Portada » Lengua y literatura » Leyenda de Amor y Guerra: El Destino Entrelazado Bajo los Cerezos
Un relato de pasión, sacrificio y la magia de los cerezos en flor.
Cuenta la leyenda que en los Bosques de Sakuras, un soldado se encontró con otra alma; ambas tan unidas que su amor y sus almas quedaron entrelazadas en aquel lugar.
Todo empezó cuando un soldado, llegando a este bosque en pleno invierno y realizando su patrullaje, se encontró con esta alma. Al verla, reconoció que era del pueblo rebelde. Pero, al verla indefensa, se la llevó a su refugio para cuidarla.
Tras pasar dos días, la mujer se levantó y, al sentirse mejor y empezar a caminar, se presentó también como soldado. Los dos, soldados de bandos opuestos, debían matarse, pero ninguno pudo hacerlo, ya que en ese corto plazo se habían respetado. Él, para mantener a salvo a su invitada, le dio un vestido para que se fuera. Pero ella, sin decir nada, prefirió quedarse con él, pues ambos se sentían abrumados por el combate.
Tras pasar los meses y con la llegada del florecimiento de los cerezos (Sakuras), las almas de ambos comenzaron a unirse, a pesar de que la guerra se prolongaba. Las personas del pueblo empezaron a sospechar de esta nueva persona que había llegado. Un día, mientras la pareja recorría el bosque donde se conocieron, ambos mencionaron su horrible secreto y, con ello, también sus sentimientos. En ese momento, una tercera alma, oscura, llegó al lugar e informó que había una espía en el pueblo.
La luna, al ver el amor que ambos emitían al estar juntos, bendijo su unión con el florecimiento de los cerezos (Sakuras) fuera de temporada.
Al llegar el día siguiente, y cuando nuestro joven soldado se disponía a patrullar, llegó un grupo de soldados para arrestar a la espía. Ella, para no meterlo en problemas, se fue con ellos. El soldado, al regresar a casa, vio que solo encontraba la soledad en ella. Buscó por todas partes y solo encontró dos cosas: la espada de ella y el vestido que le había dado. Cuando salió, preguntó a su gente dónde se encontraba su amiga. Le confesaron que habían llegado los soldados del rey y se la habían llevado. Con ello, tomó las dos espadas, montó su caballo y se dirigió directamente al castillo.
Al llegar al castillo, vio que habían comenzado los preparativos para la ejecución de ella. Él sabía que ambos estaban en igual peligro de morir, pero entendía que los dos estaban cansados de la guerra.
Mientras, en su prisión, ella le imploraba a la luna que al hombre que la había cuidado y que ahora amaba no le pasara nada. De pronto, escuchó un ruido conocido fuera de su celda y, cuando la puerta se abrió, vio que era su amor. Él le pasó su espada y le dijo que se irían de allí, aunque fuera peleando. Ella, feliz, le preguntó el porqué, y él, con su mano en el corazón, contestó que tenían el mismo sentimiento y estaban unidos por ello. Tomó su mano y se dirigieron a la salida. Al llegar, un grupo de soldados del rey intentó detenerlos, pero ambos, unidos, los vencieron. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más soldados llegaban. Él le dijo que, cuando tuviera su oportunidad, escapara y se fuera a su tierra. Ella se negó, diciéndole que sin él no sería su hogar, que prefería morir junto a él. Con un beso, se quedaron peleando. Mientras se protegían mutuamente, el agotamiento los invadía, pero su amor les daba la fuerza para continuar. Mientras sus espadas se cruzaban, recordaban todo el bello tiempo que estuvieron juntos. Cuando les faltaba poco para escapar, un asesino hirió con su daga los ojos de la joven soldado. Él, soltando su espada, la tomó entre sus brazos y escapó con ella al único lugar donde se sentían seguros y donde su amor había florecido.
Al ver esto, la luna hizo que todos los árboles de ese día florecieran con los cerezos (Sakuras) más bellos de toda temporada. Y aunque ella murió, él siguió llorando cada invierno hasta que la muerte, por pena, reclamó su alma. Para que su amor perdurara, ya que fue el más hermoso entre todos los mortales, el día que se conocieron la muerte hace nevar y la luna, en su memoria, hace florecer los cerezos (Sakuras) más bellos, aunque sea fuera de temporada.
Por Cristian Rodríguez Flores