Portada » Historia » Historia de España: Prehistoria, Pueblos Prerromanos y Reino Visigodo
Hace más de 4 millones de años, aparecieron los primeros homínidos en África. Durante el Paleolítico se desarrolló el proceso de hominización que culminó con nuestra especie, el Homo Sapiens. En el Paleolítico Inferior, se encuentra el Homo Antecessor, el homínido más antiguo de la península, cuyos restos se localizan en Atapuerca. En el Paleolítico Medio, el principal homínido fue el Homo Neanderthalensis, localizado en yacimientos como El Sidrón (Asturias) y Gibraltar. En el Paleolítico Superior, aparece desde África el Homo Sapiens, que colonizó toda la península (ejemplos: Tito Bustillo, Asturias, y El Castillo, Cantabria), dando lugar a una serie de culturas (gravetiense, magdaleniense…).
Las comunidades paleolíticas consistían en grupos nómadas basados en la caza y recolección, utilizando útiles de piedra. En el Neolítico, gracias a las influencias de Oriente Medio, la economía cambió de depredadora a productora (agricultura y ganadería), y las poblaciones pasaron de ser nómadas a ser sedentarias, lo que implicó una diversificación social y nuevas tecnologías. Las dos principales culturas fueron la de la Cerámica Cardial (Levante) y la de los Sepulcros de Fosa (Cataluña).
El arte rupestre aparece en el Paleolítico Superior, teniendo una finalidad mágica. Se agrupa en dos áreas:
Durante el primer milenio a.C., se desarrolló la cultura Tartésica en la Andalucía occidental y el sur de Portugal. Esta alcanzó gran desarrollo cultural, económico (ejemplo: Tesoro del Carambolo) y social. A partir del siglo VI a.C., entró en decadencia.
Podemos encontrar distintas áreas culturales indígenas:
Los pueblos colonizadores (Fenicios y Griegos) llegaron a la península atraídos por su riqueza y con intención de comerciar. Los fenicios establecieron colonias como Gadir y más tarde Malaka, Sexi o Abdera. Los griegos establecieron colonias como Hemeroskopeion o Emporion. En el siglo IV a.C., Cartago sustituyó a los fenicios con colonias como Cartago Nova o Ebusus. Su política de colonización fue agresiva, lo que condujo al enfrentamiento con Roma en las Guerras Púnicas.
En el siglo III a.C., los romanos y cartaginenses se enfrentaron en las Guerras Púnicas por el control del Mediterráneo. En la Primera Guerra Púnica, los cartaginenses fueron derrotados, lo que les llevó a expandirse por el sur y este peninsular, provocando el inicio de la Segunda Guerra Púnica, que enfrentó de nuevo a los cartaginenses (Aníbal) y a los romanos (Cornelio Escipión).
Tras la derrota cartaginesa, se inició la conquista romana, la cual fue larga (218-19 a.C.). La conquista comenzó cuando los romanos ocuparon el sur y el levante peninsular durante la Segunda Guerra Púnica. Esta fase continuó con las guerras entre celtíberos y lusitanos. Fue difícil vencer la resistencia de los pueblos del interior (197-29 a.C.), destacando figuras como Viriato y la resistencia de Numancia.
Los territorios no tuvieron una plena incorporación debido a algunas guerras civiles entre dirigentes romanos. El primer emperador romano, Octavio Augusto, acabó con esos conflictos y se hizo con la cornisa cantábrica entre 29 y 19 a.C., finalizando la conquista.
Gracias a la victoria romana, se puso en marcha el proceso de romanización. Este proceso fue muy desigual, dejando un importante legado cultural como el latín, el derecho romano y una vasta arquitectura y obras públicas (calzadas, acueductos, teatros).
En el año 409, llegaron a la Península Ibérica los Suevos (Galicia y norte de Portugal), los Vándalos (Norte de África) y los Alanos (Sur). Roma hizo un pacto con los Visigodos, acordando que si expulsaban a esos pueblos germanos (invasores), les concederían tierras en el sur de Francia e Hispania. Así fue, y crearon el Reino de Tolosa.
Más tarde, los visigodos fueron expulsados por los francos y en 507 se instalaron definitivamente en la península, estableciendo su capital en Toledo. Los reyes visigodos se apoyaron en dos instituciones clave:
En cuanto a la administración de los territorios, cada provincia tenía unos duces o comites que, a medida que la monarquía visigoda se debilitaba, fueron asumiendo funciones del Estado.
A partir del III Concilio de Toledo (589 d.C.), el cristianismo se convirtió en la religión oficial con el rey Recaredo, funcionando también como apoyo de la monarquía. Con Leovigildo, el reino se fortaleció: conquistó a los suevos, expulsó del sur a los bizantinos y controló a los cántabros y vascones.
Los visigodos, aparte de continuar con la romanización, acentuaron la ruralización, la feudalización y el latifundismo. El rey Recesvinto promulgó el código Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo), que recogía el derecho romano y visigodo.
Los enfrentamientos entre los nobles provocaron la invasión de los musulmanes y el fin de la monarquía visigoda, demostrando la fragilidad del reino.
