Portada » Religión » Fundamentos de la Fe Católica: Principios, Tiempos Litúrgicos y Dones del Espíritu Santo
Principio y Fundamento: El hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto, salvar su alma. Las demás cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que lo ayuden en la consecución del fin para el que fue creado. De donde se sigue que el hombre debe usar de ellas en la medida en que le ayuden para su fin, y debe prescindir de ellas en la medida en que se lo impidan.
Por lo cual, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad y no está prohibido, de tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, más riqueza que pobreza, más honor que deshonor, más vida larga que corta; y, por consiguiente, en todo lo demás, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduzca al fin para el que fuimos creados.
La Cuaresma es un tiempo de preparación que marca la Iglesia para prepararnos para la gran fiesta de Pascua. Comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos. Sus símbolos son:
La Semana Santa la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae. Empieza el Domingo de Ramos y termina en el Domingo de Resurrección.
Celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que las bendigan ese día y participamos en la Misa.
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles, en la que les lavó los pies, dándonos un ejemplo de servicialidad.
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión.
Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús.
Es el día más importante y alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida.
La prueba de que somos hijos de Dios es que Él ha enviado a nuestros corazones el Espíritu que clama: «¡Abba, Padre!» En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al pueblo de Dios. Los dones del Espíritu Santo en la vida cotidiana: muchas veces el Espíritu Santo es el gran olvidado; solemos tener presente al Padre y al Hijo, pero al Espíritu Santo no lo percibimos. Jesús pudo marcharse sin dejar huérfanos a los apóstoles, porque el Espíritu quedaba con ellos, como está con cada hombre hasta el fin de los tiempos.
Es la que da sentido a la vida y gusto a todo lo que hacemos. El don de la sabiduría es el don del buen gusto por las cosas del espíritu: el saber discernir, disfrutar, agradar la espontaneidad con Dios, la familiaridad con los hombres y la alegre confianza. La sabiduría despierta los sentidos y le da valor a la vida.
Es conocer la mano de Dios donde otros ven solo circunstancias humanas; descubrir la providencia en la historia y el amor en el sufrimiento; es entender la obra de Dios en la historia del hombre.
Es el don social que nos une unos a otros en la búsqueda del camino que nos acerca a Dios. El gran defecto es pensar que lo sabemos todo, que nos basta nuestra experiencia y nuestros recursos, y prescindimos del consejo divino.
Hemos conocido el camino, ahora hay que recorrerlo. No nos basta la llamada, necesitamos la fuerza para obedecerla. Dios nos da el querer y el obrar, nos da el deseo y la fuerza del Espíritu para llevarlo a cabo.
Nos ayuda a escuchar la salvación, que nos habla de Dios porque Él la creó, y nos ayuda a la profundidad generosa de sus dones.
Es el don de saberse heredero de todo lo que es bueno, protegido en la vida y bienvenido en la muerte. La piedad nos hace sentirnos hermanos entre nosotros y nos impulsa a tener compasión por los que nos necesitan. Es un don de amistad que no pone condiciones, no exige garantías; tanto más cree cuanto más se comparte, transformando la vida.
No es temor a ser castigados, sino a ofender, a hacer algo que entristezca, a traicionar el hogar. Es un don de reverencia, respeto a Dios y a los hombres con Él. El temor de Dios es el miedo que termina con todos los miedos. Con Jesús en la vida ya no hay temores, porque su compañía lo puede todo.
Los valores humanos son para toda la vida: la entrega, el compromiso, la promesa tanto en la familia como en la religión; el amor verdadero entre hombre y mujer, y entre el hombre y Dios, es fuerte hasta la muerte.