Portada » Psicología y Sociología » Psicoterapia Adolescente: Etapas y Enfoques Terapéuticos
En esta etapa, los jóvenes experimentan conflictos emocionales, aunque su problemática no está completamente definida. Por ello, es poco común que busquen ayuda psicoterapéutica por sí mismos; son los padres quienes suelen solicitarla. El primer contacto es telefónico, donde se recaban datos esenciales como la edad, nombre, parentesco con el paciente y una explicación del caso. Es fundamental que el terapeuta se forme un criterio claro de la situación del adolescente desde este primer contacto y durante las entrevistas de evaluación para asegurar la precisión técnica en la ayuda terapéutica.
Generalmente, el tratamiento es individual. Se sugiere que la terapeuta sea mujer, dado que el conflicto central del preadolescente suele ser con la madre. Se recomienda una edad aproximada de 35 años (evitando los 45) para facilitar la resolución de la ambivalencia hacia la figura materna y promover la independencia.
El contrato terapéutico se establece con los padres. Se define de dos maneras: con la persona interesada y con el adolescente. Es crucial fijar el lugar y el horario del tratamiento, mostrando disposición para realizar ajustes. La duración de las sesiones es de 45 minutos, pudiendo reducirse a 30 o 40 minutos. La frecuencia dependerá de la patología y el diagnóstico. El pago lo realizan los padres, y debe quedar claramente establecido el procedimiento en caso de inasistencia a una sesión.
El tratamiento con el preadolescente se realiza cara a cara, aunque el diván puede ser utilizado. El proceso terapéutico es generalmente más corto que en adultos. Es fundamental comprender las motivaciones del adolescente para buscar ayuda y las de los padres para solicitarla, así como la tarea a resolver:
Es importante que el terapeuta comprenda los mensajes afectivos que el preadolescente oculta tras manifestaciones impulsivas, propias de la etapa, a través de la contratransferencia y de intervenciones adecuadas.
La alianza terapéutica debe establecerse considerando el conflicto del adolescente en torno a la dependencia materna. Esto debe ser manejado en la transferencia mediante la corrección de la distancia emocional, como la reducción de sesiones semanales para evitar una cercanía amenazante.
Una adecuada alianza terapéutica se caracteriza por:
En esta etapa, el adolescente aún no identifica claramente al profesional al que debe dirigirse para pedir ayuda, por lo que son los padres quienes la buscan. En el primer contacto telefónico, se deben tomar los datos generales del adolescente y una explicación del motivo de consulta. En la primera entrevista, el terapeuta debe definir el tipo de terapia más adecuado. Si se opta por terapia grupal, es conveniente que la diferencia de edad entre los miembros no supere los dos años. En terapia individual, se recomienda que el adolescente sea atendido por un terapeuta del mismo sexo, de entre 35 y 45 años, para promover la identificación psicosexual, uno de los conflictos centrales de esta fase de bisexualidad.
El terapeuta debe evaluar criterios de analizabilidad, como un grado de inteligencia normal que permita entender causa-efecto, el nivel de insight y una sensación contratransferencial positiva, que debe extenderse hacia los padres.
El contrato se establece tanto con los padres como con el adolescente, definiendo el lugar del tratamiento, el tiempo de asistencia y la distancia física. Es importante conocer la impresión que el consultorio causa en el adolescente para prevenir resistencias y abandono del tratamiento.
La duración de la sesión es de un máximo de 45 minutos, pudiendo reducirse a 30 o 40 minutos. La frecuencia de las sesiones depende del diagnóstico. En esta etapa, los adolescentes suelen requerir menos sesiones en comparación con adultos y adolescentes de etapas posteriores.
Los padres pagan el tratamiento, y el adolescente debe estar informado del costo y la forma de pago, así como de las sesiones no asistidas. Esto busca responsabilizarlo y evitar inasistencias, que son fuente de resistencias. Esta claridad debe ser transmitida a los padres.
Es importante establecer una adecuada alianza de trabajo con el adolescente temprano, considerando el temor homosexual y respetando el proceso bisexual para transitar hacia la heterosexualidad. La regresión debe ser manejada de forma controlada para evitar el retorno a etapas orales y anales.
Es necesario conocer los motivos que llevan al adolescente al tratamiento y qué motiva a los padres a llevarlo. Al explorar la motivación del adolescente, se debe considerar la tarea a resolver: la identificación con el padre del propio sexo, la formación del yo ideal y la resolución del conflicto bisexual mediante la adquisición de una adecuada identificación psicosexual.
En cuanto a la expresión afectiva, en esta fase se observa un retiro de la catexis de los objetos incestuosos y una búsqueda de un nuevo objeto para ubicar dicha libido.
En psicoterapia, los afectos del adolescente se manifiestan a través de la idealización del terapeuta como objeto de imitación o amor. El terapeuta utiliza esta idealización para canalizar la libido narcisista y objetal, favoreciendo la búsqueda del objeto heterosexual en la etapa subsiguiente.
Al igual que en la preadolescencia, las citas con los padres pueden realizarse a criterio del terapeuta o a petición del adolescente. En algunos casos, la escuela puede promover reuniones entre terapeuta, adolescente y padres.
Es posible que los padres lleven a sus hijos a consulta, aunque los adolescentes ya están capacitados para acudir solos. El primer contacto puede ser con el adolescente o los padres. Se solicitan datos generales y una breve explicación de la problemática. Se realizan entrevistas de evaluación para determinar la idoneidad del adolescente para el tratamiento y se elige el tipo de terapia más indicado. En terapia grupal, las diferencias de edad entre miembros del mismo sexo deben ser de 2 a 5 años para promover el desarrollo de la identidad sexual. En terapia individual, el terapeuta debe ser del mismo sexo que el adolescente, dada la crisis de identidad que atraviesa.
Aunque el adolescente solicite la ayuda terapéutica, son los padres quienes muestran interés en la problemática y quienes pagan el tratamiento.
Se debe estipular el lugar y el horario de las sesiones, manteniendo cierta flexibilidad pero intentando minimizar las modificaciones.
La duración de las sesiones puede ser de 30 a 40 minutos, según la tolerancia y el insight del paciente. El número de sesiones semanales se determinará en función del diagnóstico, el grado de integración de su personalidad, el funcionamiento psíquico y la patología existente; es posible que se requieran una o dos sesiones semanales.
El costo de la sesión y la forma de pago deben quedar claros desde las primeras sesiones. Se debe informar sobre el cobro de sesiones no asistidas para evitar que la inasistencia se convierta en un mecanismo de resistencia. Si los padres están interesados en la evolución del paciente, se les puede proporcionar información, siempre con la autorización del adolescente, para evitar generar desconfianza y el riesgo de abandono del tratamiento.
Es importante recordar al paciente que la psicoterapia es un espacio para actuar con sinceridad y pedirle que no tome decisiones sin consultar previamente al terapeuta y haber analizado la situación juntos. El terapeuta mantendrá total discreción.
Deben definirse los motivos que impulsan al paciente al tratamiento. Generalmente, están más conscientes de su problemática y presentan mayor motivación. Es importante que el terapeuta conozca la motivación del adolescente, como las relaciones heterosexuales y la búsqueda de la identidad sexual mediante el abandono de los objetos de amor infantiles, con la procreación como meta.
El terapeuta debe actuar como un yo auxiliar en la contención de las pulsiones, mientras se desarrollan los principios inhibitorios que orientan hacia los deseos, valores y pensamientos, y favorecer el aumento de la potencialidad del yo para manejar los impulsos. Otra función del terapeuta es promover en la transferencia la identificación heterosexual y la aceptación de las funciones propias del sexo.
El adolescente tiene una mayor visión de su problemática y del tipo de ayuda que requiere para sus problemas emocionales. Es frecuente que sea él quien realice la primera llamada telefónica, en la cual el terapeuta solicita los datos generales y una descripción de lo que le sucede. El terapeuta debe realizar entrevistas para tener claros los criterios y el tipo de terapia que requiere el paciente. En terapia grupal, se busca una heterogeneidad que promueva una posición heterosexual irreversible, con diferencias de edad de 2 a 5 años entre miembros de ambos sexos. En terapia individual, el terapeuta puede ser de cualquier sexo y edad, ya que las metas son la consolidación de la identidad, la independencia y la orientación vocacional.
El contrato se realiza con el propio adolescente y se asemeja al de un adulto. Debe estipularse el lugar y el horario de las sesiones. La duración de las sesiones será de 45 minutos. La frecuencia se determinará según la patología. En esta fase, el paciente está más motivado hacia su propio tratamiento y es más íntegro en sus procesos internos. El terapeuta debe evaluar el grado de integridad del yo, el desarrollo de la autonomía secundaria y la estabilidad del aparato psíquico.
La forma de pago, los costos de las sesiones desde el inicio, y el pago de las sesiones no asistidas para fomentar la responsabilidad del paciente, deben ser hablados con el adolescente.
El tratamiento debe llevarse a cabo cara a cara, pero se puede usar el diván, dada la mayor estabilidad del yo y de los aparatos mentales de la identidad psíquica.
La alianza de trabajo se establece ayudando al paciente a jerarquizar sus intereses e incrementando su capacidad de juicio de la realidad.
En esta etapa, existe una mayor consistencia emocional con unificación de procesos afectivos y resolutivos. Los conflictos infantiles se manifiestan en contenidos caracterológicos sintónicos, y el núcleo del superyó se consolida de acuerdo con los valores imperantes en el entorno del adolescente. El terapeuta ayuda a promover los procesos de estabilidad emocional y laboral, la ideología, y la meta de la expresión genital de los afectos.
El adolescente se vuelve más consciente de sus conflictos emocionales y de su necesidad de recibir ayuda. Suele ser él quien establece el primer contacto telefónico con el terapeuta.
El terapeuta realiza entrevistas diagnósticas para conocer la problemática, los criterios y el tipo de tratamiento. En terapia grupal, se busca una heterogeneidad entre personas de ambos sexos, con diferencias de edad de 2 a 5 años. En terapia individual, el terapeuta puede ser de cualquier sexo y edad, ya que no es relevante; se necesita fortalecer la autoestima y la consolidación intrapsíquica de la personalidad.
El contrato se realiza con el propio adolescente y se asemeja al de un adulto. Debe estipularse el lugar y el horario de las sesiones. La duración de las sesiones será de 45 minutos, ya que el joven tolera mejor la cercanía emocional, tiene mayor tolerancia a la frustración y mayor motivación para analizar su problemática.
La frecuencia de las sesiones debe estar determinada por el grado de patología. Se debe evaluar el nivel de desarrollo del yo y la organización de los impulsos, teniendo en cuenta el grado de desintegración del yo y la falta de organización de los impulsos.