Portada » Religión » Fuentes Históricas y Vida de Jesús de Nazaret: Desde su Nacimiento hasta la Resurrección
Son pocos los documentos que pueden utilizarse como fuentes para un estudio histórico sobre la vida de Jesucristo. Se desconocen sus rasgos y fisonomía, y es imposible escribir su biografía en el sentido moderno del término, ya que no dejó nada escrito.
Los evangelios de Marcos, Lucas, Mateo y Juan carecen de una intencionalidad puramente histórica; el objeto de estas narraciones, con un estilo literario, era dejar constancia escrita de la vida y del mensaje del Maestro. Sin embargo, esto no implica que los hechos que relatan dejen de ser históricos. Los documentos cristianos fundamentales que nos ayudan a situar históricamente a Jesús son los cuatro evangelios canónicos mencionados.
La llamada crítica radical que los protestantes liberales aplicaron a los evangelios llegó incluso a la negación de la existencia histórica del Nazareno. Es cierto que ni Justo de Tiberíades ni Filón de Alejandría hablan de Jesús. Pero su existencia histórica está testimoniada con suficiente claridad por autores no cristianos:
Teófilo, por el tratamiento que le da Lucas (en el Evangelio de Lucas y en Hechos de los Apóstoles), sería un personaje importante e influyente de su entorno.
Jesús tenía cuatro hermanos: Santiago, José, Simón y Judas. También tuvo dos hermanas, aunque ellas no son nombradas ni se menciona su nombre en los textos.
Jesús, hijo de José y de María de Nazaret, fue concebido en Galilea. Según el misterioso anuncio que el ángel Gabriel le hizo al artesano, su prometida estaba encinta, pero el fruto de su vientre no era obra de un ser humano sino del Espíritu Santo. María era prima de Isabel, esposa del sacerdote Zacarías, quienes en la vejez engendrarían a Juan Bautista.
En aquellos días se promulgó un decreto de César Augusto por el que todos los habitantes del imperio debían empadronarse, cada cual en la ciudad de su estirpe. José y su joven esposa se dirigieron a Belén, en Judea, a unos 120 km de Nazaret. Pernoctaron en las afueras de Belén, refugiándose en una de las cuevas utilizadas por los pastores. Estando allí, María dio a luz a su hijo, al que recostó en un pesebre porque no tenían sitio en la posada.
Unos reyes “magos” habían pasado previamente por Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?” Tal pregunta llenó de temor al Rey Herodes, quien ordenó pocos días después una terrible matanza de niños varones que la tradición cristiana recuerda cada 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes. Advertidos del peligro que los acechaba, José y María huyeron de Belén con su hijo y se refugiaron en Egipto, donde permanecieron hasta la muerte del rey Herodes.
Hasta los 30 años, nada vuelve a saberse de su vida, salvo lo que narran los evangelios apócrifos, es decir, aquellos escritos de origen desconocido o erróneamente atribuido, en su mayor parte de origen gnóstico, que tratan de la vida de Jesús en los últimos años de su juventud.
La predicación de Jesús, según Lucas, comienza “el año decimoquinto de Tiberio César”. Juan Bautista comenzó a predicar la pronta llegada del Mesías y a bautizar a quienes lo escuchaban en las aguas del Jordán. Cuando Jesús fue bautizado por Juan Bautista (quien era primo suyo), hubo, según los evangelistas, un signo celestial que lo señaló como Hijo de Dios.
Antes de iniciar su propio ministerio, Jesús se retiró al desierto por un periodo de “cuarenta días”, durante los cuales ayunó y puso a prueba su fortaleza espiritual ante las tentaciones del demonio. A su regreso del desierto, Jesús inició la divulgación de su doctrina en solitario, dándose a conocer en la sinagoga, a la que acudía todos los sábados.
Un día lo hizo en su pueblo. Escogió una lectura del profeta Isaías que prefigura al Mesías, el ungido de Dios que anunciaría a los pobres la Buena Nueva y que daría la libertad a los oprimidos. Les dijo que él era de quien el profeta hablaba. Fue denostado por tamaña soberbia e intentaron despeñarle.
Jesús eligió a doce de sus discípulos:
Eran hombres sencillos, la mayoría pescadores que se ganaban el sustento con fatiga. Hombres integrantes de la masa que soportaba los impuestos de los romanos y que se rebelaba ante la vida privilegiada de escribas, saduceos y fariseos.
Jesús les propuso a sus discípulos un orden religioso e incluso social nuevo: sin hipocresías, solidario con los pobres y vital.
En el llamado Sermón de la Montaña, Jesús saluda a la muchedumbre con las bienaventuranzas:
“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos; bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados; bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.”
Enseguida, expone las condiciones que han de cumplir quienes elijan seguirlo. La paternidad divina es el tema central de su mensaje, pues es de esa realidad de donde emana el amor y la generosidad del Creador hacia toda criatura humana.
El sermón pone de manifiesto su profundo conocimiento de la conducta humana, y reinterpreta además la Ley Mosaica, dilucidando sus principios fundamentales y adaptando sus preceptos a las necesidades humanas: “El sábado ha sido instituido para el hombre; el amor a los enemigos, la misericordia, la beneficencia.”
Una parábola es una comparación que se desarrolla en forma de relato, por medio de la cual se transmite un mensaje. Jesús sabía que la gente que más necesitaba escuchar su mensaje eran las personas a quienes la sociedad marginaba o discriminaba: gente pobre y con poca formación.
Por esa razón, Jesús quiso que su mensaje fuera comprensible y utilizó comparaciones que hacían referencia a situaciones de la vida cotidiana, refranes, historias populares, etc. Estos relatos o parábolas son importantes en la predicación de Jesús. En ellas, lo importante no son los detalles, sino el mensaje que transmiten, y la intención: Jesús provoca en la gente que lo escucha un cambio en la forma de ser, de pensar, de hablar y de actuar.
Llegado el día de los Ázimos, en el que se sacrifica el cordero de Pascua, Jesús prepara la que será la Última Cena con sus discípulos y en ella les anuncia su fin. Jesús lava los pies a sus discípulos y comparte con ellos el pan y el vino como expresión de la nueva alianza de Dios con los hombres.
Luego, les advierte de lo que ha de ocurrir en los próximos días. Ante el estupor de los discípulos, les anuncia que uno de ellos llegará a traicionarlo y que su amado Pedro lo negaría tres veces, aunque finalmente se arrepentiría de su acción.
Una vez acabada la comida Pascual, Jesús y sus discípulos abandonaron el Cenáculo y caminaron hasta el huerto de Getsemaní. Jesús se apartó en compañía de Pedro, Santiago y Juan, a quienes les dijo: “Mi alma está triste hasta el punto de morir, quedaos aquí y velad.” Se adelantó y, arrodillado, comenzó a orar al Padre.
Poco después, la guardia del templo se hizo presente en el lugar y aprendió a Jesús. Los sacerdotes del Sanedrín habían preferido hacerlo detener lejos de la muchedumbre que lo seguía con fervor. Con el propósito de sorprender a Jesús indefenso, el Sanedrín había comprado la voluntad de Judas Iscariote, pagándole treinta monedas de plata, que era el precio que se pagaba por un esclavo o el rescate de una mujer, de acuerdo con lo escrito en la Ley Mosaica.
Perseguido por el Sanedrín, traicionado por Judas y negado por Pedro, Jesús afrontó solo y con determinación la condena del Sanedrín, el rechazo de Herodes Antipas (quien lo remitió de nuevo a Poncio Pilato), y la sentencia que este pronunció después de “lavarse las manos” y de soltar en su lugar a Barrabás, al parecer un cabecilla de un movimiento sedicioso acusado de asesinato.
En vano el procurador romano había intentado evitar la crucifixión de Jesús, a quien consideraba en realidad inocente de los cargos. Presionado por los sacerdotes del Sanedrín, que habían excitado a la muchedumbre para que pidiese la muerte del peligroso “agitador”, acabó condenándolo a morir crucificado.
Una vez condenado, Jesús fue vejado, torturado y obligado a cargar su propia cruz hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado. Y al tercer día, según las Sagradas Escrituras, resucitó y, apareciéndose a sus discípulos, los alentó a predicar la palabra de Dios.
Los delitos que el Sanedrín imputó a Jesús fueron:
Frente a las leyes romanas, el cargo principal fue creerse Rey de los Judíos, lo que contribuía a aumentar la inestabilidad política, según el criterio de los influyentes sacerdotes del Sanedrín.
Jesús murió en viernes. El día de la muerte no fue un día de descanso sabático porque los guardas llevaban armas y las tiendas estaban abiertas. Se puede asegurar que Jesús murió el viernes 14 de Nisán (primer mes del calendario hebreo bíblico) del año 30 d.C., lo que equivale al 7 de abril del 30 d.C.
El año litúrgico sigue la vida de Jesucristo desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Este calendario está dividido en diversos tiempos litúrgicos:
La Iglesia dedica el Domingo, el día más importante de la semana, a celebrar semanalmente la Resurrección de Jesucristo.
Los colores que se utilizan son el Morado, el Rojo, el Blanco y el Verde:
