Portada » Educación Artística » Expresionismo Alemán y Racionalismo Arquitectónico: Movimientos Clave del Siglo XX
Este movimiento pertenece a la estética subjetiva. La forma y la técnica se utilizan para transmitir un mensaje claro. La característica del arte expresionista es su conciencia del deseo de comunicar algo con contenido, donde el mensaje trasciende las formas y los colores. Normalmente, estos mensajes son de índole social, política o ética. La Segunda Internacional influyó significativamente en este movimiento. El arte comenzó a utilizar figuras distorsionadas o retorcidas, cambiando el concepto de “arte bonito” por el “arte de lo feo”, llegando incluso a la caricatura. El Expresionismo es una actitud profundamente germánica y romántica, ya que posee una concepción del mundo y de la vida más trascendental que las culturas latinas. Fue un movimiento que buscaba despertar a la gente y hacerla consciente de la injusticia y el sufrimiento del mundo. Goya, sin saberlo, fue un precursor del Expresionismo con sus Pinturas Negras. Sin embargo, los antecedentes directos son James Ensor, Ferdinand Hodler y Edvard Munch. El Expresionismo se desarrolló entre 1905 y el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914). Tuvo dos modalidades principales, representadas por dos escuelas: Die Brücke (El Puente) y Der Blaue Reiter (El Jinete Azul).
De 1905 a 1913, un grupo de pintores se agrupó en Dresde bajo el nombre de Die Brücke (El Puente). Su objetivo era dejar atrás el arte antiguo y crear algo nuevo. Su motivación principal era transmitir las preocupaciones políticas y sociales de la Alemania de la época y alcanzar una gran popularidad para que su mensaje llegara al mayor número de personas. Sus obras presentaban una temática macabra y expresiva, utilizando colores bruscos y buscando la estética de lo ‘feo’. Uno de sus representantes destacados fue Emil Nolde.
Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) surgió en Múnich en 1911 y se mantuvo activo hasta la Segunda Guerra Mundial. Múnich era un centro cultural muy importante en ese momento. Allí llegó Wassily Kandinsky, un artista ruso que, a los 44 años, decidió dedicarse plenamente al arte. Él fue el creador del grupo del Jinete Azul, que, aunque también era expresionista, presentaba diferencias significativas con Die Brücke. Mientras Die Brücke criticaba fuertemente la realidad, Der Blaue Reiter buscaba mejorarla e idealizarla, ofreciendo una especie de misticismo que exaltaba los valores espirituales. Kandinsky fue el líder de esta escuela. Conocía muy bien el Fauvismo y el Cubismo, pero consideraba que esos movimientos eran puramente occidentales. Para él, la verdadera renovación del arte debía provenir de ideas orientales.
Desde 1910, Kandinsky comenzó a crear cuadros que no contaban ninguna historia ni mostraban figuras reconocibles. Los llamó Improvisaciones, y estos trabajos marcaron el inicio de la pintura abstracta con un profundo sentido espiritual. Este tipo de arte se alejaba completamente de la naturaleza como fuente de inspiración, centrándose en lo irracional y lo ilógico, siguiendo ideas orientales. En el arte de Kandinsky, las formas poseen un significado propio:
Un ejemplo claro de esta concepción es su obra El arco azul (1917), donde ya se aprecia esta forma de pensar. Este nuevo enfoque del arte fue tan revolucionario como lo fue la perspectiva en el Renacimiento. Kandinsky defendía el uso de formas puras para expresar lo que el artista sentía internamente, sin depender del mundo real o de la naturaleza. Así se inició el camino hacia la pintura abstracta. Además de sus Improvisaciones, Kandinsky también realizó acuarelas abstractas, ya que sentía que representaban mejor su idea de armonía y espiritualidad. Regresó a Rusia después de la Revolución, donde trabajó en los Laboratorios Artísticos del Estado, que fueron el origen del Constructivismo ruso. Sin embargo, al no encontrar allí un ambiente favorable, regresó a Alemania para trabajar en la Bauhaus, una influyente escuela de arte y diseño que exploraba el uso de formas geométricas y la funcionalidad.
Le Corbusier fue una figura clave en la arquitectura del siglo XX y lideró el Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), celebrado en 1928 a bordo de un barco rumbo a Atenas. De este congreso surgió la Carta de Atenas, un documento fundamental del urbanismo moderno que propuso un modelo de ciudad funcional basado en cuatro grandes funciones:
Se planteó la necesidad de organizar el espacio urbano de forma racional, separando las zonas industriales y comerciales de las residenciales y zonas verdes. Se diseñaron distintos tipos de vías según el tipo de tráfico: rápidas, normales, peatonales, para vehículos lentos y bicicletas. El objetivo era que la ciudad se insertara en el campo sin romper el equilibrio natural, integrando parques en barrios, ciudades y regiones, para que el entorno urbano no destruyera lo rural.
En esta ciudad funcional, los tres sectores económicos también tendrían un uso del suelo diferenciado:
El urbanismo debía responder a las necesidades funcionales y distribuir racionalmente el suelo según los usos.
Le Corbusier también propuso romper con la calle tradicional con casas a ambos lados. En su modelo, no existen calles convencionales, sino bloques de viviendas denominadas unidades de habitación, dispuestas dejando espacios vacíos entre ellas. Estas viviendas son colectivas, estandarizadas, producidas en serie y sin separación social. Los bloques, formados por líneas rectas y ángulos, pueden albergar hasta 1200 personas y contienen múltiples servicios en su interior, siendo verdaderos microcosmos urbanos. De este modo, el arquitecto se transforma en urbanista, diseñando barrios enteros con bloques uniformes, como se observa en la Unité d’Habitation de Nantes-Rezé (1954).
Este modelo de ciudad funcional nunca se aplicó por completo, ya que requería terrenos nuevos y prescindir totalmente de las ciudades antiguas. No obstante, su influencia en el urbanismo moderno ha sido profunda, sustituyendo en gran medida a la ciudad burguesa del siglo XIX.
Paralelamente a su propuesta urbanística, el racionalismo arquitectónico también se manifestó en el diseño de viviendas individuales. Un ejemplo destacado es el arquitecto holandés Gerrit Rietveld, autor de la Casa Schröder en Utrecht y de la famosa Silla Roja y Azul. Sus diseños, al igual que los de Mondrian en pintura, se basan en líneas rectas, planos, colores primarios y una completa ausencia de ornamento. En la Casa Schröder no hay un volumen cerrado tradicional, sino planos abiertos, sin muros, con grandes superficies de cristal en lugar de ventanas.
Le Corbusier también diseñó viviendas individuales racionalistas, como la Villa Savoye (1929), situada a las afueras de París. Esta casa, concebida antes de sus grandes proyectos urbanos, se apoya sobre pilares que dejan la planta baja libre, pensada para aparcamientos. Las tres plantas pueden cerrarse libremente gracias a su estructura de pilares, y las fachadas son diferentes entre sí, compuestas con formas puras y volúmenes racionales. Tanto la Villa Savoye como las unidades de habitación comparten los principios racionalistas: líneas rectas, funcionalidad, ausencia de decoración y diseño al servicio del uso.