Portada » Biología » Fundamentos de la Ciencia Alimentaria y Soporte Nutricional Avanzado
Las técnicas tradicionales de cocinado son aquellas que se han utilizado durante generaciones, como la cocción en agua, al vapor, a la plancha, al horno, la fritura o el estofado. Se basan en el uso directo del calor y suelen implicar contacto con agua, grasa o aire caliente. Estas técnicas permiten mejorar la digestibilidad, el sabor y la seguridad alimentaria de los alimentos, aunque también pueden provocar pérdidas significativas de vitaminas hidrosolubles y alteraciones de textura y color si no se aplican correctamente.
Por su parte, las técnicas no tradicionales han surgido con el desarrollo tecnológico en la cocina profesional. Destacan la cocción al vacío y el uso del microondas. Se caracterizan por un control más preciso de la temperatura y el tiempo, lo que permite conservar mejor los nutrientes, los aromas y las propiedades organolépticas, a la vez que se minimizan las pérdidas de agua y peso del alimento.
La principal diferencia entre ambas radica en la tecnología empleada y el control del proceso. Las técnicas tradicionales son más sencillas y accesibles, pero generan mayores pérdidas de nutrientes y requieren más supervisión para evitar sobrecocciones. En cambio, las no tradicionales permiten una cocción más uniforme y suave, lo que favorece la retención de vitaminas termolábiles como la vitamina C o la tiamina, además de reducir el riesgo de oxidación o degradación de los alimentos. Estas últimas, sin embargo, requieren equipamiento específico y una mayor formación técnica para aplicarlas correctamente.
La conservación en caliente, propia de la línea caliente, consiste en elaborar los alimentos y mantenerlos a una temperatura mínima de 65 °C hasta el momento de su consumo. Es habitual en servicios de comedor donde los platos se sirven el mismo día de su elaboración. Aunque permite servir la comida recién hecha y sin procesos intermedios de refrigeración, tiene riesgos asociados si se rompe la cadena de calor, como la proliferación de microorganismos. Además, puede afectar a la calidad sensorial del plato, provocando endurecimiento o pérdida de textura, y reducir el contenido de ciertas vitaminas sensibles al calor, como la tiamina o la riboflavina.
En cambio, la conservación en frío o línea fría implica enfriar rápidamente los alimentos tras su cocinado, mediante abatidores de temperatura, hasta alcanzar los 3 °C en menos de dos horas. Posteriormente, se conservan refrigerados durante varios días antes de ser regenerados y servidos. Esta técnica permite una mejor planificación, minimiza el riesgo microbiológico si se respetan las temperaturas y conserva mejor las características sensoriales del plato al momento de servirlo. No obstante, también puede generar pérdidas de nutrientes por oxidación, especialmente de vitamina C, y requiere tener en cuenta el comportamiento de ingredientes como las féculas frente al abatimiento y la regeneración térmica.
La diferencia esencial entre ambos sistemas está en el momento del consumo: la línea caliente implica un servicio inmediato tras la elaboración, mientras que la línea fría permite almacenar y servir en diferido, lo cual exige un control riguroso del proceso de enfriamiento, conservación y recalentamiento para asegurar la seguridad alimentaria y la calidad nutricional.
A las bacterias les gusta más lo alcalino. Por eso, se les pone limón o vinagre a algunos alimentos, porque son ácidos y frenan el crecimiento.
La nutrición enteral es un tipo de soporte nutricional que se utiliza cuando una persona no puede alimentarse por boca, pero su aparato digestivo sigue funcionando de forma adecuada. Consiste en administrar una fórmula nutricional completa directamente al tracto digestivo mediante una sonda. Estas sondas pueden colocarse por la nariz (sonda nasogástrica o nasoyeyunal) o directamente en el abdomen (gastrostomía o yeyunostomía), según el caso. Las fórmulas contienen todos los nutrientes necesarios (proteínas, hidratos de carbono, lípidos, vitaminas, minerales y agua) en proporciones adaptadas a las necesidades del paciente, pudiendo ser estándar o específicas para patologías concretas (como insuficiencia renal o diabetes).
Este tipo de nutrición está indicado en pacientes que tienen dificultad o imposibilidad para tragar (por ejemplo, por enfermedades neurológicas, cáncer de cabeza y cuello, traumatismos), pero que conservan la función digestiva. Se considera la opción más fisiológica cuando no se puede comer, ya que mantiene activa la mucosa intestinal, favorece la función inmunológica del intestino y reduce el riesgo de infecciones comparado con la vía parenteral. Además, es más económica y presenta menos complicaciones.
La nutrición parenteral, por otro lado, es un soporte nutricional que se utiliza cuando no se puede usar el aparato digestivo, es decir, cuando hay una contraindicación absoluta o relativa para la vía enteral. En este caso, los nutrientes se administran directamente al torrente sanguíneo a través de una vía venosa, generalmente central (aunque en algunos casos puede ser periférica si es por poco tiempo y con soluciones poco concentradas). Las fórmulas están preparadas para ser compatibles con la vía intravenosa e incluyen proteínas en forma de aminoácidos, glucosa, lípidos en emulsión, electrolitos, vitaminas y oligoelementos.
Este tipo de nutrición está indicada en casos graves, como obstrucciones intestinales, fístulas digestivas de alto débito, pancreatitis aguda severa, síndrome de intestino corto o cuando se requiere reposo digestivo total. Es una técnica más compleja, cara y con más riesgos, especialmente de infecciones (por el uso de catéteres), alteraciones electrolíticas, hepáticas o metabólicas. Requiere control médico estricto y una planificación cuidadosa.