Portada » Historia » La Transformación Política de Europa: Dictaduras y Democracias en el Periodo de Entreguerras (1919-1939)
El periodo de entreguerras (1919-1939) se caracterizó por una ola de regímenes autoritarios y dictatoriales en gran parte de Europa:
También se instalaron dictaduras en los países bálticos. Eran regímenes basados en una economía capitalista con supresión de las libertades democráticas y un importante intervencionismo económico por parte del Estado.
En Reino Unido, el triunfo militar confirmó el firme prestigio popular de la democracia como sistema político. El sistema de libertades avanzó por la nueva ley electoral aprobada en el último año de guerra, que otorgaba el derecho a voto a los varones mayores de 21 años y a las mujeres mayores de 30. El sistema electoral siguió siendo mayoritario.
En los primeros años, un Gobierno de coalición se propuso atajar los graves problemas que tenía el país:
Los problemas de ajuste socioeconómico en el país acabaron polarizando las opciones políticas entre el Partido Laboralista y el Partido Conservador:
En la década de 1930, hubo problemas internos del país y del imperio, como el conflicto entre árabes y judíos en Palestina y la movilización pacifista.
La Tercera República (1871) se estableció tras el final de la guerra franco-prusiana, que acabó con el Segundo Imperio de Napoleón III. La victoria militar dejó en Francia un poso de destrucción. La República era incapaz de solucionar los problemas de la población, aunque no surgieron alternativas fuertes para derribarla o reformarla en profundidad.
El sistema electoral era proporcional, lo que favoreció el pluripartidismo y la debilidad de los Gobiernos que tenían que ser de coalición. La tregua entre dos guerras se caracterizó por una constante inestabilidad política, por la difícil recuperación económica bajo moldes proteccionistas y con préstamos estadounidenses. Esto se agudizó por el contraste con la pujanza de Alemania, ya vencida.
En el plano político, las derechas francesas dominaron durante los años veinte. Los socialistas, debilitados por la escisión de los comunistas, apenas llegaron al poder en contadas ocasiones de la mano de su alianza con el partido radical.
La Gran Depresión agravó las tensiones de la sociedad francesa y alimentó las incertidumbres de su electorado, que osciló desde el bloque de las derechas al cartel de las izquierdas, hasta que el triunfo del nazismo en Alemania reactivó la amenaza de una nueva guerra. El último intento de atajar esa pesadilla fue la victoria en las elecciones del Frente Popular.
Su programa de reformas internas apenas tuvo tiempo de llevarse a cabo porque los peligros internacionales acabaron socavando la unidad del Gobierno y la del propio país. La derrota militar frente a los alemanes fue el punto final de ese proceso de lento declive de la democracia durante la época de entreguerras.
La implantación del fascismo en Italia en 1922 fue la primera manifestación clara de la crisis de las democracias después de la victoria aliada en la Gran Guerra.
Los gobiernos nombrados por el rey Víctor Manuel III contemplaron con temor cómo las dificultades económicas de la posguerra generaron un clima de conflictividad social muy intenso. Mussolini se planteó una ruptura con el pasado liberal-democrático para superar la crisis. En marzo de 1919 constituyó en Milán, con excombatientes, un nuevo partido inspirado en la milicia, cuyo nombre respectivo fue Fasci Italiani.
El éxito de su estrategia culminó en 1922 cuando Mussolini llevó a cabo la Marcha sobre Roma, una manifestación de muchos fascistas de Italia que peregrinaron a la capital para aclamar a su líder.
El pensamiento fascista se basaba en:
El triunfo político del fascismo interior fue seguido de notables éxitos exteriores. La estabilidad que se logró en Italia reforzó su prestigio internacional entre los demás países europeos en el contexto caótico de la época de entreguerras. En 1924, resolvió la cuestión de Fiume, incorporándola al Estado italiano tras dos años de ocupación militar.
El papel europeo de Italia se hizo cada vez más importante a medida que resurgían las demandas de varios países de revisar el statu quo logrado en los tratados de Versalles. Con el acceso al poder de Hitler en Alemania, Mussolini comenzó a abandonar la equidistancia entre bloques europeos y se fue inclinando a favor del alineamiento con el nuevo régimen totalitario germano.
Este alineamiento se manifestó ante la oposición franco-británica, la intervención conjunta con Berlín en apoyo de Franco durante la Guerra Civil Española, y el apoyo a Alemania en sus expansiones territoriales. El objetivo de Mussolini fue apoyarse en Alemania para expandirse por el Mediterráneo, transformándolo en un mar fascista, como un resurgimiento del Imperio Romano.