Portada » Psicología y Sociología » Desarrollo Cognitivo y Psicomotricidad Infantil: Fundamentos y Aplicaciones Prácticas
El conductismo parte del principio según el cual una determinada conducta es provocada por un estímulo externo. La actuación de un individuo se condiciona previamente.
Según John B. Watson, desde la perspectiva del condicionamiento clásico, existen multitud de estímulos que son neutros para el individuo, es decir, le son indiferentes. Sin embargo, si un estímulo neutro se presenta repetidamente junto a otro estímulo que sí provoca una respuesta natural y espontánea, el estímulo neutro se convertirá en un estímulo condicionado.
Según B. F. Skinner, un organismo, ante una situación, puede emitir diversas respuestas o reacciones. Cuando una de estas respuestas es reforzada positiva o negativamente por el entorno, tenderá a repetirse o a no repetirse, dependiendo del tipo de refuerzo recibido.
El condicionamiento operante, mucho más amplio que el condicionamiento clásico, permite moldear las conductas o acciones humanas a medida que estas se producen, ya sea de forma intencionada o accidental.
La teoría del aprendizaje social sostiene que las conductas se aprenden no solo mediante la experiencia directa, sino también a través de la observación de otros. Así, ante una situación determinada, el niño o la niña actúa tal y como ha observado en sus personas de referencia, un proceso conocido como aprendizaje vicario. Es decir, los niños y niñas, ante situaciones similares, actúan como han visto actuar a sus modelos (madre, padre u otras personas significativas).
Para el psicoanálisis, el desarrollo se centra en la constitución del psiquismo individual y la formación de la personalidad, entendida como el conjunto de características que distinguen a cada persona. Sigmund Freud postuló que las características psíquicas de las personas jóvenes y adultas están determinadas desde la infancia.
Al nacer, el organismo humano está regido por una serie de necesidades o instintos (que Freud denominó pulsiones) que deben ser satisfechos. Para ello, la mente cuenta con tres instancias:
Las funciones cognitivas son los procesos mentales relacionados con la adquisición, procesamiento, transformación, almacenamiento, recuperación y uso de la información.
La memoria es la capacidad de adquirir, retener y recuperar experiencias y conocimientos, o la habilidad para recordar información previamente aprendida.
La adquisición consiste en la entrada de información, recogida del entorno, hacia el cerebro.
La atención es la capacidad de focalizar la percepción hacia un estímulo concreto.
La percepción es el proceso mediante el cual el cerebro interpreta y organiza la información sensorial, siendo un encuentro entre las cualidades del objeto y la predisposición atencional del individuo.
El almacenamiento es el proceso por el cual el sistema nervioso conserva la información para poder recuperarla y utilizarla en el futuro, empleando distintos niveles de retención.
La recuperación es la extracción, intencionada o no, de contenidos específicos de información previamente almacenada.
El reconocimiento consiste en la identificación de algo que ya se había percibido o aprendido anteriormente.
La evocación se produce cuando se recupera información que no está físicamente presente o visible.
El pensamiento es la facultad de ordenar y coordinar los procesos de la memoria para ejercer funciones como la resolución de problemas, el razonamiento y la creatividad.
La resolución de problemas es una función del pensamiento cuyo objetivo es transformar una situación no deseada en una situación deseada, especialmente cuando no existe un método de solución claro y preestablecido.
El razonamiento es una función del pensamiento que, partiendo de una información previa (conocida como premisa en lógica), infiere o deduce una conclusión aplicando ciertas reglas. También puede definirse como una serie de ideas encadenadas que conducen a una conclusión.
La creatividad es la capacidad de observar las cosas con un nuevo enfoque, de reconocer problemas que otros no perciben o de proporcionar soluciones novedosas y efectivas a diversos desafíos.
El egocentrismo es la dificultad para diferenciar el mundo exterior del mundo interior propio, es decir, la incapacidad de distinguir lo objetivo de lo subjetivo. Los niños y niñas están centrados en sí mismos, en su propio yo, y les resulta difícil adoptar el punto de vista de los demás. Esto se manifiesta, por ejemplo, a través del lenguaje:
La centración es la tendencia de los niños y niñas a seleccionar y atender a un solo aspecto de la realidad, ignorando otros relevantes. Esto muestra la incapacidad para coordinar diferentes perspectivas o compensar distintas dimensiones de un objeto determinado.
El sincretismo es la tendencia de los niños y niñas a percibir la realidad mediante visiones globales y a establecer relaciones o parecidos entre objetos y sucesos sin un análisis lógico previo.
La yuxtaposición es el fenómeno por el cual los niños y niñas son incapaces de relacionar u ordenar de manera lógica los elementos que forman un todo. Se manifiesta, por ejemplo, en los relatos fragmentados e inconexos de los niños y niñas, donde solo utilizan la conjunción copulativa ‘y’ como enlace entre palabras.
La irreversibilidad es la incapacidad de ejecutar una acción en ambos sentidos (hacia adelante y hacia atrás), lo que impide comprender que se trata de la misma acción invertida. Los niños y niñas aún no han descubierto la operación inversa ni la reciprocidad.
El realismo infantil es la indiferenciación entre el mundo psíquico y el mundo físico del niño, es decir, la mezcla entre sus vivencias y experiencias subjetivas y los hechos o acontecimientos externos y objetivos.
El animismo es la tendencia a atribuir vida, emociones u otros atributos propios de los seres humanos a objetos inanimados.
El artificialismo es la creencia de que todas las cosas existentes han sido fabricadas por el ser humano. El artificialismo también puede manifestarse como finalismo, la creencia de que los elementos de la naturaleza existen con el único objetivo de servir a las necesidades humanas.
El término psicomotricidad surge por primera vez a principios del siglo XX y se vinculó inicialmente al ámbito de la patología. En 1905, se manifestó la existencia de una relación entre los trastornos de la mente (cognitivos) y las manifestaciones motrices (motoras).
Sin embargo, no es hasta finales del siglo XX cuando la psicomotricidad comienza a entenderse como una actividad independiente con objetivos propios. El psiquiatra francés Édouard Guilmain fue el primero en realizar una intervención psicomotriz, elaborando una serie de actividades y objetivos para personas con algún trastorno, con la finalidad de modificar sus comportamientos.
Autores como Wallon, Gesell y Piaget destacaron el papel fundamental del desarrollo motor en la construcción de la personalidad y del desarrollo cognitivo. Especialmente Wallon procuró que sus estudios pusieran de relieve la interdependencia entre lo afectivo, lo motriz y lo cognitivo en el desarrollo infantil.
En 1960, gracias a las aportaciones de Louis Picq y Pierre Vayer, la psicomotricidad fue considerada una ciencia con objetivos, metodología y recursos específicos.
Cabe destacar también las aportaciones del neuropsiquiatra y psicoanalista español Julián de Ajuriaguerra, quien acuñó el término reeducación psicomotriz, postulando que los trastornos motores dificultaban las relaciones de los niños y niñas con su contexto, el medio y las demás personas.
Bernard Aucouturier creó el concepto de Psicomotricidad Vivenciada o Relacional, otorgándole una nueva dimensión a la educación psicomotriz al entenderla como la base de la educación y la reeducación.
En España, la psicomotricidad se consolida en la década de los años 70. En la actualidad, las escuelas infantiles y de primaria asignan tiempos y espacios específicos para su desarrollo. Aunque la profesión de psicomotricista no cuenta con una carrera universitaria o titulación específica en todos los países, sí existen cursos de especialización.
Según Aucouturier, la psicomotricidad se refiere a las estrechas relaciones que existen entre el cuerpo, las emociones y el pensamiento. Es, en esencia, la relación entre lo somático y lo psíquico.
El objetivo principal de la psicomotricidad es fomentar el desarrollo global e integral de los niños y niñas en las diferentes áreas del desarrollo:
En la psicomotricidad dirigida, el educador o educadora plantea y establece objetivos específicos que deben ser alcanzados. Para ello, se diseñan actividades concretas, se selecciona una metodología, recursos, espacios y tiempos determinados, y se realiza una evaluación de la actividad.
Esta práctica tiene como referencia los estudios de Bernard Aucouturier. Se utilizan recursos como colchonetas, espalderas, bancos suecos, figuras geométricas de gomaespuma, entre otros. El niño o la niña tiene la libertad de actuar a su voluntad y a su propio ritmo: saltar, correr, tumbarse, trepar, colgarse, etc.
La sala debe estar equipada con materiales adecuados y contar con medidas de seguridad para el cuidado de los niños, como suelo blando o cantos protegidos. La sala debe ser suficientemente amplia, ventilada, bien iluminada y con una temperatura adecuada.
El esquema corporal es la imagen mental que cada persona tiene de su propio cuerpo y de las partes que lo componen, tanto en reposo como en movimiento. Autores como Jean Le Boulch se refieren no solo a la imagen que cada cual tiene de sí mismo, sino también a la imagen que posee del espacio y de los objetos que le rodean.
El control tónico-postural se refiere al tono muscular, que es el estado de contracción (o grado de tensión) en que se encuentran los músculos del cuerpo, tanto en reposo como durante la realización de un movimiento o el mantenimiento de una postura. En el momento del nacimiento, se observa una hipertonía (rigidez) de las extremidades, lo que provoca la posición característica de los recién nacidos. A los pocos meses, se produce una disminución del tono muscular de los miembros inferiores, conocida como hipotonía (flacidez).
El tono muscular está intrínsecamente ligado al desarrollo del control postural. La postura puede definirse como la capacidad de los individuos para mantener una determinada posición de su propio cuerpo.
El equilibrio es la capacidad de controlar las diferentes posiciones del cuerpo en contra de la fuerza de la gravedad, tanto en reposo como en movimiento. Su control reside en el sistema vestibular (ubicado en el oído) y depende de la coordinación entre el sistema nervioso, el aparato locomotor y las percepciones visuales.
La coordinación psicomotriz es la capacidad de contraer los grupos de segmentos corporales que participan en una misma acción y, al mismo tiempo, inhibir aquellos que no intervienen en dicha acción.
La lateralidad es la preferencia que muestran los seres humanos por utilizar un lado de su cuerpo sobre el otro. El proceso se denomina lateralización. Durante los dos primeros años de vida, la lateralidad es indiferente (se utilizan ambos lados indistintamente). A partir de los 2 años, comienza a observarse una alternancia y una ligera tendencia hacia el uso preferente de un lado.
La respiración es controlada por el bulbo raquídeo de forma involuntaria. Sin embargo, también existe un control voluntario de la respiración, lo que permite su reeducación y trabajo consciente. Existen la respiración torácica (pulmonar) y la respiración abdominal (diafragmática).
La noción del espacio no está determinada únicamente por el entorno que rodea al niño, sino también por las percepciones internas que surgen al interactuar con dicho espacio.
La orientación espacial permite establecer patrones de desplazamiento utilizando como referencia el propio cuerpo y el lugar que se ocupa en el espacio.
La organización espacial permite establecer relaciones dinámicas o estáticas con los objetos, tomando como referencia el propio cuerpo. Así se diferencian conceptos como izquierda-derecha, arriba-abajo, detrás-delante.
La estructuración del tiempo está ligada a la espacial, pero se desarrolla posteriormente, ya que requiere la comprensión de acontecimientos, acciones y secuencias. Los cambios, las actividades y las rutinas son patrones que marcan la estructuración temporal. Por ello, estos deben ocurrir en un orden y con una duración determinados.