Portada » Geografía » El Impulso Económico de la Revolución Industrial Inglesa: Demografía, Conectividad y Capital
El aumento de la población ejerce una influencia significativa sobre la economía. En primer lugar, podríamos pensar que un incremento demográfico llevaría a un aumento de la demanda de productos y, por ende, a una subida de sus precios. Si bien esto es cierto, la mayor rentabilidad de la agricultura en ciertos periodos hizo que los productos fueran más baratos, lo que permitió que casi toda la población tuviera suficiente capacidad adquisitiva para evitar la hambruna, a diferencia de épocas anteriores.
En segundo lugar, el crecimiento poblacional se traduce en una expansión del mercado. Este es un factor que favorece directamente el desarrollo económico, ya que un mercado más amplio estimula la producción y la innovación.
En tercer lugar, una población numerosa implica una mayor disponibilidad de trabajadores, lo que resulta en una mano de obra abundante. Sin embargo, esta abundancia de mano de obra a menudo se acompaña de salarios menos generosos por parte de los empresarios, lo que a la larga puede generar un clima social tenso y conflictivo.
La transformación en los sistemas de transporte y comunicación fue de vital importancia, ya que el transporte es un elemento clave para conectar mercados con centros productores, y centros de producción con fuentes de materias primas. A su vez, estas mejoras favorecieron la especialización de cada zona en un tipo determinado de producto agrario.
Desde mediados del siglo XVIII, el Gobierno británico impulsó la creación de una extensa red de carreteras. La mayoría de estas iniciativas fueron llevadas a cabo por el sector privado, y a menudo se cobraban peajes por su utilización. Estas nuevas carreteras contaban con un firme resistente, muy superior a los antiguos caminos de tierra, basado en un asfaltado inventado por el escocés John Loudon McAdam, un sistema que guarda similitudes con las carreteras actuales.
Con el tiempo, Inglaterra desarrolló una densa red de carreteras que interconectaba todos los centros económicos y ciudades del país, un logro sin precedentes en el continente europeo.
Junto a la red de carreteras, destacó también el desarrollo de la red fluvial. La abundancia de ríos y las precipitaciones en Inglaterra facilitaron la construcción de canales navegables, que se hicieron cada vez más grandes para permitir el paso de barcos de mayor tonelaje. Esto proporcionó un medio de transporte cómodo, económico y con gran capacidad de carga. La red de canales adquirió una importancia crucial a partir de 1830.
Los puertos ingleses también experimentaron un gran desarrollo, convirtiéndose en centros neurálgicos para la recepción y exportación de productos. El nivel comercial de Inglaterra superaba al de cualquier otro país de Europa. El puerto de Londres consolidó su importancia, y junto a él surgieron otros puertos relevantes a lo largo del país, como Bristol, Manchester, Liverpool y Plymouth.
Dado que el comercio era una actividad fundamental, la marina mercante también creció significativamente, con barcos cada vez más grandes y de mayor tonelaje. La aplicación de la máquina de vapor a la navegación, realizada por Robert Fulton a partir de 1807, representó una verdadera revolución en el transporte marítimo. Por primera vez, un barco no dependería de las velas y podría navegar incluso contra corriente, abriendo nuevas posibilidades para el comercio y la exploración.
Todas estas infraestructuras beneficiaron enormemente la economía, conectando centros mineros con fábricas y puertos con mercados. Sin embargo, el mundo de los transportes se vería completamente transformado con la aparición del ferrocarril a partir de 1825, que supuso la aplicación de la máquina de vapor a una vagoneta sobre raíles de hierro. La red ferroviaria inglesa se convirtió, con diferencia, en una de las más densas de Europa, proporcionando al país un medio de comunicación cómodo, barato y con gran capacidad de carga.
El panorama de los transportes en Inglaterra era inmejorable, y el país logró, entre otras cosas, la creación de un mercado nacional integrado. En este nuevo sistema, cada región o ciudad podía especializarse en la producción de aquellos bienes para los que estaba mejor preparada, marcando una clara distancia con la economía autárquica del Antiguo Régimen.
En Inglaterra se produjo una importante acumulación de capitales, resultado de los beneficios generados por la agricultura y un próspero comercio. Estos capitales fueron esenciales para la adquisición de maquinaria, un factor clave en el proceso de industrialización.
Desde el siglo XVII, el Banco de Inglaterra ya existía y desempeñó un papel fundamental en la financiación de operaciones llevadas a cabo por compañías estatales. A partir de mediados del siglo XVIII, proliferaron las instituciones bancarias de carácter familiar o local, algunas de las cuales incluso acuñaban sus propios billetes. Esta situación perduró hasta que el banco central inglés monopolizó la emisión de billetes, vinculándola a las reservas de oro disponibles.
A partir de la década de 1830, y gracias al impulso del ferrocarril, surgió un nuevo modelo de financiación. Los capitales de pequeños ahorradores comenzaron a utilizarse para financiar grandes proyectos ferroviarios a través de la compra de acciones, sentando las bases del sistema financiero moderno.