Portada » Religión » Pilares de la Doctrina Social de la Iglesia: Construyendo una Sociedad Justa y Solidaria
En la Doctrina Social de la Iglesia, existen cuatro principios fundamentales: la dignidad de la persona, el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad. Estos principios actúan como reglas universales para comprender y mejorar la sociedad, sirviendo como herramientas esenciales para la toma de decisiones y la acción justa. Es crucial entender que estos principios están interconectados y se complementan mutuamente. Poseen un profundo significado moral, orientando tanto el comportamiento individual como la actuación de las instituciones para edificar una sociedad buena y equitativa. La sociedad se configura a partir de las elecciones de las personas y las influencias de las instituciones, y estos principios nos asisten en la construcción de un entorno social mejor.
El «bien común» es un concepto trascendental que implica trabajar de manera conjunta para el beneficio de todos. Surge de la premisa de que todas las personas son valiosas y deben ser tratadas con dignidad e igualdad. No se trata simplemente de sumar lo que es bueno para cada individuo, sino de buscar aquello que beneficia a la totalidad de la comunidad. Este objetivo se aplica a todos los niveles de la sociedad, desde la familia hasta las naciones.
Todos, incluidos los gobiernos, tienen la responsabilidad de asegurar este bien común. Esto implica esforzarse por la paz, la justicia y la protección del medio ambiente. La democracia, donde las decisiones son tomadas por la mayoría, exige que los líderes no solo sigan la voluntad mayoritaria, sino que también consideren lo que es mejor para toda la comunidad, incluyendo a las minorías. El bien común no es un fin en sí mismo, sino que está intrínsecamente relacionado con los objetivos más importantes de las personas y el bienestar general de la creación. Desde una perspectiva cristiana, alcanzar el bien común significa seguir el ejemplo de Jesús y su mensaje de amor y resurrección.
El «destino universal de los bienes» es un principio que sostiene que Dios destinó la tierra y sus recursos para el uso equitativo de todas las personas. Esto significa que todos deben tener acceso a lo necesario para vivir, como alimentos, vivienda, trabajo y otros bienes esenciales. Este derecho es fundamental y no está supeditado a sistemas económicos o leyes particulares.
El principio también enfatiza que la riqueza y los recursos deben utilizarse de manera justa y solidaria para promover el bienestar de todos. La creación de riqueza no debe conducir a la exclusión o explotación de algunas personas. Por el contrario, todos deberían contribuir al desarrollo integral, forjando un mundo donde cada individuo pueda dar y recibir sin obstaculizar el progreso de los demás.
Este principio nos recuerda el llamado del Evangelio a resistir las tentaciones egoístas de la posesión y a seguir el ejemplo de Jesús, quien superó esas tentaciones. En resumen, se trata de compartir y utilizar los recursos de manera justa para el beneficio de toda la humanidad.
El trabajo humano y la propiedad privada son conceptos de gran relevancia para la Doctrina Social de la Iglesia. El trabajo, realizado con inteligencia, permite al ser humano dominar la tierra y asegurarse un lugar digno para vivir. La propiedad privada se considera esencial para la autonomía personal y familiar, siendo un medio para estimular la responsabilidad y la libertad humana. Sin embargo, la propiedad privada no es absoluta; debe ser regulada por el principio del destino universal de los bienes, lo que implica que los bienes deben estar disponibles para el bien común de toda la humanidad.
La propiedad privada no debe considerarse como un fin en sí misma, sino como un medio para el desarrollo personal y el bienestar de todos. La propiedad comunitaria también es valorada, especialmente en comunidades indígenas, aunque se reconoce que puede evolucionar con el tiempo. La distribución justa de la tierra es crucial, particularmente en países en desarrollo. La propiedad, cuando se absolutiza, puede convertirse en una fuente de esclavitud; solo al reconocer la dependencia de Dios y orientarla hacia el bien común, los bienes materiales pueden contribuir al crecimiento de las personas y las comunidades.
La Iglesia subraya la importancia del cuidado especial por los pobres, reflejando la opción preferencial por ellos. Este compromiso no solo implica acciones caritativas, como dar limosna, sino también abordar las dimensiones sociales y políticas de la pobreza. Jesús mismo mostró compasión por los necesitados, identificándose con ellos.
La miseria humana revela la fragilidad del ser humano y la necesidad de salvación. Jesús reconoció a los necesitados como sus «hermanos más pequeños», y la Iglesia sigue su ejemplo. Se enfatiza que, aunque se deben hacer esfuerzos para eliminar la pobreza, la realidad cristiana advierte contra visiones utópicas. El regreso de Cristo resolverá completamente este problema.
La Iglesia, guiada por el Evangelio, abraza el amor por los pobres en todas sus formas, ya sea material, cultural o religiosa. Este amor se traduce en acciones de beneficencia y en la promoción de la justicia social. La Iglesia destaca que ayudar a los necesitados es un acto de caridad y justicia, cumpliendo un deber moral y recordando que el amor por los pobres no es compatible con la búsqueda egoísta de riquezas.
La subsidiaridad es un principio fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia. Significa que, para proteger la dignidad de las personas, es crucial cuidar de las familias, grupos y asociaciones locales. Estas expresiones espontáneas de la sociedad, como actividades culturales, deportivas o profesionales, forman la base de una comunidad sólida.
La Iglesia destaca que las comunidades más grandes deben ayudar y apoyar a las más pequeñas, sin absorberlas. Cada nivel de la sociedad tiene un papel único, y las sociedades más grandes no deben usurpar funciones importantes a las más pequeñas. La subsidiaridad implica que el Estado debe abstenerse de limitar innecesariamente el espacio vital de las comunidades más pequeñas, permitiendo que mantengan su iniciativa, libertad y responsabilidad.
El principio de subsidiaridad busca proteger a las personas y comunidades de intervenciones excesivas del Estado, fomentando la ayuda mutua. Se opone a la burocracia excesiva y destaca la importancia de la iniciativa privada. Implica:
En situaciones excepcionales, el Estado puede intervenir, pero siempre guiado por el bien común y sin prolongar su participación más allá de lo necesario. Este principio busca preservar la libertad y la dignidad de las personas.
La subsidiaridad implica que todos deben participar activamente en su comunidad para lograr el bien común. Esto incluye contribuir en áreas como la cultura, la economía y la política. La participación no debe limitarse y es esencial para el crecimiento humano. Es crucial involucrar a los más débiles y promover la rotación de líderes para evitar la consolidación de privilegios. La gestión pública debe ser responsabilidad de todos para alcanzar el bien común.
La participación ciudadana es esencial en las democracias, pero enfrenta obstáculos como el desinterés y las barreras culturales. Algunos buscan solo beneficios personales y otros se limitan a votar. En regímenes totalitarios o con burocracias excesivas, la participación se ve severamente afectada. Superar estos desafíos requiere conciencia y educación para una participación más informada y comprometida.
La solidaridad, que subraya la interconexión entre las personas, se evidencia en la creciente conciencia de la interdependencia global, impulsada por avances tecnológicos y comunicativos. Sin embargo, persisten desigualdades significativas entre naciones, alimentadas por la explotación y la corrupción. Para contrarrestar estas injusticias a nivel planetario, es imperativo un crecimiento ético y social que acompañe la acelerada interdependencia entre individuos y naciones. Este desarrollo es esencial para prevenir consecuencias perjudiciales, incluso para los países más favorecidos.
La solidaridad significa trabajar juntos por el bien de todos. Es un principio social que busca transformar estructuras injustas en otras más solidarias. También es una virtud moral que nos impulsa a comprometernos por el bien común, sacrificándonos por el beneficio de los demás. Este valor es esencial para construir una sociedad ética y justa, donde todos sean responsables unos de otros.
La solidaridad implica trabajar juntos para un crecimiento compartido, contribuir positivamente a la causa común y estar dispuestos a esforzarnos por el bien de los demás. También significa reconocer nuestra deuda con la sociedad y contribuir al patrimonio cultural y material. Todos tenemos la responsabilidad de mantener abierta la senda del progreso para las generaciones presentes y futuras, compartiendo en espíritu de solidaridad.
Jesús mostró el máximo amor y solidaridad al sacrificarse por todos. Su ejemplo va más allá de la simple ayuda; incluye dar sin esperar nada a cambio, perdonar y reconciliar. Esto significa amar incluso a quienes nos hacen mal, tal como Jesús dio su vida por nosotros. Cuando aplicamos este amor y solidaridad cristianos, la vida social se transforma en un lugar lleno de esperanza y gracia.
La Iglesia destaca valores como la verdad, la libertad, la justicia y el amor para construir una sociedad mejor. Estos valores, ligados intrínsecamente a la dignidad humana, son esenciales para el desarrollo personal y la convivencia social. La Iglesia señala su importancia en las decisiones públicas, mostrando cómo influyen en nuestras elecciones.
Es esencial vivir conforme a la verdad para establecer relaciones ordenadas y respetuosas en la sociedad. En la actualidad, debemos esforzarnos por promover la verdad en todos los aspectos de la vida, especialmente en la comunicación pública y en la economía. La transparencia y la honestidad son clave, particularmente al tratar con el dinero.
La justicia, que implica dar a cada uno lo que le corresponde, se manifiesta en formas como la conmutativa, distributiva y legal. En la actualidad, la justicia social es crucial para abordar problemas globales. A pesar de las amenazas a la dignidad y los derechos humanos, la visión cristiana destaca que la justicia va más allá de las leyes humanas, conectándose con la identidad profunda de cada persona. Sin embargo, la justicia sola no es suficiente; se necesita también solidaridad y amor. La paz, fruto de la justicia y la solidaridad, se logra practicando virtudes que fomentan la convivencia y contribuyendo a construir un mundo mejor.
La caridad, que es ayudar y amar a los demás sin esperar nada a cambio, es de suma importancia en nuestras interacciones sociales. Va más allá de solo hacer lo justo, implicando un cuidado desinteresado por todos. Valores como la verdad y la justicia se fundamentan en la caridad, creando una convivencia beneficiosa para todos.
No se trata solo de ayudar a personas cercanas, sino también de mejorar la sociedad en general. La caridad social y política busca el bienestar común, no solo individualmente sino también a nivel social. Es más que dar ayuda; implica cambiar las estructuras sociales para evitar que las personas sufran. La caridad social y política es clave para enfrentar problemas globales como la pobreza. La caridad nos ayuda a construir un mundo más justo y compasivo.