Portada » Deporte y Educación Física » Neurofisiología del Movimiento y Desarrollo Motor en la Infancia
El movimiento es una función vital que nos permite interactuar con nuestro entorno. Para comprenderlo, es fundamental conocer los sistemas que intervienen en él.
Es el sistema que permite el movimiento y el desplazamiento del cuerpo, y está formado por:
Es el encargado de dirigir la función de relación. Su órgano principal es el cerebro.
Periferia: Se refiere a las zonas más distales del organismo.
En el niño, los puntos de conexión con el cerebro aún están poco formados, lo que implica que la relación entre estímulo y respuesta tarda más tiempo en consolidarse. El cerebro infantil está implicado en un gran número de reacciones, como la vista, el oído, etc.
Los movimientos más complejos, promovidos por la corteza cerebral, requieren una fase más larga de aprendizaje. Mediante la práctica continuada, se establecen y consolidan conexiones entre las células nerviosas. Estas conexiones permitirán formar cadenas y órdenes que, con el tiempo, podrán, a partir de un solo impulso, poner en marcha todo el desarrollo motor. La mayoría de las conexiones nerviosas se establecen a lo largo del periodo infantil.
El cerebro interviene en procesos complejos como el equilibrio, donde se requiere un mayor control y coordinación.
Las estructuras fundamentales del SNP son los nervios y los ganglios nerviosos.
Está relacionado con los movimientos voluntarios. Posee vías eferentes o motoras, y vías sensoriales.
Controla los movimientos involuntarios y se divide en dos partes:
La función de relación permite al organismo interactuar con su entorno y se lleva a cabo a través de:
Los niños necesitan contacto físico de la misma manera que necesitan alimentarse, descansar o sentir calidez. No hay que frenar el impulso de cogerlos en brazos cuando lo piden, ya que los niños que reciben afecto en la primera infancia lloran menos y son más resilientes ante las separaciones.
El suelo es el lugar ideal desde los 3 meses hasta que el niño camina con seguridad. Incluso a los 4 o 5 años, los niños necesitan gatear, sentarse y jugar en el suelo, ya que es el espacio donde se sienten más seguros para el libre movimiento, desplegando toda su energía.
Tratar al niño como un objeto, dárselo todo hecho y hacer todo por él sin contar con su participación, impide que aprenda y puede generar dependencia en la adultez, aunque sea afectivo.
La búsqueda de la precocidad puede generar estrés. Aprender de manera rápida o forzada no garantiza el dominio de esas adquisiciones tempranas y, por el contrario, puede producir vacíos difíciles de erradicar en el desarrollo.
La lateralidad se refiere a la coordinación entre la parte derecha y la parte izquierda del cerebro. Implica la distribución de funciones entre los dos hemisferios cerebrales, que se conectan a través del cuerpo calloso, donde se produce la coordinación.
La pedagogía de Emmi Pikler enfatiza la importancia de:
La estabilidad y la regularidad crean una profunda sensación de seguridad en el niño. Al ofrecer rutinas habituales, proporcionamos un ambiente tranquilo y predecible, lo que les permite desarrollar personalidades seguras y una mayor conciencia de su cuerpo y espacio. Esta constancia es fundamental y útil en la adultez.