Portada » Historia » Poder y Fe: Explorando el Cesaropapismo, Regalismo y la Relación Iglesia-Estado en la Historia
El Cesaropapismo es el poder temporal del emperador, el cual interviene cada vez con más intensidad en los asuntos propiamente eclesiásticos. El término ya sugiere su significado, al unir dos jerarquías en un mismo nombre: el César como autoridad política y el Papa como autoridad religiosa. En la práctica, se configura como un modelo monista de relaciones entre lo político y lo religioso, donde el dualismo se descompensa a favor del emperador, aunque formalmente se reconociera la jerarquía eclesiástica y la potestad del Romano Pontífice.
Esta política intervencionista destacó especialmente en la parte oriental del Imperio, como consecuencia de la práctica, aunque en la teoría estuviera establecido el dualismo político. Fue característico de la época de imperios como el de Justiniano, Constantino y sus hijos, sobre todo en la zona de Oriente, durante los primeros imperios cristianos. El representante más significativo del cesaropapismo es Justiniano, cuya influencia se centró en Constantinopla.
La manifestación de este intervencionismo se reflejó en actos como:
El Regalismo es un fenómeno jurídico en el ámbito religioso, resultado de la ampliación de los poderes de los reyes, especialmente en países católicos, y de su advenimiento como monarcas absolutos. Esto provocó que el monarca se inmiscuyera en actos y decisiones tradicionalmente pertenecientes a la competencia del sector religioso dentro de la relación dualista entre Iglesia y Estado. Por tanto, este sería el término contrario a hierocratismo.
Se fundamentaba en la sacralización del poder real y la teoría del origen divino. Se le denominaba de forma diferente en cada país: regalismo en España, galicanismo en Francia. El objetivo final del regalismo era lograr una mayor independencia religiosa de Roma, pero sin llegar a cuestionar la unidad de la Iglesia Católica.
Las manifestaciones del regalismo se reflejan en actos que antes realizaban figuras de la Iglesia y que ahora se convertirían en potestad del monarca:
Las «iglesias establecidas» son aquellas iglesias reconocidas oficialmente por el Estado y sostenidas mediante fondos públicos. Este modelo de relación Iglesia-Estado se conoce como monista o también llamado territorialista.
Dentro del ámbito de las relaciones Iglesia-Estado, este modelo fue característico de los países nórdicos, surgido a raíz de las Reformas Protestantes. Se caracterizaba por negar la figura eclesiástica del Papa y no reconocer la autoridad de la Iglesia Católica. En el protestantismo, el jefe de la Iglesia era también el rey. De ahí el nombre de «territorialismo»: quien goza del poder de regir la vida religiosa es quien ostenta el poder sobre el territorio.
El principio «Cuius regio, eius et religio» (de quien es la región -el territorio-, de él es también la religión) fue establecido en la Dieta de Augsburgo y confirmado en la Paz de Westfalia (1648). En este sistema, el rey impone la religión protestante y, a menudo, no permite otras confesiones.
La compatibilidad entre la separación Iglesia-Estado y la mutua cooperación es un tema central en las relaciones contemporáneas. Un ejemplo claro lo encontramos en España.
En España, el artículo 16.3 de la Constitución establece: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.» Este modelo se define como laico o aconfesional cooperacionista.
Aparte de este, existe otro modelo de Estado laico que no coopera, denominado en la doctrina como Estado laicista, el cual reduce las manifestaciones de lo religioso al ámbito estrictamente personal e íntimo.