reyes hasta que Enrique IV lo prohibió.
Al morir sin descendencia Sebastián I de Portugal, Felipe II aspiró a ser proclamado rey de Portugal por ser hijo de doña Isabel de Portugal. Aunque algunos portugueses apoyaron al Prior de Crato, en las Cortes de Tomar (1581) proclamaron rey a Felipe II, haciéndose realidad la Unión Ibérica (la unión de todos los reinos peninsulares bajo un mismo monarca).
Felipe II se casó con María I de Inglaterra. Sin embargo, a su muerte accedió al trono inglés su hermanastra Isabel I, de fe protestante. El avance del Protestantismo en Inglaterra y el apoyo de la reina a los piratas ingleses (como Sir Francis Drake), que tendían emboscadas a los navíos españoles procedentes de América cargados de oro y plata, llevaron a Felipe II a intentar invadir el Reino de Inglaterra.
Para ello envió a la Gran Armada (1588). El comandante en jefe de la expedición fue el VII Duque de Medina Sidonia. La flota española fracasó y fue destruida por las tormentas y la resistencia inglesa.
Los holandeses pretendían independizarse de España, lo que explica la gran aceptación que allí tuvo el Protestantismo (calvinismo). Ninguno de los sucesivos gobernadores de Holanda fue capaz de doblegar la rebelión de los calvinistas, dirigidos por don Guillermo de Orange-Nassau:
No se pudo evitar la emancipación de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Felipe II legó los Países Bajos a su hija doña Isabel Clara Eugenia.
Miguel López de Legazpi culminó la conquista de las Islas Filipinas. Este archipiélago asiático había sido descubierto previamente por Fernando de Magallanes. Legazpi fundó la ciudad de Manila, desde donde se abrió una nueva ruta comercial que llegaba hasta Acapulco y que fue conocida con el nombre de Galeón de Manila.
Durante el reinado de Carlos I, se produjeron dos graves conflictos internos en la Península Ibérica: la revuelta de las Comunidades y la de las Germanías.
En Castilla, las Comunidades, dirigidas por Padilla, Bravo y Maldonado, se rebelaron por el descontento hacia la educación flamenca del rey y sus consejeros extranjeros (Adriano de Utrecht y Chièvres). Los comuneros querían ofrecer el trono a Juana la Loca, madre del monarca. Fueron derrotados en la Batalla de Villalar (1521), lo que consolidó el poder real y redujo las Cortes castellanas al papel de aprobar impuestos, recayendo el peso económico del Imperio en los pecheros.
En Aragón, la rebelión de las Germanías (1519-1523) surgió en Valencia cuando, ante la huida de la nobleza por la peste y el peligro berberisco, los gremios (germanías) liderados por Joan Llorens tomaron el poder y formaron la Junta de los 13. El conflicto entre artesanos y nobles fue sofocado finalmente por el ejército real en 1523.
Durante el reinado de Felipe II, los principales problemas internos fueron la sublevación morisca y el caso de Antonio Pérez.
Entre 1568 y 1571, los moriscos de las Alpujarras, liderados por Fernando de Córdoba y Válor (Abén Humeya), se alzaron contra la Corona debido a las presiones religiosas y culturales. La revuelta fue reprimida por don Juan de Austria, y los moriscos fueron dispersados por España para evitar nuevas insurrecciones.
El caso de Antonio Pérez (secretario de Estado y protegido del rey) estalló tras la muerte de don Juan de Escobedo (1578). Pérez, cercano a la princesa de Éboli, fue acusado de filtrar secretos de Estado y de implicarse en el asesinato de Escobedo. Aunque Felipe II lo protegió inicialmente, al descubrirse la lealtad de don Juan de Austria, el rey se sintió traicionado y ordenó arrestarlo.
Pérez huyó a Aragón (1590), donde el Justicia Mayor, Juan de Lanuza, se negó a entregarlo, amparándose en los Fueros aragoneses. Felipe II lo acusó de herejía ante la Inquisición, envió tropas, reprimió la sublevación aragonesa y ejecutó a Lanuza (1591). Pérez logró huir a Francia, donde contribuyó a difundir la Leyenda Negra contra el monarca.
