Portada » Magisterio » Tratamiento de Trastornos Mentales: Integración de Evidencia, Diagnóstico y Conceptualización Clínica
Objetivo: Restablecer el estado anímico, superar estrategias previas desadaptativas y alcanzar cambios clínicamente predecibles.
Definición (DSM-5): Un trastorno mental es un síndrome caracterizado por una alteración significativa en el estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, reflejando una disfunción en procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo. Se asocia a estrés significativo o discapacidad social, laboral o de otras áreas importantes.
Tratamiento: Validado empíricamente. Existen protocolos específicos para trastornos determinados (p. ej., terapias cognitivas o interpersonales).
Duración: Generalmente entre 20 y 25 sesiones.
Abordaje: Profesional calificado, con peso mayor en el entrenamiento y conocimiento científico del terapeuta por encima de sus dimensiones personales.
Objetivo: Intervenir en momentos esperables de la vida (duelos, conflictos, cambios vitales). Busca disminuir la vulnerabilidad del paciente frente a un posible trastorno futuro (prevención primaria), ayudar a reformular la percepción de los hechos y afrontar la situación.
Tratamiento: No está estandarizado. El énfasis está en el bienestar y acompañamiento, más que en la curación de una enfermedad.
Duración: Breve, habitualmente menos de 10 sesiones.
Abordaje: Profesional calificado, centrado en apoyar al paciente en el proceso de atravesar la crisis.
Objetivo: No se centra en enfermedad ni prevención, sino en el crecimiento personal. Se acuerdan con el paciente, siendo indefinidos.
Tratamiento: No hay protocolos estandarizados. Se da mayor importancia a los factores comunes de la terapia (alianza, vínculo, experiencias compartidas) y a la trayectoria personal del terapeuta más que a la técnica estricta.
Duración: Proceso abierto, de largo plazo o incluso indefinido.
Abordaje: Se acuerda con el paciente, adaptándose a sus necesidades y a la orientación vital del proceso.
Un trastorno mental es un síndrome, es decir, un conjunto de signos y síntomas sin una etiología clara o específica, que se caracteriza por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo. Esto refleja una disfunción de los procesos psicológicos y suele estar asociado a un gran estrés o discapacidad en alguna actividad cotidiana importante.
Es multicausal, lo que implica que puede tener varias causas. El trastorno mental debe ser precisamente diagnosticado y tratado, utilizando un manual diagnóstico y haciendo la debida conceptualización del caso (ya que el diagnóstico no es suficiente para establecer un plan de tratamiento) con el fin de pasar de lo patológico a lo no patológico, remitiendo los síntomas y luego previniendo las recaídas.
La aplicación de la psicoterapia para estos casos es el tratamiento de trastornos mentales, ya que requieren una intervención por reunir los criterios diagnósticos para un padecimiento mental que debe responder a los manuales diagnósticos como el DSM-5 o la CIE-11. La vida del paciente debe estar alterada en más de un área y se debe seguir un tratamiento específico, estructurado a partir de protocolos. El profesional debe estar calificado para el tratamiento y puede haber combinación de terapia y psicofármacos.
Para que un tratamiento sea eficaz, debe producir el cambio psicológico deseado en un contexto controlado y, además, se debe entender cómo y por qué funciona. El estudio debe ser replicado, se debe contar con un manual de tratamiento detallado y debe haber sido probado en una muestra de pacientes homogéneos y aleatorizados. Los pacientes deben ser “puros” de ese trastorno mental, es decir, sin comorbilidades. De esta manera se logra que el tratamiento sea eficaz.
El diagnóstico es un derecho que tiene el paciente: debe conocer su estado de salud para así poder acceder a una terapia que corresponda con su psicopatología. El diagnóstico debe compartir un lenguaje común para facilitar la comunicación entre profesionales de la salud y debe haber un control de la problemática.
La PBE es la integración de la mejor investigación disponible con la calificación clínica en el contexto de las características del paciente, su cultura y preferencias. Su propósito es promover la práctica psicológica efectiva y mejorar la salud psicológica mediante la aplicación de los principios apoyados empíricamente en la evaluación psicológica, la formulación del caso, la relación terapéutica y las intervenciones.
La PBE surge para reducir la brecha entre la práctica clínica y la investigación, una brecha que no pudo ser reducida solo por los Tratamientos Empíricamente Apoyados (TAE). Este enfoque intenta integrar la mayor evidencia empírica (TAE) con la evidencia clínica. Se pregunta cuál es la mejor forma de aplicar la evidencia a cada caso particular, integrando investigación y práctica clínica con el paciente y el juicio clínico. La PBE reconoce que la eficacia de un tratamiento es variable en cada caso.
Los trastornos mentales constituyen el objeto de intervención de la psicología clínica. Para abordarlos, es necesario contar con diagnósticos fiables y útiles clínicamente, que permitan identificar patrones, planificar tratamientos y seleccionar intervenciones adecuadas.
La PBE proporciona el marco metodológico y ético que asegura que los tratamientos aplicados a esos diagnósticos sean los más adecuados, seguros y eficientes. La investigación empírica, base de la PBE, cuestiona continuamente las definiciones y clasificaciones diagnósticas, impulsando mejoras en la comprensión de los trastornos y en la adaptación de las terapias. En la práctica, por ejemplo, muchos protocolos de la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) han sido diseñados tomando como referencia las categorías diagnósticas del DSM, mostrando que la articulación entre trastorno mental (definido y clasificado) y PBE (tratamientos validados) es indispensable para la eficacia clínica.
Tanto los Tratamientos Empíricamente Apoyados (TAE) como la Práctica Basada en la Evidencia (PBE) buscan legitimar las intervenciones psicológicas a partir de la evidencia científica, evitando el uso de terapias sin respaldo o de dudosa eficacia. Ambas comparten un criterio empírico riguroso, valorando los resultados de la investigación como parte esencial de la práctica clínica. Se han convertido en respuestas institucionales frente a la necesidad de legitimar la psicoterapia ante sistemas de salud, compañías aseguradoras y políticas públicas. La meta final es mejorar la calidad asistencial, ofreciendo al paciente tratamientos con mayor probabilidad de éxito.
Un manual diagnóstico es un documento con clasificación sistemática de los trastornos mentales, con criterios y códigos diagnósticos para cada uno. El DSM-5, por ejemplo, es una publicación de la Asociación Americana de Psiquiatría (AAP) que ofrece un marco para la clasificación de los trastornos mentales basado en dimensiones de comportamientos observables y mediciones neurobiológicas. Ha sido construido con el objetivo de aumentar la utilidad clínica del diagnóstico.
Un diagnóstico es una forma de clasificar, mediante criterios específicos, un trastorno mental en un individuo. Dichos criterios incluyen signos y síntomas que permiten organizar y establecer patrones comunes, lo cual ayuda al profesional a evaluar el caso y prever posibles tratamientos y resultados. En la actualidad, las clasificaciones diagnósticas más utilizadas son el DSM-5 y la CIE-11.
Realizar un diagnóstico en el ámbito clínico constituye una herramienta fundamental para el trabajo profesional, ya que cumple múltiples funciones:
En el caso de la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC), los protocolos de intervención se han diseñado siguiendo categorías diagnósticas del DSM, lo que permitió aplicar técnicas específicas a distintos cuadros psicopatológicos. La investigación muestra que dichos protocolos poseen cierta especificidad: por ejemplo, un protocolo para la ansiedad no es igualmente eficaz si se aplica a la depresión, y viceversa. Esto evidencia que el diagnóstico no es un simple rótulo, sino una guía práctica para elegir el tratamiento más adecuado.
No obstante, es importante reconocer los límites del diagnóstico. Las categorías diagnósticas por sí solas no siempre son suficientes. Aunque permiten identificar la necesidad de tratamiento, esta identificación no equivale automáticamente a un plan terapéutico completo. El diagnóstico es el primer paso del proceso clínico, pero debe complementarse con una conceptualización de caso.
La conceptualización debe incluir:
La conceptualización de caso busca responder no solo a la pregunta “¿qué le pasa al paciente?”, sino también a “¿por qué le pasa esto en particular?”. Desde la perspectiva cognitivo-conductual, se centra en los factores de mantenimiento del problema, que luego se convierten en objetivos del tratamiento. Esto es especialmente relevante porque dos pacientes con el mismo diagnóstico pueden presentar perfiles sintomáticos y factores causales distintos, lo cual exige intervenciones diferenciadas y adaptadas.
En este sentido, cobra relevancia el concepto de utilidad clínica, entendido como la capacidad de una clasificación diagnóstica para guiar decisiones apropiadas en la práctica cotidiana. En el marco del DSM-5, esta utilidad se traduce en que el diagnóstico debe servir para planificar el tratamiento, estimar el pronóstico y anticipar resultados potenciales. Hasta que se identifiquen con mayor precisión los mecanismos etiológicos o fisiopatológicos, la utilidad clínica constituye el criterio central que justifica los sistemas diagnósticos y los cambios en sus manuales.
La perspectiva transdiagnóstica aparece debido a las limitaciones de los manuales diagnósticos como el DSM-5. En lugar de tratar cada diagnóstico como una unidad única y separada, este enfoque se centra en aspectos comunes de los distintos trastornos mentales. Reconoce que muchos trastornos comparten dimensiones o procesos psicológicos similares (por ejemplo: rumiación y preocupación en ansiedad, depresión y Trastorno Obsesivo-Compulsivo [TOC]).
Aunque este enfoque responde a las limitaciones del DSM-5, los manuales diagnósticos deben ser igualmente empleados, aunque sin olvidar sus limitaciones. Para ello, la TCC utiliza la conceptualización del caso antes de comenzar el tratamiento, ya que una categoría diagnóstica sería insuficiente para la planificación de una intervención completa.
Las pautas clínicas son enunciados amigables que unen la mejor evidencia externa con otros conocimientos necesarios para tomar decisiones acerca de problemas específicos de salud. Consisten en el desarrollo de pautas o recomendaciones presentadas de forma sistemática que ayudan al profesional y al paciente en la toma de decisiones sobre el cuidado de la salud y la intervención apropiada para atender circunstancias clínicas específicas.
Estas pautas integran la mejor evidencia posible, las características del paciente y las características del terapeuta. Funcionan como apoyo para elegir la terapia más apropiada. Articulan la investigación con la práctica clínica, ordenando la información del campo de investigación para que el profesional de la práctica clínica pueda usarla como referencia de tratamiento.
Las pautas clínicas se relacionan fuertemente con estos tres conceptos, ya que son un conjunto de recomendaciones basadas en evidencia científica disponible, integrando eficacia, eficiencia y efectividad. Articulan el campo de la investigación y la práctica clínica para promover recomendaciones basadas en evidencia científica y práctica dirigida a los profesionales de la salud con el fin de mejorar la atención.