Portada » Español » Evolución Musical Europea: Orquestas, Impresionismo y Vanguardias (1880-1939)
Durante el cambio del siglo XIX al XX, el modelo de creación y difusión musical, basado en la notación, alcanzó su máximo desarrollo. Además, la música centroeuropea ocupó un lugar central en la vida musical del mundo occidental.
El resurgimiento de la sinfonía en las últimas décadas del siglo XIX se debió a varios factores:
Cabe destacar que las grandes ciudades competirán entre sí por la calidad de sus agrupaciones sinfónicas, teniendo lugar el nacimiento de algunas de las importantes orquestas de nuestros tiempos como la Filarmónica de Viena (1842), la Filarmónica de Berlín o la de San Petersburgo.
A finales del siglo XIX, Viena se transformó en el centro de un intenso conflicto cultural en el mundo de la música. Este enfrentamiento oponía a los seguidores de Brahms y Bruckner, y reflejaba las profundas tensiones políticas y étnicas que atravesaban el Imperio austrohúngaro en esa época.
El final del siglo XIX asistió finalmente a la síntesis de una identidad musical francesa capaz de rivalizar en prestigio y modernidad con la tradición germánica poswagneriana sin imitarla. Esta síntesis –a la que se bautizó como Impresionismo– puso en entredicho algunas de las bases conceptuales (armonía, textura, forma musical, etc.) más firmes de la música occidental.
El Impresionismo musical es, en su sentido más restringido, el estilo musical sintetizado por Claude Debussy y amplificado por el cosmopolitismo musical del París de la época. Debussy cruzó las corrientes más avanzadas de la música francesa y rusa de su tiempo.
El Impresionismo musical se caracteriza por una sorprendente coherencia estilística pese a la diversidad de influencias. Esto se debe principalmente a la revolución armónica que reemplaza la tradicional relación por terceras con un enfoque acorde/escala, utilizando técnicas como polifonía y acordes paralelos.
En Debussy, esta innovación armónica se complementa con elementos estilísticos como:
Además, esta concepción integró diversas escalas –como modos gregorianos, pentatónica, de tonos enteros y andaluza–, lo que enriqueció la paleta sonora sin perder coherencia estilística. El Impresionismo se inscribe en un cambio de actitud menos reverencial hacia el pasado y más desacomplejada con respecto a la innovación (especialmente con respecto a la armonía).
A principios del siglo XX, el Imperio Alemán y el Austrohúngaro dominaban la ciencia y la cultura europeas, marcando también la vida musical germánica con su rica tradición sinfónica.
Richard Strauss alcanzó fama internacional con sus poemas sinfónicos, como Don Juan (1889), y su éxito en la ópera, iniciado con la provocadora Salomé (1905). Aunque el Expresionismo estaba al margen de la música germánica principal, influyó en compositores como Schönberg, quien en La noche transfigurada, op. 4 exploró los límites entre música de cámara y programática dentro de un lenguaje poswagneriano.
El círculo de Schönberg, conocido como la Segunda Escuela de Viena, ofrecía conciertos privados con obras íntimas y desafiantes para pequeñas agrupaciones. Frente a la catarsis colectiva de la música sinfónica tradicional, este movimiento expresionista buscaba experiencias más personales y perturbadoras.
Tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y la República de Weimar, surgió una segunda fase del Expresionismo. Algunos músicos de la primera ola, como Strauss, adoptaron el neorromanticismo, mientras que la Segunda Escuela de Viena estableció el dodecafonismo como un «clasicismo» de la atonalidad. Nuevos compositores, como Paul Hindemith y Ernst Krenek, mantuvieron viva la estética expresionista, aunque no siempre desde la atonalidad.
Tras la unificación italiana, el joven estado debió enfrentarse a una realidad de desigualdades territoriales y bajo una sociedad mayoritariamente agraria cuya alternativa a la pobreza consistió en emigrar masivamente al continente americano.
Es entonces cuando se dará paso a un movimiento literario de corte naturalista –el verismo– que denunciará la pobreza y el atraso del campesinado italiano.
La ópera verista asumió la continuidad dramática y musical wagneriana, asimilando de forma progresiva un lenguaje armónico más próximo al Impresionismo francés. Con el agotamiento de la fórmula basada en la violencia y el arrebato pasional, los compositores veristas ampliaron su paleta incluyendo decorados históricos y exóticos, entre otros –como en Madama Butterfly [1905] de Giacomo Puccini–.
El desarrollo del Neoclasicismo en Italia mantuvo conexiones difíciles de eludir con la ideología y el régimen fascista implantado en 1922 por Benito Mussolini. Por un lado, la reinterpretación del pasado musical italiano y las aspiraciones nacionalistas de los compositores de la generación del 80 conectaron con el nacionalismo fascista.
Los Nacionalismos musicales de la primera mitad del siglo XX encontrarán dos rasgos que les diferenciaron de las escuelas nacionales del siglo anterior:
La crisis del sistema tonal tradicional impulsó una revisión del Nacionalismo musical en el siglo XX. Esto permitió integrar elementos nacionales con mayor autenticidad. Además de citar melodías folclóricas, se buscó captar la sonoridad folclórica de manera más global mediante la armonía, instrumentación y ritmo. Así, el Nacionalismo musical se volvió más abstracto y ambicioso en sus objetivos.
Por otro lado, en el ámbito instrumental, la música folclórica sugirió nuevas formas de producción del sonido en los instrumentos convencionales, que los compositores se esforzaron en llevar a las salas de concierto pese a las limitaciones impuestas por la notación.
El Periodo de entreguerras (1918-1939) estuvo marcado en Europa por dos circunstancias políticas:
El estado de shock provocado por la I Guerra Mundial y la Revolución bolchevique, unido a la ola de prosperidad económica e innovación tecnológica proveniente de los Estados Unidos, propició una profunda reacción en contra de las sobrecargadas estéticas musicales del fin de siglo anterior. La nueva creación musical prefirió las pequeñas formaciones al gran formato sinfónico, del mismo modo que renegó de toda retórica en favor de mensajes más concretos y mundanos.
Futurismo, ruidismo, maquinismo, jazz, etc., hacen referencia a algunas de las materias primas fundamentales de los ecosistemas sonoros urbanos del Periodo de entreguerras. Su significado excederá a menudo el ámbito musical para extenderse a las artes plásticas, el cine, la ideología y la política.
Cabe destacar que el Neoclasicismo puede considerarse el marco estético hegemónico durante el Periodo de entreguerras.