Portada » Historia » El Renacer Urbano y la Transformación de Europa en la Baja Edad Media
A partir del siglo XI se produjeron en Europa una serie de cambios que transformaron la sociedad medieval. Las ciudades renacieron y surgió una nueva clase social: la burguesía. Debido al crecimiento de la población, fue necesario ampliar las tierras cultivables y aumentar el rendimiento agrícola. Hubo más campesinos que tierras disponibles para trabajar. No obstante, la esperanza de vida siguió siendo baja.
La expansión agrícola en el siglo XI favoreció los intercambios comerciales. Los artesanos y mercaderes crearon barrios específicos, los burgos, y sus habitantes eran conocidos como burgueses.
Los monarcas apoyaron a los burgueses y les concedieron cartas de privilegios, también llamadas cartas de franquicia o fueros. Estos documentos fijaban sus libertades y los liberaban del señor feudal. A cambio, la ciudad pagaba impuestos al rey, que este utilizaba para sufragar sus luchas contra la nobleza y aumentar sus dominios. Se establecieron instituciones municipales para el autogobierno: los burgueses formaban asambleas donde elegían a los concejales, encabezados por un alcalde. Estos se reunían en el ayuntamiento. Con el tiempo, un grupo de familias burguesas ricas formó un grupo privilegiado dentro de la ciudad: el patriciado urbano.
Las ciudades medievales estaban rodeadas de murallas. Se organizaban en torno a la iglesia principal y la plaza del mercado. Sus calles eran estrechas y de trazado irregular. En su interior se amontonaban las casas, que, al ser mayoritariamente de madera y estar muy juntas, provocaban frecuentes y devastadores incendios. Sus habitantes se agrupaban en barrios según sus oficios. Existía también el barrio de los judíos o judería, a menudo separado por una muralla que se cerraba por la noche. Con el tiempo, se formaron barrios fuera de las murallas originales: los suburbios. Las calles, generalmente sin empedrar y sin aceras, estaban muy sucias. En estas condiciones de hacinamiento y falta de higiene, la propagación de enfermedades, como la peste, resultó muy fácil.
A partir del siglo XII, los cambios económicos y sociales afectaron también al poder político. La nobleza feudal veía cómo se reducía poco a poco su poder, mientras crecía el de los reyes, quienes gobernaban sobre territorios más extensos e iban haciéndose más poderosos.
Aunque la nobleza y la Iglesia continuaron teniendo un gran poder, los pactos feudales se debilitaron y el rey fue ampliando su control sobre personas y territorio, formando reinos más cohesionados. La monarquía fue aumentando su poder por diversas razones:
La Iglesia seguía ejerciendo una gran influencia social, política y cultural. Acumulaba grandes bienes, tierras y era, en sí misma, un poder feudal más. Los reyes intentaron controlar la designación de obispos y abades, a la vez que la nobleza codiciaba esos cargos por su poder y riqueza. Todo ello provocó corrupción en las esferas del poder eclesiástico. Desde finales del siglo XII, hubo una cierta reacción por cambiar esta situación. Aparecieron órdenes mendicantes (como franciscanos y dominicos) que predicaban la pobreza evangélica, y también surgieron herejías o doctrinas que ponían en duda las concepciones oficiales de la Iglesia. Para combatir estas últimas, el Papa creó el Tribunal de la Inquisición.
A partir del siglo XII, los monarcas fueron ampliando las fronteras de sus reinos y haciéndose más poderosos, aunque esto provocó numerosas guerras entre diferentes reinos.
Fue uno de los conflictos más graves de la Baja Edad Media. Enfrentó a Francia e Inglaterra debido a las pretensiones inglesas sobre la corona francesa y el control de territorios en Francia. La guerra, con diversas fases e interrupciones, terminó con la victoria de Francia. En ambos casos (Francia e Inglaterra), el largo conflicto favoreció la consolidación del poder del rey frente a la nobleza feudal.
Cuando en el siglo XI los turcos selyúcidas conquistaron Jerusalén y dificultaron las peregrinaciones cristianas, el papa Urbano II llamó a la liberación de Tierra Santa en el Concilio de Clermont (1095). Se iniciaron así una serie de expediciones militares que duraron casi dos siglos (principalmente siglos XI-XIII) y que son conocidas como las Cruzadas (en defensa de la cruz, símbolo del cristianismo). Como consecuencia de las Cruzadas, el Papado aumentó temporalmente su poder e influencia, se desarrolló el comercio entre Oriente y Occidente (lo que reforzó el papel de la Corona de Aragón y las ciudades italianas como Venecia y Génova) y se intensificó el contacto cultural, aunque a menudo conflictivo, entre las culturas cristiana y musulmana.
Después de siglos de relativa prosperidad y crecimiento, a principios del siglo XIV empezaron los problemas en el campo europeo. Se produjeron años de malas cosechas debido a cambios climáticos (sequías, exceso de lluvias) y al agotamiento de las tierras marginales puestas en cultivo anteriormente, pues no había nuevas tierras fértiles que labrar fácilmente. La escasa producción agrícola y la consiguiente falta de alimentos provocaron hambrunas y desnutrición generalizada. Debido a las malas condiciones higiénicas preexistentes y la debilidad de la población, el riesgo de enfermedades y epidemias era muy alto. En este contexto de vulnerabilidad, llegó a Europa la Peste Negra.
La Peste Negra llegó a Europa a finales de 1347, probablemente al desembarcar marineros contagiados de un barco genovés procedente de Crimea (Mar Negro) en Mesina (Sicilia). Desde allí, se extendió rápidamente por todo el continente. Dos aspectos ayudaron a su fulminante propagación:
La Peste Negra provocó una enorme mortalidad, que en algunas regiones pudo alcanzar entre el 30% y el 60% de la población. Afectó por igual a todos los estamentos sociales.
Las consecuencias de la peste en el campo fueron devastadoras: se despoblaron muchas regiones, por lo que se abandonaron cultivos y se redujo drásticamente la producción de alimentos. Los señores feudales, al ver sus rentas reducidas por la falta de mano de obra y la caída de la producción, intentaron aumentar los impuestos a los campesinos supervivientes y les obligaron a permanecer en las tierras (reforzando la servidumbre donde aún existía o intentando reimponerla). La falta de comida, la presión señorial y el deterioro general de las condiciones de vida provocaron, en consecuencia, un gran descontento entre las gentes del campo, que protagonizaron numerosas revueltas antiseñoriales por toda Europa (como la Jacquerie en Francia o la revuelta campesina de Wat Tyler en Inglaterra).
En las ciudades, la actividad económica disminuyó drásticamente y muchos artesanos y trabajadores se quedaron sin empleo. La peste afectó especialmente a los núcleos urbanos debido al hacinamiento y las malas condiciones higiénicas. Muchas personas huyeron al campo, si podían, extendiendo aún más la enfermedad. La crisis económica, la mortalidad y el desgobierno provocaron también tensiones y revueltas en las ciudades.
Las revueltas populares ciudadanas iban dirigidas a menudo contra la alta burguesía (el patriciado urbano) y los ricos comerciantes, que eran quienes controlaban el gobierno de las ciudades. Los sublevados reivindicaban más participación en el gobierno municipal y mejoras sociales, como la subida de los salarios (ante la escasez de mano de obra) y el derecho al trabajo. Ciudades como Gante, París, Florencia (revuelta de los Ciompi) o Barcelona vivieron estas rebeliones urbanas. En un clima de miedo y desesperación, muchas veces se buscó el origen de todos los males que se padecían en grupos considerados diferentes, como los extranjeros y, sobre todo, los judíos, acusándoles infundadamente de ser los causantes de la peste (envenenando pozos, por ejemplo). Los barrios judíos (juderías) de algunas ciudades fueron asaltados y saqueados, y muchos de sus habitantes fueron masacrados (pogromos).
Hasta el siglo XI, la cultura estaba reducida principalmente al ámbito de los monasterios, y los monjes eran casi los únicos depositarios del saber escrito. El conocimiento se vinculaba estrechamente a los asuntos religiosos, y ni siquiera la aristocracia feudal tenía, en general, grandes inquietudes por la lectura y la escritura. En los siglos XII y XIII, con el renacer urbano y el dinamismo de la nueva sociedad, el pensamiento y la cultura recibieron un gran impulso. Se crearon, a principios del siglo XII, nuevos centros educativos ligados a las ciudades. A pesar de ello, la gran mayoría de la población seguía siendo analfabeta.
Muchos de los conocimientos científicos y técnicos llegaron a Europa desde Oriente, a menudo a través del mundo islámico (especialmente Al-Ándalus y Sicilia) o por la ruta de la seda. Se difundieron los números arábigos (de origen indio), que fueron imponiéndose gradualmente a los incómodos números romanos para el cálculo. También llegaron la pólvora y el papel, ambos provenientes de China. En astronomía, se desarrollaron nuevos métodos para medir el tiempo y se tradujeron y estudiaron obras clásicas y árabes. Se elaboraron tablas astronómicas y mapas celestes más precisos. También se crearon los primeros relojes mecánicos monumentales, que se colocaron en las torres de algunos ayuntamientos y catedrales. Se perfeccionaron de forma muy notable los medios de orientación marítima: se desarrolló el uso de la brújula (conocida a través de los árabes) y, a finales del siglo XIII, se empezaron a utilizar cartas marítimas (portulanos) en ciudades como Venecia y Génova. También se fabricaron barcos más resistentes, con mayor capacidad de carga y más rápidos (como la coca o la carabela posteriormente). Todo esto favoreció enormemente el tráfico marítimo y comercial y, posteriormente, contribuyó decisivamente a los grandes descubrimientos geográficos que se produjeron a partir del siglo XV.
A partir del siglo XII, principalmente en Francia, surgió un nuevo estilo artístico: el Gótico. En arquitectura, se aplicaron nuevos elementos constructivos que permitieron levantar edificios mucho más altos y ligeros que los robustos edificios románicos. Se utilizaron:
En el exterior, los contrafuertes se separan del muro y se conectan a los puntos donde descargan las bóvedas mediante arbotantes, arcos exteriores que reciben y transmiten el empuje lateral de las bóvedas hacia los contrafuertes, anclando el edificio al suelo. Este sistema permitió suprimir los gruesos muros del Románico. En su lugar, se abrieron grandes ventanales, a menudo cubiertos con vidrieras de colores, que inundaban de luz el interior de los edificios, creando un espacio diáfano y ascendente. Las catedrales góticas solían tener planta longitudinal (de cruz latina) y constaban de tres o cinco naves, siendo la nave central considerablemente más alta y ancha que las laterales.