Portada » Ciencias sociales » La Belleza, Interioridad y Pedagogía en la Educación Religiosa: Un Enfoque Integral
El Cardenal Danneels se preguntaba: «¿Y si la belleza no fuera el camino por excelencia para encontrar a Dios? Si entramos por la puerta de la Belleza, toda resistencia cae. Mostrarles que Dios es belleza —en su Biblia, en su creación, en el hombre, en la pareja, en Jesús, en las obras de arte, en la historia del arte, en los iconos, en el arte del Renacimiento, en las pequeñas iglesias románicas—, mostrarles la belleza de Dios diciendo que Él es la belleza misma, no afirma que se convertirán todos, pero al menos no habrá resistencia.»
Ayudar al alumno a encontrar la belleza que lo rodea es una tarea fundamental. El desarrollo de la vida cristiana ha generado un impresionante legado cultural. Evangelio y arte, a lo largo de los siglos, han protagonizado una historia de amor que ha dado frutos preciosos. Cuando solo unos pocos sabían leer, la Iglesia encontró vías como la imagen artística y la música. El pueblo aprendía teología labrada en los muros de las iglesias mejor que en un libro abierto. El arte se desposaba con la comunidad cristiana en una alianza fecunda.
Ya en el siglo IX, San Juan Damasceno escribía: «Si viene un pagano y te dice: ¡Muéstrame tu fe! Llévalo a la iglesia y enséñale la decoración con que está adornado, y explícale la serie de imágenes sagradas.»
Podemos entender esta fortaleza interior como un centro habitado por alguien que no somos nosotros. O, como San Agustín, para quien Dios está más cerca de nosotros, de nuestra más profunda intimidad, que nosotros mismos. La interioridad debe estar abierta a la realidad, a la alteridad y a la profundidad de uno mismo, ese pozo sin fondo que somos nosotros.
Mounier describía la huida de quienes van por la vida sin haber sentido aún que no tienen tierra bajo los pies, porque solo viven apoyados en la costumbre y arrastrados por la corriente ciega del vivir. Viven vertidos en el cauce de las cosas que corren… Pasan sin tener tiempo para la reflexión, para el descubrimiento de sí mismos, de su función y su puesto en el mundo. No han penetrado en su interioridad y, por ello, no se conocen y, al no reconocerse, navegan sin brújula por el mundo.
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Son los desempeños imprescindibles para que el alumnado progrese con éxito en su formación y afronte los retos y desafíos globales y locales.
Es la herramienta en la que se concretan los principios y los fines del sistema educativo de un periodo determinado. Identifica y define las competencias clave que se espera que los alumnos hayan desarrollado al completar esta fase de su formación.
La enseñanza académica de la religión católica ha sufrido variaciones a lo largo del tiempo. Su relación con la catequesis es de distinción. Cuando la distinción no es clara, existe el peligro de que ambas pierdan su propia identidad.
Lo que confiere a la enseñanza religiosa escolar su característica propia es el hecho de estar llamada a penetrar en el ámbito de la cultura y de relacionarse con los demás saberes. La enseñanza religiosa escolar hace presente el Evangelio en el proceso personal de asimilación, sistemática y crítica, de la cultura.
En el contexto actual, «esta representa en muchos casos para los estudiantes una ocasión única de contacto con el mensaje de la fe». Es un servicio al hombre y una aportación al proyecto educativo de la escuela.
El Informe Delors, patrocinado por la UNESCO, señala: «El mundo, sin sentirlo o expresarlo, tiene sed de ideal y de valores que vamos a llamar morales para no ofender a nadie. ¡Qué noble tarea de la educación la de suscitar en cada persona, según sus tradiciones y sus convicciones y con respeto del pluralismo!»
Estos serán los cuatro pilares de la educación para el siglo XXI. Después de haber indicado el aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a vivir juntos, señala: «Una concepción más amplia de la educación debería llevar a cada persona a descubrir, despertar e incrementar sus posibilidades creativas, actualizando así el tesoro escondido en cada uno de nosotros, lo cual supone trascender una visión instrumental de la educación… para considerar su función en toda su plenitud, la realización de la persona que, toda ella, aprende a ser.»
En su artículo 26, se proclama el derecho universal a la educación y a una educación integral, con un reconocimiento del derecho de los padres a elegir la formación que quieren para sus hijos.
En su artículo 27, se establecen las líneas democráticas dentro de las que habrá que organizar el derecho a la educación en la sociedad española. La propia Constitución establece en su artículo 16 la libertad religiosa.
Se firmó uno referido a la enseñanza y asuntos culturales, en los que el Estado se compromete a garantizar, con la cooperación de la Iglesia, el derecho que asiste a los padres para que sus hijos puedan recibir una formación religiosa, según sus convicciones religiosas y morales, en las escuelas públicas y en los centros privados cuya identidad sea católica o no.
Democracia y religión no tienen por qué ser incompatibles. La democracia ha demostrado, más bien al contrario, ser el mejor marco para la libertad de conciencia, el ejercicio de la religión y el pluralismo religioso. La religión, por su compromiso moral y ético, por los valores que sustenta, por su enfoque crítico y su expresión cultural, puede ser un compañero válido de una sociedad democrática.
En ocasiones anteriores, ha abordado la tolerancia religiosa en una sociedad democrática y ha advertido sobre la lucha contra la intolerancia, el racismo y la xenofobia (Recomendación 1222 [1993]).
Aunque los adultos hablan fácilmente de Dios, tienen dificultad para introducir el tema religioso. Un ambiente negativo y el silencio sobre Dios retrasan el encuentro del niño con Dios. Un ambiente de indiferencia, que lleva a crear una idea vaga de Dios sin implicaciones en la vida, es más difícil de superar incluso que el ambiente negativo.
Todas las investigaciones sobre la influencia de los padres en el proceso de socialización religiosa convergen en una sola conclusión: los padres, especialmente las madres, juegan un papel importante en la religiosidad de sus hijos, tanto en la infancia como en la adolescencia o en la juventud. Sin embargo, esa influencia a veces puede ser más indirecta que directa, puesto que los padres son quienes controlan otras influencias.
En la segunda parte de esta etapa se da el paso de las conductas imitativas a la articulación del sentimiento religioso aún incipiente. Es importante el desarrollo intelectual y la capacidad de articulación de un concepto de Dios. Las figuras paternas, tanto la relación con la madre y el lazo afectivo con ella, como la figura paterna y la seguridad que aporta su presencia, son cruciales, así como la introducción de las normas básicas y la pérdida de la omnipotencia que representaba en las edades anteriores.
Aunque el niño no está en condiciones de ser religioso, sí hay una disposición. Se urden las estructuras básicas de su personalidad. Aunque se dan los primeros signos de religiosidad, es crucial para la futura religiosidad del niño, porque se urden las estructuras básicas de su personalidad.
Viktor Frankl (en El hombre doliente) escribe: «Toda realidad humana se caracteriza por su autotrascendencia, esto es, por la orientación hacia algo que no es el hombre mismo, hacia algo o hacia alguien, mas no hacia sí mismo, al menos, no primariamente hacia sí mismo. Cuando yo me pongo al servicio de algo, tengo presente ese algo y no a mí mismo, y, en el amor a un semejante, me pierdo de vista a mí mismo. Yo solo puedo ser plenamente hombre y realizar mi individualidad en la medida en que me trasciendo a mí mismo de cara a algo o alguien que está en el mundo.»
La supresión de la pregunta religiosa resulta antropológicamente imposible, porque, entonces, la contingencia como estado natural del hombre habría desaparecido de su horizonte y se habría convertido en un ser completamente diferente de lo que es ahora y bajo las condiciones inmanentes. Mircea Eliade dice: «El ser humano nunca se halla completamente desacralizado, e incluso es dudoso que esto sea posible alguna vez. La secularización ha sido llevada a cabo con éxito en el nivel de la vida consciente: las viejas ideas teológicas, los antiguos dogmas, creencias, rituales e instituciones han sido progresivamente vaciados de sentido. Pero ningún ser humano normal que esté vivo puede ser reducido exclusivamente a su actividad consciente y racional, ya que el hombre moderno todavía sueña, se enamora, escucha música, va al teatro, ve películas, lee libros… En resumen, vive no solo en un mundo histórico y natural, sino también en un mundo existencial y privado y, al mismo tiempo, en un Universo imaginario.»
Hannah Arendt afirmó: «La educación es el momento que decide si amamos lo suficiente al mundo como para responsabilizarnos de él y salvarlo de la ruina, lo cual es inevitable sin renovación, sin la llegada de nuevos seres, de jóvenes. En la educación se decide también si amamos tanto a nuestros hijos al punto de no excluirlos de nuestro mundo, dejándolos a merced de sí mismos, al punto de no quitarles su oportunidad de emprender algo nuevo, algo impredecible para nosotros, y los preparamos para la tarea de renovar un mundo que será común a todos.»