Portada » Francés » Fundamentos e Historia de la Bioética: Del Juramento Hipocrático a los Principios Modernos
La bioética se puede abordar desde dos perspectivas: como una disciplina científica autónoma o mediante el examen de la evolución histórica de las reflexiones en torno a sus temas centrales. Si se considera como ciencia, su génesis se ubica en la segunda mitad del siglo XX. No obstante, al rastrear el desarrollo de los planteamientos sobre las cuestiones que aborda, sus raíces se extienden a épocas considerablemente más antiguas.
El Juramento Hipocrático representa un compromiso solemne que tradicionalmente asumen quienes se gradúan en las carreras universitarias de Medicina. Su contenido es de naturaleza puramente ética, sirviendo de guía al médico en la práctica de su profesión. En su versión original, el juramento detalla las obligaciones hacia el maestro y su familia, los discípulos, los colegas y los pacientes. A partir del siglo XIX, se generalizó, siendo hoy una práctica universal, la realización de un juramento basado en un texto modernizado. Este texto, inspirado en el antiguo, se adapta según la escala de valores específica de cada tiempo y lugar. Una formulación común es la siguiente:
Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea, y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia. Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa. Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más. Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante, ni tampoco administraré pesarios abortivos. Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla. En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos. Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos. Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.
Hipócrates, un médico griego originario de la isla de Cos, nació aproximadamente en el año 460 a.C. Reconocido como una de las figuras más eminentes de la medicina de todos los tiempos, basó su práctica en la observación detallada y el estudio sistemático del cuerpo humano. Se distinguió por rechazar las creencias de sus contemporáneos, quienes atribuían las enfermedades a causas supersticiosas como la posesión por espíritus malignos o la pérdida del favor divino. En contraposición, Hipócrates sostuvo que las enfermedades tenían explicaciones físicas y racionales, lo que le ha valido el reconocimiento como el fundador de la medicina científica.
El juramento constituye un compendio de principios éticos esenciales que orientan al médico en su quehacer profesional. En él se destacan enseñanzas éticas que conservan su relevancia en la conducta médica actual, tales como:
La trayectoria histórica de la Bioética puede estructurarse en dos grandes fases: el periodo anterior a Van Rensselaer Potter y el posterior. La primera etapa abarca desde el Juramento Hipocrático hasta la formulación de los diversos Códigos Deontológicos, como los desarrollados en España. La segunda fase, que se inicia en 1970, comprende desde la promulgación del Código de Núremberg hasta acontecimientos trascendentales como el primer trasplante de corazón efectuado por Christiaan Barnard.
Los códigos deontológicos son herramientas de autorregulación empleadas en diversas profesiones, incluyendo la comunicación social, la psicología y la medicina. Las normativas establecidas en estos códigos son fruto del consenso y la aprobación unánime de todos los integrantes de la profesión para la cual se diseñan.
Estos códigos se centran en los aspectos más sustanciales y fundamentales del ejercicio de la profesión que regulan. Por ello, funcionan como directrices de conducta cuyo objetivo es asegurar un desempeño laboral adecuado y contribuir a que la sociedad, al requerir los servicios profesionales, obtenga plena satisfacción gracias a la correcta ejecución de la labor.
Un código deontológico agrupa un conjunto de criterios, normas y valores que asumen quienes ejercen una determinada actividad profesional. Es importante no confundir la deontología con los códigos deontológicos. La deontología posee un carácter más amplio y puede abarcar normas que no estén explícitamente recogidas en un código particular. El código deontológico, en cambio, es la aplicación de los principios deontológicos a un campo específico.
Un código de ética médica articula las reglas que los facultativos deben observar en el ejercicio de su profesión. Esto incluye la realización de actividades relacionadas con la docencia, la investigación y la administración de servicios de salud, así como cualquier otra actividad en la que deban aplicar los conocimientos adquiridos durante su formación médica.
El Código Deontológico para la profesión de enfermería se erige como una guía para la acción, fundamentada en valores y necesidades sociales. Para que cumpla su finalidad, es imprescindible que dicho código sea comprendido, asimilado y utilizado por el personal de enfermería en todas las facetas de su trabajo.
El respeto a la vida y a la integridad de la persona humana, así como el fomento y la preservación de la salud —entendidos como componentes del desarrollo y bienestar social— y su proyección efectiva a la comunidad, constituyen en toda circunstancia el deber primordial del Odontólogo.
El Código de Ética Médica de Núremberg compila una serie de principios que rigen la experimentación con seres humanos, producto de las deliberaciones de los Juicios de Núremberg al concluir la Segunda Guerra Mundial. De forma específica, el Código responde a los debates y argumentos presentados durante el enjuiciamiento de la jerarquía nazi y algunos médicos por el trato inhumano dispensado a los prisioneros de los campos de concentración, como en el caso de los experimentos médicos del Dr. Josef Mengele. Publicado el 20 de agosto de 1947, tras la celebración de los Juicios (entre agosto de 1945 y octubre de 1946), este código recoge principios orientadores para la experimentación médica en seres humanos. Su creación se debió, en parte, a que durante el juicio varios acusados argumentaron que los experimentos realizados diferían poco de los llevados a cabo antes de la guerra, ya que no existían leyes que categorizaran de forma clara la legalidad o ilegalidad de tales prácticas.
El primer trasplante de corazón de un ser humano a otro fue realizado por el equipo del profesor Christiaan Barnard en el Hospital Groote Schuur en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), el 3 de diciembre de 1967. Es relevante mencionar que Hamilton Naki, cuya contribución fue significativa, formó parte de este equipo, aunque su participación se mantuvo inicialmente en un discreto segundo plano.
Van Rensselaer Potter II (1911-2001) fue un destacado bioquímico estadounidense, profesor de oncología en el Laboratorio McArdle de Investigaciones sobre Cáncer de la Universidad de Wisconsin-Madison durante más de medio siglo. Se le reconoce por ser el primer autor en Estados Unidos que utilizó el término bioética. No obstante, el vocablo ya había sido acuñado en 1927 por el pastor protestante, teólogo, filósofo y educador alemán Fritz Jahr, quien usó la combinación Bio-Ethik (unión de los términos griegos bios, ‘vida’, y ethos, ‘comportamiento’) en un artículo sobre la relación ética entre el ser humano, las plantas y los animales. Potter retomó esta combinación en su artículo de 1970, «Bioethics: The science of survival» (Bioética: La ciencia de la supervivencia), y la consolidó en su libro de 1971, Bioethics: Bridge to the Future (La bioética: Un puente hacia el futuro). Su propuesta consistía en la creación de una disciplina que integrara la biología, la ecología, la medicina y los valores humanos. Empleó una sugerente metáfora al hablar de la necesidad de construir «puentes» para unir ambos campos (la ética y la biología), con el objetivo de permitir la supervivencia humana frente a las amenazas, especialmente ambientales, derivadas del progreso técnico. Para acentuar este sentido más ecológico del término, acuñó también la expresión bioética global en 1988.
Este periodo, que se inicia en la década de 1970, se caracteriza por la consolidación de los principios bioéticos y la respuesta a los nuevos dilemas surgidos de avances científicos y médicos trascendentales. La obra de Potter fue fundamental para impulsar una nueva era de reflexión bioética, que abarca desde la aplicación del Código de Núremberg hasta la gestión ética de innovaciones como el trasplante de órganos.
En 1979, los bioeticistas Tom Beauchamp y James Franklin Childress establecieron cuatro principios cardinales que constituyen el núcleo de la bioética contemporánea: autonomía, no maleficencia, beneficencia y justicia.
La autonomía expresa la capacidad de un individuo para darse normas o reglas a sí mismo, sin la influencia de presiones externas. Este principio posee un carácter imperativo y debe respetarse como norma general. No obstante, existen situaciones en las que las personas pueden no ser autónomas o presentar una autonomía disminuida (por ejemplo, individuos en estado vegetativo o con daño cerebral severo); en tales casos, es necesario justificar por qué no existe autonomía o por qué esta se encuentra mermada. En el ámbito médico, el consentimiento informado es la máxima expresión de este principio, constituyendo un derecho del paciente y un deber del médico. Las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto de vista ético, lo que implica que el objetivo del profesional de la salud es respetar esta autonomía, ya que se trata de la salud y el bienestar del propio paciente.
Este principio impone la obligación de actuar en beneficio de otros, promoviendo sus legítimos intereses y suprimiendo perjuicios. En medicina, tradicionalmente promueve el mejor interés del paciente, aunque a veces sin tener en cuenta la opinión de este. Se asume que el médico posee una formación y conocimientos de los que el paciente carece, por lo que aquel sabría (y, por tanto, decidiría) lo más conveniente para este. Esta postura se podría resumir en la idea de «todo para el paciente, pero sin contar con él». Un primer obstáculo al analizar este principio es que puede desestimar la opinión del paciente, primer involucrado y afectado por la situación. Además, las preferencias individuales de médicos y pacientes pueden discrepar respecto a qué es perjuicio y qué es beneficio. Por ello, es difícil defender la primacía absoluta de este principio, pues si se toman decisiones médicas basándose únicamente en él, se podrían obviar otros principios igualmente válidos como la autonomía o la justicia.
Consiste en la obligación de abstenerse intencionadamente de realizar actos que puedan causar daño o perjudicar a otros. Es un imperativo ético válido para todos, no solo en el ámbito biomédico sino en todos los sectores de la vida humana. En medicina, sin embargo, este principio debe encontrar una interpretación adecuada, pues a veces las actuaciones médicas pueden generar algún tipo de daño para obtener un bien mayor. Entonces, de lo que se trata es de no perjudicar innecesariamente. El análisis de este principio va de la mano con el de beneficencia, para que prevalezca el beneficio sobre el perjuicio. Las implicaciones médicas del principio de no maleficencia son varias: poseer una formación teórica y práctica rigurosa y permanentemente actualizada; investigar sobre tratamientos, procedimientos o terapias nuevas para mejorar los ya existentes, con el objetivo de que sean menos dolorosos y lesivos; avanzar en el tratamiento del dolor; y evitar la medicina defensiva, que conlleva la multiplicación de procedimientos y/o tratamientos innecesarios. Este principio fue destacado por primera vez en el Informe Belmont (1978).
Implica tratar a cada uno como corresponda, con la finalidad de disminuir las situaciones de desigualdad (ideológica, social, cultural, económica, etc.). En nuestra sociedad, aunque en el ámbito sanitario la igualdad entre todos los seres humanos es una aspiración, se pretende que todos sean menos desiguales. Por ello, se impone la obligación de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales para disminuir las situaciones de inequidad. El principio de justicia puede desdoblarse en dos: un principio formal (tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales) y un principio material (determinar las características relevantes para la distribución de los recursos sanitarios: necesidades personales, mérito, capacidad económica, esfuerzo personal, etc.). Las políticas públicas se diseñan de acuerdo con ciertos principios materiales de justicia. En España, por ejemplo, la asistencia sanitaria es teóricamente universal y gratuita, basándose en el principio de la necesidad. En cambio, en Estados Unidos, la mayor parte de la asistencia sanitaria se fundamenta en seguros individuales. Para excluir cualquier tipo de arbitrariedad, es necesario determinar qué igualdades o desigualdades se van a tener en cuenta para determinar el tratamiento que se va a dar a cada uno. El enfermo espera que el médico haga todo lo posible en beneficio de su salud, pero también debe saber que las actuaciones médicas están limitadas por una situación impuesta al médico, como los intereses legítimos de terceros. La relación médico-paciente se basa fundamentalmente en los principios de beneficencia y de autonomía, pero cuando estos principios entran en conflicto, a menudo por la escasez de recursos, es el principio de justicia el que entra en juego para mediar entre ellos. En cambio, la política sanitaria se basa en el principio de justicia, y será tanto más justa en cuanto que consiga una mayor igualdad de oportunidades para compensar las desigualdades.
Dentro del campo de la bioética, se distinguen diversas corrientes y tendencias, cada una con sus propias perspectivas y énfasis:
Esta corriente parte de la dignidad como valor intrínseco de la persona, la cual se manifiesta en su capacidad inherente para realizar valores. El fundamento de las orientaciones que deben apoyar las propuestas de solución a los dilemas éticos se encuentra en la naturaleza humana, ya que la persona es considerada el centro de toda reflexión bioética.
En esta corriente se busca establecer un mínimo de principios aplicables dentro de una sociedad pluralista y secular. Se basa en los postulados de la denominada “Ética de mínimos”, que propone un conjunto de normas a cumplir por todos los miembros de la sociedad, producto del consenso social en torno a ciertos parámetros básicos de convivencia.
Esta escuela sigue el enfoque biomédico que se desarrolló a partir de los trabajos de André Hellegers en el Kennedy Institute of Bioethics. Su centro de atención son los problemas suscitados por el avance en el conocimiento científico y tecnológico con respecto a su aplicación en los diferentes ámbitos de la salud humana.
Su interés primordial se enfoca en la problemática de la justicia y el desarrollo social, entendidos como el mejoramiento de las condiciones de vida de la población en equilibrio con el medio en que interactúa. Hay un énfasis particular en la promoción de los derechos humanos, la justicia social y la equidad en el acceso a los recursos y la atención sanitaria, buscando un equilibrio sostenible con el medio ambiente.