Portada » Religión » La Caridad Cristiana: Transformación Social y Cultural a Través de la Historia
Jesús no eliminó la ley mosaica, sino que le dio plenitud al interpretarla desde el amor. Enseñó que los mandamientos son una respuesta de amor a Dios y que su verdadero sentido se entiende a la luz del amor. Así, el mandamiento central para los cristianos es el del amor: amarse unos a otros como Él los ha amado.
Jesús reveló que Dios es amor, no como un ser solitario, sino como una relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El ser humano, creado a imagen de Dios, está llamado a vivir y reflejar ese amor en su vida. A este amor se le conoce como caridad.
Jesús vivió un amor sin condiciones desde su nacimiento hasta la cruz, mostrando un ideal que, aunque supera las fuerzas humanas, puede hacerse realidad con la ayuda del Espíritu Santo. Él impulsa a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Cuando se olvida o niega a Dios, también se pierde el sentido de la dignidad humana y la sociedad se deshumaniza.
Desde sus inicios, la Iglesia comprendió que el mandato de Jesús de evangelizar consistía tanto en anunciar la Palabra como en realizar el servicio de la caridad (Hch 6,1). Esta acción caritativa se organizó de manera sistemática y sirvió como ejemplo para la sociedad pagana.
La primera comunidad cristiana crecía rápidamente. Para que no se descuidara la atención a los necesitados, los Apóstoles eligieron a hombres «de buena fama, llenos del Espíritu y de sabiduría» (Hch 6,3) para dedicarse al ministerio de la caridad. Después rezaron e impusieron las manos para pedir la fuerza del Espíritu Santo (Hch 6,6).
El servicio a la caridad no era solo tarea de unos pocos. Todos los cristianos compartían sus bienes con los pobres, cuidaban a enfermos y huérfanos, y visitaban a los presos (Hch 2,44-45).
Cuando el cristianismo se convirtió en religión legal en el Imperio Romano, las penas se suavizaron, la mujer adquirió un papel más importante y todas las personas fueron consideradas dignas de derechos y deberes. Los cristianos liberaban a sus esclavos al ser bautizados (Gál 3,28) y cumplían lealmente sus deberes ciudadanos. El servicio a la caridad fue más que solidaridad; fue una renovación social.
Inspirados por el cristianismo, surgieron los primeros hospitales. Santa Fabiola, en el siglo IV, fundó uno de los primeros hospitales cerca de Roma, donde se atendía gratuitamente a los enfermos.
Durante los primeros años de la era cristiana, el Evangelio fue impregnando las costumbres. Poco a poco, la interacción entre los romanos cristianizados y los pueblos germánicos dio origen a un nuevo proceso civilizador.
A partir del siglo V, el establecimiento del monacato, que tuvo su origen en Oriente, facilitó la evangelización de Europa. San Benito de Nursia (480-547) escribió su Regula Monachorum, base de todo el movimiento monástico occidental. En ella se ordena recibir a aquella persona que llama a la puerta como si fuera el mismo Jesús. Las órdenes monásticas construyeron hospicios, albergues y hospitales.
Sin embargo, la situación social y eclesiástica se fue degradando debido a la aparición de corruptelas en torno a los nombramientos eclesiásticos. Esta situación dio lugar a la gran Reforma Gregoriana, dirigida por el papa Gregorio VII (1015-1085). Esta reforma supuso una profunda renovación espiritual, incluido el servicio a la caridad:
Los obispos impulsaron la creación de escuelas que, a partir del siglo VIII, se extendieron a todo el Imperio de Carlomagno. La educación era gratuita para los niños y niñas pobres. En el siglo XII, el auge de estas escuelas condujo a la asociación de docentes y estudiantes, lo que pronto dio origen a las universidades. La Iglesia amplió su labor educativa y contribuyó a los avances pedagógicos:
El inicio de este período está marcado por el Renacimiento y el Humanismo, y por los conflictos entre la Iglesia y el poder político. Se fue preparando, así, la Reforma de Lutero. Además, en 1492, Cristóbal Colón desembarcó en América. Fueron años dramáticos para el cristianismo: de errores, pero también de aciertos y santidad.
Muchas políticas liberales e ilustradas de esta época eran anticatólicas. A finales del siglo XVIII, la Iglesia sufrió una dura persecución. Congregaciones como la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios se extinguieron. En 1820 comenzó su restauración. Además, surgieron nuevas órdenes que continuaron la acción social de la Iglesia.
A finales del siglo XIX, se desarrollaron muchas iniciativas sociales de raíz cristiana. Además, se articuló la moderna Doctrina Social de la Iglesia. Ante las nuevas corrientes de pensamiento, el Magisterio intervino para mostrar los peligros de las ideologías materialistas, que desembocaron, en el siglo XX, en dos guerras mundiales y en Estados totalitarios.
En el siglo XX, comenzaron a desarrollarse los servicios sociales del Estado. Sin embargo, sigue siendo esencial la labor de la Iglesia. Ejemplo de ello son las Misioneras de la Caridad, de Santa Teresa de Calcuta. Actualmente, es ingente el trabajo de ONG católicas o promovidas por fieles católicos que se dedican a paliar el hambre y los dramas causados por la pandemia, la trata de personas, la inmigración o la crisis ecológica. La creación de instituciones educativas es constante.
La Edad Contemporánea comienza con la Revolución Francesa (1789) y llega hasta nuestros días. Se caracteriza por las convulsiones políticas, las revoluciones, los totalitarismos y, por fin, la generalización de los sistemas democráticos. Tras la Revolución Industrial se implantó el capitalismo, que puso de manifiesto la desigualdad económica existente en el mundo.
La cultura es el conjunto de conocimientos, actitudes y símbolos —transmitidos de generación en generación— gracias a los cuales nos comunicamos y organizamos la vida en sociedad. Por eso, la cultura debe estar al servicio de todos: tanto en sus necesidades corporales como en las espirituales.
La fe no es ajena a ningún ámbito de la cultura. Así, las creencias de un pueblo acerca del origen y el destino del mundo constituyen una fuente esencial de su cultura. Por eso, la fe arraiga y se desarrolla en cada cultura: el creyente solo puede vivir su fe en la cultura en la que está inserto.
La Iglesia, que no se identifica con una cultura determinada, puede iluminarlas a todas con el Evangelio, renovarlas y enriquecerse con todo lo humano que hay en cada una de ellas.
Desde sus orígenes, la Iglesia nunca ha dejado de dialogar con las culturas. De hecho, la fe cristiana se ha constituido en un acto esencial de civilización al difundir:
El Hijo de Dios, al encarnarse, ha dignificado de un modo especial la realidad sensible. Jesús es el puente que une lo visible y lo invisible. Por eso, a lo largo de su historia, la Iglesia ha mantenido un fecundo diálogo con la actividad artística, ya que esta es fuente de encuentro con Cristo. Muchos artistas han encontrado en la fe una fuente de creatividad y el impulso para poner el arte al servicio de los demás.
Ya las primeras generaciones cristianas sintieron la necesidad de hacer comprensible la fe en la sociedad del Imperio Romano, de cultura pagana.