Portada » Arte » Anfiteatros y Termas Romanas: Legado Arquitectónico y Social de la Antigüedad
Un anfiteatro (del griego antiguo amphitheatron) es un tipo de edificio público de la civilización romana, utilizado para acoger espectáculos y juegos (munera, lucha de gladiadores y venationes, lucha de animales). Los más antiguos se construyeron en Etruria y Campania y datan de finales del siglo II a. C. Este tipo de edificio es una creación romana y no tiene antecedentes ni en Grecia ni en Asia Menor.
Aparte de su función, la diferencia más notoria entre un anfiteatro y un teatro romano clásico es que el anfiteatro es de forma circular u ovalada, mientras que el teatro es semicircular. También hay que diferenciar el anfiteatro del circo, que era utilizado para espectáculos de carreras y tenía una forma elíptica.
El graderío (cávea) se dividía en cuatro zonas, siendo la inferior para los senadores y altos cargos de la administración romana, la zona media para la plebe y la superior para las mujeres y los carentes de derechos. Primero se construyeron mediante piedra tallada; posteriormente, se utilizó el hormigón y se dispusieron arquerías y bóvedas.
El anfiteatro más conocido es, sin duda, el Coliseo de Roma, cuyo nombre real era Anfiteatro Flavio (en latín: Amphitheatrum Flavium).
Las termas romanas eran recintos públicos destinados a baños, típicos de la civilización romana. En las antiguas villas romanas, los baños se llamaban balnea o balneum, y si eran públicos, thermae o therma.
Eran baños públicos con estancias reservadas para actividades gimnásticas y lúdicas. También eran consideradas lugares de reunión y a ellos acudía la gente que no podía permitirse tener uno en su casa, como plebeyos o esclavos. A veces, los emperadores o los patricios concedían baños gratis al resto de la población.
Los baños, tanto públicos como privados, han estado presentes en muchas de las civilizaciones a lo largo de la historia. Son numerosas las prácticas, tanto religiosas como sociales, que desde la antigüedad han tenido el baño como acto principal, asociándolo a la limpieza del cuerpo, del alma o del espíritu, y a la purificación.
Hoy día, hay religiones que mantienen las prácticas de purificación mediante el baño o la limpieza de una parte del cuerpo. La religión musulmana tiene una serie de ritos conocidos como abluciones, que exigen a los fieles un protocolo de limpieza concreto en ciertas circunstancias especiales. De la misma manera, los creyentes hindúes tienen prácticas similares.
La función social, e incluso medicinal, de los baños y termas se ha mantenido a lo largo de la historia hasta nuestros días. En la civilización romana, la institución de los baños, las termas, era fundamental en los servicios que los ciudadanos debían tener a su disposición. Las termas públicas romanas respondían a una función social y política. Fueron lugares ideales para la conversación relajada, el recreo y la relación social, con todo lo que ello implicaba. Se cuidaba el ambiente con una delicada decoración en la que no se escatimaban medios, llenando las estancias de maravillosos frescos, mosaicos y estatuas.
A finales del siglo V a. C., las antiguas estancias de baño asociadas a los gimnasios griegos se perfeccionaron y crecieron en complejidad, convirtiéndose en estancias independientes destinadas solo al baño. Estas estancias ofrecían baños de vapor y piscinas frías, templadas y calientes.
En Roma, siguiendo el ejemplo griego, se construyeron estancias similares que pronto fueron del gusto de la ciudadanía. Ya no solo se realizaban los actos de limpieza y relajación, así como los medicinales cuando las aguas tenían propiedades curativas, sino que se añadía un cuidado del cuerpo que incluía prácticas deportivas y un ritual de masajes con diferentes sustancias como esencias y aceites especiales.
El nombre de termas se aplicó por primera vez a unos baños construidos por Agripina en el año 25 d. C. Nerón construyó unas termas en el Campo de Marte: las Termas de Nerón, las cuales se encuentran prácticamente desaparecidas. Las primeras termas de carácter monumental fueron las que inició Domiciano e inauguró Trajano, las Termas de Trajano, pero fueron ampliamente superadas por las de Caracalla, cuya inauguración tuvo lugar en el año 216.
El uso de las termas se generalizó en el mundo romano a partir del siglo I a. C., cuando se descubrió un sistema que permitía calentar y distribuir el aire caliente gracias al ingeniero Cayo Sergio Orata. Su uso fue difundido por el Imperio Romano a toda Europa.
Las actuales ruinas de las Termas Romanas de Caracalla dan idea del monumental tamaño del complejo termal que se extendía con servicios como biblioteca o tiendas. Estas instalaciones, construidas alrededor del año 217, tenían un aforo de mil seiscientos usuarios. Las Termas de Diocleciano, otras de las importantes instalaciones de este tipo en la capital del Imperio, fueron remodeladas por Miguel Ángel, quien convirtió su tepidarium en la iglesia de Santa María de los Ángeles.
Los restos termales romanos más antiguos de los que se tiene noticia son las Termas de Pompeya, datadas en el siglo II a. C.
Los baños romanos abrían al mediodía y cerraban al ponerse el sol. En los lugares destinados al baño, había departamentos separados para hombres y mujeres; si no había espacios separados, el establecimiento abría unas horas al día para mujeres y otras para hombres, y solo una vez al año las termas eran abiertas al pueblo. En algunas ocasiones, durante el Imperio, se permitió el baño conjunto a hombres y mujeres.
Otro uso predominante, y que solía aparecer en todo lugar donde acudían las personalidades de la ciudad (al igual que en el teatro, por ejemplo), era que a las termas también se solía acudir para «socializarse». Los hombres charlaban sobre política, sobre sus planes de futuro y sobre cómo veían el panorama de Roma. Por su parte, las mujeres hablaban de los chismes y rumores de los entresijos patricios del Palatino. Era en muchas ocasiones un centro de reuniones informales, perfecto por su relajante aire vaporizado y las calientes aguas termales.
Las estancias termales eran, dentro de la diversidad, similares en todo el Imperio. Normalmente constaban de las siguientes estancias:
Los recursos hidráulicos eran traídos mediante la red de acueductos que toda ciudad romana tenía, aun cuando el punto de captación del agua estuviera lejos del núcleo urbano, como en el caso de Segovia, que dista más de 14 km.
El interior de las estancias y las piscinas de agua caliente se calentaba mediante el sistema de hypocaustum. El sistema estaba basado en la distribución, mediante túneles y tubos, de aire caliente y vapor que se extendía por debajo de los suelos de las estancias y piscinas, y era alimentado por una serie de hornos que se hallaban en los sótanos. Una reminiscencia de este tipo de calefacción es la gloria castellana.