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LAS SUPLICANTES
¡Ojalá que Zeus, protector de los suplicantes,
dirija sus ojos benévolamente sobre nuestra expedición lle-
gada por el mar!
    Zarpamos de las bocas de finas arenas del Nilo, de- 
5
jando al huir el país de Zeus vecino de Siria, sin que
el voto del pueblo nos hubiera impuesto pena de destierro
por algún delito de sangre, sino impulsadas por aversión
congénita hacia unos varones, porque renegábamos de la 10
impía boda con los hijos de Egipto. <…>.
    Dánao, mi padre, consejero y guía, disponiendo las pie-
zas de este juego, ha llevado a cabo lo que es más glorio-
so en medio de nuestra aflicción: el huir a través de las
olas marinas sin que lo estorbase obstáculo alguno y ha- 
ber arribado a tierra de Argos, donde nuestra estirpe se
jacta de haberse iniciado al tacto y aliento de Zeus sobre
aquella vaca que huía furiosa picada del tábano.
    Pero, ¿a qué país más propicio podríamos haber arri- 
bado portando en las manos los ramos ceñidos de lana
como suplicantes?.
    ¡Oh ciudad! ¡Oh tierra, cristalinas aguas, deidades ex-
celsas, héroes subterráneos que sois venerados dentro de 25
las tumbas! ¡Y en tercer lugar, Zeus salvador, guardián
  de las casas de santos varones! ¡Acoged al femíneo grupo
  que lleno su espíritu de respeto por vuestro país, aquí
30 está suplicante! ¡Y al enjambre soberbio de machos, vas-
  tagos de Egipto, arrojadlo al ponto con su nave de remos
   ligeros antes de que ponga su pie sobre esta ribera de la
   tierra firme! ¡Y que allí, en el fragor de la tempestad en-
   tre truenos, rayos y los huracanes que arrastran la lluvia,
35 enfrentados a un piélago fiero, perezcan, antes que algún
   día, usurpadas por ellos sus primas, suban a unas camas
40 que no los aceptan, cosa que no es lícita!
y ahora invocamos como protector al novillo de Zeus
45 allende la mar, al hijo de mi abuela-vaca nutrida de flo-
   res nacido merced al aliento y al tacto de Zeus del que
   con razón recibe su nombre. Se le fue cumpliendo el pla-
    zo que fijó el destino, y dio a luz a Épafo.
Una vez que he citado su nombre y que he recordado
50 antiguos dolores de mi antigua madre en parajes de hierba
    abundante, demostraré ahora, a los hombres que este país
    tienen, fieles testimonios que, aunque nadie pudiera espe-
55 rarlos, quedarán patentes. Todos conocerán por extenso
    la historia.
Si hay aquí algún augur del país, al oír mi lamento
60 creerá que está oyendo el grito de la sabia esposa de
Tereo, de compasión digna: ruiseñor perseguido por un
gavilán.
    Excluida de sus campos y ríos, llora y gime por su vi-
vienda familiar. Reconoce su culpa en la muerte del hijo 65
que murió a sus manos por haber sido víctima del resenti-
miento de su mala madre.
    De igual modo a mí me gusta gemir en jónicos cantos,
 y desgarro mi tierna mejilla tostada a orillas del Nilo
 y mi corazón con llanto infinito.                     
    Como flores cosecho lamentos y, atemorizada frente
 a mis parientes, me pregunto si habrá un defensor para
 mí en esta mi huida de la brumosa tierra de Egipto.   
     Dioses de mi estirpe, oídme, vosotros que sabéis bien
 lo que es justo: si, por mi destino, no le concedisteis a
 mi juventud alcanzar toda su perfección, odiad de ver- so
 dad la soberbia y sed justos para con mi boda. Hay, in-
 cluso, un altar que salva de ruina y que es la defensa de
 los que acosados huyen de la guerra: el respeto que ins- 
 piran los dioses.
     ¡Ojalá que con toda verdad me viniera la ayuda de Zeus!
  Mas no es fácil captar su designio, pues, secretos y envuel-
 90 tos en múltiples sombras, avanzan los caminos de su co-
   razón, y no pueden verse.
      Si, por decisión de la testa de Zeus, un hecho se cum-
   ple perfecto, cae con firmeza y nunca de espaldas. Su lla-
95 ma arde en todo para los mortales dotados de voz, hasta
   en las tinieblas de una negra suerte.
Derriba a los mortales perversos de las altas torres de
100 sus esperanzas, sin tener que armarse de violencia. Todo
   lo divino no precisa esfuerzo. Incluso sentado en sus san-
   tos asientos de alguna manera hace que se cumpla lo que
   él ha pensado.
   Dirija su mirada a la inmortal soberbia y vea qué
   clase de perversidad rejuvenece su tronco florecido en men-
110 tes obstinadas por mi boda; y que con aguijón inevitable
   -su pensamiento enloquecido- ha cambiado la rectitud
   por la ceguera y el engaño. 
      Tal es el sufrimiento de que estoy lamentándome, y ha-
   go mi narración en tono agudo y grave, pero en todo mo-
   mento causa de verter llanto -¡ay!, ¡ay!- y entre ello
115 se destacan los fúnebres lamentos. ¡Me estoy honrando
   en vida con gritos funerales!
    Invoco en mi favor a Apia la montañosa. Tú entien-
 des bien, ¡oh tierra!, mi modo de hablar bárbaro. Una 120
vez y otra rasgo mi velo de Sidón hecho de lino.
     Y, si todo va bien, donde no esté presente la muerte,
ofreceré con presteza a los dioses sacrificios perfectos;.
 ¡Oh, oh! ¡Oh penas cuyo fin no se me alcanza! ¿Adonde 125
me llevará este oleaje?
    Invoco en mi favor a Apia la montañosa. Tú entiendes 130
bien, ¡oh tierra!, mi modo de hablar bárbaro. Una vez
y otra rasgo mi velo de Sidón hecho de lino.
    El remo, si, y la leñosa nave de velas manejadas por 135
los cables me protegió del mar y aquí me trajo, sin sufrir
tempestades, con la ayuda del viento. No me quejo. ¡Que
un feliz desenlace me depare, con el correr del tiempo, pro-
picio el Padre omnividente!                            
.
   Ya que somos semilla de una madre en extremo augus-
ta, ¡que escapemos del lecho del varón -¡horror!, ¡ho-
rror!- sin boda e insumisas a su yugo!
   La pura hija de Zeus ponga su vista en mí con igual 145
voluntad que tengo yo. Ella que habita aseguras moradas
venerables, irritada por la persecución de que somos obje-
to to, venga con toda su fuerza, ella que es virgen, como libe-
   radora de unas vírgenes.
.
       Ya que somos semilla de una madre en extremo augus-
   ta, ¡que escapemos del lecho del varón -¡horror!, ¡ho-
   rror!- sin boda e insumisas a su yugo!
   Si no es asi, raza de tez ennegrecida por los rayos del
   sol, nos llegaremos ante el dios subterráneo, al que a tan-
160 tos acoge en su casa, al Zeus de los muertos, y morire-
   mos colgadas de un lazo, de no lograr la ayuda de los
   dioses olímpicos.
¡Oh Zeus, \\por los celosa de lo, cólera vengativa nos
165 viene de los dioses! Demasiado sé yo que la ira de tu
   esposa tiene vencido al Cielo. De un viento impetuoso sale
   una tempestad.
En ese caso, ¿tendrás Zeus que soportar la acusación
170 de injusto, por haber desdeñado al hijo de la vaca al que
    un día dio el ser con su propia semilla, al apartar ahora
    sus ojos de mis súplicas? ¡Ojalá que, al sentirse invocado,
175 desde lo alto acoja mis plegarias!
       (¡Oh Zeus, por los celos de Io, cólera vengativa
    nos viene de los dioses! Demasiado sé yo que la ira de
    tu esposa tiene vencido al Cielo. De un viento impetuoso
    sale una tempestad).
   –
Hijas, tenéis que ser prudentes. Habéis lle-
gado aquí con la ayuda de este fiel anciano, vuestro padre,
que os sirvió de piloto. Y ahora, ya en tierra firme, tomo
igualmente precauciones. Os recomiendo que guardéis mis
consejos bien grabados en vuestras mentes.
    Veo una polvareda que anuncia sin palabras a un ejér- 
cito próximo. No cesa el ruido que hacen los cubos de
las ruedas de los carros al girar sobre el eje.
    Veo una multitud de gente armada de escudos y de lan-
 zas, con caballos y carros curvados.
    Tal vez los príncipes de este país, enterados de nuestra
 llegada mediante mensajeros, vienen hacia aquí a vernos.
 Por tanto, lo mismo si es inofensivo que si, excitado por 185
 una ira cruel, dirige aquí esa tropa, niñas, es lo mejor sen-
 tarse en esa colina consagrada a los dioses de este pueblo.
 Más fuerte que una torre es un altar: es escudo irrompible. 
    Pero, marchad lo más pronto posible, y, portando so-
 lemnemente en vuestra mano izquierda ramos de suplican-
 tes adornados de blanca lana -ofrendas apropiadas al ve-
 nerable Zeus- contestad a nuestros huéspedes con pala-
 bras respetuosas mezcladas con lamentos y expresiones que
 muestren la necesidad que os acosa, cual conviene a gente
 forastera, y explicadles con toda claridad que esta huida 195
 vuestra no se debe a un delito de sangre.
     En primer lugar, que no acompañe a vuestra voz un
  tono de arrogancia, ni emane vanidad fde vuestro rostro
  lleno de prudencial, de vuestros dulces ojos.
     No seas precipitada en tus respuestas, ni tampoco pro- 
  lija, pues la gente de aquí es muy dada a la crítica.
  No olvides ceder -eres una pobre extranjera fugitiva-,
    que no está bien al débil hablar con osadía.
Padre, hablas con prudencia a quien es pru-
    dente. Prestaré atención a tener en cuenta tus sabios con-
    sejos. ¡Que Zeus, nuestro padre, nos mire!
DÁNAO. – Sí, que nos mire con ojos benévolos.
–CORIFEO. – Si él quiere, esto acabará bien.
        DÁNAO.-No lo demores. iSalga bien nuestro plan!
CORIFEO. – Ya quisiera estar sentada a tu lado
CORIFEO.- ¡Oh Zeus,compadécete de nuestras penas
 antes de que hayamos perecido.                                       
         –DÁNAO. –  Ahora invocad a este ave de Zeus.
         –
– Invocamos a los rayos salvadores del sol
         DÁNAO. – Y al santo Apolo, dios que fue exiliado del
      Cielo.
– Él, que también conoció ese destino ,
      puede comprender a los mortales.
        – 
– ¡Que lo comprenda, sí, y nos asista benévolo
       –
– ¿A cuál de los dioses invoco ademas?
        – 
– Estoy viendo ese tridente, atributo de un dios.
      –
– Igual que nos trajo con felicidad, así nos
reciba en este país.
   –
– Este otro es Hermes, al estilo helénico.
– ¡Que nos traiga, entonces, excelentes noti-
cias de libertad!
   –
– Venerad, igualmente, el altar común de to-
das estas deidades protectoras. Sentaos en el lugar santo
lo mismo que palomas asustadas que huyen de gavilanes
de idénticas alas, enemigos que tienen igual sangre e inten- 
tan manchar de impureza a su estirpe.
    ¿Como podría ser pura un ave que comiera carne de
ave? ¿Cómo podría ser puro quien intenta casarse contra
la voluntad de la mujer y del que se la entrega? Ni siquiera
en el Hades, una vez que haya muerto, puede el autor de
eso escapar de la culpa de tal crimen. Porque también 230
allí otro Zeus de los muertos, según suele decirse, juzga
los crímenes y dicta la última sentencia.
    Mirad que respondáis de esta manera, para que vuestra
empresa obtenga la victoria.
    –
¿De qué país es esa comitiva que no parece 235
griega, fastuosa, con bárbaros vestidos y múltiples ador-
nos, a quien estoy hablando? No es vestimenta propia de
mujeres de Argos ni de otro lugar griego.
    Es asombroso que os hayáis atrevido a llegar a este
país intrépidamente, sin haberos hecho preceder de heral-
dos, sin próxenos ni guías.                          
    Eso sí, junto a los dioses de la ciudad habéis deposita-
do unos ramos conforme a los ritos propios de suplicantes.
Sólo en ese detalle puede conjeturarse que sois de tierra
griega.
Estaría también justificado hacer otras muchas supo-
245 siciones, de no estar tú presente y dotada de voz que
   lo explicará todo.                         .
       –
Has dicho la verdad sobre mi indumenta-
   ria Pero ¿cómo debo dirigirme a ti? ¿Como a un ciudada-
   no’cualquiera? ¿Como a un orador portador del caduceo
    sagrado? ¿O como al que gobierna la ciudad?
       –
Por lo que a eso hace, contéstame y habla li-
250 bre de temor. Porque yo soy Pelasgo el jefe del país,hijo
    de Pelectón, que nació de la tierra. De mi, que soy su
rey, toma su nombre el pueblo de los pelasgos que cosecha
    los frutos de esta tierra.
Todo el país domino que atraviesa el sagrado Estri-
    món mirando al sol poniente. Encierro en mis fronteras
    el país de los perrebos y el territorio más allá del Pindo,
    cerca de los peones y las montañas de Dodona , y las
     aguas del mar me sirven de frontera, mas mi poder ejerzo
260 en todo lo de acá. El suelo de esta tierra Apia se llama
     así hace tiempo en memoria de un hombre que era medico.
     En efecto, aquí vino. de los confines de Naupacto , Apis,
     hijo de Apolo, médico y adivino que esta tierra limpio de
     monstruos homicidas que hizo brotar la tierra como azote,
     irritada de verse manchada con la impureza de sangre de-
265 rramada en crímenes antiguos: una plaga de sierpes como
 hostil compañía. Apis hizo de forma irreprochable para
la tierra argiva remedios que cortaron de raíz y la libraron
de eso; en pago de lo cual, recuerdo permanente obtuvo 270
en las plegarias.
    De lo que a mí concierne, ya tienes testimonios. Ahora
puedes jactarte de tu raza y proseguir hablando. Eso sí,
esta ciudad no gusta de largos discursos.
    –
– Breve es mi respuesta y fácil de entender.
Nos preciamos de ser de raza argiva, semilla de aquella
fértil vaca. Confirmaré con razones que todo esto es verdad.
    –
– Difícil me resulta, oh extranjeras, creer lo que
os oigo decir: que sois de nuestra estirpe argiva. Pues sois 280
sobremanera parecidas a las mujeres libias y, en modo al-
guno, a las que aquí residen. Lo mismo podría el Nilo
criar una tal planta como que es semejante vuestro aspecto
a los tipos chipriotas que forjan con forma femenina varo-
 nes artesanos. Sé que hay indias nómadas, vecinas de la
 gente de Etiopía, fque recorren la tierra montadas en 285
 camellos ensillados, cual si a caballo fueranf. También
 os hubiera confundido, si armadas de arcos estuvierais,
 con esas Amazonas que tienen por costumbre el vivir
 sin marido y comer carne cruda. Si me lo aclaras, podré 290
 saber mejor cómo es que tus orígenes y raza son argivos.
    –
Dicen que lo fue, en esta tierra argiva,
 guardiana antiguamente del templo de Hera.
    –REY. – Por supuesto, lo fue. Eso es lo que se dice con
 absoluta seguridad.
    -(CORIFEO…).
    –REY. – ¿No hay también un relato en que se cuenta 295
 que con esa mortal se unió Zeus?
    –
– Y que tales abrazos no quedaron ocultos 296
 para Hera.
¿Cómo terminó, entonces, esa querella entre
   ambas deidades?
       –
La diosa argiva, a la mujer, la transformó
en vaca.
– ¿Y ya no se acercó Zeus a la vaca de bella
    cornamenta?                                   
       –
– Dicen que sí, haciéndose visible en la for-
    ma de un toro semental.
       –
¿Y qué hizo ante esto la poderosa esposa de
    Zeus?
      –
– Puso de vigilante de la vaca al que todo
     lo ve.
     –
– ¿A qué omnividente te refieres como boyero
    de esa sola vaca?
A Argo, el hijo de la tierra, a quien
     Hermes mató.                                      
        –
¿Y qué otra cosa urdió contra esa infeliz vaca?
        –CORIFEO. – Un tábano que excita a correr a las vacas.
–.
      –CORIFEO.- Insecto que enloquece le llaman los veci-
     nos del Nilo.                           
        –
– ¿De este modo la hizo salir de este país con
     una carrera que lejos la llevó?
  310   –CORIFEO. – Estoy de acuerdo en eso que acabas de
     decir.
                                                   (310a)
–
CORIFEO. – En efecto, a Canopo  y hasta Menfis llegó.
   – .
    –CORIFEO. – Y Zeus engendró un hijo con el simple con-
 tacto de su mano.
    –
– Y entonces, ¿qué novillo de esa vaca se jacta
 de ser hijo de Zeus?
    –
– Épafo es su nombre, significante, sí, de la 315
liberación.
    –
< ¿Y quién nació de Épafo? >.
    –
– Libia, la que cosecha los frutos del 
más grande de la tierra.
    –
– <¿Y quién nació de Libia?).
    –CORIFEO. –     –REY. – ¿Quieres decir, entonces, que ella tuvo otro hijo?
    –CORIFEO. – A Belo, que tuvo dos hijos, el padre de
mi padre aquí presente.
   – REY. – Dime ahora el nombre de ése tan prudente. 320
    –CORIFEO. – Dánao, y tiene un hermano con cincuenta
hijos.
    –REY. – Revélame también el nombre de ése sin rehu-
sar respuesta.
    –CORIFEO. – Egipto. Y ahora, conocedor de nuestra an-
tigua estirpe, ya puedes actuar, seguro de que estás ante
gente argiva.
 325    –
REY. – Me dais la sensación de que, (en efecto),
   tenéis ya desde antiguo alguna relación con esta tierra. Pe-
   ro ¿cómo tuvisteis la osadía de abandonar vuestras mora-
   das patrias? ¿Qué infortunio minó vuestros cimientos?
       –CORIFEO. – Rey de los pelasgos, variopintas son las des-
   gracias humanas. En ninguna aflicción podrías tú ver idén-
330 tico plumaje al de las otras. Porque ¿quién hubiera podido
    afirmar que este exilio, que no se esperaba, llegaría a arri-
    bar a la tierra de Argos, al cuidado de antiguos parientes,
    fugitivas de horror y de odio al lecho nupcial?
       –REY. – ¿Por qué -dices- llegas como suplicante de
    estos dioses públicos con ramos de corte reciente adorna-
    dos con blancas ínfulas de lana?
335    –CORIFEO. – Para no ser esclava del linaje de Egipto.
       –REY. – ¿Quieres decir por odio o porque ello no es
    lícito?
       –CORIFEO. – ¡Quién querría adquirir amadores que, en
    realidad, son amos?
        –REY. – Así se acrecienta el poder entre mortales.
       –CORIFEO. – Es expediente fácil para desentenderse de
    los infortunados.
 340   –REY. – ¿Cómo, pues, seré yo piadoso con vosotras?
        –CORIFEO. – Lo serás no entregándome a los hijos de
    Egipto, si me piden de nuevo.
        –REY. – Has dicho algo terrible: ¡emprender nueva
     guerra!
        –CORIFEO. – Pero es que .Justicia asume la defensa
     de quien lucha a su lado.
        –REY. – Con tal que en el origen de los hechos fuera
     vuestra asociada.
    –CORIFEO. -Respeta tú esta 345
 popa de la ciudad cubierta de guirnaldas.
    –REY. – Me estremezco de ver esos altares cubiertos por
 la sombra de los ramos.
    –CORIFEO. – Pero terrible es la cólera de Zeus, cuando
 defiende al suplicante.
    Hijo de Pelectón, señor de los pelasgos, escúchame con
corazón benévolo. Mira a esta suplicante, fugitiva igual 350
que una ternera que corre de acá para allá, perseguida por
lobos, cuesta arriba de rocas escarpadas, donde con su vi-
gor muge, confiada avisando al boyero del peligro que
corre.
    –REY. – Estoy viendo la sombra de esos ramos corta-
dos hace poco y a esa comitiva junto a los dioses públicos.
¡Ojalá que este asunto de hospedar a una gente de origen 355
ciudadano no sea luctuoso, ni de lo inesperado e imprevis-
to se derive una guerra para nuestra ciudad! Porque nues-
tra ciudad no la necesita.
    ¡Ojalá, sí, que Justicia, protectora de los suplicantes,
hija de Zeus arbitro de la suerte, mire nuestro auxilio 360
como no causante de daño!
    Y tú, aunque seas un anciano prudente, aprende de la
que nació después que tú: respeta al suplicante con genero-
sidad <…>, que la voluntad de un varón santo es aceptada
por los dioses.
365   –REY. – No estáis sentadas junto al hogar de mi pala-
   cio Si la ciudad, en común, recibe una mancha, preocúpe-
   se en común todo el pueblo de buscar el remedio.Yo no
   os puedo garantizar promesa alguna antes de haber con-
   sultado acerca de este asunto con toda la ciudad.
 370    Tú eres la ciudad, tú eres el pueblo. Tú eres un jefe
    inviolable. Gobiernas el altar -hogar de este país- con
    los únicos votos de tus gestos, y, sentado en tu trono, sm
    más cetro que el tuyo, resuelves cualquier cosa necesaria.
375 Guárdate de esa mancha.
       –REY. – ¡Caiga esa mancha sobre mis enemigos! Mas
    no puedo ayudaros sin perjuicio, pero tampoco es pruden-
    te lo contrario, es decir, despreciar vuestras súplicas. Estoy
380 lleno de dudas, y el corazón, de miedo, me atenaza de
    si obrar o no obrar y hacer una elección de mi destino.
        Atiende al que mira desde arriba -custodio de morta-
     les doloridos- al que ve a quien, al buscar en su prójimo
385 una ayuda, no logra la justicia que es legal. El encono
     de Zeus protector del suplicante aguarda a los que no se
     ablandan con las súplicas, cuando él ya ha sufrido con
     sus lamentos.
        –REY. – Si los hijos de Egipto pretenden ser tus dueños
     con arreglo a la ley de tu ciudad, alegando que son tus
     parientes más próximos, ¿quién estaría dispuesto a enfren-
  390 tarse con ellos? Debes intentar defenderte de acuerdo con
     las leyes que haya en tu propia patria, demostrando que
     ellos no tienen ningún señorío sobre tí.
    Jamás llegue yo a estar en nada sometida al poder de
varones. Cual sola solución me puse como límite una cons-
 tante huida de ese hostil matrimonio, guiada por las estre-
 llas.
    Elige a Justicia por aliada y escoge el respeto temeroso 395
que te inspiran los dioses.
    –REY. – No es fácil de juzgar el pleito éste. No me eli-
jas por juez. Y además te lo dije ya antes: no podría hacer
eso a la espalda del pueblo, ni siquiera teniendo un poder
absoluto, no sea que algún día diga la muchedumbre, si 400
por ventura algo no sucediera bien: «Por honrar a extran-
jeras, causaste la perdición de la ciudad.»
    Zeus, consanguíneo de ambos, está prestando su aten-
ción a esto, dispuesto a inclinar la balanza, atribuyendo
con imparcialidad la injusticia a los malos y la santidad
a los que son fieles a sus leyes. ¿Por qué, si esto está equi- 405
librado en la balanza, te arrepientes, de hacerme justicia?
    –REY. – Es necesario descender a la hondura de un pen-
samiento salvador profundo, a manera de buzo de vista
penetrante y no en exceso turbia por el vino, a fin de que 410
esto acabe, primero, sin que dañe a la ciudad y bien para
mí mismo, y que no se encienda una guerra por tomar
represalias, ni que, por entregaros cuando así estáis senta-
das en sedes de los dioses, nos atraigamos como terrible 415
huésped al muy funesto dios vengador de los crímenes que
ni en el Hades deja libre al muerto. ¿No te parece que
necesitamos un pensamiento salvador?
  420    Piensa y sé con justicia un huésped piadoso para mí.
     No traiciones a esta fugitiva que ha llegado de lejos forza-
     da a partir para un exilio impío.
         Y no permitas que se me arranque de estos altares con-
425 sagrados a múltiples dioses, ¡oh tú que tienes poder absolu-
      to sobre este país! Reconoce la inmoderación de esos varo-
     nes y conserva contra ellos tu ira.
         No soportes tú ver que a esta suplicante, haciendo vio-
  430 lencia a la justicia, se la aparta de imágenes sagradas co-
      giendo su diadema lo mismo que a un caballo se lleva de
      la brida, o que soy agarrada de mis vestidos de tupidos
      hilos.
         Porque, sábelo bien: cualquiera de ambas decisiones
435 que fundamentes tú las habrán de pagar con idéntica ley
      tus hijos y tu casa. Medita bien en esto: justa es la poten-
      cia de Zeus.
         –REY. – Ya lo tengo pensado. Aquí encalla mi barca:
   440 es absolutamente inevitable mover una gran guerra contra
      unos u otros. Ya se han puesto los clavos a la quilla, como
      si ya se hubiera sacado a la ribera mediante cabrestantes
      usados para naves. Mas sin dolor no existe salida en parte
(444)445 alguna. Si saquean los bienes de tu casa ftras realizar un
      excesivo daño y llenar el navio de ingente cargamentof,
(445)
 otros pueden venirte con la ayuda de Zeus protector de
      riquezas; si tu lengua dispara una razón que no sea opor-
tuna, sino dolorosa, que agita mucho el corazón, puedes (448)
tener alguna otra palabra que dulcifique la anterior.
   Pero, para que no se vierta la sangre familiar, es del
todo preciso que se hagan sacrificios y que abundantes víc- 450
timas para impetrar oráculos caigan sacrificadas a nume-
rosos dioses, remedio de cualquier calamidad. ¡O mucho
me desvío de esta discusión! Pero más quiero yo ser igno-
rante que ser experto en mal. ¡Que salga bien la cosa, con-
tra lo que me temo!
   –CORIFEO. – Escucha mis últimas palabras de súplica. 455
   –REY. – Como antes te escuché. Puedes seguir hablan-
do, que ninguna palabra va a escapárseme.
   –CORIFEO. – Cinturones torcidos poseo que ciñen mis
vestidos.
   –REY. – Puede que eso sea objeto indispensable para
uso femenino.
   –CORIFEO. – De ellos -sábelo- me llegará un honroso
recurso…
   –REY. – Di qué palabra es ésa que vas a pronunciar. 460
   –CORIFEO. – Si no estableces tú algo en que nuestro gru-
po pueda confiar…
   –REY. – ¿En qué termina ese recurso de tu cinturón?
   –CORIFEO. – En adornar estas imágenes con exvotos
insólitos.
   –REY. – ¡Expresión enigmática! Habla con sencillez.
   –CORIFEO. – Que muy rápidamente me voy a colgar yo 465
de estas deidades.
    –REY. – He oído unas palabras que han sido un latiga-
zo para mi corazón.
    –CORIFEO. – Has comprendido bien, pues te lo he pues-
to ante los ojos demasiado claro.
    –REY. – Sí. De múltiples modos, sucesos contra los que
no puedo luchar y un sinfín de desgracias me inundan
470 como un río; y ya he desembocado dentro de un mar sin
   fondo de desdichas en extremo difícil de surcar. ¡Y en par-
   te alguna existe puerto de salvación para mis males!
       Si eso que precisáis no llego yo a cumpliros, me hablas-
   te de una mancha muy fuera del alcance de mis dardos.
   Por el contrario, si con tus parientes -con los hijos de
475 Egipto-, situándome delante de los muros, llego hasta el
    fin por medio de un combate, ¿cómo no será amarga una
   tal pérdida?: ¡manchar el suelo de sangre de varones por
    culpa de mujeres!
       Sin embargo, es preciso sentir temor piadoso hacia la
    ira de Zeus protector de suplicantes, pues es el más excelso
480 temor entre los hombres. Por eso, tú, anciano padre de
    esas vírgenes, coge pronto en tus brazos esos ramos y pon-
    los sobre otros altares de los dioses del país, para que to-
    dos los ciudadanos vean un signo de esta súplica y no sea
 485 rechazada la propuesta que yo les voy a hacer, pues la
    masa es amiga de censurar al jefe. Porque de esta manera
    acaso todo el mundo, movido a compasión cuando lo vea,
    odiaría la conducta soberbia de ese grupo de machos y
    sería más benévolo con vosotros el pueblo, pues todo el
    mundo está dispuesto a serlo con los que son más débiles.
490   –DÁNAO. – Mucho hemos de estimar el haber encontra-
    do un huésped protector en el que se descubre respeto al
    suplicante. Pero envía conmigo gente de aquí, para que
    me acompañe y me sirva de guía, a fin de que me ayude
    a encontrar los altares que haya ante los templos y sedes
495 de los dioses que la ciudad protegen, y sin ningún peligro
    marche por la ciudad. Mi aspecto natural no es lo mismo
     que el vuestro, puesto que el Nilo cría una raza que no
     es semejante a la que cría el Ínaco. Preciso es que tome-
 mos precauciones, no vaya a ser que de la confianza nos
nazca algún temor. Hay quien sir darse cuenta mató inclu-
so a un amigo.
   –REY. – Podéis ir, soldados, que tiene razón el 500
extranjero. Guiadlo a los altares -moradas de los 
dioses- que hay en la ciudad.
   –CORIFEO. – Conforme has dicho a ése, que se pon-
ga en camino y cumpla lo ordenado. Pero yo ¿cómo 505
haré? ¿Dónde me pones mi seguridad?
   –REY. – Deja ahí mismo los ramos signo de tu aflicción.
-CORIFEO. – Sí; los dejo confiada en tu palabra y el
poder de tu brazo.
    –REY. – Vete ahora por lo llano de este lugar sagrado.
    –CORIFEO. – ¿Cómo puede salvarme un recinto sagrado
abierto a todo el mundo?
    –REY. – No vamos a entregarle a las aves de rapiña. 510
    –CORIFEO. – ¿Y si lo haces a gente más odiosa que fu-
nestas serpientes?
    –REY. – Contesta con palabras llenas de confianza, ya
que así se te ha hablado.
    –CORIFEO. – Nada de extraño tiene que mi alma se mues-
tre intranquila por el miedo que siente.
    –REY. – Es propio de mujeres el sentir siempre un mie-
 do excesivo.
    –CORIFEO. – ¡Dale alegría a mi alma no sólo con pala- 515
 bras, sino también con hechos!
   –REY. – No va a dejarte sola tu padre mucho tiempo.
   Yo voy a darme prisa en convocar al pueblo del país, para
   hacerte propicio al común de las gentes. Y enseñaré a tu
520 padre de qué forma ha de hablar. Por eso, aguarda aquí
   y pide con plegarias a los dioses de esta tierra lograr aque-
   llo cuyo deseo te llena, que yo voy a marcharme a cumplir
   lo que he dicho. ¡Ojalá que tenga persuasión y suerte que
   lo lleve a feliz término!
       –
CORO.
                             . ,.       .
 525    Rey de reyes, feliz en grado sumo entre felices poten-
    cia que aventaja en perfección a toda perfección dichoso
    Zeus, hazme caso; y, en favor de la estirpe que desciende
    de ti aparta, en el colmo de tu indignación, la desmesura
 530 de unos hombres; y en el purpúreo mar arroja la ruma
    que me persigue en un negro barco.
                              .
        Atiende esta demanda de mujeres -nuestra estirpe fa-
     mosa desde antaño por aquella mujer antepasada nuestra
  535 que amada tuya fue-; renueva tu benévola leyenda. Acuér-
     date de todo, tú que tocaste a lo. Nos preciamos de ser
     de la estirpe de Zeus y de antaño habitantes de este país.
         Ahora me he trasladado a las antiguas huellas de mi
     madre a los sitios floridos donde era vigilada mientras que
  540 ella pacía, a la verde pradera donde pastan las vacas, des-
      de donde, excitada por el tábano, lo huyó con la mente
      extraviada, fue recorriendo innumerables tribus de morta-
les y, en pos de su destino, el estrecho encrespado surcó 545
 y pasó la frontera que en dos partes separa de la tierra
 de enfrente.
     Se lanza a través de la tierra de Asia; de una a otra
 parte de Frigia, criadora de ovejas; cruza la ciudad de Teu-
 trante de Misia; atraviesa los valles de Lidia, las montañas 550
 de Cuida y Panfilia, con sus ríos de perpetua corriente
 y suelo de inmensa riqueza, y el país de Afrodita abundan- 555
  te en trigales.
     Y llega,acosada por la pica del alado boyero , co-
  mo bacante de Hera, a los campos feraces de Zeus, pra-
  deras irrigadas por las nieves que con frecuencia asalta la
  furia de Tifón ; y hasta el agua del Nilo inmune a enfer- 560
  medades, enloquecida por deshonrosas penas y el dolor
  del tormento que causa el aguijón.
      Los mortales que entonces el país habitaban, con el co- 565
  razón saltándoles en el pecho, pálidos de terror, ante aque-
  lla visión inusitada, al contemplar la bestia espantable se-
  mihumana con mezcla de vaca y de mujer, ante un presa- 570
  gio tal, se quedaban atónitos. ¿Y quién entonces -sí-
  vino a calmar a la errante, infeliz lo, acosada sin tregua
    por el tábano?
       Aquel cuyo poder permanece {a través} de un tiempo
 575 sin fin. Zeus {la tocó y exhaló sobre ella su aliento} 2S.
    Y ella se detuvo por efecto de la bienhechora  fuerza de
    Zeus y el soplo divino. Y fue destilando el triste pudor de
580 su llanto. Y al recibir la semilla de Zeus engendró -el
    relato no miente- un hijo irreprochable
       que fue largo tiempo en todo feliz, de donde procede
    que la tierra entera diga a gritos: «Verdaderamente, esta
585 estirpe procede de Zeus productor de la vida.» ¿Quién,
    si no, hubiera puesto fin a una enfermedad motivada por
    insidias de fiera?
       Esto es obra de Zeus; y si dices que esta nuestra estirpe
   procede de Épafo, acierto tendrás.
590   ¿A cuál de los dioses por más justos hechos podría yo
   invocar con razón? Padre y soberano, plantador de este
   tronco con su propia mano, el poderoso autor de mi raza,
   el de mente antigua, Zeus que me envió vientos favora-
   bles, es mi remedio en todo.
595   No se sienta debajo de algún otro poder, sino que a
   los más fuertes los gobierna en el menor detalle. No
respeta el poder de nadie, pues nadie se sienta por encima
de él.
    A un tiempo que sus órdenes, presentes están sus he-
chos, para cumplir aprisa cualquier decisión que le propo-
ne su sabio pensamiento.
    –DÁNAO. – Tened ánimo, hijas. Va bien lo de la gente 600
del lugar. El pueblo ya ha votado decretos decisivos.
   – CORIFEO. – Salve, anciano. Me traes gratísimas noti-
cias. Mas dinos hasta dónde llega la decisión tomada y
hacia dónde se inclina la mayoría de los votos del pueblo.
    –DÁNAO. – Han decidido los argivos sin duda de algún 605
género, sino de modo que mi viejo corazón se rejuvenecía.
 Tembló el aire al levantarse unánimes las manos diestras
 de todos al votar este decreto: que libres habitemos
 esta tierra, sin consideración de gente prisionera, sino con 610
 el derecho humano del asilo; que nadie, ni habitante del
 país, ni tampoco extranjero, nos pueda reducir a servidum-
 bre; y, si alguien nos hiciera violencia, el noble que no
 acuda en nuestra ayuda quede privado de derechos y sufra
 la pena de destierro por decreto del pueblo. De esto les
 estuvo convenciendo, en forma literal, al hablar sobre no- 615
 sotros el Rey de los pelasgos. Les advirtió que nunca die-
 ran pábulo con el correr del tiempo a la potente ira de
 Zeus, que es protector del suplicante. Y añadió que una
 doble mancha -a la vez extranjera y ciudadana-
 que apareciese ante la ciudad, vendría a ser un pasto de 620
 desgracias sin posible remedio. Al oír eso, el pueblo argivo
 decidió con sus manos que así fuera, sin esperar siquiera
 a que el heraldo llamase a votación. El pueblo de los pe-
   lasgos escuchó los retóricos giros persuasivos, y Zeus deci-
   dió su cumplimiento
625   –CORIFEO. – Ea. en favor de los argivos, pronunciemos
   plegarias pidiendo bienes en premio a su bondad.
       ¡Que Zeus. protector de los huéspedes, vele porgue se
   cumplan las acciones de gracias que con sinceridad salen
    de la boca de un huésped y un desenlace irreprochable
    en todo.
 630  Ea, también ahora, dioses hijos de Zeus. escuchad a
    guiones pronunciamos oraciones de súplica en favor de es-
  ta raza ¡Que jamás a esta tierra pelasga destruya por el
 635 fuego aquél que no se harta de los gritos de guerra el vio-
    lento Ares, el que siega a los hombres en campos regados
    con sangre.
640   Porque nos han compadecido y han emitido un voto
     lleno de bondad. Han tenido respeto a quien es suplicante
     de Zeus, a este rebaño que es digno de piedad.
645    No emitieron su voto en favor de unos machos por des-
     preciar querellas de mujeres. Porque han puesto sus ojos
     en Zeus. vengador vigilante contra el que es imposible lu-
     char Pues ¿qué casa podría alegrarse de tenerlo sobre su
650 techo? La aplasta con su peso irresistible al sentarse sobre
     ella.
En efecto, veneran a hermanas en estas suplicantes de
 Zeus santo. Por lo cual en sus puros altares harán que 655
 los dioses les sean propicios.
    Por eso, vuele de nuestras bocas, a la sombra protecto-
 ra de nuestros ramos de suplicantes, una plegaria que bus-
 que su gloria:
    ¡Que nunca la peste deje a esta ciudad vacía de varo- 660
 nes, ni {la discordia}, con la sangre de habitantes caí-
 dos, empape esta tierra!
    !Que no sea segada en flor su juventud, ni Ares -ese
azote para la humanidad, esposo de Afrodita- le tale su 665
esplendor!
    ‘¡Que el hogar del Consejo de ancianos se llene y dé
llamas!.
    !Que de esta manera sea bien regida la ciudad de quie- 670
nes al gran Zeus veneran, sobre todo con la advocación
de Zeus protector de los huéspedes, quien con ley cano-
sa rige el derecho!
    Rogamos que siempre nuevos jefes nazcan para este 675
país, y que Ártemis, la que hiere de lejos, proteja a las
mujeres en los partos.
       ¡Que ningún desastre destructor de varones sobrevenga
680 y desgarre a esta ciudad, dando armas a Ares -dios incom-
   patible con coros y cítaras, padre, en cambio, de lágrimas-
   y la guerra civil.
       ¡Que el enjambre carente de deleite de las enfermeda-
685 des se pose lejos de la cabeza de los ciudadanos! ¡ Y que,
   en cambio, el Licio sea propicio a todos sus jóvenes!
690    Productora de frutos haga Zeus a esta tierra con cose-
   chas en toda estación. Que sea fecundo el ganado que pas-
   ta en sus campos. Y que todo lo alcancen de los dioses.
695    Junto a los altares, su canto piadoso canten los canto-
   res. Y de sus bocas puras brote su voz al compás de la
   cítara.
700   Que sin inquietud defienda sus honores la Asamblea
   del pueblo que rige esta ciudad, poder previsor que vela
   por el bien común.
       Que a pueblos extraños, antes que armar a Ares, sa-
   tisfacciones justas les ofrezcan que acuerdos faciliten sin
   producirse daños.
       Que a los dioses protectores de esta tierra, siempre los
705 honren con los cultos ancestrales del lugar, en los que se
portan coronas de laurel y se ofrecen sacrificios de toros.
    Porque el respeto a los padres es la tercera norma escri-
ta entre las leyes de Justicia, deidad muy venerada.
   –DÁNAO. – Alabo, hijas queridas, esas prudentes plega- 730
rías. Pero no os echéis vosotras a temblar cuando oigáis
a vuestro padre unas noticias inesperadas.
   Sí; desde esta atalaya que acoge al suplicante estoy vien-
do una nave. Es fácil percibirlo. No se me escapa nada:
el aparejo del velamen, las defensas que refuerzan las bor- 715
das de la nave; y adelante la proa, con sus ojos fijos en
la derrota que le impone el timón que dirige desde atrás
de la nave; y la proa obedece dócil en demasía para los
que la esperan como nave enemiga. Se destacan los hom-
bres que vienen en la nave, con sus miembros negruzcos 720
surgiendo de entre sus blancas túnicas. Y el resto de las
naves y todas las tropas auxiliares están muy a la vista.
La nave capitana, ya próxima a tierra, ha amainado las
velas. Ya se oye hasta el ruido de los remos. Sin embar-
go es preciso que, con calma y sin dejaros llevar por la 725
impresión, atendáis a este asunto sin cesar de pedir la ayu-
 da de los dioses, mientras llego con gente que ayude y nos
   defienda.
      Tal vez venga un heraldo o unos embajadores decidi-
   dos a rescatar lo suyo, según piensan. Pero no ocurrirá
730 nada de esto. No lo temáis. No obstante, es lo mejor que,
   si nos demoramos en traeros socorro, de ninguna manera
   olvidéis un momento la fuerza que tenéis. ¡Ten ánimo!
   Con el tiempo y en el día preciso todo mortal que despre-
   cie a los dioses sufrirá su castigo.
      – CORIFEO. – Padre, siento miedo. Las naves de alas rá-
735 pidas están llegando y ya no queda tiempo.
       Estrofa 1.a
       Me domina angustioso temor de si en verdad me sirvió
   para algo esa huida constante de un lado para otro. Me
   siento morir, padre, de terror.
740   –DÁNAO. – Puesto que es firme la dicisión argiva, ten
    ánimo, hija mía, que lucharán por tí. Lo sé perfectamente.
       –CORIFEO. – Funesta es la ralea lujuriosa de Egipto e
    insaciable de lucha. Lo digo a quien lo sabe.
       En sombríos barcos de madera han venido hasta aquí
745 navegando con encono dispuesto a saciarse. Les acompaña
    un numeroso ejército negro.
       –DÁNAO. – También aquí hallarán gente numerosa con
    el brazo bien atezado por el calor del mediodía.
       –CORIFEO. – No me dejes sola. Te lo ruego, padre. Una
    mujer sola no vale nada. No hay en ella Ares.
     De mente asesina, falaz pensamiento y corazón impuro 750
 son como los cuervos: no respetan ni aun los altares.
     –DÁNAO. – Bien nos vendría eso, hijas mías: si fueran
 tan odiados por los dioses cual lo son por vosotras.
   – CORIFEO. – No hay que pensar que por miedo a estos 755
 tridentes o al respeto debido a los dioses, aparten padre
 mío, su mano de mí.
    En exceso arrogantes, con sacrilego ardor, de lascivia
 empapados, procaces como perros, no escuchan ni a los
 dioses.
    –DÁNAO. – Pero suele decirse que los lobos tienen más 760
 fortaleza que los perros; y el fruto del papiro no le gana
 a la espiga.
   – CORIFEO. – Preciso es resguardarse de la dominación
de aquel que presa sea de pasiones, como si se tratara de
un monstruo sanguinario e impío.
    –DÁNAO. – No es rápida la maniobra de una armada; 765
ni tampoco atracar donde hay que echar a tierra seguridad
de amarras. Ni, hecho el anclaje ya, se confían al punto
los que son cual pastores 46 de las naves, sobre todo al
llegar a un paraje que carece de puerto con el sol declinan-
do hacia la anochecida. Suele parir dolor la noche para 770
el piloto cauto. Así, no puede haber un feliz desembarco
de tropas antes de haber asegurado la nave en el anclaje.
   En medio de tu miedo, piensa en no olvidarte de los dio-
   ses. (Yo retornare pronto), tan pronto como haya con-
775 seguido socorro, que la ciudad no va a poner obstáculos
   a un mensajero anciano, pero que es joven por su elocuen-
   te corazón.
      ¡Oh tierra cubierta de colmas, a la que en justicia debe-
   mos pro fundo respeto!, ¿qué va a ser de nosotras? ¿A qué
   lugar huiremos de esta tierra Apia, si es que en algún lugar
   existe un escondrijo donde el sol no me vea?
780    ¡Ojalá yo me hiciera negro humo  que en vecindad
   viviese de las nubes de Zeus! ¡ Y que, totalmente desapare-
   cida, invisible cual polvo que en lo alto se expande sin
   alas, muriera!
785    Ya no puede evitarse mi muerte. Mi corazón, sombrío,
   me late fuertemente. Lo que ha visto mi padre ha hecho
    su presa en mí. Estoy muerta de miedo. Quisiera conseguir
    un mortal lazo, colgarme de una soga, antes que un hom-
790 bre odioso me rozara al piel. ¡Mejor es que en mí, muerta,
    reine Hades.
       ¿En qué lugar podría tener un trono en el aire, donde
    la acuífera nieve se transforma en nubes? ¡O bien, que
una roca a pico cortada, apta para cabras, una roca sólo 795
 habitada por buitres, suspendida, invisibles, en la altura,
 me garantizara profuda caída, antes que caer, sufriendo
 violencia, en un matrimonio desgarrador de mi corazón!
     No me niego a ser luego presa de los perros y un festín 800
  de las aves que haya en esos parajes, pues el morir libera
  de desgracias productoras de llanto.
     ¡Que venga la muerte! ¡Que me acierte antes que lo
  haga el lecho nupcial!                                805
     ¿Por qué otro camino de huida puedo yo acortar que
  sea para mí un liberador de esa boda?
     Lanzad cantos que suban hasta el cielo, lamentos supli-
  cantes a los dioses ^y que de algún modo se me cumpla 8io
  a mí. En quienes combatan para liberarme^, pon tus ojos,
  padre; y la violencia de mis enemigos contempla con tus
  ojos, para castigarla.
     Respeta a quienes son tus suplicantes, omnipotente Zeus, 815
  protector de esta tierra.
     Pues los hijos de Egipto, insoportables por su soberbia
  masculina, a mí, la fugitiva, me vienen persiguiendo a la
  carrera con gritos delirantes y quieren capturarme por la 820
  fuerza.
     Pero tuyo es en todo el fiel de la balanza, pues ¿qué
  cosa le ocurre a los mortales sin que tú no le des
  cumplimiento?
825   !Oh,oh,oh,! !Ah, ah, ah!… Aquí- esta mi raptor…
   queme perqué por el mar y la tierra. ¡Así, te mueras
   antes de atraparme! ¡Puf!… ¡Asco me produce!..!Alzo
830 un grito de angustia. Veo en esto el preludio de mis ma-
    les  hechos con violencia, ¡Ay. ay! ¡Vete huyendo en busca
    de refugio… contra esa gente que con alma terriblé por
    su orgullo… (me persigue}  de modo insoportable por
    el mar y la tierra:
835    ¡Protégenos por tierra, soberano!
        -<HERALDO. – > ¡Hala, de prisa, al barco lo más
    rápidamente que os permitan los pies! Que no, que no
    haya que arrastraros del cabello, que no haya que arrastra-
     ros del cabello, ni marcaros a fuego, ni que haya que
     cortaros la cabeza con un golpe mortal con abundante
  840 sangre. ¡Hala, de prisa pues que ya estáis perdidas, si,
     perdidas, hacia el barco.t
         ¡Ojalá en alta mar. en la ruta salada azotada por multi-
  845 ples olas. en compañía de tus amos soberbios y del barco
     ajustado con clavos, hubieras parecido!
         -<HERALDO. – 
>Llena de sangre al barco vas a ir, pues
      te voy a pegar por rebelde.Te ordeno que dejes de gri-
 tar los deseos de tu corazón y maldiciones para nosotros 850
    ¡Vamos! Deja esos altares y muévete hacia el barco que
no tengo respeto a quien no tiene honor ni ciudad.
    ¡Que nunca me vea de nuevo como prometida el 855
agua que hace brotar y crecer la sangre que da vida a los
mortales . Yo soy de esta tierra y de antigua nobleza,
vieja realidad por su fundamento, por su fundamento. 860
    –HERALDO. – Tú subirás a la barca pronto, quieras o
no quieras, y partirás sufriendo violencia, incluso fuerte
violencia. Tú vas a caminar, pues vas a padecer innumera-
bles males y desgracias, aniquilada a golpes.        865
       ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Ojalá perecieras de una muerte terri-
870 ble en el agua sagrada que agita el oleaje, allá por el túmu-
   lo de Sarpedón en el arenal, desviado por los vientos
   del Este.
       –HERALDO. – Grita, vocifera, invoca a los dioses, que
875 del barco egipcio no vas a escaparte. Grita y vocifera con
   palabras aún más amargas que la pena de tus dolores.
       ¡Ay, ay, ay, ay! Por este ultraje con el que tú, ladran-
    do ante un lugar sagrado, fanfarroneas, cocodrilo, ¡que
880 aquel que está observándote -el poderoso Nilo- mien-
    tras te ensoberbeces con una soberbia nunca vista, te con-
    sidere odioso y te rechace!.
      – HERALDO. – Te ordeno que inmediatamente subas a la
    nave curvada tanto en proa como en popa ¡Que nadie pierda
    el tiempo! No sentimos temor respetuoso de llevarnos a
    rastras del cabello.
 885   ¡Ay, ay, padre! El haberme acogido a la imagen sagra-
    da no me libra de ruina Me está llevando al mar poco
    a poco como una araña. ¡Qué pesadilla! ¡Qué negra
    pesadilla!
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Madre Tierra, el grito de esta gente, wo
qué espanto me produce! ¡Aléjalo de mí! ¡Oh hijo de la
Tierra, Padre Zeus!
   –HERALDO. – No me infunden temor estos dioses de
aquí, pues ni me criaron ni me alimentaron para hacerme
viejo.
CORO.
895
Estrofa 3.a.
    Una serpiente de dos pies, cerca de mí, se agita furiosa.
Como una víbora me ha mordido en el pie y me retiene.
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Madre Tierra, aleja de mí su grito espan- 900
toso! ¡Oh hijo de la Tierra, Padre Zeus!
    –HERALDO.–
Si no vais a las naves de acuerdo con mis
órdenes, no va a existir piedad en rasgaros las túnicas.
    –CORIFEO. – ¡Oh príncipes jefes de esta ciudad, me 905
hacen violencia!
    –HERALDO.–
Muchos príncipes -los hijos de Egipto–
 vais a ver pronto. No tendréis que decir que no hay quien
 os mande.
    –CORIFEO. – ¡Perdidas estamos, soberano! ¡Somos vícti-
 mas de acciones impías!
    –HERALDO. – Tengo la impresión de que os voy a arras-
 trar a tirones de vuestros cabellos, ya que no estáis dis- 910
 puestas a cumplir mis órdenes con prontitud.
    –REY. – ¡Eh, tú! ¿Qué estás haciendo? ¿Qué clase de
 arrogancia te impulsa a despreciar el país de los hombres
 pelasgos?
  ¿Crees, tal vez, que has llegado a una ciudad en que
   sólo hay mujeres?
      Para ser, como eres, un bárbaro, te comportas con grie-
915 gos con una insolencia desmedida. Estás profundamente
   equivocado. No has pensado a derechas.
      –HERALDO. – ¿En qué me he equivocado y en que no
   he procedido con justicia?
       –REY. – Primero en no saber comportarte como lo que
   tú eres, como un extranjero.
       –HERALDO. – ¿Cómo que no? Había perdido algo que
    era mío, y, como lo he encontrado, me lo llevo.
       –REY. – ¿Con qué clase de hombres protectores que en
    este país tengan has tratado el asunto?
920   –HERALDO.–
Con Hermes, el mayor protector, dies-
    tro en la búsqueda.
       –REY. – Pues, aunque hayas hablado con dioses, no los
    respetas.
       –HERALDO. – Sí que venero a dioses: a los que hay por
    el Nilo.                                        . ,
        –REY – ¡Y a los de aquí nada, según yo te oigo!
        –HERALDO. – Yo voy a llevármelas, nadie me las
    arrebatará.
 925    –REY-Y vas a llorar, si las tocas, sin mucha tardanza.
        –HERALDO. – Acabo de oír unas palabras que, en mo-
     do alguno, encierran amistad para un huésped.
        –REY. – No admito como huéspedes a aquellos que des-
     pojan a los dioses.                          
        –HERALDO. – Tan pronto como llegue, así se lo diré a
     los hijos de Egipto.
        –REY. – No es eso asunto que le traiga a mi alma algún
     cuidado.
  930  – HERALDO.–
No obstante, a fin de que, enterado, pue-
     da yo hablar con suficiente claridad -pues un heraldo de-
 be dar sus informes con toda precisión en cada punto-
¿cómo diré? ¿Que llego sin el grupo de mujeres que primas
de ellos son? Pero, ¿quién diré que me las quitó? La ver-
dad es que asuntos como éste no los decide Ares mediante
testimonios. Tampoco se resuelve esta disputa mediante 935
aceptación de alguna plata, sino que para ello, hay antes
numerosos soldados que caen y pierden la vida entre con-
vulsiones.
   –REY. – ¿Por qué tengo yo que decirte mi nombre? Ya
lo aprenderás y sabrás con el tiempo, tú personalmente
y también tus compañeros de viaje.
   A ésas, si es que ellas lo desean por dictado de su cora- 940
zón, te las puedes llevar, con tal que las convenza un pia-
doso discurso. Ésta es la decisión que la ciudad ha tomado
con el voto unánime del pueblo: jamás entregar, cediendo
a violencia, a esta comitiva de mujeres. De parte a parte
de esto, está clavado un clavo con toda precisión, de modo 945
tal que puede permancer clavado con firmeza absoluta. No
está escrito en tablillas, ni sellado en un rollo de papiro,
sino que estás oyéndolo con toda claridad de una lengua
que tiene libertad para hablar.
    ¡Quítate de mi vista cuanto antes!
    –HERALDO. – Ambos imaginamos que está estallando ya 950
una nueva guerra. ¡Que los machos obtengan la victoria
e impongan su poder!
    –REY. – También hallaréis machos -los que este país
pueblan- que no beben un vino de cebada.
    Todas vosotras y vuestras servidoras, cobrad ánimo y 955
marchad a nuestra ciudad fortificada, cercada con la alta
defensa de sus torres. Hay allí numerosas casas que puede
   usar el pueblo, y yo me he preparado también una vivien-
960 da con mano generosa. Allí, con otros muchos, podéis vi-
   vir en casas bien dispuestas. Pero, si os gusta más, podéis
   también vivir en casas en que estéis solas. Escoged de am-
   bas cosas lo mejor que os parezca y lo que más le agrade
   a vuestro corazón.
       Tenéis por protectores  a mí y al conjunto de los ciu-
965 dadanos, todos precisamente sujetos a ese voto. ¿Qué pa-
   sa? ¿Aguardas a alguien que tenga más poder que noso-
   tros?
       –
CORO.
Que, en premio a tus buenas acciones, en bie-
   nes abundes, divino Rey del pueblo pelasgo. Pero sé bené-
970 voló y envíanos aquí a nuestro padre, al valeroso Dánao,
   prudente consejero. A él en primer lugar le toca decidir
   con prudencia en qué casa tenemos que habitar y qué lugar
   nos puede ser propicio, que todo el mundo está siempre
   dispuesto a censurar a quien es extranjero. ¡Que ocurra
   lo mejor!
975    Con buena fama y sin dar lugar a que la gente de este
   país ponga en circulación rumores enfadosos, poneos en
   orden, queridas sirvientas, tal y como Dánao os asignó en
 sorteo: una sirvienta en calidad de dote para cada una de
 nosotras.
    –DÁNAO. – Preciso es, hijas mías, que a los argivos, 980
como a dioses olímpicos, dirijamos plegarias, hagamos sa-
crificios y en su honor derramemos libaciones, porque sin
vacilar son nuestros salvadores. Lo sucedido me lo han
escuchado con muestras de amistad para nosotros y, en
 cambio, acritud para vuestros primos. Y me han puesto 985
 esta escolta de lanceros que sea para mí un privilegio hon-
 roso y evite que yo muera por sorpresa sin que nadie lo
 advierta, víctima de una lanzada mortal, lo que vendría
 a ser una carga sin fin para este país  terrible desastre).
    Ya que logramos esos beneficios, hay que venerarlos 990
 con honda gratitud desde lo profundo de nuestro corazón.
    Y esto grabadlo, a la vez, junto a otras muchas leccio-
 nes de prudencia que habéis recibido de vuestro padre y
 tenéis grabadas: a un grupo de gente desconocida sólo se
 la aprecia algo cuando pasa el tiempo; y contra el mete-
 co todos tienen presta una mala lengua, y es cosa que 995
 cae bien decir de algún modo que le manche.
     Os exhorto a que no me llenéis de vergüenza. Tenéis
  esa edad que incita el deseo en los hombres. De ninguna
  manera es fácil guardar la dulzura del fruto en sazón. Las
  fieras y los hombres lo dañan -¿no es eso?- y las bes- 1000
  tias aladas y también las que pisan el suelo. Los frutos
  rezumantes los pregona la Cipris de la bella estación, e
  impide con el deseo apasionado que su flor permanezca.
  Y sobre la bella delicadeza de las vírgenes, todo el que
1005 pasa lanza el dardo seductor de su mirada, vencido como
    está por el deseo.                            
       Ante eso hay que tener cuidado en no sufrir aquello
    por lo cual tantas fatigas ha habido que arrostrar y tanto
    mar ha habido que surcar a bordo de la nave; y en no
    hacer algo que nos traiga a nosotros vergüenza y placer
 1010 a mis enemigos. Tenemos dos moradas: una de ellas nos
    la ofrece Pelasgo, la otra la ciudad, para habitar sin pagar
     alquiler. Todo esto son facilidades. Guarda tan solo los
     consejos paternos y estima la modestia más que tu propia
     vida.
    –CORIFEO – Que en lo demás nos den buena suerte los
1015 dioses olímpicos, que por la flor de mi juventud ten con_
     fianza, padre-, pues si los dioses no han decido alguna
     novedad, no cambiaré la ruta anterior de mi alma.
         –
CORO
         –(DANAIDES.)
        Marchad glorificando a los protectores de Argos a los
1020 dioses felices que a la ciudad protegen y a los que residen
      en torno de la antigua corriente del no Erasino .
        Y vosotras, sirvientas, alternad en el canto. Que vues-
      tra alabanza sea en honor de esta ciudad pelasga y desde
1025   ahora no veneremos las bocas del Nilo con himnos,
Antiestrofa 1.a
           sino a los ríos que, con muchos arroyos, a través de
       esta tierra, van regando su apacible bebida, fertilizando
       el suelo del país con brillantes corrientes.
  Que la casta Ártemis mire a este grupo con compa- 1030
sión y que no llegue mi boda a la fuerza. Y que el trofeo
de este combate sea detestado por Citerea.
    -(SIRVIENTAS.)
   Pero este alegre enjambre no se olvida de Cipris,
pues, junto con Hera, posee un poder muy próximo al de 1035
Zeus y esta diosa fecunda en astucias es honrada por sus
santas acciones.
    Junto a su madre querida están como aliados el Deseo
y aquella a quien nada se niega: la Persuasión, que produ- 1040
ce su encanto. Y se le asigna también a Harmonía su parte
en Afrodita en el susurro y el trato de Amores.
    Para las fugitivas yo temo todavía castigos y funestos
 dolores, y guerras sanguinarias. ¿Por qué, entonces, logra- 1045
 ron feliz navegación cuando eran perseguidas con tanta
 rapidez?
    Lo que tenga decretado el destino, eso sucederá. No
 puede dejar de cumplirse el grandioso, impenetrable pen-
 samiento de Zeus.
    Junto a numerosas mujeres antiguas que en boda acá- 1050
 barón, en esto acabarás.
    -<DANAIDES.>.
    ¡Que el grandioso Zeus aleje de mí el desposorio con
 los hijos de Egipto!
1055    -<SIRVIENTAS.> Eso, en verdad, sería lo mejor; pero
     tú podrías seducir hasta a aquél que no sea susceptible de
     ser seducido.
         -<DANAIDES .> ¿Pero tú qué sabes lo que va suceder?
-< SIRVIENTAS .>
        Antístrofa 3.a
        Pero, ¿por qué voy yo a contemplar la visión insonda-
     ble: el pensamiento de Zeus?
        Haz tu oración con una expresión más mesurada.
 1060   -< DENAIDES . > ¿ Qué mesura adecuada pretendes ense-
     ñarme?
       – < SIRVIENTAS >
        No exagerar en nada que concierna a los dioses.
–
CORO.
¡Que Zeus soberano me salve de una boda
1065 con un mal marido que se me haga enemigo! Él fue quien
    libró a Io de dolores: benéficamente la detuvo con mano
    sanadora, y en ella plantó su amistosa potencia.
       !Y que otorgue el triunfo a las mujeres!
1070    Acepto lo mejor dentro de lo malo y dos tercios del
    bien, y que a mi justicia acompañe la justicia, de acuer-
do con mis súplicas, mediante los recursos salvadores pro-
cedentes de la divinidad.
