Portada » Religión » Enseñanzas Clave de la Iglesia sobre Matrimonio y Familia
El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor», que constituye un bien para los mismos esposos.
El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él «no es un derecho sino un don», que es «el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres». El Creador hizo al hombre y a la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana.
La enseñanza de la Iglesia «ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los cónyuges, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa». La Iglesia «sostiene a las familias que acogen, educan y rodean con su afecto a los hijos diversamente hábiles».
Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano.
«La Iglesia desempeña un rol precioso de apoyo a las familias, partiendo de la iniciación cristiana, a través de comunidades acogedoras». La educación integral de los hijos es «derecho primario» de los padres. La escuela no sustituye a los padres sino que los complementa. La Iglesia está llamada a colaborar, con una acción pastoral adecuada, para que los propios padres puedan cumplir con su misión educativa. Siempre debe hacerlo ayudándoles a valorar su propia función, y a reconocer que quienes han recibido el sacramento del matrimonio se convierten en verdaderos ministros educativos, porque cuando forman a sus hijos edifican la Iglesia, y al hacerlo aceptan una vocación que Dios les propone.
La Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica, madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida”.
La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, «en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia.
El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. Los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad. En este amor celebran momentos felices y difíciles de su historia de vida.
La gracia del sacramento del matrimonio está destinada ante todo «a perfeccionar el amor de los cónyuges».
En el himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas características del amor verdadero (paciente, servicial; no tiene envidia, todo lo disculpa, lo cree, lo espera, lo soporta). Esto se vive y se cultiva en la vida de los esposos, entre sí y con sus hijos. Propone detenerse a precisar el sentido de las características del amor para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia.
Dios es «lento a la ira» cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir. Es una cualidad del Dios que convoca a su imitación también dentro de la vida familiar.
Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. La paciencia es la profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.