Portada » Historia » La Crisis del Siglo XVII en la Monarquía Hispánica: Austrias Menores
La Monarquía Hispánica fue durante el siglo XVI la mayor potencia de Europa. Durante los llamados Austrias mayores (Carlos I y Felipe II) alcanzó el apogeo de su influencia y poder; mientras que los reinados de los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), coincidentes con lo mejor del Siglo de Oro de las artes y las letras, significaron lo que se conoce como «decadencia española»: la pérdida de la hegemonía europea y una profunda crisis económica y social.
Los tres últimos Austrias españoles son designados con el nombre de Austrias menores para indicar que no tuvieron el brillo de los dos primeros ni sus dotes de mando. Los tres se hallaban no solo españolizados, sino también castellanizados, pero siguieron considerando como deberes primordiales conservar íntegra la herencia territorial que habían recibido y prestar ayuda a la Iglesia católica. En este aspecto, siguieron fieles a las directrices básicas trazadas por Carlos I y Felipe II, a pesar del declive del poder español.
A mediados del siglo XVII, el poder marítimo de la Casa de Austria sufrió un largo declive con derrotas sucesivas frente a las Provincias Unidas y después Inglaterra. En el continente europeo se involucraron en defensa de sus parientes de Viena en la vasta Guerra de los Treinta Años, que aunque comenzó con buenas perspectivas para las armas españolas, terminó catastróficamente tras la crisis de 1640, con la sublevación simultánea de Portugal (que se separó definitivamente), Cataluña y Nápoles. En la segunda mitad del siglo XVII, los españoles fueron sustituidos en la hegemonía europea por la Francia de Luis XIV.
Reinarán a lo largo del siglo XVII, un siglo que, en general, supuso un ciclo de crisis social, económica y política. Esta crisis se manifestó en: pérdidas poblacionales, invasión de la peste atlántica, expulsión de los moriscos, hambrunas; ruina y endeudamiento de los pequeños campesinos; aumento de las propiedades de nobleza e Iglesia; descenso de la productividad; endeudamiento de la hacienda pública, etc.
Este reinado se enmarca en lo que algunos consideran una primera fase de la gran depresión. El crecimiento demográfico sufrió un retroceso por dos hechos: la extensión de la gran Peste Atlántica que durante cinco años recorrió casi toda la península, y la expulsión de los moriscos, que castigó las zonas donde el contagio de la peste había sido menor.
Otro factor fue el carácter del monarca, no desprovisto de inteligencia, pero sí de energía e interés por las tareas de gobierno. La falta de autoridad del monarca fue suplida por las camarillas palatinas, de las que saldría don Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma. El favorito actuaría como enlace entre el rey y los consejos, tomando todas las decisiones de gobierno: el valido.
Frente a estos hechos, cabe destacar que el comercio con Indias se mantuvo a niveles elevados en volumen de tráfico de metales preciosos; la recesión no se hizo patente hasta los años finales del reinado.
Con el descenso de la actividad bélica, cuya intensidad y gastos excesivos habían conducido a Castilla a la crisis económica, se abrió un periodo de paz para la monarquía hispánica:
Pero a finales del reinado estalló la Guerra de los Treinta Años en Europa. España participó apoyando a los Habsburgo de Austria, por solidaridad dinástica, motivos religiosos y porque no podía desentenderse de un problema de tal calibre en Centroeuropa. Mientras, la recesión económica se acentuaba, la mala administración de la Corte agravaba los problemas financieros, se incrementaba el descenso demográfico…
La investigación reciente ha modificado la imagen tradicional de Felipe IV, la de un rey amante de la caza, el teatro y las mujeres, pero que no abandonó totalmente los asuntos públicos. Fue un rey de gran cultura, que quiso aprender todas las lenguas que se usaban en sus reinos y que estuvo dotado de gran sensibilidad artística. Su valido fue Don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien se propuso como meta recuperar la grandeza de la monarquía, reforzando su poder y afirmando la unión entre sus partes, sin darse cuenta de las dificultades que esto encarnaba.
En política interior intentó reformar la administración y volver al esplendor que él consideraba se había perdido, a través de varios proyectos:
Pero estas reformas, sobre todo el proyecto de Unión de Armas, se convirtieron en una amenaza de ruptura para la monarquía. Supusieron un choque frontal contra los intereses de la nobleza y los reinos de la Corona de Aragón, Portugal y Andalucía, generando la crisis de 1640, que además coincidía con la participación en la guerra europea y el agravamiento de los problemas financieros.
La política exterior acabó por imponerse a las reformas internas:
Las necesidades de la guerra provocaron medidas como las acuñaciones de vellón para cubrir el déficit, así como sucesivas bancarrotas que afectaron a muchos colaboradores de la monarquía. Todo ello condujo a la gran crisis de 1640.
Provocada por la insatisfacción ante la política autoritaria y las medidas unificadoras del Conde-Duque, así como por la participación en la guerra europea, fue una reacción en cadena en varios reinos de la monarquía:
Últimos años del reinado: La crisis de 1640 consumió gran parte de las energías de la monarquía. Se produjo la caída de Olivares y su sustitución por don Luis de Haro. Felipe IV intervino más directamente en asuntos de gobierno y vivió conscientemente la fase final de su reinado.