Portada » Arte » El Barroco: Características y Manifestaciones Artísticas en Europa y América
El Barroco fue un estilo artístico predominante en el arte y la arquitectura occidentales, aproximadamente desde el año 1600 hasta 1750. Sus características se extendieron durante la primera mitad del siglo XVIII, aunque a este período se le conoce a veces como estilo Rococó. Las manifestaciones barrocas se encuentran en el arte de casi todos los países europeos, así como en las colonias españolas y portuguesas de América.
En 1656, Bernini recibió el encargo del Papa Alejandro VII para las obras de la Plaza de San Pedro. Tomando como eje el centro de la basílica, trazó dos brazos rectos que convergen hacia el eje y se abren en un enorme espacio elíptico. Este espacio está delimitado por una columnata de dos brazos que no se cierra en el extremo opuesto a la fachada de la basílica. El resultado es un inmenso espacio abierto compuesto por dos plazas contiguas: una trapezoidal y otra oval. El plano inclinado de las plazas, con amplias escalinatas y rellanos, facilita la visión de la gran cúpula de Miguel Ángel. Esta cúpula, concebida por Miguel Ángel y terminada 24 años después de su muerte, se encuentra sobre el altar mayor y la tumba del Apóstol Pedro.
Los brazos rectos de la plaza trapezoidal son más bajos que la basílica, acentuando la altura de esta última. En el centro de la plaza oval se colocó un obelisco egipcio procedente del circo de Nerón, que dificulta la visión frontal de la fachada, en un juego barroco que obliga al espectador a buscar diferentes puntos de vista.
El David es una estatua de mármol a tamaño real realizada por Gian Lorenzo Bernini entre 1623 y 1624. A diferencia de obras anteriores del artista, esta no presenta el mismo énfasis vertical. El cuerpo de la figura se muestra en el instante en que se dispone a tirar la piedra, con los pies apoyados y el cuerpo medio girado. La figura está en tensión, con el movimiento y la potencia implícitos. La cara muestra concentración, con el ceño fruncido y mordiéndose el labio inferior. Este David no es el guerrero perfecto e idealizado, sino un ser humano esforzándose por lograr sus metas. Tras la figura, yacen armas descartadas, recordando que esta batalla se gana con esfuerzo físico, no con armamento superior.
Esta obra, iniciada en 1629 y finalizada en 1638, es una figura colosal de más de tres metros. Representa la plenitud del estilo barroco: extrovertida, vehemente y conmovedora, buscando mover a la devoción, siguiendo los principios del Concilio de Trento de verosimilitud, pudor y emotividad. Longino se muestra consternado al descubrir que Jesús era el Hijo de Dios. Abre sus brazos violentamente, creando un eje cerrado por la lanza, conformando un diagrama de fuerzas trapezoidal. El rostro es muy expresivo y los pliegues de la ropa se arremolinan arbitrariamente, como arrebatados por el soplo divino, ocultando la anatomía y creando un juego de claroscuro.
Las dos figuras principales derivan de un episodio descrito por Santa Teresa de Ávila, donde un ángel le atraviesa el corazón con un dardo de oro, representando el amor divino. La escena muestra el momento en que el ángel saca la flecha, y la expresión del rostro de Santa Teresa muestra una mezcla de dolor y placer. Las figuras están realizadas en mármol blanco, y los rayos del sol, en bronce. La obra, de 3,5 metros de altura, es de claro estilo barroco por su fuerte expresividad y el desorden de las figuras, especialmente en el manto de la santa. Bernini también pintó la capilla donde se colocó el conjunto, para darle mayor realismo y misticismo.
La pintura barroca se desarrolló rápidamente en Italia. Miguel Ángel Caravaggio fue el iniciador, introduciendo el tenebrismo. Sus obras, muy realistas, a veces fueron mal recibidas. Otro pintor destacado fue Andrea del Pozzo, autor del fresco Triunfo de San Ignacio.
En Flandes, se desarrolló una escuela más aristocrática, con Rubens como principal representante. Influido por los renacentistas italianos y Caravaggio, pintó temas religiosos, mitológicos, escenas populares y retratos. Sus discípulos más importantes fueron Van Dyck y Jordaens.
En Holanda, surgió una escuela naturalista preocupada por la luz. La ausencia de imágenes religiosas y el menor peso de la jerarquía eclesiástica y la nobleza dieron lugar a nuevos temas: retratos de la burguesía, paisajes, interiores y escenas domésticas. Rembrandt fue la gran figura, destacando en retratos colectivos. Vermeer sobresalió por sus interiores iluminados y el detalle, y Franz Hals por sus retratos de grupo.
Las Meninas, obra maestra de Velázquez, se presenta como una escena casual: Velázquez pinta en un salón de palacio, donde irrumpe la Infanta Margarita con sus meninas, enanos, un perro y otros personajes. Al fondo, José Nieto contempla la escena. Esta obra esconde enigmas, como la indiferenciación entre el espacio del cuadro y el del espectador. Es un prodigio pictórico en cada detalle, desde los efectos de color hasta la captación de la luz y la composición, convirtiéndola en una de las obras maestras más grandes de todos los tiempos.
Las Hilanderas, de Diego Velázquez, representa un tema mitológico. La obra, que no perteneció a las colecciones reales, representa la fábula de Aracne, recogida de «Las Metamorfosis» de Ovidio. Narra la contienda entre Minerva y Aracne sobre quién haría el mejor tapiz. La osadía de Aracne al representar un amorío de Júpiter llevó a Minerva a convertirla en araña. Se aprecian detalles finos y la soltura de Velázquez, como el movimiento de la rueca y el efecto atmosférico, donde el aire distorsiona los contornos. La pincelada es suelta, con manchas, y la luz viene de la derecha, creando una luminosidad excelente. El lienzo pudo dañarse en el incendio del Alcázar en 1734, por lo que sufrió adiciones.
En Venus del Espejo, Velázquez coloca el rostro difuminado en el espejo para reflejar el cuerpo desnudo de la dama. La mujer, de belleza palpable, resalta por el contraste con los paños azul y blanco, y el cortinaje rojo añade carga erótica. La técnica destaca por la pincelada suelta, creando la sensación de aire circulando entre las figuras, el famoso «aire velazqueño».